Se ha publicado una colección con los últimos ensayos políticos de Tony Judt: Cuando los hechos cambian, textos publicados entre 1995 y 2010: de las ilusiones del deshielo a las tragedias del terrorismo islámico y la respuesta bélica de los Estados Unidos. Samuel Moyn nota una paradoja de su trayectoria académica: durante mucho tiempo se dedicó a cuestionar la figura del intelectual modelada a partir del ejemplo de Sartre y terminó siendo un intelectual público de ese linaje.
Se está publicando un nuevo trabajo sobre Hannah Arendt. En esta ocasión Jon Nixon aborda su idea y su experiencia de la amistad: Hannah Arendt y la política de la amistad. No amo a ningún pueblo, dijo en alguna ocasión. A los únicos a los que me es posible amar es a mis amigos. Saul Austerlitz reseña el volumen para el New Republic, destacando una enseñanza crucial: la amistad es la experiencia que nos enseña a convivir. Es un puente entre lo público y lo privado que nos permite un refugio, y al mismo tiempo, nos compromete con el mundo.
Cuentan que, cuando un nonagenario Philip Johnson visitó el Guggenheim de Bilbao, soltó la expresión: "la arquitectura no es asunto de palabras. Es asunto de lágrimas." Y agregó como comparación: sólo he sentido esto frente a la catedral de Chartres. Vanity Fair le ha preguntado a 90 arquitectos cuáles son las cinco edificaciones más importantes de los últimos treinta años. Las votaciones pueden verse aquí y por acá puede verse el portafolio de las maravillas.
Brian Eno participó hace unas semanas en un evento organizado por edge. Habló sobre la composición musical a la que ve más cerca de la jardinería que de la arquitectura. No es el acto de un genio que tiene la obra completa en la cabeza y la despliega en la partitura sino la creación de un hombre que planta semillas y espera la sorpresa de su florecimiento. El arquitecto imagina el resultado final hasta sus últimos detalles. El arquitecto es un obsesivo del control. El jardinero colabora con la naturaleza, es decir, con lo incontrolable. La Ilustración nos enseñó que nuestro poder está en el control. Podríamos pensar que la renuncia, el abandono es otro don del género humano que habría que dignificar. La jardinería… y la música como la entiende Eno podrían enseñarnos algo.
Vuelvo a leer el primer párrafo del primer capítulo del Informe contra mí mismo. Quisiera copiarlo entero porque no le sobra nada y porque sintetiza un proyecto, más que literario, vital. Me callo para dejar que Eliseo Alberto hable:
La historia es una gata que siempre cae de pie. Amigos y enemigos de la Revolución cubana, compañeros y gusanos, escorias y camaradas, compatriotas de la isla y del exilio han reflexionado sobre estos años agotadores desde las torres de la razón o los barandales del corazón, en medio de una batalla de ideas donde el culto a la personalidad de los patriarcas de izquierda y de derecha, la intransigencia de los dogmáticos y las simulaciones de ditirámbicos tributarios vinieron a ensordecer el diálogo, en las dos orillas del conflicto. La soberbia suele ser mala consejera. La humildad también. A medio camino entre la inteligencia y la vehemencia, regia y afable, está o puede estar la emoción, ese sentimiento de ánimos turbados que sorprene al hombre cada vez que se sabe participando en las venturas, aventuras y desventuras de la historia, bien por mandato de la conciencia, bien por decreto de una bayoneta apuntalada en los omóplatos. Una crónica de las emociones en la espiral de las últimas cinco décadas del siglo XX cubano, podría ayudar a entender no sólo el nacimiento, auge y crisis de una gesta que sedujo a unos y maldijo a otros sino, además, explicarnos a muchos cuánto, cómo y por qué fuimos perdiendo la razón y la pasión. La razón dicta, la pasión, sólo la emoción conmueve, porque la emoción es, a fin de cuentas, la única razón de la pasión.
Dejar un testimonio fue para Eliseo Alberto un deber filial. “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro sino para dar testimonio” había escrito su padre, el poeta Eliseo Diego, en una dedicatoria a sus hijos. Dar testimonio. La crónica de su medio siglo no es una reconstrucción de hechos, no es un alegato frente al tribunal de la historia (que también es una gata que se defiende bocarriba), no es autorretrato con el pintor en primer plano. Es el albergue de sus amistades, de sus fantasías, de sus miedos, de sus muertos, de sus desilusiones, de su culpa. “De tanto callar, tanto silencio casi nos deja mudos. Que levante la mano el que no bajó la cabeza ante aquellos argumentos, que tire la primera piedra quien no se puso el tapabocas en las cuerdas vocales, al menos quinientas veces en su vida.”
La crónica de las emociones se levanta de ese modo como una casa. Una casa con ventanas y con fantasmas. La historia de su memoria, la historia de los suyos no es suya en exclusiva. Es de los cubanos de la isla y de los de fuera. Es el gozo de la música y el miedo al caudillo; es la imagen sublime de sus poetas y la hastiante consigna, es el humor y la tragedia. Somos dueños y esclavos de la memoria, dice él. Tal vez, somos sus residentes y esculpimos con letras sus paredes. El testimonio de la emoción es la casa que derrota al olvido. “Sólo mis olvidos se irán conmigo un día de éstos, como una pila de huesos más—que ya no serán míos ni de nadie.” Su memoria seguirá siendo suya y nuestra.
En “El jardín”, un poema que podría ser sobre la primera pareja, Louise Glück mira a un hombre y a una mujer plantando chícharos como nadie lo había hecho antes. Después de soltar las semillas, ella lo acaricia en la hierba delgada con los dedos humedecidos por la lluvia. Y en ese instante, el anticipo:
incluso aquí, incluso al principio del amor
la mano de ella, al abandonar su cara
traza una imagen de despedida
y ambos se sienten
libres de ignorar
esa tristeza.
Para Louise Glück, la poeta norteamericana que ha recibido el nuevo Nobel de literatura, escribir es buscarle sentido al dolor, una manera de darle forma a la devastación.
“¿Por qué amar lo que has de perder?”, pregunta en un poema extenso. “Porque no hay nada más que amar,” responde directamente. Ninguna experiencia debe malgastarse. Algo debe salir de ella. Por eso ha dicho que es una venganza contra las circunstancias. Venganza contra el dolor, la pérdida, el infortunio. Si le encuentras sentido al dolor, te habrás impuesto un poco a él. Vivimos una cultura que se debate entre el culto fascista al optimismo y la pornografía del sufrimiento. Su poesía rechaza esas dos fugas: la pérdida se rinde ante el arte. El poema nos rescata de una oscuridad sin forma: una puerta, detrás del sufrimiento.
No conoció a su hermana. Nació después de su muerte, pero su ausencia la marcó desde el primer día. Sufrió lo que ella misma ha descrito como la “tragedia de la anorexia”. Se ofreció al hambre para quitarse a su madre de encima y convertirse en un alma pura. Empeñada en deshacerse de la carne, estuvo al borde de la muerte. Lo describe en “Dedicación al hambre”, un poema lacerante. En el sacrificio de la estorbosa carne se busca la misma pureza a la que aspira quien acomoda palabras entendiendo que la muerte es, estrictamente, la secuela.
El psicoanálisis, ha contado, le enseñó a pensar, a ejercitar la duda, a examinar el reflejo de sus palabras, sus evasiones. Ese fue su verdadero taller literario. Esos años de inmersión, le permitieron “transformar la parálisis, esa forma extrema de duda, en visión.” En su poema más reciente, “Noche virtuosa, noche fiel,” que ha traducido admirablemente Pura López Colomé, describe esa luz entre la niebla:
Memorias sueltas
partes de una memoria más amplia.
Puntos de claridad entre la bruma,
intermitentes,
como un faro cuya única tarea
fuera emitir una señal.
Pero en realidad, ¿qué sentido tiene un faro?
Éste es el norte, dice.
No: soy tu puerto de abrigo.
El acontecimiento editorial del año fue el rescate de los inventarios de José Emilio Pacheco. Las legendarias columnas de Proceso firmadas por jep, finalmente reunidas. Tres volúmenes publicados por Era en donde puede recordarse uno de los genios del poeta: hacer la crónica del presente a partir de lo remoto, entender los hechos con los instrumentos de la imaginación, comprender la circunstancia escapando de ella. En la estupenda selección de Héctor Manjarrez, Eduardo Antonio Parra, José Ramón Ruisánchez y Paloma Villegas podrá encontrar el lector de hoy la mejor vacuna a esa cárcel de inmediatez que nos oprime. No hay pasado ajeno. Tampoco extranjería. Todos los tiempos, en este instante y en cada ser humano la circunferencia completa de las emociones.
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Dunkerque, la extraordinaria película de Christopher Nolan, retrata un inusual evento histórico: “una derrota militar con final feliz”. Así describe el historiador Michael Korda la huida del ejército británico de las costas francesas. La intensidad de la película no puede separarse del tiempo que corre. A la luz de Brexit, Dunkerque es una cinta que hace la épica de una nación que huye de Europa. Si algo destaca en la cinta es la ausencia del otro. Los alemanes acechan desde el primer instante pero no se ven. Se escuchan sus bombarderos pero no sus voces; se ven sus torpedos y aviones pero nunca sus rostros. Tampoco aparecen indios, que contribuyeron singificativamente al rescate. Max Hasting, al ver la cinta describió la actualidad política de la película: Dunkerque glorifica la soledad de la nación.
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De Poesía reunida de Ida Vitale que Tusquets publicó estre año:
Celebrar este árbol,
avizorar el hueco
que va a suplirlo pronto.
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No es infrecuente que las revistas tengan épocas, que vivan relevos, que cambien de piel. Lo raro es que renazcan. Eso puede decirse de la Revista de la Universidad de México. Bajo la conducción de Guadalupe Nettel, la revista es otra y vuelve a ser lo mejor que ha sido. A distinguirse de quienes no ven a su alrededor o de quienes lo hacen con indiferencia, convocaba la editora en la presentación del nuevo ciclo. Cada número propone un asunto para la conversación y lo aborda desde todas las disciplinas. El arte, la ciencia, la literatura explorando la identidades, la sobrevivencia, las rupturas y las pertenencias. En su nueva época, la RUM rescata voces que nos siguen hablando y ofrece un rico diálogo de percepciones. Lo mejor es que ha logrado desentonar con el coro de nuestra endogamia.
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Después de su poderosísima cinta, Fuerza Mayor, el sueco Ruben Östlund dirigió The Square. Un extraordinario talento tiene el director para provocar la incomodidad de su auditorio. Su cine coloca al espectador bajo la pinza de un experimento. Östlund nos llama a identificarnos con lo vergonzoso. The Square ganó este año la Palma de Oro de Cannes. Teniendo como escenario el arte contemporáneo, es mucho más que eso: una exploración de la insensibilidad de nuestro tiempo. El arte secuestrado por la retórica es buena metáfora de la hipocresía que marca nuestra era. Egos inflados con palabrería, vanidades de nobles intenciones, sumisiones de manada disfrazadas de genialidad artística.
Fotografía de Lola Álvarez Bravo
Dos personajes insustituibles desaparecen con José Emilio Pacheco. El primero es el creador, el poeta del deterioro, el hombre que cantó a las piedras y a los insectos. El narrador de prosa destilada que capturó como nadie las heridas del tiempo. Creador también, el crítico meticuloso y el traductor impecable. Pero hay otro hombre de cultura que desaparece con Pacheco: el discretísimo artista de la conversación. Tan importante como sus libros de poesía, tan valioso como sus novelas entrañables, es su trabajo periodístico. En sus Inventarios no hay solamente una enciclopedia viva de la literatura, sino una lección de sus virtudes. La estancia de un lector de libros y de hechos. Su biblioteca, esa que vemos tan felizmente desordenada en las fotografías, no fue muro sino ventana: el cristal que le permitía descifrar el mundo. Dos personajes: José Emilio Pacheco y JEP.
En su columna prodigiosa se encuentra, con la tenacidad y la modestia de lo cotidiano, la prueba de que la literatura es siempre pertinente. Lo inmediato era iluminado por lo intemporal. Lo que creíamos único rebota en los ecos de lo universal. Lo flamante aparece como reflejo de lo más remoto. Las lecturas de Pacheco nos acompañaron durante décadas para darle algún sentido a la desgracia. Las tragedias naturales, los atropellos políticos, la tontería pública, los saqueos, el escándalo encontraba significado en la eterna comedia del hombre. Es cierto: leer a Lucrecio puede ser más esclarecedor que sumergirse en el reportaje de la mañana. Imaginar una conversación entre muertos puede dar más luces sobre la controversia del presente que escuchar el pleito de la mañana. Relatos históricos e imaginarios, parodias literarias, reseñas que escapan del culto a la novedad, diálogos teatralizados, traducciones, homenajes y celebraciones, aforismos. Todo cupo en una columna firmada apenas con tres letras. Su Inventario no fue solamente su carpeta de lecturas sino la propuesta de insertarla en la conversación mexicana. No son los apuntes de un profesor que instruye al ignorante, sino los hallazgos que se disfrutan al compartirse con los amigos en la mesa.
En un inventario, JEP escribió sobre la amistad entre Juan Ramón Jiménez y Alfonso Reyes. Ahí escribió:
“Ambos creyeron que el deber de la inteligencia es propagar los bienes culturales, no monopolizarlos. Los dos buscaron la perfección: Jiménez en el ideal de la belleza pura y la verdad; Reyes en la esperanza de un mundo menos atroz, unido por la comunicación espiritual entre los seres humanos. Uno y otro trataron de lograr sus fines mediante el trabajo bien hecho, la unión armoniosa de forma e idea.”
¿No está ahí, en el cruce de esos afanes literarios, el secreto de su oficio literario? Anhelo de perfección, fe en la palabra: la esperanza de un mundo menos cruel, unido por la comunicación.
El oficio del escritor se reflejaba en el esmero de la página, en el cuidado del párrafo, en el celo de la línea, no en el afán de una Obra. El peor destino de un poeta, escribió alguna vez, era volverse poblador de un sarcófago llamado Obras completas. Por eso se resistió a coser sus Inventarios y publicarlos en un tabique. Sus libros, todos sus libros tienen algo en común: su ligereza. Ligeros no por superficiales, evidentemente, sino por su delgadez, su amabilidad con el brazo. La generosidad del escritor empezó ahí, en la liviandad de sus libros. Si es necesaria la divulgación de esa maravillosa hazaña de cultura que fue su periodismo, hay que imaginarla con la complexión de sus hermanas. Una serie de compilaciones ligeras y frescas que reinserten, con la generosidad de JEP, la vida de un gran lector en la conversación de México.