Hace unos años, Isabella Rossellini dirigió unos cortos fantásticos sobre la sexualidad de los animales. Ahora presenta unos videos sobre la vida de las abejas.
Hace unos años, Isabella Rossellini dirigió unos cortos fantásticos sobre la sexualidad de los animales. Ahora presenta unos videos sobre la vida de las abejas.
13 de julio de 1944
Estimado Orwell:
Sé que usted quería una decisión rápida sobre Rebelión en la granja, pero el mínimo para un dictamen son dos directores y eso no puede hacerse en menos de una semana. Pero, ante su exigencia de celeridad, debería haberle preguntado al Director para que le echara un vistazo. Pero él está de acuerdo conmigo en los puntos principales. Coincidimos en que su libro es una pieza literaria notable; que la fábula está manejada con mucha destreza y que la narración mantiene el interés en su propio plano –y eso es algo que han logrado muy pocos escritores desde Gulliver.
Por otra parte, no tenemos la convicción (y estoy seguro que ninguno de los otros editores la tendría) de que éste sea el punto de vista adecuado para criticar la situación política en el presente. Es sin duda el deber de cualquier editorial animada por motivos que van más allá de la mera prosperidad comercial, el publicar libros que vayan contra la corriente del momento: pero en cada caso esto requiere que al menos uno de los directores tenga la convicción de que es lo que debe decirse en este momento. No encuentro ninguna razón de prudencia o de cautela para que otro editor evite publicar este libro –si cree en lo que defiende.
Creo que mi insatisfacción con este apólogo reside en que su efecto es de simpleme negación. Debería sentir alguna simpatía con lo que el autor pretende; alguna simpatía con sus objeciones; y su defensa básicamente trotskista, no me resulta convincente. Creo divide su voto, sin obtener compensación de ningún lado –es decir, los que critican las tendencias rusas desde el punto de vista de un comunismo más puro, y los que desde un punto de vista muy diferente, están alarmados por el futuro de las pequeñas naciones. Después de todo, sus cerdos son mucho más inteligentes que otros animales, y por tanto, resultan los más aptos para dirigir la granja –de hecho, no podría haber habido una granja que no estuviera dirigida por ellos. Así que todo lo que se necesita (alguien podría argumentar) es tener cerdos más virtuosos–no más comunismo
Lo siento mucho, porque quien publique esto tendrá naturalmente la oportunidad de publicar sus siguientes trabajos; respeto su obra, está bien escrita y es esencialmente íntegra.
La señorita Sheldon le regresará su manuscrito en un envío posterior.
Sinceramente
T. S. Eliot
La carta original puede leerse aquí…
Gracias a una notita en Booforum, me entero de la reedición del libro que disparó los recuerdos de Roger Bartra en "Memorias de la contracultura." Se trata de Troia: Mexican Memoirs
, de Bonnie Bremer, reeditada en noviembre del año pasado. La nota reitera la necesidad de una traducción al español de este testimonio único de la cultura beat en México.
«La clase política ocupa las pantallas de sus televisiones a todas horas con declaraciones banales que luego por la noche sesudos comentaristas analizan con ridícula profundidad.»
(Enrique Vila-Matas, Propuesta de cambio)
Tras recibir El arco y la lira, Julio Cortázar le escribió desde París una carta de bullente entusiasmo a Octavio Paz. No ha leído el libro: lo ha releído y lo ha archileído. Lo comparaba con Shelley, con Keats, con Mallarmé. Gaos celebraba igualmente el libro que acababa de publicar el Fondo de Cultura Económica. Más que un trabajo de poética, le parecía uno de los ensayos más hondos de la filosofía en lengua española. A Paz no le gustaba el epílogo. En cuanto hubo oportunidad de deshacerse de él, lo hizo. Entresacó algunas líneas y las fundió en un ensayo con vida propia: Los signos en rotación. Hace cincuenta y dos años se publicó en Sur y hace medio siglo se incorporó a El arco y la lira como epílogo definitivo.
Para celebrarlo, El Colegio Nacional ha publicado un libro extraordinario. Del diseño de Alejandro Cruz Atienza vale decir que presta buen cuerpo al libro: más que un objeto legible es símbolo de ese astro, traslúcido y ardiente, que es el pensamiento de Paz. Abre la edición una nota de Marie José Paz que evoca las espirales del proceso creativo del poeta. Además del ensayo central, se recupera en el volumen su precendente más antiguo, el ensayo que publicó a los 29 años de edad: Poesía de soledad y poesía de comunión. La historia del ensayo la cuenta puntualmente Malva Flores. Se incluyen ensayos de Adolfo Castañón, de Tomás Segovia, de Ramón Xirau, y un manojo de cartas.
Desde luego, esta nueva edición de Los signos no es un libro para la mesita. Releer su manifiesto hoy es percatarse de su dimensión clásica, de su fresca hondura, de su lucidez, de su filo crítico, de su pertinencia moral. Paz escribe sobre la poesía desde dentro, como advirtió Tomás Segovia. Pero al hablar de la poesía habla del mundo, habla del tiempo, de la vida, de ti y de mi. Habla de amor y de muerte, habla de la tribu y de las máquinas. Habla, ante todo, de la búsqueda de los significados, de la esperanza de la comunicación en la aridez de nuestros tiempos.
Al pensar en los rumbos de la poesía moderna Paz vuelve al encierro de la soledad: el presente conspira contra el encuentro. La incomunicación de nuestra era surge de la repetición. Monótono combate de ciegos: “pululación de lo idéntico.” No hablamos con otros porque no podemos hablar con nosotros mismos. “Pero la multiplicación cancerosa del yo no es el origen, sino el resultado de la pérdida de la imagen del mundo.” Los monumentos de la técnica, las fábricas, los aeropuertos, las plantas de energía no son presencias, dice Paz, no capturan una imagen del mundo, no dialogan con él. La modernidad se niega a representar el tiempo, la naturaleza, la vida. Nos sepulta con vehículos de la acción, con instrumentos y un millón de artefactos deschables. La imaginación poética va al descubrimiento del mundo para abandonar la idolatría de la posesión para apartarse de la dictadura del ruido. Salir de la cárcel del yo. “Ser uno mismo es condenarse a la mutilación, pues el hombre es apetito perpetuo de ser otro. La idolatría del yo conduce a la idolatría de la propiedad; el verdadero Dios de la sociedad cristiana occidental se llama dominación sobre los otros. Concibe al mundo y los hombres como mis propiedades, mis cosas.”
Todos somos, de una manera u otra y muchas veces sin saberlo, marxistas, dice Octavio Paz en las primeras páginas de su ensayo. En la fibra radical, en la denuncia de las servidumbres encubiertas, en las alusiones a esa utopía que borrará la distinción entre trabajo y arte, el ensayo que Paz escribió en India en 1965 respira todavía aires marxistas. Sospecho que no le habría disgustado a Carlos Marx esta línea del poeta mexicano: “El árido mundo actual, el infierno circular es el espejo del hombre cercenado de su facultad poetizante.”
Leo el libro que Xavier Guzmán Urbiola publicó hace unos pocos meses sobre Guillermo Tovar de Teresa y confirmo la presencia del genio. El libro no toca la vida de un historiador brillante, los trabajos de un escritor con gracia: no traza la biografía de un erudito. No es el inmenso archivo de su memoria, su enciclopedia activa y vibrante lo que vale. Es otra cosa: genio. Michel Tournier contrastó esos dones. El hombre de talento es un artista que sabe gustar. Pinta, escribe, esculpe, baila… y agrada. Por eso el hombre de talento “corre el riesgo de actuar a la escucha y al dictado de la masa.” El impulso del hombre de genio es otro. “El hombre de genio crea sin preocuparse por el público.” Por eso suele nadar en contra de la corriente. Su tiempo no puede ser el presente, la popularidad no es su recompensa. Si el presente lo ignora, el futuro, es suyo.
El talento se dispone a ese soborno del reconocimiento, mientras el genio camina sin solicitar aplausos. Guillermo Tovar de Teresa recordaba un aforismo de Bergamín que bien lo retrata: “El buen torero, escribía en su Birlibirloque es el que está siempre lejos del toro, pero en su sitio, que es lo más peligroso para él. Por eso torea siempre de espaldas al público (no es efectista, sino expresivo); porque, aunque la plaza sea redonda, el público lo tiene siempre detrás: delante está el toro.” Enfrentar el toro es darle la espalda al público. Sólo respeta al público quien lo ignora. De ahí su sitio en la cultura mexicana de estos tiempos, tan propensa al coro y a la solidaridad de mafia. Guillermo Tovar fue un tono único en la conversación cultural de México. Sabio, más que culto; entendedor de lo importante, más que erudito, pudo evadir las urgencias del presente para hablar de lo imperecedero.
La palabra México adquiere en el trabajo de Guillermo Tovar otra dimensión. No es la grandilocuencia de los constructores de la nación desde el Estado; no es la de los moralistas que aspiran a cultivar civilización: es el escrito íntimo de un hijo de México. Como Edmundo O’Gorman, Guillermo Tovar sabía que la historia es un acto de amor. Su idea se encuentra con claridad en este párrafo que cito en extenso porque lo dice todo:
En mi concepto, la historia es esa reflexión elucidatoria de los hechos pasados y presentes, concebida como pensamiento comprensivo, como conjunto de representaciones e ideas, relacionadas con los signos cronológicos, de conceptos entendidos como representaciones comprensivas. (…) No es la visión mecánica de la historia politécnica, que la realiza distanciada del placer, como un conjunto de textos que no se gozan: una doctrina que sólo sirve para manipular. La visión moral de la historia corresonde a una introspección. Debe ser una representación comprensiva, lo que equivale a encontrar sus dos aspectos: la simpatía y el entendimiento. Calidez y lucidez. Simpatía determinada por los afectos y las imágenes y entendimiento regido por el intelecto y por la función valoradora de la razón. La visión lúcida es la conciencia y su mejor fruto es la libertad. La historia debe ser bella, respondiéndole satisfactoriamente al sentimiento; verdadera para los fines del pensamiento y buena para el sentido de la actividad. La historia (…) puede ser algo más que una explicación útil o una herramienta; puede ser disfrutable y reveladora, para ser el motivo del amor a sí mismo y a los demás, por el mayor conocimiento de las esencias propias, amor que en su perseverancia orienta la felicidad.
Viendo al toro, dándole la espalda al público, la obra de Tovar de Teresa está regada en una multitud de prólogos de libros inmenos de escasísima circulación, libros inencontrables, notas y textos dispersos en mil sitios. Nos corresponde recopilar esta obra dispersa y difundirla para mostrar esa cálida lucidez.
En el número más reciente de Letraslibres, esta nota sobre Ayaan Hirsi Ali.
Recordamos a Rousseau, el adorador de la soberanía popular, como el gran filósofo de la insurrección. Él sintió que había impedido la revolución. Cuenta en sus Confesiones que, cuando hervía la irritación popular por los abusos del rey y se palpaba la emergencia de una sublevación, apareció un escrito suyo que desvió la atención de la sociedad francesa y concentró en su autor la rabia colectiva. De pronto el levantamiento se dirigió en contra de Rousseau y no contra el Luis. No se trataba de un escrito filosófico contra la religión organizada, un panfleto contra la monarquía absoluta o algún discurso sobre las bondades de la república. Era su diatriba contra la música francesa en donde se pronunciaba por la melodía italiana y denunciaba los ladridos de la música francesa. Así lo recuerda el ginebrino: “En 1753 el parlamento había sido exilado por el rey; los disturbios estaban en su cúspide; todos los signos apuntaban a una sublevación. Mi Carta sobre la música francesa apareció y todos las revueltas se olvidaron de inmediato. Nadie pensaba en nada pero en los peligros a la música francesa, y el único levantamiento que tuvo lugar fue en contra mía. La batalla fue tan feroz que la nación nunca se recobró de ella. Si digo que mis escritos evitaron una revolución política en Francia, la gente pensará que soy un loco; pero es una verdad real.”
Rousseau discutía entonces con el gran Rameau, compositor newtoniano que entendía la música como una compleja arquitectura; una matemática de sonidos entrecruzados. Rousseau, por su parte, creía que sólo era música el canto, la espontánea evocación del aire y de la tierra. El barroquismo musical, la maraña de sonidos era, a su juicio, un invento bárbaro que impedía el goce natural de la canción. Rousseau ya veía en la música un lenguaje o, más bien, al revés. Creía que lenguaje es canto; que cada idioma, más que un vocabulario propio, es una entonación.
Aquella disputa sobre la música y nuestra naturaleza parece recobrar vigencia. La música ha sido un misterio para la biología evolutiva. El propio Darwin pensaba que era una de los grandes enigmas de nuestra especie. Recientemente se ha abierto una rica vertiente de investigación científica al abrirse la caja del cráneo y poder registrar sus labores. Las neurociencias empiezan a analizar el sitio de la música en nuestro cerebro y su conexión con el otro lenguaje, el de las palabras. El lenguaje no será mutación del canto como quería Rousseau, pero la música bien puede ser una vía para reparar problemas de conocimiento y de expresión; para entender los vericuetos de la memoria. Aniruddh D. Patel, clarinetista y biólogo, se ha dedicado a estudiar los resortes que la música activa en el cerebro. Acaba de publicarse una entrevista con él en el New York Times. Patel ha publicado un libro sobre la música, el lenguaje y el cerebro
que ha recibido el aplauso de Oliver Sacks. La conclusión del investigador del Instituto de Neurociencias de San Diego (si es que la entiendo bien) es que nuestra disposición musical no representa una adaptación biológica sino una tecnología ancestral que altera la estructura de nuestro cerebro. El invento que se inserta en lo más profundo de nuestra identidad.
El descubrimiento más reciente de Patel es que el enigma de la música no es sólo acertijo de la especie humana. Una cacatúa baila.