La historia por acá…
reescribiría los libros de Economía.
Convocado por Prospect, el filósofo de Harvard insiste en contraponer el argumento del mercado contra el argumento moral. La Economía tiende a presentarse como una disciplina neutral y cada vez más mordemos su anzuelo. Por eso el autor de Justicia, reescribiría los manuales de economía para reconectarlos con la tradición moral de la que surgieron autores como Smith, Mill o Marx. El primer decreto de Sandel como soberano del mundo sería prohibir el uso de la palabra “incentivar.
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Jonah Lehrer publica un artículo en el New Yorker sobre la psicología de la estupidez. El hombre, lejos de ser la criatura racional en la que han creído los filósofos, suele pensar por atajos sin ponderar inteligentemente las opciones. Lo notable de las investigaciones recientes es la advertencia de que los más vulnerables a tomar el camino estúpido son…los listos.
A propósito del apunte de Lehrer, valdría recordar las cinco leyes de la estupidez humana de Carlo Cipolla:
Primera Ley Fundamental: “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”.
Segunda Ley Fundamental: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”.
Tercera Ley Fundamental: “Una persona estúpida es la que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Cuarta Ley Fundamental: “Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error”.
Quinta Ley Fundamental: “La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado”
Álvaro Mutis
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.
El Guardian celebra el trabajo de Jane Brown con una galería extraordinaria de sus retratos a la largo de las décadas. Bertrand Russell, los Beatles, Francis Bacon, Lucien Freud, Bjork. Retratos de famosos que brillan sin producción escénica. Luz y rostro. Como ejemplo, esta foto de Samuel Beckett de 1976.
Alex Ross coloca, entre lo mejor del 2014, al grupo barroco Quicksilver. Su disco más reciente recoge piezas “extravagantes” del siglo XVII alemán. Aquí una muestra:
“Las palabras son nómadas; la mala poesía las vuelve sedentarias.” Ida Vitale expone así su idea de la poesía en Léxico de afinidades, su caprichoso diccionario personal. No es tarea de la poesía ponerle casa el lenguaje. Su afán es soltar las palabras, dejarlas correr. Las palabras son un “halo sin centro.” Buscamos siempre algo y es la palabra, no la uña, quien escarba: “Abrir palabra por palabra el páramo, abrirnos y mirar la significante abertura.”·
Vitale, quien ha ganado en estos meses recientes el premio Alfonso Reyes y el Reina Sofía, ha mostrado la volátil precisión de la poesía:
Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.
Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud
nos borra.
Memoria, cuaderno de aforismos, poemario salpicado de prosa, el vocabulario que por primera vez publicara Vuelta en 1994 y que ahora puede leerse con el sello del Fondo de Cultura Económica, se rinde ante el dios del azar. Nada más arbitrario que enlazar ideas por la letra que las abre. Brincar del ajedrez al ajo. Merodeo, modelo, monólogo. Piedras, poesía, progreso. Afinidades misteriosas. No es casual, dice ella en un poema, lo que ocurre por azar. Es el trazo de la geometría celeste. Llamamos fortuna al fracaso de nuestra imaginación.
Ambulando entre animales y plantas, fantasmas y plazas, amistades y lecturas, el abecedario sugiere eso: la secreta afinidad de todas las criaturas. La preclara inocencia del alfabeto. Se trata, a fin de cuentas, de un testimonio del revoltivo que nos circunda. Los reinos se mezclan para fastidio de los catalogadores. El azar es un dios extraviado y no se esconde solamente en la catástrofe. A veces, escribe en su poema “Trampas”, se asoma en la alegría. Las líneas de Lucrecio que Vitale escoge como epígrafe de su diccionario son perfectas.
… como una barredura de cosas
esparcidas al azar
el bellísimo cosmos…
Afortunadamente, escribe Vitale, el mundo es difícilmente clasificable. La poesía aparece como el esfuerzo de un orden, así sea el más frágil. En “Reunión”, uno de sus poemas emblemáticos, la poesía aparece como un susurro, una leve disonancia:
Érase un bosque de palabras,
una emboscada lluvia de palabras,
una vociferante o tácita
convención de palabras,
un musgo delicioso susurrante,
un estrépito tenue, un oral arcoíris
de posibles oh leves leves disonancias leves,
érase el pro y el contra,
el sí y el no,
multiplicados árboles
con una voz en cada una de sus hojas.
Ya nunca más díríase,
el silencio.
El acontecimiento editorial del año fue el rescate de los inventarios de José Emilio Pacheco. Las legendarias columnas de Proceso firmadas por jep, finalmente reunidas. Tres volúmenes publicados por Era en donde puede recordarse uno de los genios del poeta: hacer la crónica del presente a partir de lo remoto, entender los hechos con los instrumentos de la imaginación, comprender la circunstancia escapando de ella. En la estupenda selección de Héctor Manjarrez, Eduardo Antonio Parra, José Ramón Ruisánchez y Paloma Villegas podrá encontrar el lector de hoy la mejor vacuna a esa cárcel de inmediatez que nos oprime. No hay pasado ajeno. Tampoco extranjería. Todos los tiempos, en este instante y en cada ser humano la circunferencia completa de las emociones.
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Dunkerque, la extraordinaria película de Christopher Nolan, retrata un inusual evento histórico: “una derrota militar con final feliz”. Así describe el historiador Michael Korda la huida del ejército británico de las costas francesas. La intensidad de la película no puede separarse del tiempo que corre. A la luz de Brexit, Dunkerque es una cinta que hace la épica de una nación que huye de Europa. Si algo destaca en la cinta es la ausencia del otro. Los alemanes acechan desde el primer instante pero no se ven. Se escuchan sus bombarderos pero no sus voces; se ven sus torpedos y aviones pero nunca sus rostros. Tampoco aparecen indios, que contribuyeron singificativamente al rescate. Max Hasting, al ver la cinta describió la actualidad política de la película: Dunkerque glorifica la soledad de la nación.
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De Poesía reunida de Ida Vitale que Tusquets publicó estre año:
Celebrar este árbol,
avizorar el hueco
que va a suplirlo pronto.
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No es infrecuente que las revistas tengan épocas, que vivan relevos, que cambien de piel. Lo raro es que renazcan. Eso puede decirse de la Revista de la Universidad de México. Bajo la conducción de Guadalupe Nettel, la revista es otra y vuelve a ser lo mejor que ha sido. A distinguirse de quienes no ven a su alrededor o de quienes lo hacen con indiferencia, convocaba la editora en la presentación del nuevo ciclo. Cada número propone un asunto para la conversación y lo aborda desde todas las disciplinas. El arte, la ciencia, la literatura explorando la identidades, la sobrevivencia, las rupturas y las pertenencias. En su nueva época, la RUM rescata voces que nos siguen hablando y ofrece un rico diálogo de percepciones. Lo mejor es que ha logrado desentonar con el coro de nuestra endogamia.
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Después de su poderosísima cinta, Fuerza Mayor, el sueco Ruben Östlund dirigió The Square. Un extraordinario talento tiene el director para provocar la incomodidad de su auditorio. Su cine coloca al espectador bajo la pinza de un experimento. Östlund nos llama a identificarnos con lo vergonzoso. The Square ganó este año la Palma de Oro de Cannes. Teniendo como escenario el arte contemporáneo, es mucho más que eso: una exploración de la insensibilidad de nuestro tiempo. El arte secuestrado por la retórica es buena metáfora de la hipocresía que marca nuestra era. Egos inflados con palabrería, vanidades de nobles intenciones, sumisiones de manada disfrazadas de genialidad artística.
Pensando en Cervantes, nuestro máximo poeta dijo que aprender a ser libre era aprender a sonreír. Para Ignacio Padilla, la sonrisa no era aprendizaje sino naturaleza. No había esfuerzo ni impostura en la cordialidad de su gesto. En un tiempo malhumorado y quejumbroso, Nacho sonreía con la naturalidad con la que parpadeaba. Así lo retrataron todas las cámara, así lo han recordado todos sus amigos: sonriendo. “Saludaba sonriendo con esa gracia que empieza por los ojos y la mirada poco a poco se volvía palabra, escribió hace unos días Jorge F. Hernández. Leía en voz alta con entonaciones y gestos que mantenían su boca en media luna, e incluso callado y oyente, Nacho parecía sonreír.”
Se entregó, como pocos lo han hecho en mi generación, al gozo de la literatura. A su culto. Apenas se distrajo en otras ocupaciones. Si alguna vez se desvió de el taller donde combinaba palabras, regresó de inmediato a la vocación. Fue un lector atentísimo que encontró en Cervantes una fértil obsesión. Iba y volvía al Quijote y en cada viaje encontraba algo fresco. Fue un crítico afilado que supo compartir, ante todo, el entusiasmo por las letras. No cayó nunca en el pedantismo académico: No se dedicó, a pesar de su imponente erudición, a la explotación de irrelevancias. Debe haber sido, simplemente, un lector que trasmite sus pasiones. Recordaba la indignación del lingüista Roman Jakobson al conocer que Nabokov había sido invitado a la facultad de Harvard. ¿Cómo es posible que se admita a este advenedizo? Aún admitiendo que fuera un buen novelista, decía el profesor, no conoce la teoría, no es uno de nosotros. ¿Invitaremos ahora al elefante para que dé clases de zoología? Así se sentía Ignacio Padilla frente a sus alumnos: un elefante dando el curso de paquidermos. Contagiaba.
Se definió como un “físico cuéntico.” Cultivó todos los géneros pero ésa era su verdadera casa: el cuento. Se reconocía, más que como un maratonista, como corredor de cien metros. Virtuoso de una brevedad densa, sesuda e irónica, Ignacio Padilla jugó con las palabras para nombrar monstruos, ogros y diablos; para describir la vida de las cosas, el peso de los miedos, los olvidos del arte. Brincaba con gracia de Mafalda al Quijote y de los zombis a Hamlet. Uno de sus último ensayos se propuso confrontar a Shakespeare con Cervantes: ver a uno en la sombra del otro. Encontrar luz en el cotejo. Cervantes y Compañía (Tusquets, 2016) es un trabajo admirable por la ecuanimidad que alcanza la admiración por el novelista y el dramaturgo, por el dios y el hombre.
Defendió brillantemente la impureza del lenguaje, es decir, su vida. “Desde las primeras líneas del Quijote, la volatilidad del idioma como sonrisa erasmiana se ha opuesto al rictus medieval petrificado de la lengua, una lengua que, con no ablandarse, no conmueve. Al ingresar a la academia por la puerta trasera, el alcalaíno ha embellecido a martillazos, con la lengua de la tribu, el duro mármol de la lengua del monarca y el obispo: contra la inamovilidad y la muerte, el habla movediza de la vida; frente al latín del púlpito y la cátedra, el balbuceo alegre del lenguaje otro; frente a los discursos sacralizantes y sordos, la burla destemplada y dialogante. Con su crítica, Cervantes nos recuerda que nacemos cada día de la sangre derramada en el feliz combate de dos linajes verbales: uno solemne y otro risueño, uno ancestral y otro gestante, el uno tan necesario como el otro.”
Nos han dicho que el libro es solamente el recipiente de la escritura. Tan libro la edición antigua e ilustrada del Quijote como la pantalla en la que fluyen cada una de sus letras. Leer en kindle es una experiencia idéntica a leer en papel, nos dicen los entusiastas de la novedad. Los signos comunican el mismo mensaje así estén inscritos en piedra, en papel o en tijera. Absurda nostalgia, la del lector que se aferra a su fetiche estorboso, pesado, grueso y polvoso. Las ventajas son innegables. Se puede cargar una biblioteca en la bolsa sin cansarse el brazo. (…)
Resulta que la experiencia no es la misma. Que el medio no es transporte inocuo de las letras. Quienes nos aferramos al papel no lo hacemos solamente por añoranza del peso y los olores, sin por advertir un tipo de vivencia, por honrar un vínculo con el texto, por practicar una gimnasia dactilar que termina por acercarnos de un modo peculiar a los símbolos. Cualquier lector sabe que su edición es un puente único a la lectura. Entiende bien que la tipografía y la disposición de los espacios, que el grueso del papel y la imagen de la portada marcan el cortejo de su lectura. El “dispositivo” en el que leemos marca la experiencia lectora. No es lo mismo leer en la pantalla que en el papel.
Maria Konnikova publicó hace un año un artículo en el New Yorker que vale rescatar. El cerebro reacciona de modo distinto a la palabra “casa” cuando está escrita en papel que a la misma palabra escrita en una pantalla. Podría decirse que, en pantalla, la palabra es la fachada y en papel es la fachada y la cocina, la alacena, la recámara y sus cuadros. La fisiología de la lectura importa. No puede pensarse que los elementos tecnológicos del libro sean irrelevantes. Un libro tradicional tiene una entidad física que llama a cierta postura, a ciertos ejercicios manuales. El texto avanza gracias a nuestros ojos y nuestras manos. No se escurre angustiosamente por una ventana, permanece con tranquilidad en su sitio. (…)
El argumento de Konnikova es que, a través de la pantalla, apenas rozamos la lectura. Nos quedamos en la superficie porque tendemos a brincotear. El papel, por el contrario, nos exige una concentración mayor. Nos invita a profundizar, a penetrar los significados que se encierran entre las tapas de un libro. Eso: el libro es un paréntesis del mundo. Estudios que la escritora cita lo demuestran. Un experimento dio a dos grupos del mismo nivel escolar y de calificaciones equivalentes el mismo libro en dos formatos. Un grupo leyó en papel y el otro en e-book. Quienes leyeron en papel comprendieron mejor lo que el libro decía, los lectores electrónicos se quedaron en la superficie del texto.
El mosquito que ronda la oreja de nuestra era es la distracción electrónica. La información de todo, accesible todo el tiempo, la comunicación perpetua, con todo mundo. El papel, silencioso y quieto, es un espacio de resistencia.
El artículo completo puede leerse aquí.
He visto que en tu blog has recogido varias cosas de Hockney. Recordarás, Jesús, sus trabajos en fax.
google no me ayuda a encontrar imágenes de sus trabajos en fax pero seguramente tú (o los que ven tu blog) podran ubicar.
Saludos desde Tampico
Desde que tengo iphone tengo tiempo de visitar blogs… Como ahora! (que superfluo, debería hacer arte)