Más, por acá.
Nexos preparó una carpeta de textos en celebración del centenario de Albert Camus. El dossier incluye su intercambio epistolar con Louis Guilloux (y el prólogo que escribió para sus novelas); un artículo de Roberto Breña sobre el pensamiento de Camus y la «hegemonía liberal»; un texto de Arturo Gómez Lamadrid sobre su relación con Argelia. Antonio Saborit escribe sobre el novelista y Hugo Hirart sobre el dramaturgo.
Tusquets ha publicado un libro titulado La felicidad y lo absurdo que incluye colaboraciones de Vivian Abenshushan, Luigi Amara, Roger Bartra, Elsa Cross, Javier Sicilia, Carlos Pereda, Mauricio Tenorio, Carlos Pereda, Tedi López-Mills y Jaime Labastida. El ángel de Reforma recoge la colaboración de Roger Bartra.
Laberinto, el suplemento cultural de Milenio, dedicó su número anterior al centenario. El cultural hizo lo propio, con artículos de Michel Onfray, Rafael Chirbes, Javier Villán. También publica una selección de aforismos inéditos y una nota sobre el Camus favorito de Muñoz Molina, Savater y otros.
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Camus en el blog:
– Gopnik, Camus y el arte editorial
– Inédito de Camus
– Camus sobre Dostoievski y el nihilismo
– Camus: Reflexiones sobre la guillotina
– Camus a 50 años de su muerte
– Vivir sin dios y sin razón
Alberto Manguel escribe sobre la desaparición de la Enciclopedia Británnica como publicación y su refugio en la red. El obituario a sus páginas es nostalgia de esas sorpresas que aparecían al hojearla.
Con la decisión de no publicar más la Enciclopedia Britannica (cuya undécima edición Borges consideraba una obra maestra literaria) se cierra una era en la que trocitos de saber universal estaban a nuestro alcance en nuestros anaqueles. Lo cierto es que recorrer un tomo cualquiera, perdernos en el camino y detenernos donde sea, no es igual a teclear una pregunta y recibir la respuesta inmediata. La enciclopedia virtual es sin duda más veloz, más fehaciente, más al día (un intrépido explorador de la Red afirmó que la Wikipedia contiene diez veces menos errores que la venerada Britannica). Sin embargo, hay en la lectura demorada, en la curiosidad sin prisa, en la vista material de las riquezas que la vasta enciclopedia de papel prometía, algo que no puede remplazarse con mera eficacia electrónica. Quizás sea la nostalgia de saber que no podíamos saber todo.
Excélsior rescata el primer inventario de José Emilio Pacheco, publicado en su suplemento Diorama, el 5 de agosto de 1973. Aquí lo copio, íntegro:
inventario
Las mariposas son libros
En pocos días la industria literaria ha sufrido la muerte de Henri Charriere y la autojubilación de Corín Tellado. Creador y creatura se fundieron en Cherriere que hizo al mismo tiempo un lbro: Papillón, su bestseller de 1969, y una figura pública: su propio personaje, el fugitivo diez veces escapado de Cayena y otros infiernos de la Guayana francesa.
En teoría, Papillón realizó el ideal clásico: escribir sólo después de haber vivido, narrar a edad avanzada las peripecias de una existencia fuera de lo común. El antintelectualismo de nuestra época mitificó al hombre que había elegido el frágil apodo de “Mariposa”. Su libro se empleó como medio de producir millones de dólares y como ariete contra la literatura. Pero ningún autor que venda un millón de ejemplares puede salvarse de las demoliciones: Charriere fue desenmascarado; sus impugnadores probaron, al parecer irrebatiblemente, que Papillón era más bien un trabajo de ficción industrial que el relato en vivo y en directo de una experiencia irrepetible; que las dotes narrativas correspondían no tanto al antiguo hampón, presunto delator, indudable forzado en las colonias penitenciarias francesas, dueño de un centro nocturno en Caracas, como a los varios escritores anónimos que, por órdenes de una casa editora con buen ojo mercantil, rehicieron y aderezaron el manuscrito elemental de Charriere.
Boquitas selladas
“El escritor español más leído de todos los tiempos”, doña Corín Tellado, afirmó con castiza brusquedad: “Llevo veinticinco años pariendo una novela cada cuatro días… y he decidido colgar los trastos”. Así pues, no se trataba de un sindicato de escribientes amparados bajo un seudónimo común, un nombre genérico, una manera industrial sino una persona capaz de sobrepasar (en cantidad) la obra de varias generaciones literarias. Como los grandes folletinistas del siglo XIX Corín se queja de explotación por parte de los editores. A ellos corresponde la gran tajada de una obra que en libritos, revistas, fotonovelas inunda hasta hoy todos los confines del mundo hispánico.
Corín Tellado dio a España casi tantas divisas como la Costa Brava o la Semana Santa en Sevilla. Emperatriz de la novela rosa, genial manipuladra de nuestra entrañable cursilería, “pornógrafa inocente”, en mil historias que son la misma historia —de “Ella y su jefe” a “Me casé con él”, desde “Se busca esposa” hasta “Lo encontré así”— Corín Tellado entregó a su público lo que buscaba, lo que se dejaba imponer: evasión, enajenación, entretenimiento, esperanza, conformismo: drogas en letra impresa, pócimas verbales para anestesiar el sentimiento de la injusticia social, la soledad, la decepción, el abandono, el horror cotidiano de nuestras sociedades hechas para aplastar a todas sus mujeres.
Rechacemos su coartada de pleito editorial: sobre la abdicación de Corín Tellado pueden proponerse varias hipótesis, algunos ejercicios de sociología instantánea: a) derrota del sentimentalismo de ultramar a manos de la melcocha autóctona (Yolanda Vargas Dulché, Celia Alcántara); b) triunfo de la televisión infraconsumible sobre un medio que a pesar de todo exige un mínimo esfuerzo intelectual por parte del lector; c) crecimiento de la conciencia en un vasto núcleo femenino que ya se hartó, que ya no se deja engañar con variantes innumerables del cuento de hadas sobre la empleadita / huérfana / campesina a quien el amor convierte en millonaria; del chofer / mandadero / labrador que se casa con la hija del patrón y hereda industrias, flotas mercantes, latifundios. O tal vez (d) la evanescencia de Corín Tellado se debe a que nuestro mundo se ha vuelto tan horrible que ya nadie cree que nada, ni siquiera una novelita del subgénero ínfimo, pueda tener final feliz.
Poesía y verdad
“Uno exige dos cosas de un poema”, escribe W. H. Auden, que sabe bien de lo que habla. “Primera: debe ser un objeto verbal bien hecho que honre el idioma en que está escrito. Segunda: debe decir algo significativo acerca de una realidad común a toso nosotros, pero vista desde una perspectiva única. Lo que dice el poeta nunca antes se dijo, si bien una vez dicho sus lectores reconocerán la validez que tiene para ellos mismos”.
Juego
de cartas
El desarrollo electrónico está a punto de exterminar dos artes, dos formas esenciales de intercambio humano: la conversación y la correspondencia –que es la continuación de la primera por otros medios más afinados, más espontáneos, menos inhibidores de la sinceridad, libres de la urgencia por usar la palabra en el intersticio que conceden las pausas de los otros. De allí el consejo de Stendhal a su interlocutor: “Cuéntamelo como si me estuvieras escribiendo”. Y el de Balzac a los jóvenes aspirantes: “El estilo de un escritor se va haciendo en sus cartas”.
Igualmente ciertas son las admoniciones contrarias: “No hay carta privada”, “No escribas nunca una carta que te abochornaría ver impresa”. Unas y otras verdades se ponen de manifiesto en obras que, ante el ocaso del género epistolar, reviven los tiempos de su esplendor:
El primer tomo de la celebra Correspondance de Gustave Flaubert en la definición definitiva que ha hecho Jean Bruneau para la Bibliothéque de la Pléiade incluye cartas escritas de los nueve a los treinta años de edad (1830-1851): hablan de la familia, la escuela, los amigos, los amores con Louise Colet, la huida a Egipto y al Asia Menor, el comienzo de Madame Bovary. André Fermingier, en Le Nouvel Observateur, considera estas cartas “una obra maestra, el más hermoso relato de viaje que nos dejó el siglo XIX”. Póstumamente, la obra de Flaubert lo defiende de Sartre, quien ha dedicado sus esfuerzos finales de escritor, su sabiduría, su poderosa inteligencia, a intentar demolerlo en ilegibros de abrumadora densidad.
-Dos selecciones norteamericanas de The Letters of Anton Chekhov: 500 traducidas por Avraham Yarmolinski y 185 que seleccionó Simon Karlinsky entre las 4, 200 de la edición oficial soviética (1948-1954). Las cartas de Chejov constituyen una incomparable aunque fragmentaria autobiografía, un testimonio sagaz acerca de la Rusia en que ya se levantaba el viento de la revolución, un marco para entender mejor las ideas, sensaciones, anhelos que subyacen en sus cuentos y obras teatrales. Sobre el “affaire Dreyfus” escribe Chejov:
“Zolá tiene razón, porque la tarea del escritor no es acusar ni perseguir, sino defender, incluso a los culpables, cuando ya han sido condenados y sufren el castigo…”.
Años antes, en 1886, propone seis reglas para el arte de contar un cuento:
1) Ausencia de verborrea
política-social-económica.
2) Total objetividad.
3) Descripciones veraces de personas y objetos.
4) Brevedad externa.
5) Audacia y originalidad: evitar los estereotipos.
6) Compasión.
La maledicencia, consuelo momentáneo de nuestras imperfecciones y fracasos, es una de las ruedas que mueven la vida cotidiana en los pueblos hispánicos. Compensatoriamente, su historiografía literaria era pudibunda, raras veces sacaba a la luz los papeles privados de un escritor. La revolución sexual ha llegado a las biografías: en “Vida y obra” de Emilia Pardo Bazán, que publica en Madrid Carmen Bravo Villasante, se transcribe la correspondencia erótica que la gran precursora de las liberacionistas e introductora del naturalismo en nuestro idioma sostuvo con su amado Benito Pérez Galdós. La documentación se da como “rigurosamente inédita hasta hoy”. Lo cierto es que algunas de estas cartas se dieron a conocer hace dos años en Excélsior.
El libro de Carmen Bravo en torno de la admirable condesa Pardo Bazán (1851-1921) tiene muchos datos nunca antes revelados. Por ejemplo, nos informa que un muchacho lleno de talento y voluntad impugnadora entró en el gran mundo de las letras, pasando por la alcoba de doña Emilia. El joven era oriundo de Valencia. Se llamaba Vicente Blanco Ibáñez.
Maketing IT
A 11 años de su muerte, se diría imposible escribir algo nuevo sobre Marylin Monroe. Norman Mailer lo ha logrado en un volumen que contiene espléndidas fotos y lleva por título el sólo nombre de “Marylin”. Cuesta 20 dólares, pesa lo que aquellos tomos que se regalan para ser exhibidos, no leídos. Contra lo que nuestro malinchismo supondría, su texto no es mejor que los célebres de Cardenal (en verso), y Monsiváis (en prosa), pero Mailer consuma de algún modo sus nupcias de ultratumba con quien es acaso la única superestrella que ha producido Norteamérica. En una temporada que dominan las obras en torno de Watergate y la ITT, su delirante ensayo es una inmersión sadomasoquista en la nostalgia por los Estados Unidos de un ayer inmediato que ya parece remotísimo, un homenaje aberrante, un abusivo desagravio, una recordación apocalíptica de que al morir Marylin se llevó consigo el esplendor de Hollywood e inicio el fin del sueño norteamericano.
Enrique Vila-Matas reflexiona sobre el sitio del pensamiento. Lugares que sirven para reflexionar, ámbitos que estimulan el surgimiento de la idea. Habla de la cabaña que Wittgenstein construyó para sí mismo hace un siglo.
En Skjolden logró aislarse y oír su propia voz y confirmó que se podía pensar mejor desde la cabaña que desde la cátedra. De hecho, empezó a dirigirse desde allí muy particularmente a quienes quisieran iniciarse en un nuevo modo de ver las cosas y no a la comunidad científica ni a la ciudadanía. (…) Exilado de la estupidez humana, al amparo del aire espontáneo de su refugio noruego, junto al fiordo Sogne, abrió con sus actitudes hacia la filosofía un camino: trató de comprender, no de juzgar; trató de convencer, no de demostrar. A lo largo de un año febril en el que no se cansó de alumbrar nuevos movimientos en su pensamiento ("¡entonces mi mente estaba en llamas!"), cambió la filosofía internacional, aunque el mundo hoy sigue igual, o peor: seguimos rodando en silencio y es imposible ver detrás del sol; pensar continúa siendo anómalo y sin duda faltan cabañas.
Fue el mismo filósofo quien dijo que “en la civilización de la gran ciudad el espíritu sólo puede retirarse a un rincón."
Ayaan Hirsi Ali ha escrito un nuevo libro: Nomad: From Islam to America: A Personal Journey Through the Clash of Civilizations, ensayos autobiográficos y alegatos liberales. El New York Times publica hoy una entrevista con ella.
Como un guiño a la institución que la hospeda, la exposición de Anish Kapoor en el Museo Universitario Arte Contemporáneo hace alusión a dos escuelas: la de arqueología y la de biología. Es una advertencia de las antinomias esenciales del escultor. Resulta difícil conciliar los dos universos se confrontan en el trabajo de Kapoor. La pureza cósmica y el caos visceral. La luz que refleja todos los brillos y una luz extinta. El espejo y el intestino.
Dos fugas: enterrarnos en nuestro cuerpo, escapar de él. Destazar el cuerpo, congelar su imagen. La obra de Kapoor es el juego de la proyección. El espacio como pasadizo a otro sitio. La materia se lanza hacia el infinito, hacia lo recóndito, hasta el origen. Siempre hay algo más allá del espacio, ha dicho. Esa es precisamente la sensación del espectador ante sus piezas. Esculturas que sojuzgan o aligeran al espectador. Ser devorado por la oquedad de sus negros infinitos, perder contorno en sus reflejos, abismarse en su carnicería. Miedo, gozo, asco, alegría, embeleso.
Una pieza de 2013 en Versalles conversaba con el cielo. Con un enorme plato le regresaba su imagen a las nubes. También ha puesto de cabeza a los museos y le ha regalado a las ciudades frijoles para retratarse. “Nuestra misión como artistas es tener la intuición de lo cósmico, ha dicho.” En una de las salas de la exposición puede verse su laboratorio para otro universo. Un cubo de acrílico que capta el nacimiento de lo que puede ser el primer átomo, la primera galaxia o la primera bateria. Por esa intuición se rinde ante la seducción del espejo y del bisturí. Reflejo y fisura del cuerpo. La membrana que envuelve nuestras tripas traza la frontera esencial de nuestra vida: los intestinos y el mundo. “La piel, continúa diciéndole a Julia Kristeva, es una membrana de unión, es permeable y transparente. Contiene y constituye un vehículo de identidad entre el adentro y el afuera. Lo que está adentro es profundamente misterioso como lo que está en el cosmos y en muchos aspectos le es idéntico. El cuerpo, el espíritu y el cosmos son todos ellos poéticamente poderosos e interdependientes.” Esa misteriosa correspondencia del cuerpo y el universo puede advertirse en la exposición del MUAC. Los infinitos de la entraña y el cosmos.
Fascinantes paralelos: el hígado y el cristal. El polvo y la nada. El monolito y el arenero. Lo delicado y lo grotesco. Explosiones y contracciones. El huevo y el útero. El horizonte y el drenaje. Gotas, granos, destellos. La luz perfecta reflejada en las formas más puras. Negritud absoluta que nos succiona. El caos de las tripas y el tiempo que lo pudre todo. Una piedra le abre una cavidad al infinito. El color se espolvorea liberándose de su forma. Fluye el pigmento. El observador se multiplica en las piezas de Anish Kapoor. También se pierde en ellas. Misterios de la luz y de la oscuridad.
Ya muy
vieja, en su asilo, la madre de Charles Simic le preguntaba si todavía escribía
poesía. El hijo, un poco avergonzado por la decepción que le volvería a causar, le contestó que sí: seguía en ésas. ¿Seguir escribiendo poesía a los
setentaytantos? Algunos piensan que, para un hombre de esa edad, escribir
poemas es como salir a patinar por las noches con una muchacha de secundaria.
De la perseverancia de Charles Simic deja constancia su nuevo libro, (New and Selected Poems. 1962-2012, HMH,
2013) una antología de medio siglo de poesía.
Cincuenta
años de constancia: tan maduro el primer poema como el último; tan fresco el poema
del viejo como el de veinteañero. Esa es, quizá, la gran sorpresa de este libro
magnífico, sólido; voluminoso pero compacto. Poemas tallados en la misma madera
oscura y severa, de la que brotan siempre las astillas irónicas, ácidamente
sonrientes. Comenzar el libro desde la primera página es entrar ya en la
pesadilla demencial de su historia. Una carnicería traza nuestro mapa.
Un delantal cuelga del gancho:
Embadurnado por continentes inmensos
Mapas de sangre,
Los grandes ríos y océanos de sangre.
Nuestra
cartografía dibujada a golpe de cuchillo. En el poema gobierna la noche como en
casi todos los poemas de Simic. La carnicería está cerrada pero hay una luz
solitaria “como la del condenado cavando su túnel.” Y ahí, en la hondura de la
noche, el poeta escucha una voz. Toda su poesía proviene de esa luz, de esa voz,
la voz del condenado. Ahí, en este poema-epígrafe, se fija el tono de su
escritura: el reconfortante pesimismo del insomne. Sabiduría de la humildad que
quiere ser piedra, adentrarse en la roca inerte que el niño arroja al río y que
los peces mordisquean… y escuchan. Tal vez las paredes de la piedra no son tan
oscuras como parecen: cuando dos piedras se rascan vuelan las chispas.
Bordando
siempre la catástrofe, ajena a todos los engaños de la esperanza, en alerta
siempre frente a la imbecilidad de la política y la ideología, la poesía de
Simic sonríe. No deja nunca de escuchar la palabra del despreciado. El humor
está presente en la poesía de Simic—como estaba en el Belgrado de su infancia.
Mientras caían las bombas, recuerda en sus memorias, se contaban los mejores
chistes. En un poema recogido en esta antología retrata su cameo en la cinta de
la historia. Tuve un papelito en la épica sangrienta del siglo, escribe. Se me
puede ver en la película: no tengo parlamento pero aparezco ahí apretujado como
pollo, escuchando al Gran Líder. También fui uno de los bombardeados, también
huí de la ciudad en llamas pero, obviamente, eso no lo filmaron. Pero sé que
estuve ahí.
Simic ha
podido ver el monstruo que nos observa todos los días en la mesa. El tenedor es
una criatura horripilante: la pata de un pájaro en el collar de un caníbal.
Odas elementales a la escoba, la cuchara, los zapatos, los ratones, las moscas,
los gusanos. Tengo fe en usted: Don Gusano. En este mundo de incompetentes, sólo
usted es eficiente y confiable en la administración de su negocio.
Al terminar
una entrevista, el periodista le preguntó a Simic si quería agregar algo. En
italiano, dijo: Mangia molto, caca forte, I nia paura de la morte.
Come mucho, caga fuerte y no
temas a la muerte.
De un artículo de Savater:
¿Cuál es la diferencia entre un rostro bello y uno realmente atractivo? Pues que el bello omite los defectos y el atractivo los tiene, pero irresistibles. La perfección que respeta todas las normas clásicas merece el encomio gélido del museo, pero cuando la imperfección acierta nos la queremos llevar a casa y vivir con ella y para ella. Se hace admirar lo que cumple las pautas y se hace amar lo que las desafía. Y eso en todos los campos, eróticos o artísticos. Hasta en política…
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