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Vargas Llosa comenta en su Piedra de toque el libro de David Caute sobre la rivalidad entre Isaiah Berlin e Isaac Deutscher:
El libro es interesante, seriamente documentado, pero no simpático, por la antipatía que profesa Caute a Isaías Berlin y que asoma con frecuencia, sobre todo cuando, al paso, se empeña en subrayar sus frivolidades, cultivar la amistad de los poderosos y de los millonarios, y mostrarse a veces algo fatuo y soberbio con la gente. Y, también, algo mucho más grave, dando a entender de manera subrepticia que algunas de las mayores aportaciones de Berlin a la cultura de la libertad, como su teoría sobre la libertad “negativa” y la “positiva”, su división entre los intelectuales “erizos” y “zorros” y la clara demarcación entre un liberal y un conservador, no fueron ni originales ni importantes. La verdad es otra: Berlin es uno de los más importantes pensadores políticos de nuestro tiempo y uno de los pocos cuya obra deslinda con perfecta y sistemática coherencia el liberalismo recortado y sectario de quienes lo entienden como una exclusiva doctrina económica de defensa del mercado, de quienes, como él mismo, ven en él una doctrina en la que la tolerancia, la coexistencia política, los derechos humanos, el espíritu crítico, la cultura y la fiscalización del poder son tan importantes como la propiedad privada y la economía de mercado para estimular el progreso social.
El peruano no deja de reconocer los méritos del biógrafo de Trotsky:
…que todas las profecías y anhelos políticos de Deutscher se frustraran, no quita el menor valor a buena parte de su obra ni resta méritos al coraje y a la honestidad con que defendió siempre sus ideas. Él fue un marxista antitotalitario, esa rareza; fue la razón por la que el Partido Comunista polaco lo expulsó de sus filas y porque fue siempre la bestia negra de los estalinistas de la URSS y del Occidente. Él nunca negó los terribles crímenes que se cometieron bajo Stalin y los libros y ensayos que dedicó a éste y a Trotsky los documentan con rigor. Pero siempre estuvo convencido de que, pese a todo ello, el comunismo se reformaría a la corta o a la larga de sus taras, y que, retornando a las fuentes primigenias del marxismo, establecería sociedades más justas, más humanas, más decentes, que el capitalismo cuyo éxito exigía la explotación de los más por los menos y era constitutivamente injusto y condenado por eso, tarde o temprano, a extinguirse. La famosa reforma interna de la URSS que tanto esperó Deutscher nunca se hizo realidad y, al final, fue el comunismo el que dejó de existir, por lo menos como una alternativa tangible a las democracias liberales.
Si los periódicos tuvieran voto, dicen los editores del Guardian, éste diario votaría con entusiasmo por Clegg. El periódico abandona su tradición de votar laborista. La razón principal de su respaldo es que el candidato de los liberales demócratas propone un régimen de representación proporcional. Votar por Clegg, reacciona Tony Blair, no es serio.
The Economist vota por Cameron. A Brown le reconoce talento para encarar la crisis pero enfatiza el cansancio laborista. Clegg es un personaje más interesante que sus propuestas. Cameron está, a juicio del semanario, más cerca de las políticas que necesita Inglaterra.
El Times de Londres también se pronunca por Cameron a quien pinta como el modernizador de la plataforma Tory.
Guillermo Sheridan recoge algunos cables de la Embajada norteamericana a su gobierno que se refieren a Octavio Paz y Carlos Fuentes:
6 de febrero de 1975. “Carlos Fuentes nuevo embajador en Francia”. En los 60 Fuentes participó en el “Movimiento de Liberación Nacional”, inspirado por Cuba. Por esto, y por haber sido reportado como miembro del Partido Comunista, no tiene derecho a visa desde 1962, si bien se le han otorgado varias dispensas. “Es uno de los pocos intelectuales mexicanos importantes en los que LEA parece hallar respuesta. En junio de 1972 le organizó un encuentro con intelectuales en Nueva York. En septiembre de 1974 publicó una alabanza de LEA en la revista Time”. El embajador lo declara más agradable, gran conversador, agudo y mundano que la mayor parte de los “intelectuales” mexicanos (“que son muy tercos”).
10 de febrero de 1975: el Departamento de Estado recomienda olvidar los malos antecedentes de Fuentes y en adelante mostrarle respeto.
19 de febrero de 1975: Con García Márquez y Cortázar, Fuentes es uno de los “famosos novelistas” que aplauden a LEA cuando instala la Comisión Internacional para investigar los crímenes de la junta militar chilena.
Una pregunta ronda toda la poesía de José Emilio Pacheco. ¿Qué tierra es ésta? El paisajista nombra las muchas superficies de la desolación mexicana: costras, cicatrices, surcos de aridez, polvo y ceniza. Debajo del suelo de México, un lago muerto.
Piedra en el polvo:
donde estuvo el río
queda su lecho seco
Nuestra superficie no es el maíz: es suelo estéril que apenas recubre las aguas podridas. Se retrata en su poesía una pesadumbre frágil, vulnerable. Prevalece la materia mineral, volcánica, pétrea. Falta aire. El agua está presente pero no como un abismo líquido sino como una alfombra ondulada: fluctuante gestación de sales y espumas. Rocas, volcanes, murallas, cascajo, desiertos, montañas, ciudades. Todo el imponente tonelaje de la materia resulta deleznable. No hay metal que sobreviva la terca descarga de los siglos. La soberbia del muro vertical será humillada tarde o temprano. Arquitectos y estadistas edifican con ceniza. Por eso no hay contrato de equilibrio que valga. Las piedras no tienen palabra. Los huesos tampoco. La ruina es el trofeo de la historia, la orgullosa conquista del tiempo. Nos rodean devastaciones.
La honda tierra es
la suma de los muertos.
Carne unánime de las generaciones consumidas.Pisamos huesos,
sangre seca, restos,
invisibles heridas.El polvo
que nos mancha la cara
es el vestigio
de un incesante crimen.
“Vivir es ir muriendo,” dice Pacheco. La muerte conspira desde dentro o desde abajo. Es el parásito silencioso que crece en la panza de un niño; el terremoto que convierte el suelo en abismo. El lamento del moralista se detiene en la precariedad de nuestras envolturas. El encantamiento de las superficies es visible en la poética de José Emilio Pacheco. Su mirada no es de taladro: es de uña. El poeta rasga metales, cortezas, pavimentos y cristales para registrar sus desventuras metafísicas. Mira la tierra y contempla el “obstinado roer” que devora el mundo. Piso, casa y piel nos desertan. Toda cubierta es corroída por un adversario implacable: el rostro se arruga; los muros se agrietan, el hierro se oxida, los cristales se llenan de vaho, las paredes de moho. Vivimos en vasijas defectuosas. Tendría razón Valéry cuando dijo que lo más profundo era la piel. Alcanzando esa sabiduría que los diccionarios ignoran, José Emilio Pacheco nombra nuestra honda miseria epidérmica.
Emily Dickinson describió la silenciosa complicidad entre quien escribe y quien lee:
¡No soy nadie!
¿Quién eres tú?
¿Tampoco eres nadie?
Ya somos dos –¡Pero no lo digas!
A explorar esa secreta intimidad dedicó Louis Glück su conferencia del Nobel. Desde muy niña sentí que Dickinson me había elegido a mí, que me reconocía de alguna manera. Ella y yo formábamos una especie de cofradía: compañeras en la invisibilidad. “En el mundo éramos nadie.” Ese parece el único plural que admite la poesía: la pareja de invisibles que se reconoce en la tinta de una página. Para la poesía, dice Glück, el juicio de lo colectivo es peligroso. ¡Qué distinto sería si aquel poema hablara en plural! No somos nadie. ¿Quién eres tú?
La voz que me llama, dijo Glück en una ceremonia que no pudo celebrarse en Estocolmo, es la voz de la soledad, esa que encuentra forma en el lamento o la añoranza. “Poetas en cuya obra desempeñaba yo, como oyente elegido, un papel crucial. Íntimo, seductor, muchas veces furtivo o clandestino. No poetas de estadio. No poetas hablando consigo mismos.”
*
En el festival de este año del New Yorker Emmanuel Ax y Yo-Yo Ma tocaron una pieza para cello y piano de Beethoven. La elección no fue casual, ni un simple tributo de aniversario. En conversación con Alex Ross, quien acababa de publicar su trabajo monumental sobre el wagnerismo, los intérpretes reflexionaron sobre el valor y la pertinencia de la pieza para estos tiempos oscuros. La sonata número 3 está llena de optimismo y belleza, dice el pianista. Es una obra abierta, jovial, esperanzada. Pero Ax advierte que, en el manuscrito de la partitura, el compositor anotó cuatro palabras como dedicatoria al mecenas que había comisionado la pieza. “Entre lágrimas y dolor.” Esa pieza rebosante de alegría deja entreoír la tristeza de la que surge.
*
En El reino de lo no lineal, de Elisa Díaz Castelo, Premio Bellas Artes de poesía Aguascalientes, 2020, la escritora roza la muerte, toca la desolación y regresa a este mundo con una sonrisa. Sus poemas entretejen múltiples voces, relatos, refranes, mitos, hallazgos científicos para abordar los límites de la existencia. La extinción de la vida y de la razón encuentran contrapunto en el caldo de lo orgánico: venimos de una lluvia roja, somos el impacto de un meteorito. Tal vez eso, dice: una cicatriz:
“Vida: el reino de lo no lineal: Prigogine: de la autonomía del tiempo: también: la banqueta rota por las raíces de una acacia: la sintáxis inútil del desorden: el agua a contraluz: canto para sobrellevar la espera: Dickinson: teoría de los principios simples: enzimas: esporas: ribozomas: el amor desmedido de Dios por los escarabajos.”
*
A cultivar la herencia se ha dedicado Adolfo Castañón, merecedor del Premio de Artes de este año. No escribir libros: leerlos. Escribirlos, si acaso, para pulir lecturas. En su “Epitafio del lector” se advierte aquella intimidad de la que hablaba en Glück en su conferencia Nobel: “Leo un texto que alguien ha escrito para mí. No es diferente de los demás. Todos, en cierto modo, han sido escritos para mí. Esa voz tiene un libro entre manos; ese libro soy yo. En esta página veo reflejado mi rostro como un espejo. Estas líneas, ¿no son mi fisonomía? ¿quién me observa si lo son? ¿Acaso las letras pueden mirar? La voz se hace letra y me habla, mira.”
Todo es señal. Flecha hacia otro punto. Nada se agota en sí. La pintura de Vicente Rojo es una caligrafía recóndita, un alfabeto visual que no aspira a la palabra. Sea troquel o frase de formas, es insinuación de un lenguaje infinito, indescifrable. Ese caracol es una nota, esa tela una párrafo; el óleo es una cifra, la serigrafía un signo de puntuación. Almanaque, pentagrama, abecedario. “Una escritura que no busca ser leída,” dice bien Verónica Volkow.
La exposición que se presenta en el Museo Universitario Arte Contemporáneo observa el diálogo entre pintor y la escritura. Resalta, en primer lugar, el diseñador, el editor que ha marcado visualmente la cultura mexicana. Vicente Rojo ha sido, sin duda, el gran renovador del diseño gráfico en el país. El fundador de una escuela viva. Un libro, un cartel, la página de una revista no son solo dispositivos de texto: son piezas de arte. La cinta visual de la cultura de nuestro tiempo lleva su firma. Las portadas que diseñó para el Fondo de Cultura Económica, para Mortiz y para Era, la plantilla de La jornada, el diseño de Plural y de tantas otras revistas, son el tapiz de la cultura mexicana de las últimas décadas. Rojo tuvo la suerte de ser uno de los primeros lectores de Aura, de Cien años de soledad, de Las batallas en el desierto Las batallas en el desierto y de darles piel. La exposición del MUAC nos lo recuerda: hemos leído a través del ojo de Rojo.
Su trabajo editorial ha regado su gusto por el mundo. El cuidado de los libros es, a fin de cuentas, un acto de comunicación, de servicio. Su actividad plástica camina en sentido contrario—o, por lo menos, así lo ve él. Hermetismo en el lienzo, elocuencia del cartel. La pintura como el polo opuesto al diseño. “Son dos caminos que, aunque son paralelos, en realidad van en direcciones opuestas: la parte editorial, la proyecto hacia fuera de mí y la parte pictrórica cada vez más hacia adentro.” La meditación del pintor sigue siendo, sin embargo, diálogo. Arte epigramático. Con nudos y rizos le escribe una carta a Joseph Conrad. Un laberinto es su mensaje a Fritz Lang. Homenajes a la poesía, Arte que conversa con el arte. Todos sus cuadros son estelas de un idioma que aún no aprendemos. Códices de lo indefinible.
Sólo la memoria visual de un taxonomista podría alimentar la imaginación de quienes han pintado o descrito una zoología fantástica. Leones que vuelan, serpientes galopantes, toros con cabeza de hombre. Sólo un enamorado de las letras y sus formas podría fundar una tipografía fantástica. De ese diálogo entre la letra de sonido fijo y la letra alucinante ha brotado un prodigioso libro de letras imaginarias. Una a con tres barrigas, una jota con punto de eme.
Pensar es insistir. Cierta terquedad es indispensable para el andar el camino de la intuición a la idea. Es fascinante contemplar esta retrospectiva como el taller de un pensador que borda imágenes, que exprime la visión. Así las series de Vicente Rojo: tenaces exploraciones de una forma. Ejercicios caligráficos; mantras, horizontes que se abren en la repetición. Hormas de lo inagotable: una letra, las diagonales de sus lluvias, la flecha hacia un misterio, el triángulo de sus volcanes. En lo mismo hay siempre otra cosa. La letra te que recibe al visitante en el museo es el continente que habitó de mil formas: una demostración que el infinito reside en lo elemental.
“El comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre ‘antiguo’, al viejo Adán. Y lo consiguió. Tal vez fuera su único logro. En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus. Algunos consideran que se trata de un personaje trágico; otros lo llaman sencillamente sovok (pobre soviet anticuado). Tengo la impresión de conocer bien a ese género de hombre. Hemos pasado muchos años viviendo juntos, codo con codo. Ese hombre soy yo. Ese hombre son mis conocidos, mis amigos, mis padres.”
De esta manera Svetlana Alexsiévich presenta su réquiem del imperio soviético. El fin del homo sovieticus (Acantilado, 2015) es una memoria polifónica que puede leerse como la mejor medicina contra el populismo. El pueblo no habla con una voz ni mira en una dirección; no hay un enemigo ni una perversa conspiración. Muchos acentos, emociones, recuerdos. Imposible comprimir la experiencia en un veredicto, absurdo imaginar una vivencia única y coherente. La historia del experimento que comenzó hace un siglo es un mosaico que capta la contradicción irresoluble.
En su último trabajo, François Furet hablaba con razón del “embrujo universal de octubre.” El gran historiador de la Revolución Francesa se acercaba en El pasado de una ilusión (Fondo de cultura Económica, 1995), al terremoto ruso para desmenuzar los paralelos. En 1917 hay una ambición universal que se asemeja a la de 1789: ser anticipo de lo inevitable; el faro de la humanidad. Quizá en ese embrujo cuente la trenza de su contradicción. Por una parte, se levanta como acatamiento de un dictado histórico; por otra, como emancipación de esa orden.
Comprender la historia como dictado termina todo recato: no es el deseo del hombre sino el imperio de una mecánica imbatible lo que gobierna el mundo. La violencia se despoja así de significado moral. La dictadura es la inocente correa del tiempo, un deber, no un capricho. Una pedagogía, no una emergencia.
La Revolución será justificada como una consecuencia de la historia científicamente descifrada pero, al mismo tiempo, es una liberación de su imperio. ¿Por qué es tan fascinante la revolución rusa?, pregunta Furet. Porque “es la afirmación de la voluntad en la historia, la invención del hombre por sí mismo, figura por excelencia de la autonomía del individuo democrático. En esta reapropiación de sí mismo, tras tantos siglos de dependencia, los héroes habían sido los franceses de finales del siglo xviii; los bolcheviques entran al relevo.” La revolución se ofrece como consecuencia de una ley histórica. Y, sin embargo, la irrupción rusa es la más ostentosa negación de ese libreto. La Revolución Rusa: puesta en escena de un libreto y el escarnio de ese guión. Invocar la historia, burlándose de ella.
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