El fotógrafo David Liittschwager ha salido a retratar la vida que cabe en una caja de un metro cúbico. Aquí puede verse el resultado de su exploración.
El fotógrafo David Liittschwager ha salido a retratar la vida que cabe en una caja de un metro cúbico. Aquí puede verse el resultado de su exploración.
Javier Marías hoy, en El país semanal:
Siempre me ha sorprendido que algunas personas inteligentes, además de infinidad de idiotas, puedan soltar frases del tipo “Amo a mi país” –recientemente el escritor Stephen King, en estas páginas–. Me temo que no hay país en el mundo que se libre de ser “amado”, bien por sus ciudadanos, bien por extranjeros de visita que quieren hacer la pelota momentáneamente. Aquí, por supuesto, la frase se repite hasta la saciedad, sobre todo con Cataluña como objeto en los últimos tiempos. En toda ocasión son variantes de aquel famoso escrito de Tejero (recuerden, el guardia civil que asaltó el Congreso e intentó dar un golpe de Estado) en el que especificaba cómo amaba la paella y no sé qué otros folklorismos. En cuanto alguien trata de explicar la frase, cae en el más barato lirismo, la cursilería y el ridículo. Resulta inevitable, porque es un enunciado que no sólo es hueco, sino además un imposible. Un país –no digamos su nombre– es una abstracción, más allá de su geografía, sus fronteras estipuladas y su organización administrativa, una vez constituido como Estado, nacionalidad, región o lo que quiera que sea. En el mejor de los casos, es una convención, como lo son “la literatura” o “la ciencia” y casi todo lo susceptible de ser escrito con mayúscula a veces. Cuando alguien asegura “amar la literatura”, está diciendo, a lo sumo, que le gustan ciertas obras literarias, lo cual implica que le desagradarán muchas otras, aunque todas ellas sean “literatura”. Si alguien asevera “amar a España”, su afirmación está vacía de contenido, porque en España, como en todas partes, hay gente, y ciudades, y barriadas, y no digamos urbanizaciones costeras, que por fuerza le parecerán abominables. La frase es, así, indefectiblemente grandilocuente, oportunista y falaz; y a menudo demagógica, pronunciada para halagar a los patrioteros. Más honrado y veraz era aquel sargento de Juan Benet que arengaba a sus reclutas así: “Os voy a decir qué es el patriotismo. ¿A que cuando veis a un francés os da mucha rabia? Pues eso es el patriotismo”.
«La era de la democracia de partidos ha muerto. Aunque subsisten los partidos mismos, se han desconectado a tal punto de la sociedad y compiten de un modo tan intrascendente entre ellos que no parecen capaces de sostener la democracia en su forma actual.» Así comienza el libro del politólogo irlandés Peter Mair, Gobernando el vacío. El vaciamiento de la democracia occidental. Aquí puede leerse el artículo que publicó en New Left Review en que se basa el libro.
Al comentarlo, Jan-Werner Müller (autor de esta notable reconstrucción de las ideas políticas del siglo XX) concluye: lo peor de la crisis económica puede haber terminado pero la crisis política europea apenas está comenzando.
Stanley Fish escribe un artículo en el New York Times sobre el nuevo libro de Martha Nussbaum sobre el amor y la justicia. La justicia, dice Nussbaum, no puede construirse con ladrillos estrictamente institucionales: requiere cultivar sentimientos de reciprocidad. Correspondería al poder público sembrar esas emociones con el ejemplo, las ceremonias públicas, el arte.
Malcolm Thorndike Nicholson, por su parte, critica a Nussbaum en Prospect. Nussbaum ha creado una industria de reflexiones morales que emplea a los clásicos de la literatura no solamente para ilustrar su filosofía, sino para desarrollarla. El problema es que el recurso se convirtió en una fórmula y una excusa para dejar de pensar rigurosamente. La idea de una política de amor no deja de ser preocupante para una sensibilidad liberal.
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Aquí puede leerse una entrevista con Nussbaum sobre su libro.
Charles Simic publica unas confesiones de fanático del futbol. El poeta ha relegado todo para entregarse a ver todos los partidos del Mundial. Recuerda haber venido a México en 1994 y visitar a Octavio Paz cuando México jugaba contra Italia. Platicaban de literatura y arte pero, al acercarse la hora del partido Simic se percató que Paz no tenía ningún interés en verlo. Fueron a un desolado restorán francés, donde discutieron de Heidegger. Simic iba al baño constantemente para enterarse cómo iba el juego. No recuerda nada de lo que Paz («el hombre más culto y elocuente que he conocido en mi vida») dijo aquella noche. Sólo se acuerda que México empató a 1 con Italia.
Cuenta Gonzalo Celorio:
En el año de 1955 Carlos Fuentes solía asistir a una tertulia que se celebraba domingo a domingo en casa de María Luisa Elío y Jomi García Ascot, republicanos españoles exiliados en México, a quienes 12 años después Gabriel García Márquez dedicaría Cien años de soledad. Entre los tertulianos figuraban Jorge Portilla, Ramón Xirau y el escritor y diplomático panameño Roque Javier Laurenza. Para celebrar el cumpleaños 66 de Alfonso Reyes, en cuyas rodillas Carlos se sentó de niño, seguramente sin imaginar entonces la tutela que el maestro ejercería en su formación y en su disciplina a lo largo de toda su vida, Laurenza y Fuentes se dedicaron a escribir, en el estilo de poetas de varias épocas y de distintas lenguas —Chaucer, Villon, Camoes, Góngora, Lord Byron, Mallarmé— poemas de homenaje al ilustre escritor regiomontano. El resultado fue un pequeño libro de 16 páginas y tantos ejemplares como letras tiene el nombre de Alfonso Reyes, que publicó Juan José Arreola con el título, también paródico, de Nueva junta de sombras, en tributación al libro de Reyes que bajo ese nombre reúne varios de sus estudios helénicos.
Este es el poema que escribió Fuentes al estilo de Paz, en homenaje a Reyes:
Palabra que sí
Las sombras de la junta se hacen resplandecientes
En los ancorajes los peces se vuelven rojos
Las vísperas de España son vísperas de sangre
¿Clamará Otra Voz sus ecos de rumores?
Calendarios que son días que son lunas que son llanto
Un tren de ondas vaga sobre el rocío
La navaja del día recorta el plano oblicuo
Saben las yerbas del Tarahumara a soles calcinados
La asamblea de animales reza un padrenuestro
En el golfo de México dos gaviotas se incendian
«Octavio Paz»
En su estupendo prólogo a Matar a un elefante, Arcadi Espada resalta un descubrimiento de Orwell: la política y el periodismo son sistemas eufemísticos. Artilugios para trastornar el sentido de las palabras. Dulcificaciones del lenguaje para que no desagraden a ningún paladar; acolchonamiento de las palabras para que nunca raspen: complejos dispositivos del encubrimiento. El cazador de periodistas tiene razón, pero tal vez se queda corto. El ocultamiento de la palabra rasposa no es vicio profesional. Toda plataforma de comunicación está tentada por el eufemismo. No son sólo el reportero y el candidato quienes retocan la verdad y esquivan la palabra espinosa para emplear el término confortable. Todos usamos las palabras como máscara y como bálsamo. Al hablar untamos crema y esparcimos velos.
Una de las herramientas del camuflaje es la manipulación silábica. Las palabras no serán líquidas pero son elásticas. Una palabra puede encogerse, doblarse, expandirse. Un par de letras empleadas como prefijo pueden apocar o ensalzar lo que anticipan. El efecto de ‘post’ sobre cualquier palabra es mágico: la cosa más ordinaria adquiere por efecto de esas letras la profundidad de un misterio académico: la condición postdoméstica merece un seminario y alguna beca. Es perceptible la propensión a prolongar las palabras como si la hinchazón silábica agregara dignidad a quien las pronuncia. Karl Popper habló en algún momento de esa epidemia. Hablaba de esa extraña persuasión de los charlatanes que creen que un esdrújulo cargado de prefijos era certificado de profundidad. Soy demasiado tonto para descifrar esas palabras, decía el filósofo que no cojeaba precisamente de modestia. En esa vena, el filósofo vasco Aurelio Arteta ha hablado de la moda de los archisílabos. Los locutores nos han contagiado su verborrea, como si el resto de los mortales también tuviera que llenar el tiempo con saliva. Hay que colmarse la boca de palabras, de palabras largas. Ya no se trata del blablablá de siempre, sino de un pujante blablablablablá.
Ya no hay método, todo es metodología; se señaliza pero no se señala. Las cosas se complementan para no completarse. Por supuesto, los políticos se posicionan y emiten posicionamientos pero no se sitúan en ningún lado ni adoptan una postura; mucho menos, deciden. Las medicinas han sido sustituidas por los medicamentos. La vinculación ha matado al vínculo y el enjuiciamiento al juicio. Nadie habla de normas, todos pontifican sobre la normatividad. La problemática anula los problemas. Los documentos han desaparecido, ahora hay pura documentación. Gobernabilidad se oye bien, pero gobernación (que bien nos ahorraría dos sílabas) nos suena burocrático. Y el anteriormente ha eclipsado al antes, mientras el pomposo posteriormente ha borrado al prosaico después. Chesterton sugería un ejercicio mental. Como rutina de gimnasia neuronal, uno debería esforzarse en expresar una opinión en palabras de una sola sílaba. Cuando uno adelgaza sus palabras se ve obligado a pensar, decía el gordo de las paradojas. Habría que decir que, en inglés, la comunicación monosilábica encuentra sitio pero, en español, termina siendo bastante fachosa, a menos de que digamos: yo voy al mar a ver el sol.
Otra forma de manipulación silábica es la devoción por los prefijos y el lamentable desprestigio de los sufijos. Ir a la megamarcha del domingo parece un compromiso histórico indeclinable. ¡Claro que voy a ir! Llego a las 7.00 en punto. Pero desmañanarse para desfilar en la marchota no vale ni una pancarta. Construir una megabiblioteca emociona como si se tratara de un proyecto vasconcelista pero levantar una bibliotecota parece lo que es: una tontería mega-lómana. La prensa informaba hace poco que se ha inventado el nanolibro más pequeño del mundo, un libro producido a nanoescala en unos laboratorios canadienses. No parece ser una invención particularmente práctica porque se necesita un microscopio para leerlo y, al parecer, no se pueden doblar las hojas para acordarnos dónde nos quedamos. Lo que es claro es que, si al invento se le hubiera llamado simplemente libritito o peor aún, librititín, nadie habría tomado por seria la chifladura.
El gran hotel Budapest, la nueva película de Wes Anderson se inspira en los escritos de Stefan Zweig. No es que ilustre una historia concreta, no es que lleve al cine su vida o algún pasaje de sus novelas exitosas. No se trata de la adaptación cinematográfica de un texto de Zweig. Anderson extrae de sus relatos y sus recuerdos un aire, una atmósfera, un tono… y lo hace magistralmente. ¿Qué mejor emblema de la civilización que un hotel entregado a la misión de dar la bienvenida?
No soy de ningún lado: soy un forastero, confesó Zweig en sus memorias. En el mejor de los casos, soy un huésped. Lo perdió todo repetidas veces. Atestiguó la derrota de la razón y la victoria de la brutalidad. Acompañó, con el suyo, el suicidio de Europa. En El mundo de ayer, la autobiografía que Acantilado publicó hace unos años, retrata con la más dulce nostalgia ese mundo sereno que la la peste del nacionalismo rompió. La vida transcurría sin la prisa de las máquinas: era un mundo sin odio. Wes Anderson captura en la cinta el final de ese esplendor y el comienzo de la decadencia. Zweig se insinúa en varios personajes del Hotel Budapest pero, sobre todo, se muestra en esa sensación de ocaso, en ese triste lamento por el mundo de ayer. Un mundo en el que los pasaportes eran innecesarios y la poesía se desplegaba diariamente en los periódicos.
El universo de Zweig es sustancialmente tranformado por la precisa relojería de Anderson. El cine se convierte en una máquina que desdobla simetrías. Un estuche de tesoros. Más que el trote de una narración, el cine de Wes Anderson parece una secuencia de cuadros impecables. Su comedia evoca de algún modo la afectación histriónica del cine mudo. La exageración del gesto es una especie de puntuación actoral, un guiño cómico. Cada imagen retrata un paisaje completo: camarógrafo de lo inmóvil, fotógrafo de registros en serie. No es extraño que su arte haya sido comparado con el de Joseph Cornell, el surrealista norteamericano que pintó sin tela ni pincel. Los descubrimientos del basurero dispuestos en una caja le bastaron. Wes Anderson coloca en pantalla el tapiz y el tapete, los muebles y las montañas, la anatomía y la arquitectura como llenando de sentido un envase hueco. Sus actores, en coreografía puntual, se mueven como piezas de un mecanismo de símbolos.
Siendo evidente, el artificio de la composición no trabaja en contra del cine. El sello visual no demerita la historia: enmarca un universo propio, un mundo que no es el nuestro y, sin embargo, lo es. Una tragedia relatada como comedia permite el juego de una magia arcaica. Frente a la ostentación de las computadoras, el cine de Wes Anderson rescata una antigua artesanía escenográfica. En ese taller minucioso y sin prisas, riguroso y perceptivo se encuentra, tal vez, el espíritu de Zweig: la civilización de la hospitalidad.
En el museo Guggenheim de Nueva York se expone una muestra con título enigmático: “Caos y clasicismo”. Se trata de un recorrido del arte europeo de entreguerras. El itinerario comienza con el duelo por la destrucción y termina con el idealismo que los fascistas habrían de explotar. De los cuerpo mutilados por las bombas a la musculatura de los atletas compitiendo en la Olimpiada de Berlín. El arte en Francia, Italia y Alemania entre 1918 y 1936: de la aflicción al fanatismo. En cuadros, edificios, ropa, cine, esculturas y muebles se observa una búsqueda de orden tras el trauma de la guerra. Un deseo de apartarse del experimento para integrar el pasado clásico al presente. Huir de las imágenes de lo quebradizo para iluminar un mundo armónico y saludable. Regresar al orden, recuperar la artesanía, tocar de nuevo el objeto son los propósitos centrales. La novedad se vuelve sospechosa, al tiempo que la limpieza de las líneas y los volúmenes de antes adquieren respeto.
En esa búsqueda, el cuerpo humano se convierte, de nuevo, en la medida de todas las cosas. De las proporciones humanas emergen los muebles y las casas geométricas; la danza, el circo y los deportes. También surge de ahí la estética del fascismo. La izquierda se exalta con la complexión de la clase obrera; la derecha glorifica la virilidad de la dictadura. En uno de los muslos del museo se muestran tres esculturas de Benito Mussolini. Tres retratos del mazo que fue su cara. La primera es una creación de Ernesto Michahelles: el Duce retratado como un casco ancestral, como una armadura sin rostro hecha de una piedra impenetrable. La segunda es una inmensa escultura de Adolpho Wildt: un busto de hombros enormes y corpulentos y una expresión brutal. La tercera es la más pequeña y cautivante, la pieza más poderosa de la exposición. Se titula “Perfil continuo de Mussolini”. Se trata de una escultura de Renato Bertelli que gustó tanto al Duce que decidió convertirla en su imagen oficial. No es una escultura que capture con claridad las facciones del hombre: es una cara transformada en el símbolo del poder absoluto. A diferencia de Hitler, el italiano no sentía mayor atracción por el arte. Pero esta pieza era la síntesis perfecta de su idea política y tal vez la mejor metáfora del totalitarismo que pueda palparse.
La escultura atrapa un rostro en movimiento. La cara del dictador no avanza hacia adelante, no corre, no vuela: gira. Una perfecta rotación sustraída del tiempo. Velocidad congelada. Del silencio del bronce parece salir un zumbido que se escucha por el aire sacudido por ese tornillo vivo. La velocidad del movimiento deja escapar los detalles de los ojos y las ondas de los labios. En su perfecta simetría no puede distinguirse el plano de los cachetes o sello del mentón. El perfil se reproduce 360 veces hasta reencontrarse. Una oreja persigue a la otra. La silueta de un rostro convertida en surcos y promontorios circulares. A pesar de la abstracción, al observar la pieza, no cabe duda de que es el dictador. Sus marcas son reconocibles: el casco de su frente, la herradura de su quijada, sus labios prensados, la altiva inclinación de su nariz. No sé si Michel Foucault haya visto esta escultura pero creo que es el complemento perfecto del panóptico que ubicó como emblema de la arquitectura penitenciaria. Si la cárcel de Bentham permite a los vigías observar a los presos constantemente, la escultura de Bertelli encarna esa idea, no en espacio sino en cuerpo: en el rostro de un dictador, un hombre máquina que todo lo sabe, que todo lo puede, que todo lo ve. El Gran Hermano no tiene espalda y no necesita cuerpo: es todo ojos. Nadie puede escondérsele.
En su “Oda a Salvador Dalí”, Federico García Lorca dice del pintor de voz aceitunada:
Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Un párrafo que no alcanzó la versión que se publicaría por primera vez en Revista de Occidente decía:
Te dan miedo las flores y el agua de los ríos
porque son fugtitivos y pasan como el aire.
Amas una materia definida y exacta
Imposible al misterio y mortal al gusano.
El cuerpo de Dalí, campamento de hongos y de gusanos desde hace casi treinta años, ha vuelto a tener contacto con el aire. Como se sabe, una orden judicial mandó la extracción de muestras genéticas. Una vidente se dice su hija y convenció a un juez de que era necesaria la exhumación. La exhumación se mantuvo lejos de lo mirones y los fotógrafos, pero se ha sabido que la momia mantenía intacto el bigote. El rescate de su ADN nos llama a recordar que una de sus fijaciones era precisamente el ADN. En la alucinante entrevista que le hizo Jacobo Zabludovsky habla insistentemente de la molécula como el mecanismo de la inmortalidad, como el hilo monárquico de la creación. “Nada hay más monárquico que una molécula de ADN,” decía.
Un libro en homenaje al científico asturiano Severo Ochoa tiene, en la portada, un grabado de Salvador Dalí. La dibujó ex profeso para el químico español que en 1959 había recibido el Nobel de Medicina precisamente por sus estudios de la síntesis biológica del ARN y del ADN. Ochoa y Dalí habían sido amigos desde los tiempos en que ambos coincidieron en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Pero no era solo el afecto lo que llevaba al surrealista a ilustrar la portada de Reflexiones de bioquímica. Desde joven sintió una gran atracción por la ciencia. En sus fotografías más antiguas puede vérsele sosteniendo un ejemplar de alguna revista científica. Al escuchar a Einstein disertar sobre la relatividad, sus relojes empezaron a derretirse. Ya mayor, cuando se acercó a la física cuántica dijo que, más que los sueños, le importaba ahora el mundo exterior. Mi padre durante mi vida surrealista fue Freud: con él quise crear la iconografía interior. Hoy, me interesa más la física que la psicología. Mi nuevo padre es el Doctor Heisenberg.
El código genético le fascinó a Dalí desde que leyó en un ejemplar de Nature, el histórico artículo de Watson y Crick. El acido desoxirribonucleico le parecía la demostración irrefutable de la existencia de Dios. Paladeaba las sílabas de esa palabra que nombraba un diminuto archivo de mandatos existenciales. Aquella revista de abril del 53 incluía una gráfica de la doble hélice: la “Mona Lisa de la ciencia moderna.” Cuatro años después de la publicación, el rizo apareció en un cuadro de Dalí y no dejaría, desde entonces, de estar presente en su pintura y en sus espectáculos. El mandamiento de Dios, la inmortalidad estaban en esas hélices. En “La escalera de Jacob”, los ángeles ascienden al cielo en peldaños desoxiribonucléicos. La biología molecular es, para Dalí, historia bíbilica.
Cuando muera no moriré del todo, dijo Dalí. Los científicos que rascan sus huesos en busca de su ADN reconocerán que su mensaje persiste.
F-ormidable!… JSHM, así como Sam Harris le escribió una «Carta a una Nación Cristiana», yo le he dedicado una a mi nación, con la diferencia, que la mía si es una carta, y no todo un tratado. La mía además, va dirigida tanto a los mesías religiosos, como a Los salvadores de patrias, cuyas ideologías no son menos credos de Fe que Los primeros.
Creo que tú deberías redactar esa carta, para que fuese mucho más lúcida, fuerte y bien escrita. Pero supongo que sería tomar una posición sumamente comprometedora en un medio tan poderosamente creyente como el nuestro.
Tal vez pudieras echarle un vistazo, está en:
http://sincronia0conciencia.wordpress.com/2010/01/20/carta-a-mi-nacion-creyente/
Y todos están invitados a leerla, va dirigida a todos
gracias y Saludos
Pues yo le eché un ojo a tu blog y me parece muy bueno, pero veo medio mamona tu carta déjame decirte. No nomas por lo de ‘F-ormidable’…sobre todo por la alusión gratuita a Los salvadores de las patrias o mesías, me parece. Aludes a López Obrador claramente sin tener más vela en el entierro, mucha vela que haber declarado en el Colegio de México que apoya los matrimonios gays (¿hace 2 días, 1 día?)…. ¿O porque tuvo una relación con el cardenal Rivera por los asuntos de los terrenos de la Basílica? Hombre, que hasta por omisión ¿va a traerse a cuento ahora a “López” por todo? Sus mismos adversarios que lo odian tanto, los propagandistas como Sheridan, el think thank tendencioso de Letras Libres no le deja en paz un segundo….. que López Obrador se confirma como el eterno “cocó” de todo mundo (o en ese mundo de derechas), un objeto bien arraigado a sus temores, ¿no te parece?
Ellos sin duda han de tener gran culpa de su vigencia y éxito políticos, tanto o más que nadie que el mismísimo López Obrador.
Saludos analíticos.
Gracias Verónica por tu análisis.. tienes razón en que se le hace propaganda gratuita por sus propios detractores. Pudiera ser cualquiera pero, Quién mejor representante para el dogma religioso en nuestro país que Norberto Rivera? … y Quién más representativo para el dogma caudillista que AMLO en México?.. El punto es… estamos inmersos en un pantáno de dogmas (religiosos e ideológicos) que nos están ahogando, sin dar pósibilidad a la razón.
No fíjate, no me caso con eso del dogma caudillista. Si lo analizamos es un argumento prefabricado o interesado en todo caso. Por favor, si a esas vamos ¿quién no es caudillista en determinado aspecto de determinada forma en determinada etapa de su vida? El ‘caudillismo’ es un rasgo tan tan irregular, tan evanescente como lo es la volubilidad o el ego al carácter, según se ande de buenas, malas o regulares. No me gusta personalizar en el análisis político, ni devenir a esas venas analíticas pobres, difusas, de anécdota pobre historicista. Si a caudillismos vamos, me parece más pernicioso a ratos el caudillismo que se carga cualquier conductor de noticias de Televisa o Televisa misma, como “grupo de telecomunicaciones más poderoso de México y de habla hispana”, como leo del blog de Ricardo Alemán (¿por qué no referir como caudillista un colectivo que tiene una política aparte de monopólica, chantajista, difamatoria, de poca calidad televisiva la mayoría de las veces?). ¿Y el caudillismo francamente perverso de alguien como un ministro de culto, que sistemáticamente hace apología de la violencia contra una minoría durante un mes, o meses? ¿Como hacen Rivera Carrera o Valdemar Romero? Si hay más crímenes de odio contra homosexuales una cuota de esa responsabilidad la tendrán sin duda, tal vez no ante los tribunales de los hombres, pero sí ante los de Dios dado el corrupto fuero religioso, militar, etc. que persisten, estos irresponsables y desbocados ministros, que no quepa duda.
Es interesante la página, pero está mal publicado el link.
Creo entender tu punti Veronica. Habriamos de definir lo entendido por «caudillismo» . Por como lo expone Krauze, entre otros, El Caudillo sería como el equivalente del «Mesías» religioso que es quien va a llevarnos a la SALVACIÓN (tenemos que Salvar a México… familiar?)
Te concedo que otros muchos puedan entrar por igual al concepto, pero de los ejemplos que das, haría falta alcanzar también, Los niveles de liderazgo carismatico como el que se esperaría de un Mesías, para ser un verdadero caudillo. Ser un rebelde que ve por Los intereses de Los desprotegidos, como Villa, Zapata… y Robin Hood (ah, y AMLO).
Ojalá JSHM nos aclarara el asunto con su usual lucidez y severidad.
Saludos.
Esta mal el LINK? Va otra forma: http://www.sincronia0conciencia.wordpress.com
Carta a mi país Creyente
Gracias Luis
El ego es algo tan tan hermoso Mario, pero a la vez puede convertirse en algo de veras horrible, que hiere con todas las de la ley, con toda la intención del agresor haciendo él el ‘supuesto’ bien… en las relaciones personales, la laborales, las del historiador, más las de comunicación, etc. En eso ‘cae’ Krauze en sus análisis tendenciosos muchas veces, en eso cae el puritanismo de las personas, y en eso cayó sin más remedio quizá tu inconsciente siendo que Luis se refería a la liga http://ngm.nationalgeographic.com/2010/02/cubic-foot/liittschwager-photography, cuando JSHM hace referencia a ‘Aquí’, como resultado de su exploración de David Liittschwager (que lleva al sitio general de National Geographic ). Digo quizá porque puede ser que Luis si haga referencia al link de de tu blog y santas pascuas (aunque si oprimes ‘Mario G‘ sale). Pero tu llevas administras blog y tu pones un signo interrogación cuando acotas, tu debes saber más que yo Mario.
Lee por favor poniéndote en los zapatos de cualquier libertino o libertina (que lo somos todos en distinta manera, grados o circunstancias) lee Los “demonios” del puritanismo, del teólogo José María Castillo Sánchez. Sitio español Atrio: Lugar de encuentro entre lo sagrado y lo profano http://2006.atrio.org/?p=73
Pero volviendo a los ministros y su apología del odio ¿por qué no se ponen contra los que pueden, por qué no atacan a los que no creen débiles? Son obscenamente parciales. Mario, soy un ama ya entrada en años, estoy jubilada del Estado, me gusta leer, soy católica y Verónica Bucio quizá no exista, pero de mis hijos(as) varios(as) ya mayores pienso o me doy cuenta que son homosexuales o bisexuales… ¿o serán libres?… por eso permíteme decir que estos señores con anillo papal, u obispal o cardenalicio aún, con grandes cruces de piedras preciosas o elegantes sotanas no son más ante Dios que mis oraciones y nuestra recatadas prácticas religiosas católicas como familia unida mexicana. Y tengo que decirlo, ante mí y ante los ojos de mi difunto esposo (un pequeño empresario), que sé quiso a cada uno de sus hijos tanto como yo Mario, esos ministros son y siguen siendo unos cobardes. ¡Alguien tiene que parar institucionalmente, con razones tanta siembra y cosecha de odio! Llevamos muchas décadas en México soportando de una u otra manera tanta irresponsabilidad pública de los pequeños autoritarios, así. Yo por mis hijos y los de otras, por los muertos por odio homofóbico, digo ya basta señores de las iglesias, ya basta señores del PAN.
¿O acaso seré otra caudilla? Tonterías.
Quise decir soy ama de casa y tu administras un blog, un buen blog, Saludos
Una precision: es de hecho un «pie» cubico y no un «metro» cubico como aparece en el texto de la entrada. Disculpe ud. la falta de acentos (escribo en un teclado norteamericano).
Aclarado y anotado mi sra. En el fondo, creo que coincidimos. Ambos queremos algo mejor para nuestros hijos. Gracias (perdón por la confusión del link)
Ok
Hace falta traer a Mexico una señora que le enseñe a las Madres mexicanas como se logran los derechos.
Perdon, porque esta en Ingles.
http://en.wikipedia.org/wiki/Mariela_Castro