La reseña del New York Times de esta exposicion de Francys Alys en el MOMA puede leerse aquí y acá una carpeta de imágenes.
Este fin de semana murió Paul Conrad, caricaturista que se preciaba de no haber sido acusado jamás de ser objetivo, orgulloso también de haber estado en la lista de enemigos de Nixon. Aquí se puede ver un documental interesante de su trabajo:
David Hockney publica hoy un artículo en el Financial Times. Recuerda ahí el libro que publicó hace doce años sobre la influencia de la tecnología en el arte. Está cambiando la manere en que percibimos y representamos el mundo.
La era de los medios masivos es también la era del asesinato en masa. Seguramente no es un accidente. Los terrores del siglo XX–la Alemania Nazi, la Rusia soviética, la China de Mao–necesitaban el control de los medios masivos de comunicación.
Esta es la era que está terminando. Lo que llamaría los viejos medios–Televisión, cine, periódicos–están muriendo.
Gracias a la recomendación de Ernesto Diezmartínez, acabo de ver el maravilloso ¿documental? Las playas de Agnes, poético autorretrato de la cineasta belga Agnes Varda. Aquí los primero minutos: arena, mar, espejos y recuerdos:
Es asombrosa la vitalidad póstuma de Octavio Paz. A diez años de su muerte siguen apareciendo documentos desconocidos, revisiones críticas, cartas, diversas miradas retrospectivas. Hallazgos y relecturas que celebran a nuestro clásico más fresco. Yvon Grenier seleccionó los mejores ensayos políticos del poeta. Guillermo Sheridan reconstruyó cada uno de los árboles de su infancia. Fabienne Bradu ha estudiado los trabajos del traductor. En los años recientes hemos podido asomarnos también a su correspondencia. Sus cartas a Pere Gimferrer, a Tomás Segovia y muy recientemente a Jean-Clarence Lambert han sido publicadas. Pero nadie había tenido el atrevimiento de intentar una antología general, una ventana a esa civilización que fue Octavio Paz. Ahora aparece la primera antología que cubre todo el arco de su producción ensayística y poética. Se trata de Las palabras y los días. Una antología introductoria, que preparó Ricardo Cayuela y publican el Consejo para Cultura y las Artes y el Fondo de Cultura Económica.
El prólogo de Ricardo Cayuela es discreto y esclarecedor. No obstaculiza la inteligencia ni la sensibilidad de Paz con empedrados académicos. Subraya, ante todo, la vida de un hombre que no fue monumento. Cayuela evoca la pasión crítica de una inteligencia lúcida y vehemente. Un crítico que encontró admiradores en México, pero también un hombre que fue ignorado, temido, insultado. Siempre, un personaje incómodo. Paz nunca fue un intelectual decorativo. Después lo han tratado de volver monumento, calle, premio. Su perfil quedó sellado en una moneda. Pero su figura no embonaba bien en la rueda de veinte pesos. Después de todo, el anarquista que fue, había denigrado los “números huecos” y “rebaño de espectros” del dinero. Ese es el insumiso, el intelectual combativo que revive en estas páginas. El pensador indefinible, tachado de reaccionario por los dogmáticos y de romántico por los liberales.
Toda antología es insolente. El antologador se equipa de tijeras y cercena lo que no le pertenece. ¿Con qué derecho extirpa un capítulo y lo aísla de su contexto? ¿Es válido el tijeretazo? Cuenta Milan Kundera que en el momento en que un director quiso recortar una sinfonía suya respondió enfático: amigo, no está usted en su casa. El comedimiento de Cayuela frente a los tesoros de esa casa es encomiable. Ha usado pinzas, no tijeras para componer esta antología vital. Apenas un par de textos que forman parte de una obra mayor, el resto de las piezas son ensayos y poemas de vuelo independiente.
Toda antología es también polémica. El antologador enfatiza temas, elige piezas, opta por un poema, relega otros. Las palabras y los días recorre en buena medida el inmenso arco de las mirada paciana: México y sus formas; el arte y sus evocaciones; la libertad y sus amenazas; el amor y el erotismo; la expresión poética; Oriente. Una separación me parece artificial al recorrer todas estas estaciones: la división de prosa y poesía. Es cierto que el propio Paz acató esa frontera al publicar sus trabajos y al agruparlos para sus obras completas. Poemas por un lado, ensayos por el otro. Pero, más allá de la disposición de las líneas o la densidad de los párrafos, la tinta es la misma: es el poeta del pensamiento, aquel que, como bien dijo Enrico Mario Santí, reivindicó para nuestro tiempo, los derechos de la poesía. Por eso intuyo una nueva antología de Paz que rompa con esa muralla del género para resaltar la perfecta comunicación de su caligrafía.
Leo el libro que Xavier Guzmán Urbiola publicó hace unos pocos meses sobre Guillermo Tovar de Teresa y confirmo la presencia del genio. El libro no toca la vida de un historiador brillante, los trabajos de un escritor con gracia: no traza la biografía de un erudito. No es el inmenso archivo de su memoria, su enciclopedia activa y vibrante lo que vale. Es otra cosa: genio. Michel Tournier contrastó esos dones. El hombre de talento es un artista que sabe gustar. Pinta, escribe, esculpe, baila… y agrada. Por eso el hombre de talento “corre el riesgo de actuar a la escucha y al dictado de la masa.” El impulso del hombre de genio es otro. “El hombre de genio crea sin preocuparse por el público.” Por eso suele nadar en contra de la corriente. Su tiempo no puede ser el presente, la popularidad no es su recompensa. Si el presente lo ignora, el futuro, es suyo.
El talento se dispone a ese soborno del reconocimiento, mientras el genio camina sin solicitar aplausos. Guillermo Tovar de Teresa recordaba un aforismo de Bergamín que bien lo retrata: “El buen torero, escribía en su Birlibirloque es el que está siempre lejos del toro, pero en su sitio, que es lo más peligroso para él. Por eso torea siempre de espaldas al público (no es efectista, sino expresivo); porque, aunque la plaza sea redonda, el público lo tiene siempre detrás: delante está el toro.” Enfrentar el toro es darle la espalda al público. Sólo respeta al público quien lo ignora. De ahí su sitio en la cultura mexicana de estos tiempos, tan propensa al coro y a la solidaridad de mafia. Guillermo Tovar fue un tono único en la conversación cultural de México. Sabio, más que culto; entendedor de lo importante, más que erudito, pudo evadir las urgencias del presente para hablar de lo imperecedero.
La palabra México adquiere en el trabajo de Guillermo Tovar otra dimensión. No es la grandilocuencia de los constructores de la nación desde el Estado; no es la de los moralistas que aspiran a cultivar civilización: es el escrito íntimo de un hijo de México. Como Edmundo O’Gorman, Guillermo Tovar sabía que la historia es un acto de amor. Su idea se encuentra con claridad en este párrafo que cito en extenso porque lo dice todo:
En mi concepto, la historia es esa reflexión elucidatoria de los hechos pasados y presentes, concebida como pensamiento comprensivo, como conjunto de representaciones e ideas, relacionadas con los signos cronológicos, de conceptos entendidos como representaciones comprensivas. (…) No es la visión mecánica de la historia politécnica, que la realiza distanciada del placer, como un conjunto de textos que no se gozan: una doctrina que sólo sirve para manipular. La visión moral de la historia corresonde a una introspección. Debe ser una representación comprensiva, lo que equivale a encontrar sus dos aspectos: la simpatía y el entendimiento. Calidez y lucidez. Simpatía determinada por los afectos y las imágenes y entendimiento regido por el intelecto y por la función valoradora de la razón. La visión lúcida es la conciencia y su mejor fruto es la libertad. La historia debe ser bella, respondiéndole satisfactoriamente al sentimiento; verdadera para los fines del pensamiento y buena para el sentido de la actividad. La historia (…) puede ser algo más que una explicación útil o una herramienta; puede ser disfrutable y reveladora, para ser el motivo del amor a sí mismo y a los demás, por el mayor conocimiento de las esencias propias, amor que en su perseverancia orienta la felicidad.
Viendo al toro, dándole la espalda al público, la obra de Tovar de Teresa está regada en una multitud de prólogos de libros inmenos de escasísima circulación, libros inencontrables, notas y textos dispersos en mil sitios. Nos corresponde recopilar esta obra dispersa y difundirla para mostrar esa cálida lucidez.
El MUAC ofrece en estos días una extraordinaria muestra de los viajes creativos de Jan Hendrix. Desde sus primeros registros de México, a mediados de los años setenta, hasta sus piezas más recientes. Caminos de un observador solitario y trayectos en compañía de poetas, novelistas, editores, científicos. Postales de viaje; boletos de tren; las polaroids de una libreta de apuntes; bitácoras de los encuentros azarosos con hierbas, palos, piedras, plumas; abanicos de paisajes descubiertos, trofeos de coleccionista, mosaicos de hallazgos al paso. Tiene razón Issa M. Benítez cuando encuentra en la obra de este holandés errante, un “enorme diario de viajes,” un “gran mapa fragmentado que acumula sus recorridos geográficos y vitales.”
“Tierra firme”, la exposición que estará abierta hasta el 22 de septiembre, es la mejor aproximación a la enciclopedia cartográfica y taxonómica de Hendrix. Los afanes del viajero registran, en efecto, la aureola de la naturaleza. Ubicación del paradero y contemplación de lo diverso. Como pedía Goethe, el poeta científico, Hendrix, al contemplar el mundo, no pierde de vista la vastedad del conjunto ni del detalle. La hierba y la palma; el cactus gigantesco y el delicado pistilo. La luz de las hojas, el título de un libro de Seamus Heaney que Hendrix acompañó con una serie de serigrafías inspiradas en la vegetación de Yagul, podría comprender también el sentido profundo de su trabajo. En la simetría y el capricho de las hojas se encuentra el fulgor esencial. La botánica concebida como el arte elemental. En las plantas, la sabiduría primera.
En sus paseos aparece de pronto lo litoral, lo lacustre y lo volcánico pero su mirada se fija una y otra vez en lo botánico. Sus mosaicos son altares de legumbres y agaves. En la fragilidad de una hoja se revela la más hermosa e intricada travesía vital. “Todos los enigmas, ha dicho el propio Hendrix, pueden estar en una rama.” Con precisión de miniaturista, Hendrix recorre minuciosamente la hoja de un árbol y nos ofrece, en sus canales, el mapa de una utopía.
Como la tomografía rebana nuestro cerebro en lonchas finísimas para retratar los esteros de la mente, así el ojo de Hendrix toca la esencia en la membrana. Sus esculturas se liberan del volumen. Son láminas de follajes majestuosos. Planchas de pura nervadura, como diría Ida Vitale en un poema:
Porque el otoño seca las hojas
de manera bellísima:
deja en el aire las puras nervaduras,
ésas, casi invisibles
en las que reparábamos apenas
y evapora esa verde sustancia que era,
para nosotros, hoja.
En una carta a Alfred Douglas, Oscar Wilde identificaba la sabiduría profunda con una ignorancia esencial. El sabio entiende que el alma humana no puede ser descifrada. “El último misterio es uno mismo.” Se podrá medir el sol, calcular con precisión la distancia de la Tierra a la Luna, podrá dibujarse un mapa de la galaxia pero, al final del día está uno. ¿Quién podría medir la órbita de su propia alma,? Preguntaba Wilde. Tal parece que el misterio persiste. La identidad escapa las redes de la ciencia y sus asombrosos instrumentos de medición.
Están a nuestra disposición las placas de nuestra identidad genética pero estamos muy lejos de descifrar sus signos. Hay empresas que emplean una gota de sangre para rastrear nuestros ancestros e identificar la curiosa red de parentescos. Seguramente somos primos de algún narcotraficante y sobrinos de alguna monja portuguesa. Ha aparecido una industria genómica recreativa que, como si fuera una especie de astrología microscópica, nos ofrece una imagen de nosotros mismos, incluyendo las más exóticas propensiones de personalidad. El Proyecto de Genómica Personal es un proyecto del biólogo George Church que ha creado una base pública de datos con información de 100,000 voluntarios. Steven Pinker, el psicólogo evolutivo que se ha dedicado a explorar los laberintos del lenguaje es uno de esos voluntarios y ha narrado en la revista dominical del New York Times su experiencia. Advierte en primer lugar las limitaciones del experimento: una estampa de del genoma humano completo sería una tabla con seis billones de datos. El Proyecto del Genoma Personal registra apenas una porción minúscula de ese mosaico.
Una fascinación asalta al psicólogo. De la frialdad de los datos se asoman parentescos milenarios. Un cromosoma permite rastrear siglos y siglos de historia. Un judío ecuménico y secular como yo, dice Pinker, no puede dejar de sentirse en familia con una vieja tribu al saber que compartimos, sin querer, un achaque. Pero parece que el inmenso pajar de la información genética ofrece menos información sobre el individuo concreto que el informe del espejo. El arete de algún cromosoma puede decirme que tengo 35% de probabilidades de ser calvo: el espejo me dice que lo soy.
Pinker no tiene miedo de las implicaciones políticas o morales de estos escaneos. La curiosidad científica no tiene por qué ser catalogada como actividad peligrosa. La ciencia no reconoce preguntas impronunciables. La genética, por otro lado, no nos condena a vivir en una cárcel de barrotes diminutos. La ciencia de los cromosomas está muy lejos de cancelar los espacios de la libertad individual como fantasean algunos novelistas de ciencia ficción que vaticinan una sociedad de castas científicamente organizada. No hay duda de que lo que somos está definido en buena medida por la cazuela genética. Pero hay mucho en esa olla que no entendemos y mucho fuera de ella que nos marca. Se ha mostrado que un gen ayuda a los corredores de velocidad y otro a los corredores de resistencia. Pero el propio científico que descubrió esta conexión no cree que sea sensato buscar el gen para detectar a los deportistas dotados. Mejor sería poner a unos niños a correr y ver quién corre más rápido. La genómica no es la red que ha capturado los diminutos rizos que definen nuestra esencia. Si quieres saber si tienes riesgo de tener el colesterol alto, no busques tus cromosomas, házte una prueba de colesterol.
more La reseña del New York Times de esta exposicion de Francys
http://www.cat-boots.org/
gracias por compartir todo los documentos y en especial las imágenes. Un buen artículo de ellos.
Gracias por esta extraoridinaria reseña de verdad que la disfrute bastante. Espero seguir viendo mas contenido de calidad en tu blog, porque la verdad es que vale la pena.