Adam Zagajewski
Veo a William Blake, cada día
hallaba a ángeles en las copas de los árboles
y encontraba a Dios Padre en las escaleras
de una humilde casa; y la luz en un sucio callejón.
A Blake, que murió
cantando alegremente
en el bullicioso Londres, ciudad
de prostitutas, almirantes y milagros,
al William Blake grabador que trabajaba duro
y vivió en la pobreza, no en la desesperanza,
y siguió recibiendo señales ardientes
del océano y del cielo estrellado,
y no perdió la esperanza porque la esperanza
nacía siempre de nuevo como el respiro; veo
a los que como él pasaron por una calle grisácea
en dirección a la orquídea rosada del alba.
Traducción de Xavier Farré.