Alberto Blanco
Alberto Blanco
Enrique Vila-Matas reflexiona sobre el sitio del pensamiento. Lugares que sirven para reflexionar, ámbitos que estimulan el surgimiento de la idea. Habla de la cabaña que Wittgenstein construyó para sí mismo hace un siglo.
En Skjolden logró aislarse y oír su propia voz y confirmó que se podía pensar mejor desde la cabaña que desde la cátedra. De hecho, empezó a dirigirse desde allí muy particularmente a quienes quisieran iniciarse en un nuevo modo de ver las cosas y no a la comunidad científica ni a la ciudadanía. (…) Exilado de la estupidez humana, al amparo del aire espontáneo de su refugio noruego, junto al fiordo Sogne, abrió con sus actitudes hacia la filosofía un camino: trató de comprender, no de juzgar; trató de convencer, no de demostrar. A lo largo de un año febril en el que no se cansó de alumbrar nuevos movimientos en su pensamiento ("¡entonces mi mente estaba en llamas!"), cambió la filosofía internacional, aunque el mundo hoy sigue igual, o peor: seguimos rodando en silencio y es imposible ver detrás del sol; pensar continúa siendo anómalo y sin duda faltan cabañas.
Fue el mismo filósofo quien dijo que “en la civilización de la gran ciudad el espíritu sólo puede retirarse a un rincón."
(Tuiteando desde la cuenta de @GmoSheridan)
Mirando Papavideo en http://www.reforma.com El Papa es recibido con "El son de la negra". Otra prueba de que Dios existe. Los motociclistas que abren camino al Papa: "Hermanos, orillarse lorilla de favor". Papamóvil rodeado de autos descomunales llenos de guaruras de muy impresionante tonelaje y ray-bans. Motociclistas de Guanajuato con gesto beato en la avanzada del convoy haciendo formación escopeta más o menos chueca. Papamóvil alcanza velocidad de crucero.
Multitud ostensiblemente irritada al no encontrar rimas apropiadas para Benedicto. Papaclose-up: Papa con cara de Mein Gott, warum hast du mich verlassen? Hasta el momento podemos reportar saldo blanco. De pronto se escuchan guaruras hablando en numeritos: "Aquí 18 en mi 34, ¿ontá tu 17? porque yo ni madres de 56…". Papamóvil se detiene en llano. Papa baja. Estupor de guaruras. Se quiso echar una cascarita. Papa avanza, dribla a dos, centra al área… Estupor de guaruras y Estado Mayor. Papa avanza, se la pasa al Chicharito, Chicharito al Papa, Papa al Chicharito. Papa dispara y.. ¡Palo!
Bueno, ya, esto es infinito. Se diría que el Papa anda buscando la carretera que lo regrese a Roma… ¿Traerá papaexcusado este papamóvil? Pobre hombre, lleva ahí dos horas oyendo que se ve se siente.
El papamovil se acaba de pasar un alto. Patrulla le dice a Papamóvil "orílleselorilla". Policía gran tonelaje se acerca chofer. "Sus papeles miestimadu". Chofer: ¿No habrá forma..? Papa excumulga policía gran tonelaje. Papamóvil llega a una ciudad. Parece Sayula. El Papa mira un póster de Peña Nieto. Una señora le hizo la parada al papamóvil. Papamóvil ignoróla. Señora hace un caracolito a papamóvil. Se cortó. Reinicia. La transmisión dice "Presidencia de la República". Un espectacular tapado con una sabanota. Ha de haber sido un anuncio de calzones para damita.
Santidad muy desconcertado cuando le traducen: Bruder, jetzt sind Sie mexikanische… El Papamóvil está llegando a Peñon de los Baños, o algo.
Nueva escala. Santidad desciende. Estupor de guaruras. Entra a un OXXO. Compra unos tamarindos. No hay cambio. En el cielo hay un embotellamiento de helicópteros y ángeles. Ya se detuvo de nuevo… Histeria desenfrenada… ya se baja del papamóvil. Bendice enfermos. Muchachas en franca benedictomanía… Le traducen al Papa: "Der Bio, dem Bao, dem bimbomba, der Papa, der papa, rarara. Papa entró a una casa. Ya no hay sonido. Deo gratias. Toma final: minusválidos en sus sillas de ruedas. Y el Cristo del Cubilete….
Se está publicando un nuevo trabajo sobre Hannah Arendt. En esta ocasión Jon Nixon aborda su idea y su experiencia de la amistad: Hannah Arendt y la política de la amistad. No amo a ningún pueblo, dijo en alguna ocasión. A los únicos a los que me es posible amar es a mis amigos. Saul Austerlitz reseña el volumen para el New Republic, destacando una enseñanza crucial: la amistad es la experiencia que nos enseña a convivir. Es un puente entre lo público y lo privado que nos permite un refugio, y al mismo tiempo, nos compromete con el mundo.
Corto dirigido por Luis Mandoki y Mariana Rodríguez. En esta nota de Fernando Reséndiz para Arquine, pueden verse los documentales de Berlín, Nueva, York, Barcelona, Chicago y otras ciudades.
El fantástico archivo de Ubuweb incorpora ahora la película de Derek Jarman sobre Wittgenstein:
La cinta es retrato extraordinario. Filmada en una caja oscura, la película rebosa en color, ideas y emoción. Curiosa lista de créditos: el guión se basa en un texto de Terry Eagleton, actúa Tilda Swinton, la produce Tariq Ali.
Cuando Charles Rosen escuchó
Debussy por primera vez, reaccionó de inmediato: “debería haber una ley que
prohibiera esto.” Tenía siete años. Desde los cuatro años tocaba el piano, no
porque fuera un prodigio sino porque, como dice él, para tocar el piano, hay
que empezar temprano. Si uno quiere caminar por la cuerda floja, hay que comenzar
desde el principio. Unos años después grabaría los Estudios de Debussy. Se tardó un poco, pero llegó a apreciar al
compositor impresionista. A Charles Rosen, intérprete y crítico, le gusta citar
una línea de Goethe: “El primer contacto con cualquiera de las excelsitudes de
la vida o del arte, conlleva un dolor que surge de esa sensación de
inferioridad del espectador. Sólo en un periodo posterior, cuando lo absorbemos
a nuestra cultura, cuando nos apropiamos todo lo que nuestra capacidad nos
permite, aprendemos a amarlo y a valorarlo. La mediocridad, por la otra parte,
puede darnos placeres directos; no lastima nuestra vanidad, premiándonos con la
idea de que somos tan buenos como cualquiera. … Aprendemos sólo de los libros
que no podemos juzgar.”
Charles Rosen, a quien el
presidente Obama le otorgó la Medalla de las Humanidades a principios de este
año, no se ha dedicado solamente a tocar el piano sino a explicarlo. Desde que
descubrió unas notas absurdas publicadas para acompañar las piezas de sus
primeros discos, escribe los textos que acompañan sus grabaciones y sus
conciertos. Este año apareció la más reciente compilación de sus ensayos de
música y literatura: La libertad y las
artes, se titula. En el anhelo artístico reside la paradoja de la libertad:
el arte subvierte los significados sin dejar de acatar ciertas convenciones. Rosen
retoma la pregunta que Lichtenberg anotó en una libreta personal: ¿por qué las
palabras habrían de tener un significado fijo? ¿Por qué no habrían de capturar
la fluidez de las experiencias, la mutación del mundo? La primera tiranía que
padecemos es la del lenguaje, dice Rosen. Esa constricción del sentido es la
primera restricción. Las redes del significado nos atrapan. El humor, la
poesía, el arte son escapes de esa jaula. El arte nos regala nuevos
significados. De ahí su carácter subversivo, inevitablemente corruptor,
peligroso.
El arte tendrá sus convenciones
pero se espera que las rompa, que las burle y, al hacerlo, nos sorprenda. Ese
es el privilegio del artista. Celebramos que el creador se aparte de las
convenciones que gobiernan su oficio. Esperamos originalidad, sorpresa, provocación.
Y. cuando la encontramos en el arte, nos ofendemos.
Un ensayo sobre la ópera que
escribe a partir de la publicación de un diccionario especializado captura su
inteligencia irónica y erudita. La ópera, dice, Rosen, es la más prestigiosa de
las formas musicales. Es también la más absurda, la más irracional. Ningún
diccionario, advierte, podría tratar con el sinsentido de la ópera. Ahí no debe
esperarse racionalidad alguna porque al género lo gobierna un código lunático
al que todos los involucrados se someten con docilidad. Valdría reconocer que
no ha sido una forma artística particularmente respetable: barullo de fondo
mientras los apostadores juegan a las cartas; espectáculo donde sopranos
inmensas personifican tuberculosas moribundas. “El ideal de la ópera, escribe,
la forma en que perfila una visión de lo sublime, no puede separarse de su elemento
grotescamente físico.” De todas las artes, continúa el pianista, la música es
la más habilidosa para escapar los filtros del significado. En la ópera, “la
música no nos llega a través de las palabras: las palabras llegan a través de
la música.” La musicalidad se beneficia aquí del intenso contraste con la
fisicalidad. Los cuerpos gordos y sudorosos que la producen suelen contrastar
con la exquisita delicadeza de la música. “El fundamento de la ópera, concluye,
aparece como la oposición entre el ideal musical de la pureza y la cruda
realidad, el vestuario bobo, la trama ridícula, la penosa decoración que se
necesitan para producirla: pero la música esconde en sí misma una realidad tan
brusca, igualmente física.”
Extraña costumbre la de los poetas que toman notas de todo. En tiempos del Ipad siguen buscando cuadernos de buen papel, sacándole punta al lápiz o entintando su pluma. El fetichismo del cuaderno. Su hábito es compulsivo, como morderse las uñas. ¿Por qué escribir en una libreta lo que surca su cabeza? Porque no se puede confiar en la memoria, dice el poeta Charles Simic. La idea más profunda de cada poema, agrega, es que menos es más. Por eso los poetas son los anotadores ideales. Leyendo a los poetas me convenzo de que la mayoría de los ensayos, los cuentos o las novelas mejorarían si se redujeran a un manojo de oraciones. En la libreta que tituló El monstruo ama a su laberinto, (Ausable Press, 2008) anota cosas como éstas:
“He dedicado mi vida a hacer una pequeña verdad hecha de una infinidad de errores.”
"El poeta ve lo que el filósofo piensa."
“La estupidez es el condimento secreto que los historiadores tienen problemas para identificar en esta sopa que seguimos sorbiendo.”
“Soy miembro de esa minoría que se rehúsa a ser parte de una minoría oficialmente reconocida.”
“Religión: transformar el misterio del Ser en una figura que nos recuerda a nuestro abuelo sentado en la bacinica.”
"Poema corto: sé breve y dinos todo."
"Finalmente una guerra justa. Todos los muertos inocentes deben considerarse suertudos."
"La Gestapo y la KGB también creían que lo personal era político. La virtud por decreto era su otra creencia."
"La eternidad es el insomnio del Tiempo. ¿Alguien dijo eso o es una idea mía?"
"Nueva York es un sitio demasiado complicado para un solo dios y un solo diablo."
"La ambición de la teoría literaria de hoy parece ser encontrar el modo de leer literatura sin imaginación."
“Para los amantes, hasta el nombre de pila es poesía.”
"Una teoría del universo: el Todo es mudo, las partes gritan de dolor o a carcajadas."
"Adoro el dicho de Mina Loy: ningún hombre con una vida sexual satisfactoria se convirtió en censor moral."
"El nacionalismo es el amor al olor de nuestra mierda común."
"Una película de horror para vegetarianos: Salchichas grasientas cayendo del cielo a su sopita de verduras."
"Deidades momentáneas, así es como los griegos–creo–concebían a las palabras."
"La poesía y la filosofía producen lectores lentos y solitarios."
"Mi queja del surrealismo: adora la imaginación por vía intelectual."
"Enterrador: la verdad es oscura bajo tus uñas."
"La belleza de un momento fugaz es eterna."
“Quisiera mostrarle a los lectores que las cosas más familiares que los rodean son ininteligibles.”
“Entre la verdad de lo que se oye y la verdad de lo que se ve, prefiero la silenciosa verdad de lo visto.”
“Crear algo que no existe pero que, tras haber sido creado, parezca como si hubiera existido siempre.”
“Nota a los historiadores del futuro. No lean el New York Times. Lean a los poetas.”
Ver The Act of Killing ha sido la exprienca cinematográfica más perturbadora de mi vida. No recuerdo ninguna película tan violenta a los ojos, al estómago. Que sea un documental le imprime una carga casi insoportable a la vivencia. Siempre es un alivio saber que los de la pantalla son actores; que sus vidas no son las de sus personajes; que la historia, así esté basada en un hecho real, se toma sus licencias. Al envolverla en el caramelo de la mentira, podemos tragarnos una píldora de verdad. Pero cuando la pastilla se nos entrega sin el jarabe de la ficción, puede resultar intragable. Por eso The Act of Killing es una película que no puede recomendarse.
The Act of Killing cuenta la historia de una política de exterminio. En los años sesenta medio millón de indonesios fueron asesinados por pandillas al servicio del gobierno. Grupos paramilitares empeñados en perseguir y matar a los enemigos del régimen militar. Se trataba de exterminar a los comunistas—pero cualquiera podía ser acusado de ser comunista. Joshua Oppenheimer, el director, empezó trabajando con sobrevivientes de esa campaña criminal. El primer proyecto de la cinta documentaría el miedo de vivir rodeado por las pandillas que asesinaron a sus padres o abuelos; el pánico de vivir bajo una política que se enorgullece de la aniquilación de los suyos. El director enfrentó obstáculos de inmediato. Los militares hostigaron a los productores y a la gente que se mostraba dispuesta a participar en el documental. Fue entonces que la idea cambió: en lugar de filmar a los sobrevivientes, habría que filmar a los asesinos. Oppenheimer no solamente se libró del acoso de los militares sino que, para su sorpresa, encontró que los pandilleron desfilaban orgullosos para compartir los pormenores de sus crímenes. Después de todo, las pandillas seguían siendo sustento político del régimen y los asesinos recibían trato de héroes. Ese es el golpe que la película nos da: el genocidio orgulloso, el crimen reiterado y satisfecho, la ostentación del verdugo.
El pararelo para Oppenheimer era evidente. Conversar en Indonesia con los pandilleros que hace décadas mataron a cientos de miles era para él una experiencia similar a conversar con los nazis, cuarenta años después del Holocausto…si los nazis hubieran ganado la guerra. Los pandilleros no solamente estuvieron dispuestos a contar la atrocidad sino a actuarla. De ahí el título de la película: actuar el asesinato. Tan lejana es la culpa que se ofrecen a escenificar sus crímenes. Los pandilleros se imaginan como salvadores de la patria, actúan en grotescos musicales, fantasean con la idea de que los muertos les agradecen el crimen. El documental nos confronta violentamente con los trucos de la conciencia. Arropado por un sistema que los elogia, los criminales caminan tranquilos y duermen en paz. Uno de ellos muestra al director el sitio donde murieron cientos. Recuerda el olor de la sangre, le enseña la manera en que podía matar a sus víctimas y, de inmediato, se pone a bailar. Una inverosímil trivialización del asesinato.
El documental producido por Werner Herzog y Errol Morris es, en algún sentido, una reinvención del género. No intenta capturar neutralmente la realidad: interviene para ofrecer una plataforma a las ficciones que los criminales se inventan para tolerarse. La maldad se alimenta de la fantasía. Pero en la película se insinúa un pero. Si la imaginación puede ser tan poderosa como para asfixiar la conciencia, puede también implantar empatía.
La esperanza de México volcada en la huida y el arraigo de los cariños. Buscar futuro y abrazar recuerdos. Esa es la doble pista de Los que se quedan, la película de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman. Esta no es otra película de migrantes, es el retrato de lo que no registra la prensa ni la estadística: la cuarteadora de las familias, el dolor de las separaciones, el peso de la distancia, la ilusión del reencuentro. La migración será un fenómeno económico, social, demográfico, político. Es, antes que otra cosa, el desgajamiento de un núcleo de querencias. Esa es la exploración de la cinta. Los cuidadores de las etiquetas la catalogarán como documental porque no tiene actores ni hay ficción. Pero no se trata de un alegato filmado, una tesis con cuadros puestos al servicio de una idea. Los que se quedan no forma parte de esa industria. Su traza no teoriza ni pontifica. Sobre todo, no manipula. No sale en busca de ratificaciones que ilustren una convicción.
Resultado de largas conversaciones, es fruto del oído y la empatía. Horas, días de convivencia para encontrar las palabras de la vida y escapar las mil púas del lugar común. El libreto de Los que se quedan se escribió escuchando. No proviene de la imaginación de un guionista, sino de una percepción sensible, atenta. Precisa, fuerte y delicada escritura del oído que fue redactándose a lo largo de horas y horas de filmación. Diálogos que recorren todo el arco de la experiencia: recuerdos y esperanzas; nostalgia y dolor; gravedad y ligereza.
Como en otras cintas de Juan Carlos Rulfo, la plomada de la vida diaria asienta la narrativa. Es la llamada telefónica que marca la semana, la carta que se envía, la comida preparada con recuerdos, la fiesta cargada de anhelos. Los personajes adquieren el color de sus palabras, el ritmo de sus frases, el vestuario de sus silencios. Lo saben los novelistas: nada tan difícil como esculpir un personaje. Ahí está seguramente la grandeza de esta película: un lienzo de personajes entrañables. Quédense los archivistas con su marbete del "documental": Los que se quedan es cine del grande.
La cinta parpadea historias. Viejos que esperan el retorno de los hijos; parejas que preparan la despedida; familias que sueñan con el reencuentro; vidas que se apartan, lazos que no se rompen. Hay otro protagonista de la cinta: la tierra. Las cámaras de Rulfo y Hagerman alternan personas y cosas. Vidas y piedras. Los personajes de esta película no son solamente los hombres y mujeres, los niños y viejos que permanecen mientras otros emprenden la aventura del norte. Los otros personajes de la cinta son las formas circundantes: la atmósfera. Calles despobladas, tiendas con cortinas tapadas, cerros que cercan las casas, viento.
El efecto de la cinta, hay que decirlo, no es uniforme. Las emociones que espabila son complejas y profundas. A algunos resulta una cinta esperanzadora: testimonios de la entereza y el apego. A otros parecerá, por el contrario, desoladora: el retrato de un país que se desmigaja en su incapacidad de ofrecer esperanza. En todo caso, este manojo de separaciones retrata a México. Una patria crecientemente inhóspita donde se refugia la aspereza pero donde brota también la dulzura. Un país detenido, que no ofrece trabajo, educación o calma. Un país, al mismo tiempo, vivo que encara el infortunio con dignidad. La película no pronuncia un discurso sobre la tragedia nacional, ni levanta monumento. Retrata nuestra penuria y nuestro sin embargo.