A propósito de que una dirigente laborista llamara a un ministro escocés un "roedor pelirrojo", Jackie Ashley reflexiona sobre el sitio del insulto en las democracias y trata de delinear cuándo es aceptable y cuándo no. El insulto es válido para ridiculizar lo que otro hace o piensa, no quién es. El humor, concluye, es un asunto resbaloso. Puede ser el arma más devastadora en el debate público. Habrá políticos sin ningún sentido del humor, pero necesitamos también comedia… y veneno.
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