A un par de semanas de la elección, McCain y Obama abren un paréntesis para reir. La comedia resulta la última prueba de la campaña. Uno se ríe de sus propias orejas, el otro de sus múltiples casas. Obama bromea de la edad de McCain, y el republicano hace chistes de los Clinton, del mesianismo de su contrincante y de la parcialidad de la prensa. Ambos se atreven al elogio.
El concurso al peor spot político se hace real. El blog abre un espacio para votar por el peor anuncio político al arranque de las campañas. He recibido muchos comentarios sobre el ejercicio y sobre los spots. Para algunos, la competencia es mala idea. La han visto como una forma de denigración de la política, una frivolización lametable de la crítica, una asqueante difusión de lo irrelevante. Puede ser. A otros les ha resultado interesante. Yo tiendo a pensar que es, como sugería un visitante al blog, un autorretrato veloz de la clase política mexicana. Durante esta semana el blog tendrá en la parte superior derecha una opción para votar por el peor spot político. Están invitados a participar.
Escribe Fernando Savater ayer:
¿Son compatibles la ciencia y la religión? ¿Es compatible la poesía amorosa y la ginecología? La respuesta es la misma: claro que sí, mientras cada una no pretenda enmendarle la plana a la otra. No es prudente acometer una cesárea tras documentarse en Juan Ramón Jiménez o Rilke, ni recordarle a quien cree que un beso apasionado lleva al éxtasis que después de todo se trata de un simple intercambio de microbios por vía oral. Las leyendas y mitos religiosos nos ayudan a buscar un significado simbólico al mundo y a la vida, mientras que la ciencia nos aclara su funcionamiento natural. Por mucho que conozcamos el mecanismo de los hechos, siempre nos queda la pregunta por su sentido para nosotros, que va más allá.
La idea es sugerente pero, ¿admitiría el hombre de fe que su dios es un personaje literario?
Charles Simic publica una nota en el New York Review of Books sobre la cultura del pillaje en los Estados Unidos. Vivimos la era dorada de los ladrones, dice. Los pillos tienen mucho que agradecer. Sólo los soplones, quienes denuncian y exhiben sus excesos serán castigados.
En nexos se publica al mismo tiempo un ensayo de Rafael Vargas sobre el placer de traducir a Simic: «además de la admiración, otro motivo que desde hace tiempo me lleva a tratar de traducir la poesía de Simic es el placer de comprender un poco de la manera en que su imaginación opera, y de escuchar cómo resuena en nuestro idioma lo que él construyó en inglés.» En el mismo número de la revista, cinco poemas de Simic y una conversación con Alejandro García Abreu. Transcribo «El futuro,» en la versión de Vargas:
Debe tener una razón para ocultarnos
sus múltiples sorpresas
y sin duda esa razón tiene que ver algo
con la compasión o con la malicia.
Sé que la mayoría de nosotros le teme,
y seguramente esa es la explicación
por la que nunca hemos sido presentados de manera apropiada
aunque somos vecinos
que con frecuencia se topan
por accidente y después se quedan parados
mudos y avergonzados,
antes de fingir que nos llama la atención
una paloma posada en la banqueta
o bien un niño que se dirige a la escuela
más allá de la carroza fúnebre llena de flores
estacionada enfrente de una diminuta iglesia gris.
Antes de que naciera el totalitarismo, el mal estaba repartido entre los hombres en dosis distintas y de una manera bastante equitativa, dentro de lo permitido por el yugo del pecado original. El totalitarismo ha modificado el equilibrio de fuerzas de una forma insólita: parece haberle quitado a la gente el mal que le es propio y haberlo monopolizado al igual que ha hecho con todo lo demás, con la economía, la política y la cultura. El Estado se ha convertido en el principal malhechor y tal vez en el único, aunque sea un malhechor que, por fuerza y a regañadientes, tiene que alimentar, vestir, curar e incluso divertir a sus rehenes. ¿Cabe añadir que éstos andan mal vestidos, comen poco, caen enfermos a menudo, y los chistes tienen que inventarlos ellos?
Aquí no hay lugar para novelas policíacas: todo el mundo sabe quién es el culpable: el culpable es el Estado.
Estamos ante una situación más peligrosa de lo que pudiera parecer a primera vista. El totalitarismo ofende profundamente nuestro sentido de la justicia, porque hace que dejemos de juzgarnos con severidad. nos arrebata el peso de la vida y anula de antemano cualquier posibilidad de contricción. Nos gusta hablar de la dignidad, pero ¿qué es la dignidad sin el peso de la culpa, sin justicia? El gran animal de Platón nos vuelve humanos con demasiada facilidad. Somos buenos porque no nos han permitido saborear la elección entre el bien y el mal, nos han privado de lo que fue la alegría y el tormento de innumerables generaciones anteriores. Somos buenos, nos agrada la retórica, condenamos lo condenable y aceptamos con gusto la compasión de los demás. ¿Quién nos devolverá la verdadera vida, el riesgo de elegir y de cometer errores? Es cierto, no hemos matado a nadie, a no ser que lo hayamos hecho de pensamiento durante la breve pausa entre dos poemas sublimes. El gran animal es el culpable de todo, es él quien martiriza a nuestras esposas, es él quien miente en nosotros, es él quien engaña. ¿Quién nos va a juzgar? ¿Quién nos arrancará del sueño?
Adam Zagajewski, «El mal», en Solidaridad y soledad, El acantilado, 2010
En un poema sobre el arte como refugio ético, el gran poeta polaco Zbigniew Herbert escribió:
Nuestros ojos y nuestros oídos rechazaron la obediencia
los príncipes de nuestros sentidos orgullosamente escogieron el exilio.
Será que la dignidad no brota de la osamenta del carácter ni del pecho valiente. Para el poeta polaco, el humilde sentido del gusto daba origen al decoro en tiempos indecentes. Así que la estética podría ser útil, el fundamento de una política o más bien, de una moral. La huida del poeta lo condujo a otras tierras y a otros tiempos que pudieran ofrecerle refugio en el arte. Ahí, en la pintura de los grandes maestros aparecían reglas sin amenazas, verdades sin padrinazgos, testimonios llanos. Lienzos lisos como espejos.
Los ensayos de Herbert son crónicas de esa peregrinación. Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos publicado por El acantilado es su cuaderno holandés. Cuenta Adam Zagajewski que Herbert, un hombre bajito de semblante tranquilo y facciones juveniles, recorría museos equipado de una libreta blanca. Podía pasar toda una mañana, todo un día frente a un cuadro dibujando lo que veía. La pintura y la escritura se hilvanaban en esos blocs. El lápiz trazando figuras y zurciendo letras. El poeta no ocultó nunca su nostalgia por la pintura de antes, por el sitio anterior de la pintura. De los artistas se podía saber muy poco, pero no se ponía en duda el sitio del arte en la ciudad. Un mundo sin cuadros les habría sido impensable. “Los maestros antiguos, sin excepción, podrían repetir las palabras de Racine: ‘Trabajamos para agradar al público’, es decir, creían en el sentido de su trabajo, en la posibilidad de comprensión de las personas. Afirmaban la realidad visible con inspirada escrupulosidad y con la seriedad de los niños, como si de ello dependiera el orden del universo, la rotación de las estrellas, la estabilidad de la bóveda celeste. Bendita sea esa ingenuidad.”
Cuadros y artistas, telas y navieros, tulipanes, niebla y lluvia aparecen en esta colección de ensayos y fábulas. El título subraya con buena razón el texto central. El poeta visita el Museo Real de Ámsterdam. Un cuadro lo llama, le hace señas, le muestra un misterio que lo atrapa. En la portada del libro aparece el cuadro: “Naturaleza muerta con brida.” Un par de jarrones, una copa, una pipa, una hoja con notas musicales, un texto. Un fondo enigmático: “negro, profundo como un precipicio y a la vez plano como un espejo, tangible y a punto de perderse en las perspectivas del infinito. La tapa transparente de un abismo.” Del pintor, apenas el nombre: Torrentius. Herbert describe el hechizo de ese cuadro, la fascinación que le provoca un artista enigmático que funde en su nombre artístico el fuego y el agua.
Todo lo que Herbert descubre de Torrentius es material para la leyenda. Guapo y ostentoso, era visto como un libertino que pervertía mujeres y descreía de Dios. Decía que él no pintaba sus cuadros. Que colocaba las pinturas cerca de la tela y, al tocar música, los colores se mezclaban coloreando el lienzo. Su vida escandalizó a la república burguesa y hartó su tolerancia. Fue torturado, encarcelado, desterrado. Estuvo a punto de morir en la hoguera. Solo se conserva ese cuadro abismal que será siempre un misterio. Una alegoría, quizá, de la libertad que sólo en el arte vive.
José de la Colina cuenta una anécdota maravillosa de Leonora Carrington. Un día recibe una visita en su casa. Quien llega es un crítico de arte, un defensor del realismo socialista. Imaginándola aleccionable, le habla del compromiso social del arte, de la deuda que el creador ha de pagar al pueblo. La invita entonces a dejar las tonterías del surrealismo para entregarse a la causa socialista. La pintora no le responde pero, acariciando la mano de visitante, le pregunta si ha cenado. Al saber que no, le ofrece un “sandwich carringtoniano”. El crítico acepta de inmediato, curioso por la delicia gastronómica que descubrirá muy pronto. Leonora va a la cocina. Luego va al cuarto de su hijo pequeño. Vuelve a la cocina y entrega después el sandwich al grandilocuente promotor del arte comprometido. El sandwich carringtoniano era un sandwich de jamón con caca de bebé en lugar de mostaza. El crítico saborea el plato y hace algún comentario sobre el toque exótico de sus sabores. Un sabor intenso… pero exquisito, le dice agradecido.
Ahí está, en una cápsula, la idea que Leonora Carrington tenía del arte político. ¿Usted me pide arte comprometido? Yo le preparo un sandwichito. La rebeldía de su imaginación no tocaba las coordenadas de la ideología. Quien contemplaba las maravillas de los astros y las moléculas, quien injertaba plantas en los venados, quien rompía la tiranía de la gravitación, la cuidadora e inventora de mitos habitaba otra historia. La política no tenía sitio en sus lienzos. Su rebeldía, esa marca de todas sus artes, se expresaba de otro modo.
La admirable muestra que el Museo de Arte Moderno ha organizado para celebrar sus 101 años es el mejor registro de su creatividad inabarcable. La curaduría de Tere Arcq y Stefan van Raay logra capturar ese infinito que fue su imaginación. La exposición “Cuentos mágicos” tiene el gran acierto de rescatar no solamente la obra plástica, sino también su incursión en el teatro y el cine, sus maravillosas cartas, esas admirables piezas literarias que son sus cuentos y sus memorias. Su arte, escribió Carlos Fuentes, “es una batalla alegre, diabólica y persistente, contra la ortodoxia.” Subversión de cuerpos y de reinos; revuelta contra la razón y la fe. Apuesta por la magia, lealtad al mito. Una burla y también una denuncia. Esto último adopta, excepcionalmente, forma francamente política. En la muestra que todavía puede visitarse se asoma un cuadro que llama la atención de inmediato. No solamente resalta por abordar políticamente la coyuntura sino porque parece realizado en un arranque, de prisa, bajo el influjo de otros demonios. No se encuentra ahí la sutileza sobre la tela. Es un cuadro con trazos toscos sobre un comprimido de madera. La firma resalta la fecha: 13 de agosto de 1968. Es la contribución artística de Carrington al movimiento estudiantil. Con dos hijos universitarios involucrados en la protesta, Leonora no podía permanecer indiferente. La represión se dejaba sentir. La hechicera sentía el deber de apoyar al movimiento y donaba un cuadro a los jóvenes para que lo subastaran y obtuvieron dinero para comprar mantas, comida, papel. El cuadro que regaló muestra a un tigre con cabeza de ave y jirafa que sostiene figuras adorando a una mariposa y a una espora gigante. En ambos lados, textos manuscritos. El cuadro pinta, en realidad, lo que no es. En una columna a la izquierda, puede leerse: “No es el retrato de un político, no tampoco de un granadero, no está en el ejército. No maltrata ni asesina a nadie. Es un dibujo libre, quiero guardar mi libertad.” Y a la derecha, un poema de John Donne.
A decir verdad, no puede ser apolítico el arte de esta “feminista natural”, como la llama Tere Arcq. Nunca dejó de pintar libertad. Nunca dejó de picar nuestra imaginación. Se rompe por doquier el catálogo de las especies. Humanos y animales se fecundan y mestizan. El universo, una fraternidad en el misterio. ¨
Alfred Brendel ha dejado los conciertos. Desde hace tiempo, el gran pianista no se pone traje de pingüino para tocar las grandes sonatas del repertorio clásico en las salas más famosas del mundo. Se ha concentrado en la literatura; ha publicado ensayos, libros de poesía
y dicta conferencias. Harold Pinter, al descubrirlo como poeta, dijo: “los mismos dedos creando un nuevo sonido.” Entre sus poemas aparece éste que me atrevo a traducir, a pesar de que ya ha brincado del alemán al inglés.
Somos el gallo y la gallina
Somos también los pollitos¿y qué hay del huevo?
¿quién es el huevo?
SOMOS EL HUEVO
la yema tanto como la claraMás aún:
somos el zorro
que se zampa a las gallinas.
¡Carajo!Somos todo!
Gallo, gallina, pollo, huevo y zorro. Todo eso somos.
Apartado de las salas de conciertos, Brendel empieza a frecuentar ahora las salas de conferencias. Tiene ya programada una buena serie de charlas en universidades de Estados Unidos en donde hablará sobre el humor en la música clásica. El lunes lo pude escuchar hablando de este tema en una pequeña sala de la Universidad de Nueva York. Un Brendel descorbatado se sienta al piano intercalando la lectura de un ensayo admirablemente compuesto con ejemplos al teclado. A decir verdad, la idea no es nueva en Brendel. Ya había publicado un ensayo sobre el tema en un volumen que se recogió para homenaje de su gran amigo Isaiah Berlin. Vale recordar que, en los funerales del gran biógrafo de las ideas tocó precisamente Brendel el andantino de la sonata en La Mayor, de Schubert.
Brendel, quien respondió un cuestionario declarando que su ocupación era reír, se pregunta en su conferencia: ¿tiene que ser enteramente seria la música clásica? Por supuesto que no, contesta Brendel y examina, frente al piano, distintas piezas que mueven a la risa. ¿Por qué nos llaman a reir? ¿Qué hace que un lenguaje sin palabras resulte gracioso? El pianista convertido en conferenciante se ha adentrado como pocos a la estructura de las piezas que interpeta. Sabe bien que, si el auditorio no se ríe al final de tal pieza, la ha interpretado mal o la sala está durmiendo. Trae a la conversación cartas y estudios sobre las sonatas de Haydn y toca fragmentos de las variaciones Diabelli de Beethoven.
Alfred Brendel, admirador del dadaísmo, coleccionista de máscaras antiguas y de erratas en los diarios, cita en su conferencia a Jean Paul Richter, para quien el humor es lo “sublime en reversa.” El pianista subraya en la interpetación y en la gesticulación, las líneas que tienen un claro efecto cómico. Rasguños al orden perfecto de una pieza. Giros de ironía sobre la monumentalidad músical. Cambios que rompen las expectativas del oyente con un cambio súbito de tonalidad. Exageraciones que transforman la música en caricatura. Burlas sonoras. Fraseos que contrastan personajes musicales. Hay piezas que no pueden empezar a tocarse con el seño fruncido, como si se estuviera tocando al solemne de Chopin, dice. Y hay piezas que no merecen al final la corona del aplauso sino la recompensa de la carcajada.
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JAJAJAJAJA, sólo que también hay que saber que el chiste no tiene chiste si no te sabes la rola de Bob Marley…..bueno eso creo…..
Un gran descubrimiento científico sobre el «desarrollo» de los paises… rigor metodológico, amplia explicación, lógica palpable… Puede dejar satisfechos hasta a los más purístas investigadores de las ciencias sociales…: http://www.sincronia-conciencia.blogspot.com
Hoy salió el sol y quema mucho