Ahora resulta que el crítico debe ser un IFE de la literatura. Reclaman a Christopher Domínguez el tratar a los escritores según el capricho de su gusto, de esconder la galería de sus afectos en la pompa de un diccionario crítico, de olvidos y maltratos imperdonables. Víctor Manuel Mendiola puede tener razón en cuestionar el título de la antología de Domínguez pero no alcanzo a entender los motivos para exigirle al ejercicio crítico la exactitud del censo. Guillermo Samperio ha pedido a la directora del Fondo de Cultura que retire de circulación esta obra nociva. Yo sólo creo que hay que leerla sabiendo que no es un canon imperativo, sino lo que el propio autor anuncia: una antología personal. Entiendo que, al compilarla, el crítico es tan libre de escoger y ponderar a sus autores, como el novelista a sus personajes.
El ¿diccionario? se presenta mañana jueves en la librería Rosario Castellanos.
Christopher Hitchens
pasa revista a los diez mandamientos armado de un cincel. Los mandamientos habrán sido escritos en piedra pero les urge trabajo de editor. Necesitamos mandamientos para poner orden en un mundo poblado por genocidas, pederastas y teléfonos celulares. En Vanity Fair revisa uno por uno los mandamientos. El décimo, por cierto, es la invención del crimen de pensamiento. A pesar de que hay quien quiere que los mandamientos se inserten en los tribunales como guía intemporal de justicia, es claro que las órdenes no pasan la prueba del tiempo. Ética de nómadas cuya riqueza son propiedades y personas.
¿Qué hacer con los mandamientos? Los primeros tres, de obvia naturaleza dictatorial, deben desaparecer. No parece muy razonable que el miedo a un personaje todopoderoso sea fundamento ético. Honrar al padre está bien pero requiere el complemento: cuidarás a los menores. Los mandamientos octavo y noveno son impecables: No robarás; no levantarás falso testimonio. El código de Hitchens (un poco editado) se sintetiza así:
Charles Simic publica una nota en el New York Review of Books sobre la cultura del pillaje en los Estados Unidos. Vivimos la era dorada de los ladrones, dice. Los pillos tienen mucho que agradecer. Sólo los soplones, quienes denuncian y exhiben sus excesos serán castigados.
En nexos se publica al mismo tiempo un ensayo de Rafael Vargas sobre el placer de traducir a Simic: «además de la admiración, otro motivo que desde hace tiempo me lleva a tratar de traducir la poesía de Simic es el placer de comprender un poco de la manera en que su imaginación opera, y de escuchar cómo resuena en nuestro idioma lo que él construyó en inglés.» En el mismo número de la revista, cinco poemas de Simic y una conversación con Alejandro García Abreu. Transcribo «El futuro,» en la versión de Vargas:
Debe tener una razón para ocultarnos
sus múltiples sorpresas
y sin duda esa razón tiene que ver algo
con la compasión o con la malicia.
Sé que la mayoría de nosotros le teme,
y seguramente esa es la explicación
por la que nunca hemos sido presentados de manera apropiada
aunque somos vecinos
que con frecuencia se topan
por accidente y después se quedan parados
mudos y avergonzados,
antes de fingir que nos llama la atención
una paloma posada en la banqueta
o bien un niño que se dirige a la escuela
más allá de la carroza fúnebre llena de flores
estacionada enfrente de una diminuta iglesia gris.
En su “Oda a Salvador Dalí”, Federico García Lorca dice del pintor de voz aceitunada:
Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Un párrafo que no alcanzó la versión que se publicaría por primera vez en Revista de Occidente decía:
Te dan miedo las flores y el agua de los ríos
porque son fugtitivos y pasan como el aire.
Amas una materia definida y exacta
Imposible al misterio y mortal al gusano.
El cuerpo de Dalí, campamento de hongos y de gusanos desde hace casi treinta años, ha vuelto a tener contacto con el aire. Como se sabe, una orden judicial mandó la extracción de muestras genéticas. Una vidente se dice su hija y convenció a un juez de que era necesaria la exhumación. La exhumación se mantuvo lejos de lo mirones y los fotógrafos, pero se ha sabido que la momia mantenía intacto el bigote. El rescate de su ADN nos llama a recordar que una de sus fijaciones era precisamente el ADN. En la alucinante entrevista que le hizo Jacobo Zabludovsky habla insistentemente de la molécula como el mecanismo de la inmortalidad, como el hilo monárquico de la creación. “Nada hay más monárquico que una molécula de ADN,” decía.
Un libro en homenaje al científico asturiano Severo Ochoa tiene, en la portada, un grabado de Salvador Dalí. La dibujó ex profeso para el químico español que en 1959 había recibido el Nobel de Medicina precisamente por sus estudios de la síntesis biológica del ARN y del ADN. Ochoa y Dalí habían sido amigos desde los tiempos en que ambos coincidieron en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Pero no era solo el afecto lo que llevaba al surrealista a ilustrar la portada de Reflexiones de bioquímica. Desde joven sintió una gran atracción por la ciencia. En sus fotografías más antiguas puede vérsele sosteniendo un ejemplar de alguna revista científica. Al escuchar a Einstein disertar sobre la relatividad, sus relojes empezaron a derretirse. Ya mayor, cuando se acercó a la física cuántica dijo que, más que los sueños, le importaba ahora el mundo exterior. Mi padre durante mi vida surrealista fue Freud: con él quise crear la iconografía interior. Hoy, me interesa más la física que la psicología. Mi nuevo padre es el Doctor Heisenberg.
El código genético le fascinó a Dalí desde que leyó en un ejemplar de Nature, el histórico artículo de Watson y Crick. El acido desoxirribonucleico le parecía la demostración irrefutable de la existencia de Dios. Paladeaba las sílabas de esa palabra que nombraba un diminuto archivo de mandatos existenciales. Aquella revista de abril del 53 incluía una gráfica de la doble hélice: la “Mona Lisa de la ciencia moderna.” Cuatro años después de la publicación, el rizo apareció en un cuadro de Dalí y no dejaría, desde entonces, de estar presente en su pintura y en sus espectáculos. El mandamiento de Dios, la inmortalidad estaban en esas hélices. En “La escalera de Jacob”, los ángeles ascienden al cielo en peldaños desoxiribonucléicos. La biología molecular es, para Dalí, historia bíbilica.
Cuando muera no moriré del todo, dijo Dalí. Los científicos que rascan sus huesos en busca de su ADN reconocerán que su mensaje persiste.
El libro de Thomas Piketty que ha causado conmoción en Estados Unidos no es solamente notable por su investigación y su argumento. Como escribía hace un par de días en páginas vecinas, su trabajo sobre la economía de la desigualdad que sorprendió al mundo editorial por la cantidad de ejemplares que vendió en unos cuantos días, es un texto que captura la atmósfera del momento y da en el blanco de la ideología imperante. Pero es necesario resaltar otro elemento que aparta el libro del intelectual francés: su oído literario. La literatura es en su libro casi tan importante como su recopilación estadística.
En un artículo publicado por el Los Angeles Review of Books, el escritor canadiense Stephen Marche apuntaba recientemente que El capital en el siglo XXI puede ser el único trabajo de Economía que podría llegar a ser tomado como una obra de crítica literaria. No es que a lo largo del grueso tomo se inserten dos o tres referencias literarias como aderezo al argumento: la literatura está en el corazón del libro. Piketty está convencido que autores como Balzac y Austen capturan los efectos de la desigualdad de una forma que ninguna fórmula matemática o hallazgo empírico pudiera proyectar. Es posible cazar en fórmula exacta la fuente de la disparidad económica; puede medirse con precisión la inequitativa distribución de la riqueza; es posible registrar su evolución a lo largo del tiempo. De esa manera, los datos dibujan gráficas elocuentes de magnitudes y variaciones. Pero esa contundencia numérica palidece frente a la evocación vital de la novela. Esa parece ser la convicción de Piketty como intelectual que aspira a trascender el auditorio universitario: no hay nada tan convincente como la ficción.
Si Piketty le hablara solamente a sus colegas, la fórmula r > g sería suficiente. Ése es, en efecto, el hallazgo técnico más importante del libro: cuando el rendimiento del capital sobrepasa la tasa de crecimiento, los empresarios se convierten en rentistas y la desigualdad aumenta. La notación matemática es concluyente, objetiva, mensurable. Pero Piketty sabe que la frialdad del alfabeto económico no es persuasiva, ni es capaz de registrar la marca íntima de los fenómenos sociales. Por eso se auxilia de otro lenguaje: el lenguaje de la literatura. Sin prescindir de su denso aparato técnico y su abundante colección de datos, el profesor de Economía nutre su exposición en la novela burguesa del siglo XIX. Quienes tratan de encontrar paralelos entre la obra de Piketty y de Karl Marx no se percatan que Balzac es más citado que el autor de El capital previo y que Jane Austen ocupa en este libro, muchas páginas más que Adam Smith. Nos lo sugiere el economista: quien quiera entender lo que es la desigualdad, aprenderá más de la novela que de cualquier tratado económico.
Lo que encontramos en esta obra que ha concentrado el debate público de los Estados Unidos en las últimas semanas es la reiteración del poder de la novela. Escribió Dani Rodrik (quien, por cierto, cree que sus referencias literarias son superficiales) que este libro no hubiera suscitado tanto revuelo de haber sido publicado hace diez años. Agregaria que El capital habría tenido un menor impacto si sólo hubiera sido escrito en el lenguaje técnico del economista. La seducción de la obra es haber logrado lo infrecuente: conciliar la severidad del argumento técnico, la solidez de una investigación minuciosa con el lenguaje seductor de la ficción. Si se quiere prosperar, no es necesario desvelarse en el estudio, no vale empeñarse en el trabajo, hay que esforzarse por nacer en buen sitio.
Sartre, Glucksmann, Aron
André Glucksmann murió el lunes previo a los ataques parisinos. Dedicó buena parte de su vida a luchar contra esas abominaciones. No dudó en definir la cuestión de nuestro tiempo como la guerra entre la civilización y el nihilismo. Leerlo tras la matanza reciente adquiere otro sentido. En Occidente contra occidente (Taurus, 2004) describió al enemigo como un adversario disperso y amorfo pero no menos terrible que las peores tiranías del siglo XX. “Hitler ha muerto, Stalin está enterrado, pero proliferan los exterminadores.”
Radical en el 68, brevemente maoista, se convirtió pronto a la causa antitotalitaria. No dudó en renegar de sus convicciones previas y aliarse a los monstruos de su juventud. Votó por Sarkozy, apoyó la invasión de Irak. Si fue un traidor lo fue con orgullo. Es cierto: no dudó en romper sus apegos para defender a los balseros de Vientam, a los chechenos, a los gitanos, a los musulmanes que son las primeras víctimas del fanatismo. Traidor porque nunca aceptó el compromiso con la idea previa como excusa para ignorar la realidad. Intelectual es quien acepta la soberanía de la reflexión sobre los chantajes de la lealtad. Oficio de soledad. Desde 1975 había roto con el marxismo con un ensayo al que tituló La cocinera y el devorador de hombres. Cualquiera (hasta una cocinera) gobernaría bien si siguiera los principios del comunimo, llegó a decir Lenin—sin mucha aprecio por los cocineros. Los platillos que salen de esa estufa, respondería Gluckmann, son intragables. Fiel a su recetario, el chef prepara trocitos de carne humana.
¿Cómo debe traducirse a Sófocles cuando lamenta la condición humana? “¡Cuántos espantos! ¡Nada es más terrorífico que el hombre!” Mientras Lacan cambia “terrorífico” por “formidable,” Hölderlin elige “monstruoso.” Glucksmann quizá diría “estúpido.” Nada tan estúpido como el hombre. A la estupidez dedicó un ensayo donde afirma que el hombre es el único animal capaz de convertirse en imbécil. Vio en la estupidez el principio creativo de la nueva política. No era una simple ausencia de juicio, sino una ausencia decidida, orgullosa, conquistadora. Una estupidez arrogante. Gracias a ella, nuestra cultura se empeña en cegarse. Cerrar los ojos voluntariamente, desear el olvido, negar lo evidente. En Jacques Maritain encontró la palabra pertinente: excogitar. Se refería al anhelo disciplinado y tenaz de arrancarnos los ojos. Decidir no pensar, no ver. Apostar por la ignorancia. Todos somos más o menos miopes, pero hace falta esfuerzo y tribu para cancelar el deber de confrontar lo evidente. A eso invitaba Glucksmann, el pesimista.
No fue un pacifista. “Quien se niega a emprender una guerra que no puede evitar, la pierde.” Había que encarar el conflicto y reconocer el peligro. El crimen en Alemania fue ser judío. El crimen hoy es estar vivo. Los fanáticos creen que todo les está permitido y deciden permitírselo: volar un rascacielos, explotar un avión, destruir cuidades milenarias, masacrar a quien sea. Los nihilistas encuentran sentido solamente en la destrucción, en la muerte, en el exterminio. Citaba una terrible línea de Nietzsche: “Mejor querer la nada que no querer nada.”
Glucksmann vio su vida como la prolongación de un berrinche infantil. Al finalizar la guerra, el niño judío se resistió, gritos y pataletas, a unirse al festejo. Sabía desde entonces que el baile proponía el olvido. A no olvidar, a temer, a hacer frente, se dedicó desde esa rabieta.
Emil Cioran daba un consejo. "Vaya 20 minutos a un cementerio y verá que sus preocupaciones no desaparecen, desde luego, pero casi son superadas… Es mucho mejor que ir a un médico. Un paseo por el cementerio es una lección de sabiduría casi automática". Fernando Savater, buen amigo suyo ha visitado su tumba para reencontrarse con su sabiduría. Recuerda sus conversaciones con él, plagadas de risa y buenas razones para no creer en nada. Recuerda que, a pesar de su pesimismo, llegó a celebrar la caída de la tiranía rumana: se asomaba un hombre que se atrevía a desengañarse del desengaño (parcialmente, por supuesto)
Creo que esa capacidad de asombro era uno de los encantos de su trato personal, pero también una de las características notables de su talante intelectual. A veces los escépticos adoptan la arrogante superioridad y la suficiencia desdeñosa de los peores dogmáticos: están convencidos de que nada saben ni nada se puede saber con la misma altanería que otros muestran en afirmar su convicción de que saben cuanto puede saberse. En ambos casos lo malo no es ignorar o conocer, sino el estar tan radicalmente convencidos que ya nada puede asombrarles. Cioran permanecía en la tierra del asombro, perplejo incluso en sus negaciones y rechazos más viscerales. Nunca abrumaba con displicencia al creyente que balbuceaba frente a él, incluso parecía envidiarle a veces, aunque le cortaba decididamente el paso. Se asombraba sobre todo de que en la vida la maravilla coexistiese con el horror, como ya señaló Baudelaire: somos conscientes de la matanza general que nos rodea y del encanto de Bach. Sólo dos posibilidades permiten soportar los sinsabores de la existencia, ambas en permanente entredicho pero ambas también irrenunciables: la posibilidad del suicidio y la de la inmortalidad. Cioran permaneció siempre entre ambas, escéptico y atónito.
¡Aaahhhhhh pero cuando quisieron poner límites a estas campañas negativas en México, ¿Qué fue lo que opinó JSHM?
Lo mismo que opino ahora, Pedro. Que por muy antipáticas que sean, no deben prohibirse. Que el elector decida, no los censores.
Limitar las campa&as politicas es como tratar de moralizar por decreto.
Excelente video. Hay que circularlo entre los censores para que aprendan cómo se construye una democracia.
Total, ¿entonces en qué quedamos? El interés del elector debe protegerse o sólo nos extrañamos pero el interés del elector no es tutelable? Eso del interés del elector no acaba de gustarme, prefiero valores políticos o democráticos tutelables, tendientes a hacer las campañas más propositivas que abyectas (sobre todo en los grandes medio de difusión masiva, TV sobre todo). El chiste es que el IFE varía su criterio en 2006 y 2010, o parece hacerlo…
«Lo que extraña es el tono de la campaña del 2010. Y no me refiero en particular a la polarización, ni a la vehemencia del antagonismo: hablo de la explanada que se ha abierto a los absurdos más inconcebibles, la miseria del debate electoral, la gratuidad de las chifladuras, la ausencia de asideros de la razonabilidad.
Piénsese que la mayor parte de los republicanos cree que Barack Obama simpatiza con el fundamentalismo islámico y estaría de acuerdo con que impusieran su ley en todo el mundo. No es que piensen que es débil ante los terroristas, indeciso o incompetente sino que creen es un aliado de los terroristas. Un porcentaje menor, pero nada despreciable de los republicanos, el 24% de ellos, está convencido de que Obama es… el Anticristo. Tras la elección del 2008, la decepción era casi inevitable. Pero lo asombroso es la manera en que el personaje se ha convertido en un collar de los horrores más inverosímiles. La pregunta es cómo se han podido diseminar las versiones más infundadas en ese país, cómo es posible que se haya perdido el marco elemental de sensatez que contiene el debate público.» (JSHM, dos post atrás, Tecnología y populismo)
Sé que recurro a una analogía aparente o falsa, pero me interesa discurrir sobre el esnobismo de Jesús, y otros
http://www.letraslibres.com/blog/blogs/index.php?title=campana_de_contraste&more=1&c=1&tb=1&pb=1
Como siempre estimado Alí, exhibe usted bien, creo en buena lid, a debate abierto, algunas taras de nuestra intelectualida. Tal vez debió escribir le interesa discurrir sobre el esnobismo y populismo pero de Jesús, y otros
Dura tachuela, óxida y puntiaguda, puede esgrimirse contra Jesús, ser esnob y simplista. Nuestra sociedad tan abrazada al cliché olvida su propio sentido común
Cuídese siempre