George Orwell renacerá como bloguero. A partir del próximo 9 de agosto, su diario irá apareciendo en eso que llaman la blogósfera. Cada entrada celebrará su setenta aniversario en la red.
(La dirección del blog no es la que aparece en el título de esta nota)
The New Statesman publica una entrevista con el arquitecto Rem Koolhaas. Entre las cosas que dice:
Puede escucharse aquí a Vladimir Nabokov leyendo el poema que le escribió a su juventud. Enseguida la traducción al español de Macarena Carvajal para Pre-Textos.
Así lo creíamos
Nosotros creíamos tanto en el vínculo de la existencia,
pero ahora, miro hacia atrás y, sorprendentemente,
me pareces, juventud mía, que por tu colorido
no me perteneces y por tus rasgos no eres válida.
Si se piensa, es como si la bruma de las olas
se encontrara entre tú y yo, entre encallar y hundirse;
o como ver una línea de postes y a ti de espaldas,
en bicicleta, yendo directamente hacia el ocaso.
Tú no eres yo hace mucho tiempo, eres un esbozo,
el héroe de cada primer capítulo, pero cuántos años
creíamos en la continuidad del camino, desde el húmedo valle
hasta el alto brezo.
Oliver Sacks, el famoso neurólogo que escribió sobre un hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el doctor que ha meditado sobre las alucinaciones, el autismo, la nostalgia y las relaciones entre la música y el cerebro cumplió 80 años hace unos días. Lo festejó celebrando las bondades de la vejez en un artículo que publicó el New York Times y que luego tradujo El país. Sacks no se queja de las décadas que se acumulan. Despojarse de la juventud es adquirir sentido, perspectiva, es sentir el tiempo en los huesos. En su artículo, Sacks recordaba a su amigo W. H. Auden, quien presumía que cumpliría esos mismos 80 años para largarse después. No lo logró: el poeta murió a los 67 pero sigue apareciéndosele a Sacks por las noches. Auden fue, sin duda, una de las presencias más importantes en la vida del autor de Despertares y, a juzgar por los sueños, lo sigue siendo.
Auden fue una especie de mentor para Sacks. Reseñó con entusiasmo Migraña, su primer libro. Quien se interese la relación entre el cuerpo y la mente, encontrará tan fascinante este libro como lo he encontrado yo. Era la primera vez que el doctor se sentía verdaderamente reconocido. Pero Auden no fue una presencia meramente encomiástica, fue un acicate intelectual, una guía. Debes salir de lo clínico: arriésgate a la metáfora, al mito, le aconsejó. Poco antes de morir, legó a ver el manuscrito de Despertares. Es una pieza maestra, le dijo en su último encuentro.
Tras leer un libro suyo, Auden le dedicó un poema, “Hablando conmigo mismo:”
Siempre me ha sorprendido qué poco Te conozco.
Tus costas y salientes los conozco, pues ahí yo gobierno,
pero lo que sucede tierra adentro, los rituales, los códigos sociales,
tus torrentes, salados y sombríos, siguen siendo un enigma:
lo que creo se basa sólo en rumores médicos.
Nuestro matrimonio es un drama; no un guión donde
lo no expresado no se piensa: en nuestra escena,
aquello que no puedo articular Tú lo pronuncias
en actos cuya raison-d’être no entiendo. ¿A qué evacuar fluidos
cuando me aflijo o dilatar Tus labios cuando me alegro?
Mientras Auden vivió en Nueva York, tomaban el té frecuentemente. El tiempo era perfecto: a las cuatro de la tarde, después de un día de trabajo y poco antes de una noche consagrada a la bebida. Habrán conversado de enfermedades, de pacientes, de tratamientos. Hijo de médico, Auden admiraba las artes curativas: no la ciencia médica sino ese “arte de seducir a la naturaleza”. Aborrecía por ello la arrogancia de los ingenieros de la medicina. Sólo puedo confiar, decía, del médico con el que he chismeado y bebido antes de que sus instrumentos de metal me toquen. Habrán hablado de aquello que más los acercaba: la música. En aquella reseña de Migraña y en una carta personal, Auden citaba un aforismo de Novalis: “Toda enfermedad es un problema musical, y cada cura es una solución musical.” Totalmente de acuerdo con Novalis, le respondió Sacks: ese es mi sentido de la medicina. Mis diagnósticos son auditivos: registran una discordancia o la peculiaridad de alguna armonía.
Pero en aquellas tardes en el departamento del East Village, Sacks y Auden también solían permanecer callados. Sacks recuerda a Auden como un hombre dotado de una de las más extrañas y hermosas cualidades: era una persona con la que se podía estar en silencio, durante mucho tiempo. Uno podía estar con él durante horas, tomando una cerveza, una copa de vino, alrededor de la chimenea sin decir nada, sin sentir la necesidad de decir nada. “Comunicarse sin hablar, absorbiendo la presencia del otro silenciosamente y la callada, elocuente presencia del ahora.”
En el número más reciente de Letraslibres, esta nota sobre Ayaan Hirsi Ali.
Christopher Hitchens llama la atención de la Resolución 62/154 de Naciones Unidas contra lo que llaman "Difamación de las Religiones." La ONU entiende que no son solamente las personas las que necesitan protección sino también las ideas, especialmente esas que no buscan prueba: las creencias. La resolución identifica raza y religión, de tal manera que la crítica de la fe resulta equivalente a racismo. Hitchens hace bien en levantar la voz contra esa embestida de la sensibilidad que pretende censurar toda crítica a las religiones.
Tony Judt murió con la tristeza de saber que logramos el propósito en el que nos empeñamos tercamente: desentendernos el pasado reciente. Nos decidimos olvidar las lecciones del siglo XX. Así empezamos el XXI, como si la historia reciente fuera un estorbo. Una de sus últimas empresas intelectuales fue conversar con su colega Timothy Snyder y repasar justamente esa centuria. Judt, quien ya no podía escribir por la parálisis que lo inmobilizaba progresivamente, podía todavía comunicarse con su joven colega y hablar de las guerras y las persecuciones, las disputas intelectuales, las desgarraduras, las grandes alianzas, las conquistas de la convivencia. Desde esa conversación he visto a Snyder como el continuador de la obra de Judt. Su panfleto antitrumpiano es precisamente un rescate de las lecciones de ese siglo olvidado. Para enfrentar a los fascistas había que cuidar las reglas, defender la verdad, involucrarse en política, cuidar la palabra. En aquel librito de Snyder no solamente se escuchaba a Judt sino también el eco de sus influencias más profundas: Arendt, Orwell, Camus, Kolakowski.
Snyder ha publicado en estos días un libro tan breve y tan potente como el anterior. No es solamente un manifiesto, sino también un diario personal, la crónica personalísima de un hombre que se acerca a la muerte. A finales del año, mientras daba alguna conferencia sobre la acechanza de los tiranos en el mundo, cayó enfermo. Durante semanas fue de una ambulancia a otra, de la sala de emergencias a terapia intensiva, del coma a la convalecencia. Pudo haber muerto y de esa experiencia ha escrito un libro valiosísimo sobre la tragedia sanitaria de nuestra era. Nuestra enfermedad: lecciones sobre la libertad desde un diario de hospital, sería la traducción del libro que acaba de publicar.
Si su panfleto contra la tiranía abordaba las amenazas políticas a la libertad: la corrupción de las instituciones, la perversión del debate público, la muerte de la verdad, en este texto aborda las amenazas sanitarias a la democracia: la desigualdad en el acceso y en el trato, la mercantilización de los tratamientos, los engaños. La enfermedad nos resta libertad; la falta de libertad nos enferma. La inmersión en los hospitales, dice Snyder, me ha permitido pensar de manera más profunda sobre los desafíos de la libertad en nuestro tiempo.
Aunque enfatiza que su manifiesto es una denuncia dirigida al desastre sanitario de los Estados Unidos, no podemos dejar de sentirnos identificados con lo que describe. Siguiendo la pista de Judt sobre la gran hazaña de bienestar que emergió de la posguerra, el historiador de Yale advierte, contra el dogmatismo libertario, que “los derechos individuales requieren un esfuerzo colectivo.” El historiador de las peores atrocidades del siglo, el hombre que ha recabado miles de testimonios del holocausto y ha documentado los horrores del gulag, no dejaba de ver sombras de esa inhumanidad en el mercado de la salud. Si no hay un proyecto de exterminio, hay una losa de indiferencia que nos exhibe moralmente enfermos y que, al tiempo que salva a unos, condena a la muerte a muchos otros.
Si la libertad es individualidad, necesita solidaridad. “Ninguno de nosotros es libre sin ayuda.”
Muchas gracias por subir esto! Mi padre me dio una copia de la cartilla hace muchos anhos. Es una gran lectura a cualquier edad.
Muchas gracias!
DVM
Guau! ¡Qué maravilla, Chucho! Cómo agradecerte tanta cultura. Aunque suene trillado y repetitivo: MIL GRACIAS!!!
«El hombre debe educarse para el bien». Amén.
Soy poeta traductor inglés. La versión del celebre poema IF [Si…] del gran Rudyard Kipling en las páginas 43-44 es precioso.
Excelente!Gracias!