Parece que las siglas bastan en Francia para identificarlos. Bernard Herni Levy publica un nuevo artículo en el Daily Beast. (el anterior fue traducido también por El país) sobre Dominique Strauss Kahn. Insiste en el carácter infamante del paseo para el colmillo de los fotógrafos. Dispara argumentos apresuradamente: pasearlo esposado y abatido no es darle trato igualitario. siendo un hombre famoso, se le somete a una tortura adicional; el principio de inocencia ha quedado vulnerado; los medios actúan como jueces y verdugos. "Dominique Strauss Kahn es mi amigo pero no defiendo a mi amigo, dice. Defiendo un principio."
¿Obtendrá el permiso Yoani Sánchez para recibir el Premio Ortega y Gasset? Mientras espera el sello de la burocracia, ella escribe en su blog:
Esta incómoda infancia cívica, en la que necesito pedir permiso para casi todo, no acaba de convertirse en mayoría de edad. Antes eran mis padres los que vigilaban que no me tragara un tornillo o que metiera los dedos en el tomacorriente, ahora la supervisión viene por parte del Estado. Bajo la “protección” de este rígido tutor, no hay mucho espacio para jueguitos ni para retozos; mucho menos para salir solo.
Como un bebé en pañales me veo por estos días, mientras espero el permiso para viajar a Madrid para recoger el Premio Ortega y Gasset. La autorización para volar mañana sábado 3 de mayo –día de la libertad de prensa- está “detenida” por una misteriosa Jefatura de Inmigración y Extranjería que no me da explicaciones. Para esa poderosa institución sigo siendo un lactante al que no se le dice que le van a poner una inyección.
¡Qué ganas tengo de crecer… de hacerme adulta y que me dejen salir y entrar de casa sin permiso!
Quiso reinventar el mundo pero no salió del espejo. Imaginó el pacto de la fraternidad, llamó a refundar la escuela, exigió la clausura de los teatros y el abandono del pentagrama. Soñó con la recuperación de la inocencia. Le cantó, como nadie, a la libertad. Cada empresa intelectual era, sin embargo, más que un proyecto, una confesión. No escribo libros, dijo, pinto autorretratos. Cada párrafo de Jean Jacques Rousseau, no importa si denuncia tiranos o maldice las artes, es una melodía que refleja su imagen o, más bien, su sufrimiento. El dolor era el salvoconducto de su escritura. El suplicio, fuente de su autoridad. La soledad del perseguido era, para él, origen de escritura auténtica. Fue un romántico intratable.
Rousseau envidió la gloria de los mártires. Por eso hizo arte de la queja, por eso fue un exhibicionista del sufrimiento. No temió mostrarse. Se deleitaba en las ofensas que había sufrido. Ostentó sus tormentos como el rico presume sus joyas. Luciendo sus heridas, caminó por el mundo creyéndose el primer hombre honesto en el planeta. Más que sumergirse en sus defectos, lloraba la incomprensión, la malevolencia de los otros. En alguna carta daba cuenta del refugio de su esperanza: ser juzgado por todo lo que había soportado. No creo que exista algo tan bello como sufrir por la verdad, llegó a decir. Sus Confesiones son el itinerario de sus desgracias. La primera, por supuesto: nacer. Existir fue para él, un pecado. La vida, una culpa. “Le costé la vida a mi madre; mi nacimiento fue la primera de mis desdichas”. Así se presentaba frente al confesor que lo leería.
El artículo completo puede leerse aquí…
El número de ayer del semanario del New York Times se dedica a la arquitectura. Entre otros artículos, aparece éste de Nicolai Ouroussouff sobre la invitación de Sarkozy a un grupo de arquitectos para transformar la capital francesa. Aquí, pueden verse imágenes de las propuestas.
Hay noches que no hacen ruido, pero cada vez son más raras. La ciudad de hoy es enemiga de ese silencio nocturno en donde sólo se escuchaba el monótono, pero arrullador, canto de las cigarras. Mañana no tendremos otro silencio que el de las tumbas, a condición de que no despierten los muertos, porque sus gemidos serán estruendosos cuando intenten probar la inocencia que hoy encubre sus delitos, dado que son almas piadosas: confiesan y comulgan sus pecados a estafadores con tiara y permiso para delinquir.
Hay noches que no hacen ruido, pero son cada vez más ajenas a nuestro tiempo. La ciudad moderna ignora el silencio nocturno que permitía escuchar el sonido del mar, o el mugido del viento, tan sonoro y firme como el de las vacas que asustaban a mi hija, aun cuando no le quitaban el sueño.
Hay noches que no hacen ruido, pero ya no se oyen debido a la algarabía que las vapulea.
Hay noches que no hacen ruido…
Julián Meza, Sicilia. La piedra negra.
Alcalá, Grupo Editorial, 2008 (con nota previa de Álvaro Mutis)
En el número más reciente de Letraslibres, esta nota sobre Ayaan Hirsi Ali.
Este
viernes se estrena Vuelve a la vida
en salas de la Ciudad de México. La película se anuncia desde el principio como
un accidente feliz. Por alguna casualidad, el director, Carlos Hagerman se
enteró de la cacería de un tiburón inmenso en el Acapulco de los años 70.
Maravillado con el relato, fue en busca de los testimonios necesarios para
cocinar el guión de una película que retratara el encanto del puerto en esa
época y la recontara la hazaña. Al recoger las voces de los testigos y
protagonistas de la historia, se dio cuenta que no era necesaria la cocción.
Así, crudos con el único condimento de la revoltura, sabrían mejor. La ficción
estorbaba. En el borbollón de testimonios, de recuerdos, de anécdotas, estaba
todo lo necesario para la cinta. Ahí estaban todos los ingredientes de Vuelve a la vida: ceviche azaroso y
fresco que no es otra cosa que una leyenda entrañable.
Acapulco en
los años 70; un buzo, una modelo de Vogue y una tintorera asesina. El personaje
central es magnífico, inolvidable. Un buzo bohemio, mujeriego, con facilidad
para la mentira y la parranda; un narrador excepcional que seducía a su oyentes
con cuentos y fantasías. Un hombre libre que contagiaba vida. Acapulqueño con
cuchillo a la cintura entregado al llamado de la aventura. Guía de Tarzán y de
los Kennedy que nadaba en el agua como un pez, casi sin moverse; que se sumergía
a las profundidades para salir con las manos repletas de ostiones. Se le
conoció como “Perro largo” y fue una auténtica leyenda de Acapulco. La película
borda el mito con palabras donde se confunden memoria y fantasía; admiración y
cariño. De su vida y milagros hablan los que fueron tocados por él. La modelo
de Vogue conquistada y transformada
por el buzo apasionado y el hijo güero y pecoso que trajo con ella. Las muchas
voces de un puerto donde había humor, piquetes de burla, pero nunca hostilidad.
La leyenda
del Perro largo no es la del héroe solitario, el ídolo remoto y su corte
reverente. La leyenda que se cuenta en realidad es la de una comunidad que gira
alrededor de esa chispa vital. El coctel de afectos y recuerdos compartidos, de
enseñanzas, de revelaciones. El verdadero protagonista de Vuelve a la vida es un Acapulco fabuloso—no por el revoloteo de las
actrices de Hollywood o los pasatiempos de los turistas famosos, sino por la práctica
de la camaradería natural, por la música de la amistad, por la famila. Hagerman
tiene la elegancia de no recurrir jamás a la engolada voz en off que guía o,
más bien, manipula la emoción del espectador, pero en la película hay mucho de
nostalgia de vieja postal, una nostalgia que no se abandona al sentimentalismo,
sino que evoca, delicadamente, la añoranza.
La hazaña medular
de la película no es la del pescador solitario frente a un pez inmenso, sino la
de una comunidad que se descubre derrotando a un monstruo. Perro largo y otras
25 personas logran arrancar al tiburón gigante del mar—entre carcajadas, tragos
de cerveza y una buena mariscada. La cinta se aleja ahí del testimonio para
abrazar el rito. No se queda en el recuerdo: celebra, revive, como anticipa el título. Reescenificar el pasado para
transformarlo en fiesta, comunión. Cuando la directora francesa Agnés Varda se
propuso filmar, ya octogenaria, una película sobre su vida, caminó hacia atrás
frente a la cámara para desenrollar sus recuerdos. Habló, recordó, trajo
fotografías y cintas viejas pero, sobre todo, se dispuso a reencontrarse ante
la camara, a través de la cámara. La película de Carlos Hagerman sigue ese
camino: no es solamente una evocación: es una ceremonia de gratitud. La
película no es sólo una función para los espectadores. Gracias a la cámara, un
grupo marcado por una lealtad cariñosa, unido al recuerdo de una proeza
festiva, se reencuentra. A volver a la vida, nos invita la película. O a llegar
a ella.
No he dicho
lo importante. Este fin de semana dénse el gusto de ver Vuelve a la vida.
Ramón Xirau se apropió de una línea del Cántico de Jorge Guillén:
Soy, más: estoy, respiro.
Cuatro palabras, cada una de ellas hilada a la otra con un signo. Xirau las sentía suyas: la nuez de su pensamiento. Por eso regresaba una y otra vez a ellas. Nuestro idioma nos ofrece un privilegio que no tienen todas las lenguas para apreciar la condición humana. Ser no es estar. Más que ser en el mundo, estamos en él. Serán las piedras, nosotros solo estamos. “El soy, dice Xirau, es una asfixia; el estoy es respiración.”
Xirau escribiría poesía en catalán y la filosofía en español pero tenía bien claro que las dos hermanas iban en busca de lo mismo. Poesía y filosofía eran dos formas de habitar el mundo, dos caminos hacia el asombro de lo sagrado. Su manual de historia de filosofía, más que una historia, es una invitación a filosofar. La filosofía, “encuentro con la verdad” era, para él, “una cuestión de vida.” Más que eso: “una cuestión de supervivencia más allá de la vida.” Dice bien Julio Hubard que Xirau no exponía el pensamiento de los filósofos sino que pensaba con ellos, desde ellos, quizá. “Cuando se dilata con Hegel, es un hegeliano; cuando con Platón, platónico.” El maestro no trasmite pensamiento, lo hospeda. La poesía, la más intuitiva de las hermanas, la que brota sin aviso era para Xirau la hermana mayor. La poesía iba siempre un brinco adelante porque la captación poética entreveía sin reflexión el sentido profundo de la existencia. Después vendría el reposo de la reflexión. La poesía palpa el sentido del tiempo, es decir, de la muerte. Vivir es ir muriendo, decía de la mano de Pere March, un poeta valenciano medieval:
En cuanto se nace se empieza a morir
y muriendo, se crece y creciendo, se muere de continuo,
que ni un momento se deja de hacer vía
ni para comer, ni yacer, ni dormir.
A este crecer muriendo dedicó ensayos luminosos. Nuestro tiempo no es el presente sino la presencia. Durante su estancia en el mundo, el hombre contempla, comprende, siente. Estar presente es entrar en contacto con las maravillas del mundo: nombrarlas. Fugaz es la caricia del mundo. “Tiempo continuadamente nuestro, en nuestra estancia en el mundo, la presencia es constantemente un ahora, atento al mundo, atento a los demás, atento al Otro, a los dioses, a la divinidad.” Sus poemas están llenos de música, de aire, de naranjas y de ríos, es decir, de pájaros.
Xirau es puente, dijo Octavio Paz. Una tabla para cruzar la brecha de las generaciones, de los continentes, de las lenguas, de los saberes. Poesía y filosofía eran rutas para el encuentro con el mundo, lo humano y lo sagrado. Ciudades y ríos, árboles y viajes, cuadros y música aparecen constantemente en su poesía. “Conocer es, al mismo tiempo, percibir, sentir, nacer con el mundo, con los otros, con el otro. ¿No decía Claudel—preguntaba Xirau—que el conocimiento es co-naissance?” Conocer es conacer.
Me pasa el río que pasa
y yo soy este río
si la ventana abierta
hace contagio de ojos y de aguas.
En algún momento había leído el prólogo que Octavio Paz escribió para Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik. Paz lee en el poemario una lucidez meridiana, una transparencia vegetal, el insomnio de las pasiones, un objeto que permite ver más allá, la soledad sensible. Nada más supe de la legendaria poeta argentina hasta que aparecieron de pronto su poesía completa, sus diarios personales, su prosa y sus cartas en la mesa de novedades de El péndulo.
La escritura fue para Pizarnik la única manera de habitar la soledad. Llevar la máquina de escribir a un viaje familiar era una coartada para apartarse del mundo, poder encerrarse en el cuarto de un hotel a escuchar el sonido de las teclas y el rodillo. “Si no hago poemas, la soledad ya no es mía, escribe en alguno de los cuadernos que registran el encierro de sus obsesiones, la pesadilla de sus miedos, su extranjería radical.
Tormento la vida, el cuerpo, el amor, Alejandra Pizarnik se aferró durante su breve vida al hilo débil de la escritura. Una forma de merecer la soledad, un modo de padecer la vida, de soportarla. Sólo con letras escritas—y no con palabras pronunciadas—la poeta maldita se apropia de su dolor y de su angustia. En una y mil entradas de su diario deja constancia del miedo.
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
Si el habla obedecía a un código que le resultaba indescifrable, la escritura era comprensible. Entendible pero frágil, fugaz. La palabra poética aparece de pronto en sus papeles pero también, como amante, la abandona. La escritura calmaba de algún modo su “sed de realidad.” Fijas en papel, las palabras se transformaban en cosas. “Las palabras como conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto imposible? Usar el lenguaje para que diga lo que impide vivir. Conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga no será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad.”
En el pizarrón de su estudio, donde anotaba con un gis los bosquejos que luego pasaría a la máquina, escribió:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo.
Soñó con levantar un puente que conectara la miseria absoluta (la suya) con la belleza absoluta (la de la poesía). En diarios y poemas se constata la tormentosa relación de la poeta con el lenguaje. Lenguaje que envuelve como agua, como música. Lenguaje que también patea como mula. La extinción de la palabra era la muerte: “Tengo miedo, dijo. Sin lenguaje no puedo vivir y cada vez hay menos para decir.”
Enorme espíritu.
Grandeza que no es suficiente.
Para Jesus Silva, mi comentario es que por que terminaron con el programa de entre tres, pues creo que ahora que venian las campañas podriamos tener los puntos de vista acertados como siempre de estos 3 analistas, podriamos estar de acuerdo o no pero se mostraba otra parte de la vision siempre con realidad sin favorecer a nadie.