Visto acá.
Hay una enorme distancia entre los problemas de la gente y las discusiones de la politiquería. Poco aportan los debates de políticos y los comentarios de los opinadores. Valdría la pena buscar fuera de esa caja. El New York Times se anima a formular la pregunta elemental: ¿qué harías si fueras presidente? a quien no tienen ninguna posibilidad y muy pocos deseos de ser presidente de los Estados Unidos. Michael Sandel aboliría los palcos en los estadios. Para el autor de un influyente libro sobre la justicia, los palcos representan el divorcio de las élites de la comunidad. Para recobrar el espacio común de la ciudadanía habría que eliminar los palcos en los estadios y en otros lados…
El blog de filosofía del New York Times aloja un texto interesante de Gary Gutting, autor de un libro monumental sobre la filosofía francesa en el siglo XX, sobre las razones de la fe en la que enfrenta la soberbia de cierto ateísmo. Creer que no hay nada valioso en la religión es como creer que no hay valor en la poesía, en el arte, en la filosofía. La ciencia podrá aportar conocimiento de causas pero nuestra experiencia no se detiene solamente en esas conexiones. Hay significados que escapan a las interacciones causales. Valdría aceptar las razones de quienes abrazan la fe como fuente de entendimiento y de amor pero permanecen escépticos frente a sus pretensiones de conocimiento causal.
Joseph Nye publica un artículo en el que reflexiona sobre el liderazgo y las diferencias de género. ¿Sería más pacífico el mundo si mandaran las mujeres? Steven Pinker dice que sí en su libro más reciente. Nye sostiene que hay un estilo femenino de gobernar que puede ser más adecuado para nuestros tiempos. Las mujeres sostienen una estructura de trabajo menos jerárquica que funciona mejor en una sociedad del conocimiento.
El Times Literary Supplement ha publicado una lista interesante con los libros que, a su entender, han sido los más influyentes desde la Segunda Guerra. El suplemento revisa una lista similar publicada hace varios años. Advirtiendo que no repara en el mérito sino en el impacto de los libros, ofrece un buen panorama del debate intelectual de las últimas décadas.
Jed Perl, crítico de arte en el New Republic, escribe sobre el activismo y el arte de Ai Weiwei. "El problema con la celebración del activista político es que insiste en utilizar el museo para su lucha."
Como artista, Ai Weiwei sigue enjaulado, incapaz de expresarse en el lenguaje de las formas, que es el único lenguaje que un artista puede conocer realmente. Un novelista podría lograr algo emocionante con el predicamento de Ai. Pero Ai no es un personaje de novela. Es un hombre que hace obras de arte. Son heladas como un hueso: los pensamientos y actitudes de un gran disidente político que permanece intocado incluso por una chispa de fuego imaginativo.
El caricaturista David Rees ha publicado un libro sobre el arte de sacarle punta a un lápíz. El New Yorker publica una reseña de este libro al que clasifica como «referencia de vanguardia». El autor de este tratado teórico y práctico sobre el arte de sacarle punta a un lápiz lo define como una memoria emocional escondida tras un manual técnico, disfrazado de libro cómico. Tras la ruptura de su matrimonio, Rees escribe sobre el lápiz roto.
El episodio de la portada es una cápsula de los embates contemporáneos al humor. Si la modernidad era una apuesta de la razón, lo que quiere sustituirla es una apuesta de la sensibilidad. Postergar el juicio y adelantar el sollozo. Sustituir la reflexión por la indignación. Se nos invita entonces a sacrificar una forma de inteligencia ácida que no puede dejar de ser combustible. No es casualidad que los malhumorados sean frecuentemente tontos. Son incapaces de percibir el doblez del humor, las sutilezas que se esconden detrás de lo notorio, el pellizco que se disimula en el cojín. Por ello la tontería de lo correcto nos convoca a una solemnidad permanente: esto no es chistoso nos dicen muy señudos. Todo lo que pensamos, todo lo que decimos, todo lo que escribimos, todo lo que dibujamos debe pasar la prueba de la ofensa. ¿Hay alguien en el mundo que pueda sentirse ofendido? Si alguien levanta la mano y dice: esto me lastima, esto me desacredita, esto me hiere, debemos callar.
Es preocupante que seamos cada vez más incapaces de entender el mecanismo de la sátira. Gary Kamiya apuntaba que lo que revela la irritación generada por la caricatura es la muerte del sentido del humor de los liberales norteamericanos. El asunto rebasa, por supuesto, las fronteras de los Estados Unidos. Nos amenaza un imperio de literalidad que pone en peligro la ironía. Nos amenaza también un imperio de sensibilidad que pone en peligro el sentido común.
El espectador descubre muy pronto que las cartas de amor, son un adiós. Lo que amo de él. Lo que amo de ella. Los pequeños detalles, los rasgos profundos, la admiración mutua. Y el aviso también de una rivalidad. Dos cartas que no llegan a ser enviadas. De inmediato se revela la primera clave de Historia de un matrimonio, la nueva película de Noah Baubach para Netflix: la comunicación que se vuelve imposible. Más que la historia del matrimonio, la película retrata su final. Es a través de las ruinas que identificamos lo que alguna vez estaba en pie. Por las piedras que quedan en el suelo, por las vajillas hechas polvo podemos imaginar, como arquéologos, lo que alguna vez fue el desayuno amoroso y las nimias rivalidades.
Baubach pinta admirablemente ese deseo de comunicación que se ahoga en la garganta o revienta en el pleito. El intento de entenderse viene de ambos lados y fracasa siempre, estrepitosamente. Una escena lo retrata quizá, con literalidad excesiva: la pareja coopera solamente para recorrer la cortina de un muro que los separa. El tiempo parece acelerarse para imponer la incomprensión. De un momento a otro, la pareja pierde la capacidad de decir, la capacidad de escuchar. Será que, como dice Nicole, el personaje al que da vida Scarlett Johansson, “no es tan sencillo como dejar de estar enamorada.”
En el centro de la película están los diálogos entre Nicole y Charlie, representado por el genial Adam Driver. Intercambios crueles, dulces, cómicos, letales. Diálogos rotos, diálogos frustrados. Pero lo que me resulta más entrañable de la película es lo que sucede entre ellos en ausencia de palabras. Ahí es donde se muestra el portento de las actuaciones y de la dirección. No en la tormenta de la agresión sino en la intensidad de las reservas, en la espontaneidad de los reflejos. Hablo del silencio hostil, de la incomodidad de un cuerpo frente al otro… y también del diálogo tierno de las miradas, la complicidad de los gestos, de las sonrisas. La profunda imbricación de la intimidad en el tiempo. Es ahí, en ese vacío de palabras, donde se refugia el recuerdo del amor.
La película de Baubach no es solamente el relato de un colapso amoroso. Es también, en plenitud, una tragedia, es decir el cuento de la colusión con nuestra ruina y la intervención de fuerzas que son superiores a nuestra voluntad y nuestra inteligencia. La imposición en la vida humana de una lógica incomprensible que nos rebasa y nos arrolla. Quienes fueron amantes se convierten en títeres de una irracionalidad invencible. Cuando los divorciantes caen en manos de un abogado han renunciado a su libertad, a su razón, a su poder. Sus recuerdos habrán de ser pervertidos, sus deseos ignorados. El absurdo de la ley arrasa con el anhelo de entendimiento. En esta historia el destino habla con lenguaje abogadil. Ofrece abrazo y comprensión, mientras hace cálculos y amenaza. Seduce con té y galletitas para imponerle a la pareja una guerra que le era ajena. La quiebra del amor conduce a un secuestro. Un secuestro, debe decirse, del que son cómplices los secuestrados. Lo sabían: colaboraban con su propia desgracia convocando al demonio a oficiar en su despedida.
“Ningún escritor sensato cree en las entrevistas,” escribió Enrique Vila-Matas, en un artículo sobre el género que publicó hace casi diez años en El país. Como las preguntas que hacen los periodistas son casi siempre las mismas, la única manera que tiene el escritor para no morir de aburrición en los interrogatorios es inventar siempre una respuesta distinta a la misma pregunta. Por eso pedía que no se tomara muy en serio el género. Citaba a John Updike quien advertía ahí un fraude inevitable: en una entrevista uno dice algo de más o algo de menos a lo que quiere decir. Sugería algo más: el escritor que se deja entrevistar traiciona su propio oficio. Deja su terreno, que es el de la escritura, y se convierte en un charlatán cualquiera. Lo que el escritor dice está en sus novelas, en sus relatos, en sus poemas. De esa desconfianza viene aquella admirable carta-poema de José Emilio Pacheco a George B. Moore para negarle una entrevista: “importa el texto y no el autor del texto”, le dice. Nada tengo que agregar a lo que escribo:
Si le gustaron mis versos
¿qué más da que sean míos / de otros / de nadie?
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.
Y sin embargo, la entrevista, cuando escapa de la trivialidad periodística, es un admirable género literario. La obra de Borges, por ejemplo, no está completa sin esos diálogos que capturan la chispa de sus reflejos, su humor, su erudición perfectamente metabolizada. Como bien dice Alejandro García Abreu, para ser literatura, la entrevista debe encontrar “un equilibrio de perspicacia e imaginación entre las partes, un gesto de complicidad, a la vez que deviene en un reto. Cuando el entrevistador sobrepasa los estándares del mero periodismo logra que el entrevistado ensaye oralmente, que elabore un texto inmediato.” Esa literatura que ha ido cultivando García Abreu durante años es recogida en su libro más reciente: El origen eléctrico de todas las lluvias. El libro publicado por Taurus salió de la imprenta en los días más severos del encierro. Quizá por ello no tuvo la recepción que merecía en las librerías ni en la crítica. Se trata de una colección de entrevistas que el crítico ha hecho durante una década con escritores, pensadores y artistas como Roberto Calasso, Jorge Edwards, Emmanuel Carrére, Claudio Magris, Norman Manea, Charles Simic o Monika Zgustova.
Salvador Pániker, el brillante dietarista catalán que publicó un par de libros de conversaciones, formuló una tesis que se conoce como el “teorema de Pániker”: “Todo entrevistado acaba reducido a los límites mentales del entrevistador”. Algo así dice Claudio Magris en el prólogo de la compilación: quien cuenta en la entrevista es el que plantea las preguntas. Frente a una pregunta insignificante, no hay quien pueda dar respuesta con sentido.
En las entrevistas de García Abreu se trazan líneas de una crítica instantánea y una autobiografía intelectual. La compenetración del crítico con la obra del interlocutor le permite adentrarse a la médula, estimulando en el creador una reflexión fresca y muchas veces aguda, sobre el brote de la intuición creativa, las diálogos ocultos, el vínculo íntimo entre una obra y la siguiente. La admiración del crítico le permite detectar la pasión esencial del creador. No encontraremos aquí una charla informal, espontánea, azarosa sino el despliegue de una estrategia sesudamente preparada por el cazador. El libro celebra la fricción de las inteligencias en la conversación. De ahí el título que proviene de una línea de Vila-Matas en Marienbad eléctrico: conjugar la serenidad y rayo repentino: viajar “al origen eléctrico de todas las lluvias.”
test
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wafhlwaofhlohlhflhflh
http://flwfhlwehflh.com/
Para vergüenza de George Orwell y quizás de Popper, los ciudadanos más vigilados del mundo no están en La Habana, Teherán ni Beijing, sino en Londres. La orgullosa capital del liberalismo tiene alrededor de 500 mil cámaras repartidas por su territorio. Hay un promedio de media a una cámara por cada 14 habitantes en el país (El Mundo).
Si pero esta foto esta en Barcelona.. y ahi esta el Gran Hermano vigilando a sus habitantes.
Fuera de tema: creo que sera de utilidad para tus lectores el enlace para descargar el libro
Michael Lewis, The Big Short: Inside the Doomsday Machine. Es una narracion muy bien hecha, del transito entre la invencion de los derivados, y la explosion de la burbuja de los sub-prime.
Periodismo de investigacion y buena prosa. es un audiolibro en ingles.
http://politicaltheory-practice.blogspot.com/2010/05/7-libros-para-entender-el-colapso.html
Oh,my god,let me see,I really think so.
Aguas, ¡acuérdense que un mundo nos vigila!