Mucho se ha estado publicando en estos días sobre Camus. El país publicó un texto de Bernad Henri-Levy donde resalta el arte de su filosofía. Camus: un pensador que esculpe imágenes con palabras, no ideas. Jean Daniel pregunta si este año será el año de Camus. La respuesta es sí: "el hombre que reflexionó sobre el suicidio, el asesinato, la revolución y la rebelión, imponiéndose como disciplina una lucidez extrema, el pensador que abominó de lo absoluto, cultivó la duda, introdujo heroísmo en el comedimiento y anticipó que en lo sucesivo tendríamos que intentar conservar el mundo en vez de intentar cambiarlo, ese hombre definió un comportamiento y una actitud en vez de un credo." El ángel de Reforma publica varios textos. Sobre la actualidad de su pensamiento, Christopher Domínguez apunta: "basta con picar sus artículos políticos para encontrar fragmentos enteros que podrían publicarse hoy día, como los referidos a las justificaciones maniacas que en las democracias se hacen del terrorismo y a la dificultad culpígena padecida por los intelectuales de Occidente a la hora de defender sus valores sin arrogancia, pero sin falsa modestia." Philippe Ollé-Laprune habla de su victoria póstuma. En su blog, Rafael Rojas resalta la disputa por sus restos. El Economist repasa un manojo de libros recientes para resaltar su lucidez moral y su soledad.
El poeta Charles Simic extraña los días en que su buzón recibía cotidianamente un montón de tarjetas postales. Recuerda las imágenes turísticas y extrañas que paseaban por el mundo hasta llegar a su destino. También recuerda con nostalgia lo que se escribía en ese espacio pequeñito: joyas de la elocuencia y la concisión.
Aquí escribí sobre El monstruo ama su laberinto, uno de sus cuadernos de notas.
El nuevo libro de George Steiner desvela a sus lectores los libros que no ha escrito. El nombre y la portada de su edición norteamericana retratan un hueco. Mis libros no escritos
es el título de esta obra de siete capítulos que corresponden a tantos espectros. La imagen de la carátula, diseñada por Rodrigo Corral, capta dos sujetalibros que sujetan aire. Podría pensarse que la idea del libro no escrito es, en algún sentido, tautológica, en tanto que es una forma de nombrar al ensayo. En efecto, todo ensayo es un libro abandonado, como detectó con insuperable claridad William Hazlitt a l exclamar: “Ay, qué abortos son estos ensayos!” Interrupción de una idea; exposición de un argumento inconcluso, preparativo para una función que no llega. Todo ensayo sería un libro no escrito. Su fórmula, según Paz, es decir lo que hay que decir, sin decirlo todo.
Pero los libros no escritos de los que habla Steiner son aquellos que por su ausencia, lo definen. No son empresas intelectuales que la distracción o las prisas han boicoteado. Son libros que Steiner no se ha atrevido a escribir, que no podría escribir. Más que proyectos pendientes, son dolencias presentes.
La sabiduría de Steiner es pedregosa, no fluvial. No discurre siempre con soltura y transparencia. Al ensayista lo secuestra reiteradamente un catedrático pomposo que no puede liberarse de sus bibliotecas y sus terminajos. Se necesita equipo de alpinista para escalar algunas frases suyas. “A pesar de que puede asumir modos “surrealistas,” la gramatología de nuestros sueños está lingüísticamente organizada y diversificada más allá de las histórica y socialmente circunscritas provincialidades de lo psicoanalítico.” Seguramente estoy traduciendo con torpeza, pero el original es tan escarpado como esta versión. Con todo, la aspereza retórica es apenas la costra que envuelve una sutileza. Al pasearse alrededor de sus silencios, Steiner se desnuda: borda lo que le duele, lo que no entiende, lo que le falta, lo que la vida ya no le permitirá. Es perceptible el matiz testamentario de este libro: no es la última voluntad quien ordena el reparto de propiedades, sino la despedida a todo lo que no fue. La herencia que quiere dejarnos Steiner no es el catálogo ordenado de sus posesiones, sino esos borradores que son su carencia dorsal y que siguen esperando autor. Steiner no pudo escribir un libro sobre la envidia porque sentía el tema demasiado cerca del hueso. No redactará el tratado sobre los lenguajes del erotismo porque, a pesar de haber tenido “el privilegio de hablar y hacer el amor en cuatro idiomas”, es incapaz de entregarse a la infidencia. No publicará el libro que quisiera escribir sobre su devoción por los animales porque la introspección que ese proyecto exigiría supera su valor. Tampoco leeremos la propuesta de un nuevo quadrivium. Steiner se sabe inexperto en ecuaciones no lineales y en genética.
La notita introductoria lo dice mejor, por supuesto: “Un libro no escrito es más que un hueco. Acompaña el trabajo que uno ha hecho como una sombra activa, irónica y dolorosa al mismo tiempo. Es una de las vidas que pudimos haber vivido, uno de los caminos que no tomamos. La filosofía nos enseña que la negación puede ser decisiva. Es más que el rechazo de una posibilidad. La carencia tiene consecuencias que no podemos prever ni calibrar con precisión. Es el libro no escrito el que pudo marcar la diferencia. El que pudo habernos permitido fallar mejor. O tal vez no.”
El camino que nunca tomamos nos retrata mejor que el que seguimos.
El doctor Francisco J. Valadez me envía un correo interesante que reproduzco a continuación:
Me pareció conveniente, examinar algunos de los argumentos que usted sustenta, en su articulo de este día, para descalificar la respuesta de las autoridades de salud de nuestro país, ante la emergencia sanitaria que nos aqueja.
1. Respuesta tardía.
Identificar un brote infeccioso, caracterizar al virus y establecer una política de salud, ante la emergencia en menos de 15 días, es realmente sobresaliente, para los estándares internacionales. Puede revisar el artículo de Julio Frenk ex-secretariode salud y director del escuela de salud pública de Harvard, publicado en el New York Times, la semana pasada.
2. La magnitud de la respuesta es desproporcionada en relación a la epidemia.
Si un virus de la letalidad que ha exhibido en pocos casos el H1V1, se disemina sin control, en pocos dias el daño sería extremadamente grave. Este virus se transmite de persona a persona y afecta principalmente el sistema respiratorio, interfiere con intercambio gaseoso y provoca insuficiencia respiratoria. En 10% de los casos puede ser necesaria la aplicación de asistencia respiratoria ( intubación y manejo de respirador automático),
Sólo a los turistas detestaba Julián Meza tanto como a los economistas. Tal vez eran dos especies del mismo bicho. Unos se perdían de las maravillas del viaje por traer el ojo tapado por una cámara de fotos y seguir con prisa puntual las estaciones de una rutina. Los otros creían que la única ventana al mundo era su pizarrón. En la economía veía una prepotencia incuantificable, una ignorancia infinita. Los economistas eran predicadores de un sermón sospechoso: “Si la existencia del planeta dependiera exclusivamente de la economía hace unos diez mil años que habría sido clausurado, puesto en venta y comprado por un venusino privatizador.” Su invectiva encontró blanco en los economistas de los que se burló a placer en diccionarios, ensayos, crónicas y otras diatribas. No lo hizo desde lo lejos, sino en su convento: el ITAM, monasterio entregado al cultivo de eso que llamaba neoteología. Lo hizo ahí remarcando su vocación de marginal.
Fue ahí, en este templo de la técnica, donde insistió en reivindicar los poderes de la literatura. Se burlaba de esa escolástica con numeritos pero también de quienes creen que la política puede estudiarse científicamente. En el primer número de la revista Estudios que dirigió durante muchos años, reivindicó la penetración de la imaginación literaria; la ventaja de la metáfora sobre la fórmula. La literatura ve lo que la ciencia ignora: observa la sociedad con mayor detenimiento que la sociología; entiende los límites del pensamiento mejor de lo que lo puede hacer la filosofía; descifra mejor el misterio de los sueños que el psicoanálisis. El amor a la literatura correspondía a su odio por el fanatismo y la tontería. Hablando de Macbeth, el ensayista ubicaba la voluntad de poder en la cazuela de las brujas, ahí donde se junta lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. La explicación de la imaginación literaria resulta, a fin de cuentas, la “ausencia de explicación.”
No tropezó jamás con la mesura. Nunca sintió la tentación del equilibrio. Su prosa muerde y bromea pero con idéntica desmesura, admira y elogia. Y así va formándose un curioso equilibrio de intensidades: su odio a los lugares comunes era sólo comparable a su reverencia ante el genio. El desprecio a los ídolos del momento no era menos intenso que su homenaje a la luz del Mediterráneo. Antipatías y cariños que brotan del mismo impulso vital de quien se afirma, con la palabra, en el mundo.
El lector que fue sabía muy bien que el hombre no es el sujeto racional de las fantasías filosóficas. Es muy poco razonable, decía su amigo, Edgar Morin, creerle al griego que dijo que éramos criaturas racionales. ¿Homo sapiens? En realidad, la demencia es lo nuestro. Somos locos que en su delirio hacen la guerra y se enamoran. Si se quiere entender al mundo hay que comprender la fuerza soberana de la imbecilidad, esa fuerza omnipotente, ubicua y democrática. “Aun cuando parece ser sólo Uno, el imbécil siempre suma dos.” Julián Meza no lanzaba el dardo a los demás: sabía bien que traemos la imbecilidad colgada como sombra. Pero hay de imbéciles a imbéciles, decía. La más imbécil de las imbecilidades es la que se niega, la que muy seria se rechaza. La más peligrosa tontería es la que se satura de certezas, de teorías, de misiones, de fórmulas, de consignas. Esa es la imbecilidad que amenaza…y cumple. Pero el optimista que en el fondo sí fue creía que podía haber una solución. No lo afirmaba con rotundidad sino como posibilidad, es decir, con esperanza. “Tal vez la haya,” escribió: “rebelarnos contra la mentira, interrogarnos sobre todo, confesar nuestra propia debilidad. Tal vez así puedan tener algún sentido estas palabras de Rilke, concluía Julián Meza: “Lo que finalmente nos salva es no tener abrigo.”
Fernando Savater, aficionado a las breverías y a las microcosas, resalta ejercicios recientes de la gimnasia aforística.
¿Lo mejor del aforismo? Que a diferencia de la novela, el ensayo, el drama en tres actos y hasta la poesía, no admite ni la dilación ni el relleno, las dos trabajosas muletas del oficio literario.