David Bromwich quien publicara recientemente una magnífica biografía intelectual de Burke, comenta en The National Interest la compilación de los últimos ensayos políticos de Tony Judt. Cuando los hechos cambian. Ensayos 1995-2010 es el título del libro. Al juzgar los hechos de su tiempo, Judt actúa con la «modestia del historiador», dice Bromwich. Una modestia que no esconde, desde luego, sus ideales. Los ensayos de Judt reflejan su adhesión a un estilo de vida que siente amenazado. Es el mundo que nación de la Ilustración y que hizo realidad el Estado de bienestar.
Fabian Oefner ha fotografiado explosiones diminutas. Después de poner unas gotas de alcohol en vaso largo, prende la chispa. Éstas son las imágenes y el video de la pequeña bomba:
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El nuevo proyecto de Brian Eno es entretejer su música a las palabras del poeta inglés Rick Holland. De su diálogo han salido ya dos discos: Panic of Looking y Drums Between the Bells. Las voces del disco no son las del poeta sino de un diseñador gráfico y de un empleado de su gimnasio. Aquí una muestra.
El humor es la majestad sentada en una tachuela, decía Orwell. El novelista sostenía que un chiste era siempre una pequeña revolución, una ofensa al orden establecido que subvierte momentáneamente la pirámide del poder. Siempre ha habido chistes políticos, burlas al rey, ridiculizaciones del emperador, pero puede decirse que no ha habido régimen más fértil a ese género de literatura anónima que el comunismo. Un libro reciente (Hammer & Tickle, Weidenfeld & Nicolson, 2008) sugiere que el gran éxito del régimen fue precisamente su capacidad para producir chistes. Ben Lewis, el coleccionista de aquellos chistes sugiere que el comunismo fue una máquina humorística porque su fracaso económico y su obsesión por el control político producían situaciones irremediablemente ridículas. ¿Cuándo se celebró la primera elección soviética? Cuando Dios puso a Eva enfrente de Adán y le dijo: “Escoge a tu mujer.”
Los chistes son escritos sin autor y sin papel. Muchos de los que recoge el documentalista Lewis no nacieron en suelo proletario. Unas ovejas tratan de escapar del país. Los guardias los interceptan y preguntan por qué tratan de huir. –Es que la policía secreta tiene órdenes de atrapar a todos los elefantes. –Pero ustedes son ovejas, advierte con sorpresa el gendarme. –Trata de explicárselo a la policía secreta. El chiste no es de la Rumania de Ceausescu, ni de la Unión Soviética de Stalin. Puede encontrarse en un poema persa del siglo XII. Pero algo hubo en ese trampolín de la utopía que abonó especialmente el chiste. El absurdo que es el manantial de todo humor, tuvo bajo ese régimen categoría filosófica y oficial. El matrimonio solemne de la ciencia y el poder engendró una ironía exuberante. ¿Cuál es la diferencia entre el capitalismo y el comunismo? El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. El comunismo es exactamente lo contrario.
El chiste detrás de la muralla no era solamente una denuncia. Constituía una comunidad clandestina, un lenguaje común, un club secreto donde el único que no estaba invitado era el gobierno. ¿Por qué es Checoslovaquia el país más neutral del mundo? –Porque no interviene ni siquiera en sus asuntos internos. El poder, sin embargo, lograba colarse con frecuencia al club. El colado reaccionaba de manera voluble: podía tomarse las cosas muy en serio y apresar a los chistosos o apropiarse de las burlas para convertirlas en su instrumento. El historiador Roy Medvedev, después de revisar los archivos de Stalin, concluye que los chistes mandaron a la cárcel a cerca de 200,000 personas. Pero también hay registros de que el gran tirano se divertía con los chistes de su crueldad y los presumía como medalla. Lewis cuenta que el dictador contaba una anécdota sobre sí mismo. Stalin recibe una larga delegación georgiana en el Kremlin. Llegan a las oficinas del mandamás, escuchan sus instrucciones y salen del palacio. De pronto, Stalin busca su pipa. Alarma: no la encuentra. De inmediato le ordena a Beria, el jefe de su policía secreta para que resuelva quién se ha robado la pipa. Beria se aboca al caso. Cinco minutos después Stalin encuentra la pipa debajo de unos papeles. Llama a su espía y le cuenta que la ha encontrado. Demasiado tarde, le responde Beria: la mitad de la delegación confesó que se había llevado la pipa y la otra mitad murió durante el interrogatorio.
El chiste expropiado por el poder se convierte en otro dispositivo de la intimidación. También el sádico se ríe de sus víctimas y amenaza a carcajadas. El humor amenaza, oculta, trivializa. Santifica como graciosamente idiosincrático lo que es abominable. El chiste puede ser una pequeña revolución, como sugería Orwell. También puede ser una concisa tiranía.
El museo Jumex explora las conexiones entre la obra de Marcel Duchamp y la de Jeff Koons. Llega en buen momento. El casabolsero volvió a imponerse en las subastas como el artista vivo más caro de la historia. Un conejo de acero hecho en los talleres de Koons fue vendido en más de 91 millones de dólares. Esa debería ser la información de las fichas: más que saber cuándo se hizo la pieza, de qué material está hecho o qué museo la tiene, decir cuánto se ha pagado por ella.
Porque la presencia de Duchamp es mínima, puede decirse que es una muestra mayoritariamente repulsiva. Nada hay en el trabajo de Koons que provoque asombro, que interrogue, que aguije una emoción. Nada que maraville por la idea a la que da forma, nada que sorprenda por el prodigio de su realización. Porcelanas acarameladas, carteles publicitarios carentes de cualquier ironía, esculturas torpes y mal pintadas, bobería religiosa, erotismo de chicle, espejitos.
Un inflable gigantesco y empalagoso nos da la bienvenida a la plaza del museo. Es una inmensa bailarina de lladró que se mantiene sentada gracias a una máquina de aire. Ahí está ya el tono de su obra: el brillo de lo vacuo. Habrá muchos, por supuesto, encantados con los globitos, los reflejos y la ñoñería pornográfica. Muchos obtendrán de la visita el ansiado trofeo de la selfie. Lo que resulta irritante es la pretensión de la muestra: sugerir que los absurdamente caros productos de Koons están a la altura de la obra de Duchamp; que existe entre ellos una afinidad artística e intelectual; que hay motivos que los hermanan; que el espíritu de uno sobrevive en la creación del otro. Esa es la fallida propuesta curatorial. Al recorrer las galerías de Jumex cada pieza de Duchamp grita al objeto vecino: ¡impostor! Lejos de servir para registrar un supuesto “régimen de coincidencias,” la muestra permite constatar el abismo entre uno y otro.
Es una banalidad decir que Koons aprendió de Duchamp. Por supuesto: Duchamp es el precedente decisivo, como lo fue de todo el arte de los últimos cien años. Es cierto que en Koons podemos ver el ready made, la transformación del sentido, el desafío a la convención. Pero Koons no sigue ni profundiza la enseñanza, la pervierte. La obsesión de Koons es el abrillantamiento de las mercancías. Pulir los juguetes que nos entretienen hasta vernos reflejados en ellos. A Koons le parece una idea profunda y ha logrado convencer al mundo del arte de que se trata de un descubrimiento genial. Contemplar a un Michael Jackson dorado sentado sobre una cama de flores doradas sosteniendo a su chango, también dorado, debe ser vivido como una experiencia espiritual. Una Pietá para nuestros tiempos.
Que los organizadores de la exposición se hayan atrevido a bautizar la violencia de este emparejamiento con el título del ensayo de Octavio Paz agrega afrenta. “Apariencia desnuda: el deseo y el objeto en la obra de Marcel Duchamp y Jeff Koons.” Si alguien pudo anticipar los peligros del arte después de Duchamp fue precisamente Paz. El poeta sabía que sería casi imposible seguir ese camino: “no es fácil jugar con cuchillos,” dijo. Lo que Paz admiraba en Duchamp, la mina de ideas, el desinterés, la búsqueda, la ironía, el humor, la inteligencia crítica, la sutileza erótica es precisamente lo que está ausente en Koons. Ni pensamiento, ni deseo. Repeticiones estériles. La tragedia del arte devorado por la estupidez del dinero.
Una de las claves para acceder al universo de Francisco Toledo es la red. Lo vio con claridad el poeta Alberto Blanco en su ensayo sobre las mil máscaras del artista. En efecto, su obra es un tejido. Los telares habrán sido la última fascinación de su larga exploración material, pero fueron, tal vez, la inspiración de toda su obra. Grabados, esculturas, lienzos que entrelazan especies. En el arte textil de Toledo reside un entendimiento del mundo: la paciencia para entreverar hilos y cuerdas, la imaginación para trensar colores y formas, la visión para surcar líneas que rompen el sentido, la luz para devanar pigmentos. Los mismos personajes se entreveran una y otra vez. Y en esas trensas, se reconcilia el mundo. Bien dice el poeta que todo se relaciona en el universo de Toledo: humanos, animales, plantas, cosas; luz y sombra. No hay ahí vestuarios que levanten fronteras ni géneros que impongan códigos. Todo baila, se toca, se penetra, se abraza y riñe. Danzas, coitos, pleitos. Nada está solo. Ni siquiera el artista cuando se ve en el espejo está solo porque hasta en el reflejo lo visitan alacranes, petates y armadillos. En “Fuego nuevo,” poema que Alberto Blanco escribió ante la obra de Toledo, puede encontrarse ese sentido de reconciliación:
Sopla de pronto el espíritu
justo donde menos se esperaba
Y brota una paloma, una tortuga,
un mirlo, un cangrejo, una serpiente,
Un prisma de cuarzo encendido
en el tronco de la ceiba milenaria.
El instante es frágil. Los changos copulan sobre la hamaca. Un aire cuarteado sujeta el tiempo. El cristal roto en sus óleos apenas retiene los fragmentos. Los surcos laberínticos de la piel son un caleidoscopio inagotable. La tierra es un mosaico de escamas. Orejas, huesos, mazorcas, tenazas, falos. Aprendizajes de la cestería. Tejer una canasta donde quepa todo mundo. Amarrar los nudos que nos permiten escapar del confinamiento que nos imponen los dioses y los hombres. Doble rebeldía que maldice la ciudad y la laguna. Cruzar con el lápiz las cuatro estrellas; trazar la silueta de las constelaciones; tocar todos los puntos cardinales, desde lo útil hasta lo fantasioso, del óxido al semen, de la tenaza a la piel. Todo en Toledo es deseo, pero deseo primordial, un deseo anterior a esa caída que fue la civilización. En ese territorio fuera del tiempo, Benito Juárez y las bicicletas existen como existen los murciélagos, el coyote y la lluvia. El suyo es un retrato del mundo ante las estrellas. Humanos, iguanas, sapos se aparean sin cortejo en sus lienzos y vasijas. Por eso no se asoma ahí el erotismo. La sexualidad que aparece en cada imagen de Toledo no es la sutil insinuación del deseo, el préambulo a la caricia sino la consumación directa y espontánea del apetito. Un placer sin cortejo y sin diferimiento donde reside el impulso original. Burlas de la convención: trazos que se ríen de la esclavitud de los cuerpos. La libertad o, más bien como vio Cardoza y Aragón: la vida misma, el desatado instinto de la fecundación.
Jed Perl crítico de arte del New Republic publicó hace un par de semanas un artículo interesante sobre un tema viejo: la creación artística entendida como vía estética hacia el bien: un camino cuyo mérito es dirigirnos a lo valioso. La música, la pintura, la poesía como experiencias que valen porque son social o moralmente edificantes. Pensamos en el arte siempre casado y subordinado a la esposa: arte y sociedad; arte y política; arte y economía; arte y justicia. No nos atrevemos a ver al arte así: solo. Lo tratamos como camarada de nuestra visión del mundo.
Perl rechaza la idea de que las convicciones ideológicas del artista deban ser el cristal desde el cual ha de apreciarse el arte. El arte logra escapar de las intenciones de su creador, eludiendo la envoltura de los valores explícitos. Que el compositor haya servido a la tiranía no significa que su cuarteto desafine. Orwell, al que cita el autor de Magos y charlatanes, apreciaba la poesía de Yeats pero no pudo dejar de criticarlo por sus convicciones políticas: “las creencias políticas o religiosas de un autor no son lacras menores de las que podamos reírnos, sino algo que dejará su marca hasta en los más pequeños detalles de la obra.” Ahí está, en nuez, la negación liberal al valor autónomo del arte. Frente a los traductores de la creación, Perl defiende “la dificultad de la belleza.” El racionalismo que padecen los progresistas los lleva a negar el misterio. Hasta el soneto ha de subordinarse a la teoría, la estadística, o a algún propósito de reordenación.
No conozco mejor ejemplo de ese vicio que denuncia Jed Perl que el alegato del arte “tereapéutico” que ha hecho Alain de Botton en un libro reciente. Para este exitoso publicista, el arte es una medicina, un masajito, un gimnasia, un ungüento analgésico, un placentero tratamiento de rehabilitación. “El arte… es un medio terapéutico que puede guiar, alentar o consolar al espectador, permitiéndole ser una mejor versión de sì mismo.” El propósito del arte ese ése y sólo ése: curar nuestra fragilidad. Ayudarnos a recordar, alentar esperanzas, consolar nuestro duelo, equilibrar nuestras emociones, entendernos, crecer y agradecer.
La banalidad de los comentarios estéticos de de Botton es sorprendente. Recomienda, por ejemplo ir al Museo del Prado para contemplar las Meninas. ¿Para qué? ¿Qué verdurita nos regala Velázquez para alimentar el alma? ¿Qué cremita nos conforta el espíritu? Al ver el cuadro vemos al rey y la reina a la distancia. Las princesas visten ropas elegantes. ¡Se visten distinto a nosotros! No hay mezclilla ni camisetas. Por eso el cuadro expande nuestra comprensión del mundo y … nos hace crecer.
A la superficialidad de sus consejos hay que agregar el absurdo de su receta museográfica. Si el arte es medicinal, los museos han de ser nuestros hospitales. Las obras de arte deben ser expuestas de tal modo que conduzcan a la curación de nuestros males. Cada pieza debe contener la explicación de su carácter balsámico. Los museos deben ser nuestros templos: servir de calmante psicológicamente como antes servía como calmante teológico. La pintura nos enseñará a vivir. La literartura nos hará mejores. El evangelista predica que una dosis cotidiana de arte nos hará virtuosos. La curaduría de de Botton, lejos de elevar el arte, lo aplasta al comprimirlo en pastillitas analgésicas. Le arranca precisamente eso que apreciaba Perl en su nota: misterio.