En el suplemento Campus de Milenio, Jorge Medina Viedas expuso su desacuerdo sobre mi artículo sobre el Doctor Narro. Me parece una crítica razonable a mi argumento y mi estilo. Aquí se publica nuestro intercambio.
Adam Gopnik, colaborador regular del Newyorker responde a The Browser cuáles son sus colecciones de ensayo favoritas:
El palacio del rey-bufón de Italia (así lo llamó Rafael Argullol) es la televisión. Lorella Zanardo se ha detenido en la presencia de las mujeres en las pantallas de una industria controlada por Berlusconi. Su documental "El cuerpo de las mujeres" (aquí puede verse con subtítulos en español) registra el uso de las velinas en la televisión. Un circo de humillaciones que se ha impuesto sin mayor resistencia. En particular, Zanardo se detiene en la destrucción quirúrgica del rostro femenino: entre inyecciones y tajaduras se ha anulado la capacidad de expresarse con alguna autenticidad.
El poeta Adam Zagajewski describe su Cracovia en un documental de Magdalena Piekorz. El cultural lo entrevista a propósito de la presentación de la película en España.
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Tras recibir El arco y la lira, Julio Cortázar le escribió desde París una carta de bullente entusiasmo a Octavio Paz. No ha leído el libro: lo ha releído y lo ha archileído. Lo comparaba con Shelley, con Keats, con Mallarmé. Gaos celebraba igualmente el libro que acababa de publicar el Fondo de Cultura Económica. Más que un trabajo de poética, le parecía uno de los ensayos más hondos de la filosofía en lengua española. A Paz no le gustaba el epílogo. En cuanto hubo oportunidad de deshacerse de él, lo hizo. Entresacó algunas líneas y las fundió en un ensayo con vida propia: Los signos en rotación. Hace cincuenta y dos años se publicó en Sur y hace medio siglo se incorporó a El arco y la lira como epílogo definitivo.
Para celebrarlo, El Colegio Nacional ha publicado un libro extraordinario. Del diseño de Alejandro Cruz Atienza vale decir que presta buen cuerpo al libro: más que un objeto legible es símbolo de ese astro, traslúcido y ardiente, que es el pensamiento de Paz. Abre la edición una nota de Marie José Paz que evoca las espirales del proceso creativo del poeta. Además del ensayo central, se recupera en el volumen su precendente más antiguo, el ensayo que publicó a los 29 años de edad: Poesía de soledad y poesía de comunión. La historia del ensayo la cuenta puntualmente Malva Flores. Se incluyen ensayos de Adolfo Castañón, de Tomás Segovia, de Ramón Xirau, y un manojo de cartas.
Desde luego, esta nueva edición de Los signos no es un libro para la mesita. Releer su manifiesto hoy es percatarse de su dimensión clásica, de su fresca hondura, de su lucidez, de su filo crítico, de su pertinencia moral. Paz escribe sobre la poesía desde dentro, como advirtió Tomás Segovia. Pero al hablar de la poesía habla del mundo, habla del tiempo, de la vida, de ti y de mi. Habla de amor y de muerte, habla de la tribu y de las máquinas. Habla, ante todo, de la búsqueda de los significados, de la esperanza de la comunicación en la aridez de nuestros tiempos.
Al pensar en los rumbos de la poesía moderna Paz vuelve al encierro de la soledad: el presente conspira contra el encuentro. La incomunicación de nuestra era surge de la repetición. Monótono combate de ciegos: “pululación de lo idéntico.” No hablamos con otros porque no podemos hablar con nosotros mismos. “Pero la multiplicación cancerosa del yo no es el origen, sino el resultado de la pérdida de la imagen del mundo.” Los monumentos de la técnica, las fábricas, los aeropuertos, las plantas de energía no son presencias, dice Paz, no capturan una imagen del mundo, no dialogan con él. La modernidad se niega a representar el tiempo, la naturaleza, la vida. Nos sepulta con vehículos de la acción, con instrumentos y un millón de artefactos deschables. La imaginación poética va al descubrimiento del mundo para abandonar la idolatría de la posesión para apartarse de la dictadura del ruido. Salir de la cárcel del yo. “Ser uno mismo es condenarse a la mutilación, pues el hombre es apetito perpetuo de ser otro. La idolatría del yo conduce a la idolatría de la propiedad; el verdadero Dios de la sociedad cristiana occidental se llama dominación sobre los otros. Concibe al mundo y los hombres como mis propiedades, mis cosas.”
Todos somos, de una manera u otra y muchas veces sin saberlo, marxistas, dice Octavio Paz en las primeras páginas de su ensayo. En la fibra radical, en la denuncia de las servidumbres encubiertas, en las alusiones a esa utopía que borrará la distinción entre trabajo y arte, el ensayo que Paz escribió en India en 1965 respira todavía aires marxistas. Sospecho que no le habría disgustado a Carlos Marx esta línea del poeta mexicano: “El árido mundo actual, el infierno circular es el espejo del hombre cercenado de su facultad poetizante.”
No son tiempos para ponerse a contar la historia de la humanidad. En este mundo de especialistas, pocos se atreverían a hilar la historia entera de la humanidad; la historia de la humanidad en todo el planeta. Encontrarle sitio y tiempo a cada ser humano que ha puesto oxígeno en sus pulmones. Ese fue el propósito de Yuval Harari con su Sapiens, una historia en la que cabría todo lo humano. Los genes, el comercio, la guerra, las bacterias, la agricultura, las fábulas, la guerra, las ciudades y el internet. La exitosísima obra de Harari es un cuento de tres episodios que marcan la vida de ese mamífero joven: el cambio en las neuronas de un simio que empezó a contar cuentos y fábulas; la domesticación de las plantas que fijó la residencia de sus tribus; el experimento que puso a prueba la razón para fundar la ciencia. Como buena telenovela, su historia de la humanidad termina en suspenso. El historiador suelta el relato picando al lector con la curiosidad por el capítulo que sigue. Se aproxima una mutación tan importante como las tres anteriores. La ingeniería genética, la inteligencia artificial nos acerca a una nueva “singularidad”. Todas las ideas que nos permitieron, durante siglos, encontrarle sentido al mundo pronto se volverán irrelevantes. Habrá que empezar a despedirnos de nuestra idea del yo, del tú, del nosotros. Aceptar que nuestro concepto de hombre, de mujer, de familia, de amor y miedo cambiará radicalmente. Todo está a punto de ser otra cosa.
Ese historiador que se piensa cada vez más como filósofo y que ha conectado los mitos del neolítico y los algoritmos de facebook se ha puesto a pensar en las lecciones de la pandemia. Desde el satélite por el que se asoma al presente, encuentra razones para estar optimista. Hace unos días publicó un artículo extenso en el Financial Times donde reflexiona sobre las lecciones de la pandemia. (“Lecciones de un año de Covid”, 25 de febrero de 2021).
Las epidemias ya no son desgracias incontrolables de la naturaleza. La ciencia las ha convertido en desafíos manejables. El virus nos puede provocar la sensación de vulnerabilidad, pero, a diferencia del medioevo, hoy sabemos cuál es la causa de las muertes. Ante la peste negra la humanidad estaba totalmente a oscuras ciegas. No tenía la menor idea de qué provocaba la desaparición de pueblos enteros. Hoy la ciencia nos da herramientas de comprensión y también instrumentos de cuidado. En diciembre del 2019 empezaron a activarse las primeras señales de alarma. En enero del 20 se había secuenciado ya el genoma del virus y se había publicado la información. Un consenso se alcanzó muy pronto sobre las medidas que debían tomarse y antes de un año empezaba la producción en serie de la vacuna. No fue un milagro: fue una hazaña de la ciencia.
La pandemia no solamente mostró el poder de la ciencia, sino la existencia de una ciudad que no se conecta por las calles sino en zoom. Si pudimos confinarnos es porque las actividades productivas requieren cada vez menos humanos, muchos pudieron trabajar o estudiar en casa. Si el turismo se desplomó en el 2020, el comercio marítimo apenas y tuvo un descenso, dice. El virus circula en el mundo físico. El virus no viaja en el mundo virtual.
La tragedia de estos días viene de la política, de su demagogia, de su incoherencia, de su ceguera. El menosprecio de la amenaza sanitaria, la sordera ante la voz de los expertos, la comunicación incoherente y contradictoria de los gobiernos, la negligencia de las administraciones ha costado, en todo el mundo, cientos de miles de vidas. Si ha habido tanta muerte es por malas decisiones politicas. El verdadero peligro no ha sido el virus: lo que nos amenaza son nuestras rivalidades, nuestros odios, nuestra ignorancia.
Este blog se ha beneficiado enormemente de los comentarios de El Lector. Las notas que he puesto sobre la crisis del Vaticano han encontrado en sus mensajes respuestas inteligentes que mucho aportan a la discusión. En su comentario más reciente, hace una reflexión que vale la pena destacar. Escribe:
Me preocupa notar que los anticlericales de hoy ya no son como los de antes. Voltaire y Melchor Ocampo fueron adversarios formidables para la Iglesia no sólo por su inteligencia, su pasión y la gracia de su pluma, sino también porque eran cristianos cultos, que sabían lo suyo de teología, derecho canónico e historia eclesiástica (además de muchas otras cosas). Yo no te pido que seas cristiano, jamás se lo exigiría a nadie, pero sí te pido que conozcas mejor al objeto de tu animadversión. Hay que luchar contra la dictadura del lugar común.
En 2016 Anne Carson publicó un libro extraño. ¿Era un libro? En una caja transparente se ofrecían 22 folletines. Poemas, libretos, traducciones, monólogos, listas, juegos verbales y dibujos. Piezas en las que aparecen su tío Harry, Proust y un coro de Gertrude Stein. Composiciones para teatro de cámara, ensayos, memorias, voces de todos los siglos que pueden leerse o contemplarse en cualquier orden. En una entrevista publicada tras la publicación de esa cesta de textos, la crítica Kate Kellaway le comentó a la autora que su trabajo expandía nuestra noción de lo poético. Le pidió entonces una definición personal: “Si la prosa es una casa, respondió Carson, la poesía es un hombre corriendo en llamas a través de ella.”
La belleza del marido, el poema con el que ganó el premio TS Eliot, tiene ya dos versiones en español. Curiosamente, es la misma editorial la que las ha puesto en circulación. Hace quince años, Lumen publicó la versión de Ana Bercciu y ahora presenta la traducción de Andreu Jaume. El subtítulo del poema anuncia que el poema es, al mismo tiempo, un relato, una confesión y una meditación sobre la belleza y el desamor: “un ensayo narrativo en 29 tangos.” Un lamento que es también una lectura del poeta que entendió a la belleza como sinónimo de verdad: John Keats.
Cada tango es precedido por una clave de Keats que pone en duda la equivalencia. La belleza a la que canta Carson es la belleza del ausente, la belleza del alevoso. La belleza de un defraudador. El primer tango del poemario es, precisamente una dedicatoria a Keats, por su completa entrega a la belleza. Más que “dedicación,” como traduce Jaume, Carson se sobrecoge con esa renuncia que supone la devoción plena.
Leal a nada
mi marido. ¿Entonces por qué le amé desde la temprana adolescencia hasta entrada la madurez
y la sentencia de divorcio llegó por correo?
La belleza. No tiene mucho secreto. No me da vergüenza decir que le amé por su belleza.
Como volvería a hacerlo
si se acercara. La belleza convence. Ya sabes que la belleza hace posible el sexo.
La belleza hace al sexo sexo.
En su ensayo sobre la antropología del agua Carson escribe dice que el líquido es algo que no puede ser sujetado. Como los hombres. Lo intentó con todos: padre, hermano, amante, amigo, fantasmas hambrientos y Dios. Cada uno de ellos se le escurrió de las manos. Tal vez así debe ser. Como en su ensayo clásico sobre el eros, Carson aborda en La belleza del marido el columpio del deseo: de la anticipación a la nostalgia; del ardor a la agonía. Ser el jugo que el amante bebe y llegar hasta la niebla de la guerra. La bestia dulce y amarga. El poema, escrito con la luz de la herida, es también una defensa de la osadía de vivir. “La vida implica riesgos. El amor es uno de ellos. Terribles riesgos.” Y un exhorto para empeñarse en lo imposible: “Este es mi consejo: retén. Retén la belleza.”
Estupendo documental! Gracias de nuevo, Chucho!
un documental enorme, gracias!