En una entrevista con Lucila Navarrete Turrent, Eliseo Alberto habla del exilio como una bofetada.
Tengo la sospecha que sí el exilio es una condena. Una bofetada. En Cuba, si un día regreso de manera más o menos permanente, extrañaré México, las quesadillas de flor de calabaza que tantísima hambre me han matado, los sones veracruzanos, los amigos de acá, siempre generosos y gentiles. Extrañaré su inmensidad, su diversidad, su generosidad. Su incipiente democracia, que yo puedo valorar desde un ángulo ilusionado pues llegué a esta tierra de nopales en el mejor de los momentos posibles: el legendario año 1988, justo cuando el ingeniero Cárdenas se lanzaba en solitario contra los molinos de viento del gigantismo del Partido Revolucionario Institucional. Lo seguían unos pocos Sancho Panza leales y combativos. Desde Cuba, ignoraron su valor: se prefirió avalar el robo de las votaciones y el único paÌs socialista del continente americano apoyó, y sigue aún haciéndolo, al solapado Carlos Salinas de Gortari. Suerte que nadie me impedirá· volver para cumplir con mis deberes: soy ciudadano mexicano, a mucha honra. Tendré que aprender a vivir de naufragio en naufragio, entre huracanes y terremotos. Tengo la esperanza que algún dÌa alguien abra en La Habana un excelente restaurante de comida mexicana. Así será más leve mi nostalgia por las aguas de Jamaica. Yo estoy rajado por la mitad.
en el mejor de los momentos posibles: el legendario año 1988, justo cuando
Su padre Jesús Silva Herzog, autor de «El Liberalismo en México» y director de «Cuadernos Americanos» [creo recordar] me honró invitándome a escribir en la revista [donde salieron varios artículos míos] y años más tarde tuve el honor de estar presente en un banquete que le ofecieron los historiadores cubanos en ocasión de una visita suya a La Habana. Lo felicito por descender de tan ilustre familia y por esta nota.
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