Los cartonistas del New Yorker estrenan blog.
Se filma una película sobre Hannah Arendt que se estrenará en octubre de este año. La directora Margarethe von Trotta describe las dificultades de llevar al cine la vida de la filósofa. ¿Cómo puede proyectarse la personalidad de una mujer dedicada a la escritura y el pensamiento. El reto es traducir ideas en imágenes. La directora ha llevado a la pantalla a Rosa Luxemburgo y a Hildegard von Bingen sabe que tiene que capturar el proceso de pensar, el camino que lleva a la idea y no solamente la idea cristalizada.
Más información por acá. (La imagen de la esquina es de Barbara Sukowa, quien representará a Arendt, en el film.)
Se acaban de publicar en inglés los Ensayos
del gran poeta Zbigniew Herbert. El libro contiene Naturaleza muerta con brida, publicado en español por el Acantilado y muchos otros textos en prosa. Entre ellos, este texto breve que aquí traduzco:
Diez caminos de virtud
Arvo Pärt regresará a Nueva York, después de muchos años de ausencia. El Proyecto Arvo Part se presentará en Carnegie Hall y su Kanon Pokajanen se tocará en el Museo Metropolitan. El New York Times publica una larga nota sobre el compositor estonio.
Vuelvo a leer el primer párrafo del primer capítulo del Informe contra mí mismo. Quisiera copiarlo entero porque no le sobra nada y porque sintetiza un proyecto, más que literario, vital. Me callo para dejar que Eliseo Alberto hable:
La historia es una gata que siempre cae de pie. Amigos y enemigos de la Revolución cubana, compañeros y gusanos, escorias y camaradas, compatriotas de la isla y del exilio han reflexionado sobre estos años agotadores desde las torres de la razón o los barandales del corazón, en medio de una batalla de ideas donde el culto a la personalidad de los patriarcas de izquierda y de derecha, la intransigencia de los dogmáticos y las simulaciones de ditirámbicos tributarios vinieron a ensordecer el diálogo, en las dos orillas del conflicto. La soberbia suele ser mala consejera. La humildad también. A medio camino entre la inteligencia y la vehemencia, regia y afable, está o puede estar la emoción, ese sentimiento de ánimos turbados que sorprene al hombre cada vez que se sabe participando en las venturas, aventuras y desventuras de la historia, bien por mandato de la conciencia, bien por decreto de una bayoneta apuntalada en los omóplatos. Una crónica de las emociones en la espiral de las últimas cinco décadas del siglo XX cubano, podría ayudar a entender no sólo el nacimiento, auge y crisis de una gesta que sedujo a unos y maldijo a otros sino, además, explicarnos a muchos cuánto, cómo y por qué fuimos perdiendo la razón y la pasión. La razón dicta, la pasión, sólo la emoción conmueve, porque la emoción es, a fin de cuentas, la única razón de la pasión.
Dejar un testimonio fue para Eliseo Alberto un deber filial. “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro sino para dar testimonio” había escrito su padre, el poeta Eliseo Diego, en una dedicatoria a sus hijos. Dar testimonio. La crónica de su medio siglo no es una reconstrucción de hechos, no es un alegato frente al tribunal de la historia (que también es una gata que se defiende bocarriba), no es autorretrato con el pintor en primer plano. Es el albergue de sus amistades, de sus fantasías, de sus miedos, de sus muertos, de sus desilusiones, de su culpa. “De tanto callar, tanto silencio casi nos deja mudos. Que levante la mano el que no bajó la cabeza ante aquellos argumentos, que tire la primera piedra quien no se puso el tapabocas en las cuerdas vocales, al menos quinientas veces en su vida.”
La crónica de las emociones se levanta de ese modo como una casa. Una casa con ventanas y con fantasmas. La historia de su memoria, la historia de los suyos no es suya en exclusiva. Es de los cubanos de la isla y de los de fuera. Es el gozo de la música y el miedo al caudillo; es la imagen sublime de sus poetas y la hastiante consigna, es el humor y la tragedia. Somos dueños y esclavos de la memoria, dice él. Tal vez, somos sus residentes y esculpimos con letras sus paredes. El testimonio de la emoción es la casa que derrota al olvido. “Sólo mis olvidos se irán conmigo un día de éstos, como una pila de huesos más—que ya no serán míos ni de nadie.” Su memoria seguirá siendo suya y nuestra.
La antigüedad inventó el Photoshop. Retratando atletas y hermosas, celebrando la juventud y la simetría, eliminó todo defecto del retrato, negó las pecas, borró la papada, maldijo los efectos del gravedad. Nos legó así un catálogo de cuerpos perfectos, criaturas intemporales, hielos simétricos exhibidos en un refrigerador eterno. Si el hombre era la medida de todas las cosas, el arte habría de ofrecernos ese patrón sublimado por la belleza. ¿Qué es círculo si no una línea que enlaza la perfecta proporción de nuestra anatomía? El número pi se insinúa entre las yemas de nuestros dedos y la punta del pie. Nuestro ombligo es el centro exacto de un disco precioso.
Lucian Freud no retrató el cuerpo del hombre con un compás. No trataba de desentrañar una geometría secreta. “Soy un biólogo”, llegó a decir. La descripción que él mismo hace de su oficio es perfecta: un estudioso de la vida, un observador atentísimo de nuestro organismo. Nada me interesa tanto como la gente pero, en realidad, continuaba, “me interesan como animales.” Nadie ha registrado tan descarnadamente la individualidad de nuestra carne, como él. Sin sentimentalismo alguno pintó nuestro peso, le dio color a nuestros bultos y a nuestra grasa. El biólogo observó como pocos y registró como nadie nuestra orografía y nuestra vegetación. Huesos, tetas, músculos, pelos, venas, arrugas, ojeras, lonjas. El cuerpo no es la piel que envuelve al alma: el cuerpo es carne y es tiempo. El cuerpo no es silueta, es volumen.
Freud destrozó las etiquetas de la pintura. Le fascinaban las carnes que se desparraman del cuerpo. Una espalda podía ser para él todo un paisaje. Le atraía la vida del cuerpo, no su estampa. Pintó a la gente que tenía cerca: familia, amigos, vecinos. Llegó a pintar un retratito de la reina (vestida y con corona) pero aceptó muy pocos encargos. Recorrer su obra es una experiencia intensa y también perturbadora. Ni siquiera su retrato de Kate Moss es inocentemente bello. Freud nos invita a ver los cuerpos que han sido expulsados del paraíso de la publicidad. Arrebata nuestra mirada y la dirige a las piernas abiertas de un hombre o a una panza formidable. Algunos creen que sus retratos son despiadados o, peor aún, crueles. Pienso en lo contrario: amor infinito por la humanidad que hay en nuestro volumen, fascinación por el tiempo vivido en nuestras glándulas. Sue Tilley, la voluminosa mujer que sirvió de modelo en varios cuadros suyos, decía que pintaba con amor: ese amor que encuentra un prodigio en cada detalle del cuerpo.
Los retratos de Freud no son trofeos del clic. No son el pestañeo de una cámara, un instante detenido que permanece en el lienzo. Son perceptibles en sus telas las muchas horas de observación, de reflexión que hay detrás de cada retrato. Hay un cuadro que me intriga particularmente. Se titula “Dos irlandeses en W11” Lo pintó Freud entre 1984 y 1985. Se trata de un cuadro inusual porque escapa de la caja que normalmente aloja a sus modelos quienes, además, están vestidos de traje y corbata. Dos figuras y, al fondo, una ventana que muestra la ciudad. Lo que quiero notar es el contraste entre los rostros y las fachadas que se ven a lo lejos. Mientras la ciudad parece una pintura hiperrealista, los hombres han sido pintados con un pincel más grueso. La fidelidad fotográfica de techos y antenas contrasta con cierta imprecisión en las mejillas y los labios. Será que el retrato no es arte de definición. La minuciosa imprecisión en los retratos de Freud subraya el misterio.
No todo en la pintura de Freud fue carne. Me atrevo a decir que, ante todo, Lucian Freud fue un pintor de la mirada. ¿A dónde ven sus modelos? Parecería que todos pierden la mirada en el suelo o en la pared. A veces duermen pero suelen tener los párpados abiertos y los ojos extraviados. Si el cuerpo es pesadez, la mirada es extravío. Aunque la pierna de un hombre roce a su amante, sus miradas no se encuentran. Lucian Freud fue el biólogo de nuestra soledad.
Como la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras, el libro parece un invento insuperable. Lo dijo Umberto Eco y lo suscribe Irene Vallejo en su maravilloso libro sobre la invención de los libros en el mundo antiguo. El libro no se necesita enchufar, no se le acaba la pila, lo podemos llevar con nosotros, no se borra, no nos pide actualizaciones para poderlo leer. Pero el libro no es solamente un admirable dispositivo tecnológico, es también un objeto del deseo.
El infinito en un junco, es la novela de los guardianes. Una narración extraordinaria que relata la hazaña de la preservación de la cultura. Con erudición amistosa, con ritmo y gracia, Vallejo cuenta una de las grandes aventuras de la humanidad. El ensayo ha merecido todos los premios posibles, ha sido un sorprendente éxito de ventas y ha recibido los elogios más entusiastas. Vargas Llosa lo llama, ni más ni menos, una “obra maestra.” Alberto Manguel celebra este conmovedor homenaje al libro que está escrito como una fábula. No hay exageración. El cuento de Vallejo merece toda la aclamación que ha recibido. Es libro admirable por su erudición y su soltura, por la naturalidad y el amor con los que se desplaza por el mundo clásico para conectar con el presente. Son admirables la investigación que hay detrás del libro y la frescura con la que se reconstruye la biografía de un invento.
Más que la historia de la creación literaria, El infinito es la historia de su transmisión y cuidado. Si la especie no se inventa cada día es porque nos cobija la memoria y la imaginación de los siglos; porque ha habido estadistas y piratas, monjas y traductores, artesanos, técnicos y empresarios que han preservado esos artefactos que preservan la llama de la palabra. La invención de los libros, dice la filóloga, “ha sido tal vez el mayor triunfo en nuestra tenaz lucha contra la destrucción. A los juncos, a la piel, a los harapos, a los árboles y a la luz hemos confiado la sabiduría que no estábamos dispuestos a perder.” Gracias a ellos respira la especie humana. Por ellos se preservan las maravillas de su genio y también los horrores de su delirio.
Todo habrá empezado en algún río de Egipto, hace unos cinco mil años. “El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática.” Retener ese soplo había sido una ambición de siglos. Detener la evaporación de las palabras y los números para dejarlas fijas, para heredarlas. Se experimentó la escritura en el lodo, en el metal, en la piedra. El gran salto fue el hallazgo de un paño blando. Una tela flexible y viva que podía eternizar los dibujos de la tinta. Frente a sus pesados antecedentes, rígidos e inertes, el rollo de papiro era ligero y flexible: un invento hecho para el viaje y la aventura.
Leemos las inscripciones en la fibra de las plantas o en el cuero de los animales. Escribir sobre nuestra piel. El cuerpo es una hoja en blanco que recibe la marca del tiempo. Las arrugas que cosechamos con los años son la escritura de nuestra vida. Irene Vallejo no registra solamente la épica del libro, ese cuento milenario de ambiciones y conquistas, de incendios, robos y escondites. También identifica la vida de los libros como joyas de intimidad. Hedonismo en estado puro: rozar, oler, acariciar un libro. Deleitarse con el goce sensual de un arte palpable. Erótica de la transmisión.
Alan Wolfe publicó hace un par de años un libro interesante sobre el futuro del liberalismo se acerca a la obra de Maquiavelo a partir de una nueva biografía del florentino escrita por Miles J. Unger. Para Unger, "Maquiavelo fue el menos maquiavélico de los hombres." No era un hombre de dobleces. Un auténtico maquiavélico nunca habría puesto por escrito lo que Maquiavelo firmó. La incomodidad que nos provoca El príncipe, dice Wolfe no es Maquiavelo sino la naturaleza humana.
Wolfe cree que Maquiavelo estaba perdidamente enamorado del poder y que ésa es su lección envenenada. Discrepo de su lectura: el realismo de Maquiavelo es, en el fondo, modesto. Maquiavelo nunca creyó que el poderoso sería capaz de manejar el volante de la historia. El sitio de la fortuna en su universo es esencialmente antitotalitario: el economista de la violencia fue también un escéptico.
y yo soy paleta, o candy, o un objeto, o los hombres moscas, o parásitos, o cual es el maldito pensamiento detrás de todo eso???? los hombres parásitos y yo candy… qué horrrroor! Me quito el velo y que se lo quiten todas… y quizás ¿deberé yo dejarme el vello para no atraer parásitos????
(disculpa los excesos gramaticales, son para hacer énfasis!)
Hola Jesús, creo que se va a poner buenísima la discusión sobre la más reciente portada del new yorker
http://www.cnn.com/2008/POLITICS/07/14/obama.cover/index.html
Me parece que la reacción de la campaña de Obama criticando el cartón no le va a resultar favorable. Algunos colaboradores de Fox News llaman a Obama por su segundo nombre Hussein. Trae de todo este tema, fundamentalismo, libertad de expresión, racismo, estraegia electoral…
Habrá que comparar el caso con las caricaturas danesas de Alá publicadas por el judland post en 2006.
Saludos.
José Ahumada C.