El editorial del diario anuncia hoy su respaldo al demócrata. El periódico que en las primarias apoyó a Hillary Clinton dice que la decisón esta vez es sencilla: Obama ha crecido en la campaña; McCAin se ha achaparrado, refugiándose en la estrategia de la polarización. El New York Times hace un repaso de los grandes temas del momento para llegar a la conclusión de que tiene la sensibilidad, la fuerza y la honestidad para ser presidente. El diario también ofrece un pizarrón con los respaldos del diario desde 1860 cuando dio su apoyo a Lincoln.
La competencia es cerrada pero esta es la selección de los 25 mejores bushismos, de acuerdo a Jacob Weisberg, cronista puntual de la guerra de Bush contra el idioma inglés.
Feliz como algo sin importancia
y libre como una cosa sin importancia.
Como algo que nadie admira
y que no se admira sí mismo.
Como algo de lo que todos se burlan
y que se burla de sus burlas.
Como carcajada sin una razón seria.
Un grito más fuerte que el grito.
Feliz como pase lo que pase
como cualquier pase lo que pase
Feliz
como cola de perro.
Adonis
Cuerpo: la más bella morada
que habitar pueda la imaginación.
Placer:
resurrección del cuerpo.
Arroyo donde nada el deseo,
su llanto.
Por las regiones de su cuerpo yerra mi mirada.
El más vasto de los océanos
es el cuerpo de una mujer enamorada.
Cuando me mira, su rostro arde.
Yo soy ese fuego interno.
El corazón del amado está entre sus labios.
El corazón de la amada, bajo su ombligo.
No, no puede ver en la rosa
sino un cuerpo de mujer.
¿Por qué no me abandona tu memoria?
Ni el mismo viento me escuchó
cuando dije: Te quiero.
Se levanta en su propio cuerpo,
pero duerme en el cuerpo de ella.
La línea recta
en el amor es círculo.
Para la mujer el hombre es un libro
que ella se aplica a leer con todo el cuerpo.
Perfume: el más hermoso vestido
que llevar pueda una mujer.
No entrarás en la noche del cuerpo
si no te entregas al sol de la locura.
El presente es para el cuerpo
el molde del tiempo.
Sé humilde, lenguaje:
sólo el cuerpo puede escribir el cuerpo.
Aroma de mujer
que sugiere en el aire
un lecho, una vulva,
un falo.
¡Sueña, sueña!
–dice la rosa marchita.
He visto a la mujer
que vio a la golondrina
que creó la primavera:
Eras tú.
En Árbol de Oriente. Antología poética, 1957 – 2007, Visor de Poesía.
La antigüedad inventó el Photoshop. Retratando atletas y hermosas, celebrando la juventud y la simetría, eliminó todo defecto del retrato, negó las pecas, borró la papada, maldijo los efectos del gravedad. Nos legó así un catálogo de cuerpos perfectos, criaturas intemporales, hielos simétricos exhibidos en un refrigerador eterno. Si el hombre era la medida de todas las cosas, el arte habría de ofrecernos ese patrón sublimado por la belleza. ¿Qué es círculo si no una línea que enlaza la perfecta proporción de nuestra anatomía? El número pi se insinúa entre las yemas de nuestros dedos y la punta del pie. Nuestro ombligo es el centro exacto de un disco precioso.
Lucian Freud no retrató el cuerpo del hombre con un compás. No trataba de desentrañar una geometría secreta. “Soy un biólogo”, llegó a decir. La descripción que él mismo hace de su oficio es perfecta: un estudioso de la vida, un observador atentísimo de nuestro organismo. Nada me interesa tanto como la gente pero, en realidad, continuaba, “me interesan como animales.” Nadie ha registrado tan descarnadamente la individualidad de nuestra carne, como él. Sin sentimentalismo alguno pintó nuestro peso, le dio color a nuestros bultos y a nuestra grasa. El biólogo observó como pocos y registró como nadie nuestra orografía y nuestra vegetación. Huesos, tetas, músculos, pelos, venas, arrugas, ojeras, lonjas. El cuerpo no es la piel que envuelve al alma: el cuerpo es carne y es tiempo. El cuerpo no es silueta, es volumen.
Freud destrozó las etiquetas de la pintura. Le fascinaban las carnes que se desparraman del cuerpo. Una espalda podía ser para él todo un paisaje. Le atraía la vida del cuerpo, no su estampa. Pintó a la gente que tenía cerca: familia, amigos, vecinos. Llegó a pintar un retratito de la reina (vestida y con corona) pero aceptó muy pocos encargos. Recorrer su obra es una experiencia intensa y también perturbadora. Ni siquiera su retrato de Kate Moss es inocentemente bello. Freud nos invita a ver los cuerpos que han sido expulsados del paraíso de la publicidad. Arrebata nuestra mirada y la dirige a las piernas abiertas de un hombre o a una panza formidable. Algunos creen que sus retratos son despiadados o, peor aún, crueles. Pienso en lo contrario: amor infinito por la humanidad que hay en nuestro volumen, fascinación por el tiempo vivido en nuestras glándulas. Sue Tilley, la voluminosa mujer que sirvió de modelo en varios cuadros suyos, decía que pintaba con amor: ese amor que encuentra un prodigio en cada detalle del cuerpo.
Los retratos de Freud no son trofeos del clic. No son el pestañeo de una cámara, un instante detenido que permanece en el lienzo. Son perceptibles en sus telas las muchas horas de observación, de reflexión que hay detrás de cada retrato. Hay un cuadro que me intriga particularmente. Se titula “Dos irlandeses en W11” Lo pintó Freud entre 1984 y 1985. Se trata de un cuadro inusual porque escapa de la caja que normalmente aloja a sus modelos quienes, además, están vestidos de traje y corbata. Dos figuras y, al fondo, una ventana que muestra la ciudad. Lo que quiero notar es el contraste entre los rostros y las fachadas que se ven a lo lejos. Mientras la ciudad parece una pintura hiperrealista, los hombres han sido pintados con un pincel más grueso. La fidelidad fotográfica de techos y antenas contrasta con cierta imprecisión en las mejillas y los labios. Será que el retrato no es arte de definición. La minuciosa imprecisión en los retratos de Freud subraya el misterio.
No todo en la pintura de Freud fue carne. Me atrevo a decir que, ante todo, Lucian Freud fue un pintor de la mirada. ¿A dónde ven sus modelos? Parecería que todos pierden la mirada en el suelo o en la pared. A veces duermen pero suelen tener los párpados abiertos y los ojos extraviados. Si el cuerpo es pesadez, la mirada es extravío. Aunque la pierna de un hombre roce a su amante, sus miradas no se encuentran. Lucian Freud fue el biólogo de nuestra soledad.
Nos han dicho que el libro es solamente el recipiente de la escritura. Tan libro la edición antigua e ilustrada del Quijote como la pantalla en la que fluyen cada una de sus letras. Leer en kindle es una experiencia idéntica a leer en papel, nos dicen los entusiastas de la novedad. Los signos comunican el mismo mensaje así estén inscritos en piedra, en papel o en tijera. Absurda nostalgia, la del lector que se aferra a su fetiche estorboso, pesado, grueso y polvoso. Las ventajas son innegables. Se puede cargar una biblioteca en la bolsa sin cansarse el brazo. (…)
Resulta que la experiencia no es la misma. Que el medio no es transporte inocuo de las letras. Quienes nos aferramos al papel no lo hacemos solamente por añoranza del peso y los olores, sin por advertir un tipo de vivencia, por honrar un vínculo con el texto, por practicar una gimnasia dactilar que termina por acercarnos de un modo peculiar a los símbolos. Cualquier lector sabe que su edición es un puente único a la lectura. Entiende bien que la tipografía y la disposición de los espacios, que el grueso del papel y la imagen de la portada marcan el cortejo de su lectura. El “dispositivo” en el que leemos marca la experiencia lectora. No es lo mismo leer en la pantalla que en el papel.
Maria Konnikova publicó hace un año un artículo en el New Yorker que vale rescatar. El cerebro reacciona de modo distinto a la palabra “casa” cuando está escrita en papel que a la misma palabra escrita en una pantalla. Podría decirse que, en pantalla, la palabra es la fachada y en papel es la fachada y la cocina, la alacena, la recámara y sus cuadros. La fisiología de la lectura importa. No puede pensarse que los elementos tecnológicos del libro sean irrelevantes. Un libro tradicional tiene una entidad física que llama a cierta postura, a ciertos ejercicios manuales. El texto avanza gracias a nuestros ojos y nuestras manos. No se escurre angustiosamente por una ventana, permanece con tranquilidad en su sitio. (…)
El argumento de Konnikova es que, a través de la pantalla, apenas rozamos la lectura. Nos quedamos en la superficie porque tendemos a brincotear. El papel, por el contrario, nos exige una concentración mayor. Nos invita a profundizar, a penetrar los significados que se encierran entre las tapas de un libro. Eso: el libro es un paréntesis del mundo. Estudios que la escritora cita lo demuestran. Un experimento dio a dos grupos del mismo nivel escolar y de calificaciones equivalentes el mismo libro en dos formatos. Un grupo leyó en papel y el otro en e-book. Quienes leyeron en papel comprendieron mejor lo que el libro decía, los lectores electrónicos se quedaron en la superficie del texto.
El mosquito que ronda la oreja de nuestra era es la distracción electrónica. La información de todo, accesible todo el tiempo, la comunicación perpetua, con todo mundo. El papel, silencioso y quieto, es un espacio de resistencia.
El artículo completo puede leerse aquí.
Goethe aspiró a la integración de la sensibilidad poética y científica. Vivir los símbolos del mundo y entender sus mecanismos. Editorial Siruela publicó hace algunos años un libro sobre Goethe y la ciencia que mostraba al escritor como un atento observador de la naturaleza. Una inteligencia respetuosa del experimento sin cerrarse al guiño de la revelación. La ciencia para Goethe, escribe Jeremy Naydler en la introducción a ese volumen, era una ensanchamiento de la conciencia. La ruta contraria al encogimiento de la especialización: enlazar todas las facultades humanas para “infundir vitalidad al acto de percepción”. Sintió un enorme orgullo por su teoría del color, estudió las piedras y las plantas; descubrió un hueso oculto en la mandíbula humana, fundó el campo de la morfología como la ciencia de las formas vivas. Su mayor contribución al campo de la ciencia, sigue Naydler, fue precisamente vitalizar nuestro vínculo con el mundo: percibir el planeta como nuestra casa. La astronomía, por eso, no le interesó nunca. Para observar la orbitación de los planetas era necesario auxiliarse de instrumentos, sujetarse a intermediarios. La ciencia que interesó a Goethe fue siempre la ciencia de lo sensible: oir, tocar, ver para comprender lo que nos circunda.
Al final de su vida, Goethe llegó a decir que los momentos más felices de su vida habían sido los que había entregado al estudio de las plantas. En Italia descubrió las delicias de la observación y del cultivo. Ahí se convenció de que había una unidad elemental que presidía la inmensa variedad vegetal. Ahí también ideó la existencia de una planta arquetípica: la Urpflanze. En efecto, la ciencia en Goethe no es incompatible con la imaginación sino, muy por el contrario, complementario a la inspiración poética. “Ciencia y poesía pueden unirse. La gente olvida que la ciencia se ha desarrollado de la poesía y no es capaz de advertir que un movimiento del péndulo puede benéficamente reunirlos de nuevo, para beneficio mutuo.”
De aquellas horas dichosas entregadas a la observación de hojas, flores, tallos y pistilos, de la paciencia con la que fue advirtiendo extensiones, ensanchamientos y brotes surgió su Metamorfosis de las plantas, un librito de 123 párrafos que, a juicio del historiador Robert J. Richards, sembró una revolución que transformaría la biología en el siglo XIX. El libro acaba de reaparecer en una preciosa edición del MIT, bajo el cuidado de Gordon L. Miller, quien también ha fotografiado las plantas de las que habla Goethe en su monografía.
La vida de las plantas puede aprenderse aquí es una incesante peripecia de complejidad: la contracción y expansión de un arquetipo. Botánica trascendental, biología idealista quizá. No sé hasta qué punto pueda realmente hablarse del autor del Fausto como un científico. Lo que queda de sus observaciones son, tal vez, frases memorables antes que teorías que han servido como plataforma de conocimiento. “Todo es hoja,” anotó en alguna página de su diario. Botánica trascendental, biología idealista, quizá. Pero no deja de ser un ojo fascinante, una lectura seductora de la naturaleza, una noción vivificante del conocimiento. Queda, desde luego, la invitación a pensar en una ciencia que se examina a sí misma. “Al observar es mejor ser plenamente conscientes de los objetos, y al pensar ser plenamente conscientes de nosotros mismos.” Se trata de una ciencia que nos invita a apreciar la belleza, que nos compromete con la naturaleza y la acción.
Extraña costumbre la de los poetas que toman notas de todo. En tiempos del Ipad siguen buscando cuadernos de buen papel, sacándole punta al lápiz o entintando su pluma. El fetichismo del cuaderno. Su hábito es compulsivo, como morderse las uñas. ¿Por qué escribir en una libreta lo que surca su cabeza? Porque no se puede confiar en la memoria, dice el poeta Charles Simic. La idea más profunda de cada poema, agrega, es que menos es más. Por eso los poetas son los anotadores ideales. Leyendo a los poetas me convenzo de que la mayoría de los ensayos, los cuentos o las novelas mejorarían si se redujeran a un manojo de oraciones. En la libreta que tituló El monstruo ama a su laberinto, (Ausable Press, 2008) anota cosas como éstas:
“He dedicado mi vida a hacer una pequeña verdad hecha de una infinidad de errores.”
"El poeta ve lo que el filósofo piensa."
“La estupidez es el condimento secreto que los historiadores tienen problemas para identificar en esta sopa que seguimos sorbiendo.”
“Soy miembro de esa minoría que se rehúsa a ser parte de una minoría oficialmente reconocida.”
“Religión: transformar el misterio del Ser en una figura que nos recuerda a nuestro abuelo sentado en la bacinica.”
"Poema corto: sé breve y dinos todo."
"Finalmente una guerra justa. Todos los muertos inocentes deben considerarse suertudos."
"La Gestapo y la KGB también creían que lo personal era político. La virtud por decreto era su otra creencia."
"La eternidad es el insomnio del Tiempo. ¿Alguien dijo eso o es una idea mía?"
"Nueva York es un sitio demasiado complicado para un solo dios y un solo diablo."
"La ambición de la teoría literaria de hoy parece ser encontrar el modo de leer literatura sin imaginación."
“Para los amantes, hasta el nombre de pila es poesía.”
"Una teoría del universo: el Todo es mudo, las partes gritan de dolor o a carcajadas."
"Adoro el dicho de Mina Loy: ningún hombre con una vida sexual satisfactoria se convirtió en censor moral."
"El nacionalismo es el amor al olor de nuestra mierda común."
"Una película de horror para vegetarianos: Salchichas grasientas cayendo del cielo a su sopita de verduras."
"Deidades momentáneas, así es como los griegos–creo–concebían a las palabras."
"La poesía y la filosofía producen lectores lentos y solitarios."
"Mi queja del surrealismo: adora la imaginación por vía intelectual."
"Enterrador: la verdad es oscura bajo tus uñas."
"La belleza de un momento fugaz es eterna."
“Quisiera mostrarle a los lectores que las cosas más familiares que los rodean son ininteligibles.”
“Entre la verdad de lo que se oye y la verdad de lo que se ve, prefiero la silenciosa verdad de lo visto.”
“Crear algo que no existe pero que, tras haber sido creado, parezca como si hubiera existido siempre.”
“Nota a los historiadores del futuro. No lean el New York Times. Lean a los poetas.”