Anuncio del grupo financiero alemán Bontrust.
El artículo de hoy de Gabriel Zaid insiste en la necesidad de pensar los cambios tranquilos: abrir, por ejemplo, refugios para la seriedad:
En las temporadas de conciertos que dirigía Carlos Chávez en Bellas Artes se cerraban las puertas de la sala en punto de la hora anunciada; nadie podía entrar ni un minuto después, y la gente decía que lo único puntual en México eran las corridas de toros y los conciertos de Chávez.
Lo cual demuestra que es posible crear islotes de seriedad en medio de una falta de seriedad general, y que la gente nota la diferencia. Además, tiene efecto multiplicador. Mostrar que la puntualidad es perfectamente posible y mejor para todos favorece que se vaya extendiendo de unas zonas a otras. Aunque México oscila entre la exaltación patriotera y la depresión patriotera, y se pasan por alto los avances tranquilos, es un hecho que la puntualidad fue ganando terreno, y que en muchas zonas se ha vuelto de rigor.
Hace 175 años nació William Hazlitt, uno de los más brillantes ensayistas ingleses de todos los tiempos. Apenas se han traducido unas cuantas cosas suyas al español. Entre ellas, "Del espíritu de controversia" que Aurelio Asiain trajo al español y publicó en Vuelta en 1992. Pocos textos tan pertinentes para estos días como esa defensa de la discusión. No conozco traducción de un ensayo luminoso sobre el servilismo titulado "Sobre la conexión entre los tragasapos y los tiranos." Aquí me atrevo a ofrecer una versión de su línea central:
El hombre es un animal que traga sapos. La admiración del poder en otros es tan natural al hombre como el apetito de poder; éste lo hace un tirano; aquella un esclavo. La corona dorada no sólo enorgullece a quien se la coloca en la cabeza; deslumbra también al miserable encadenado en una mazmorra; y si pudiera liberarse de sus grilletes, se desentendería de los desgraciados que ha dejado atrás para tener una oportunidad de admirar esos espejitos relumbrantes en alguna ceremonia anual. El esclavo, sin ninguna esperanza ni consuelo, se aferra a ese destello de la ostentación real que insulta su miseria y su desesperación. Desde los ojos vacíos del hambre contempla la insolente soberbia y el lujo que la ocasiona y abraza con más fuerza sus cadenas, porque no tiene nada más.
Una buena antología de los ensayos de Hazlitt es esta selección preparada por John Cook.
publica la reseña de un par de libros recientes: Gray's Anatomy de John Gray y Facts are Subversive de Timothy Garton Ash
. Se trata de un pareja de volumenes que recopilan artículos, notas y ensayos dispersos. La costumbre de la recopilación es peligrosa pero el historiador de lo inmediato y el denunciante del fundamentalismo liberal logran publicaciones valiosas para entender la naturaleza subversiva de los hechos (TGA) y el peligro de las ideas herméticas (JG).
Ilustración de Gottfried Wiegand
Hace un par de años se reunieron el violonchelista Mario Brunello y el jurista Gustavo Zagrebelsky para hablar del arte que une sus oficios: la interpretación. Ambos intérpretes: uno de la partitura, el otro de la ley. La cuerda común de la música y la jurisprudencia es el despertar de los textos. Un juzgado y una sala de concierto, hace brotar una versión, una lectura propia de un conjunto de signos. El pentagrama y la norma esperan su intérprete. Aplicando una fórmula íntima dan vida a la abstracción. ¿Será el juez un pianista de la ley? ¿Será el violinista un abogado del compositor? El resultado del encuentro puede leerse en Interpretare. Dialogo tra un musicista e un giurista, libro publicado por la casa italiana de Il Mulino. No conozco traducción al español.
El juego es rico es sugerencias. Brunello titula su capítulo como “La ley de las notas”. El antiguo presidente del Tribunal Constitucional Italiano responde con “La nota de las leyes.” Los incisos de cada aportación se responden en simetría. El asunto que los une es casi teológico: un texto en apariencia fijo e inmutable, un documento reverenciado, un venerable papel despliega un universo de posibilidades. Imposible imaginar una única lectura auténtica. La exactitud es imposible. Ese mandato obligatorio, ese instructivo para la orquesta puede dar origen a muy distintas creaciones. ¿Cómo puede el intérprete ser fiel a la intención del compositor? ¿Debe venerar el juez las intenciones del parlamento? ¿Puede de actualizar el sentido de un mandato? ¿De cuánta libertad dispone un director al colorear una sinfonía? ¿Qué espacio puede tomarse legítimamnente el juez al fijar el sentido de un artículo constitucional?
El gran pianista Alfred Brendel ha dicho que el intérprete no da vida a la música. La música ya vive en la partitura… pero duerme. “El intérprete tiene el privilegio de hacerla despertar o, para decirlo más cariñosamente, darle vida con un beso.” Tomo esta línea del diccionario de Brendel que publicó Acantilado hace unos años: De la A a la Z de un pianista. El intérprete no es esclavo de un texto. No es una máquina que aplica una fórmula cerrada. Están por inventarse las pianolas que interpreten la ley. Para interpretar hay que saber distanciarse, atreverse a completar los huecos que aparecen, ensamblar las piezas para integrar la armonía del conjunto, salvar el sentido apartándose de la torpe literalidad. Las reglas, dice Brendel, existen para ser cuestionadas: merecen obediencia sólo si resisten el examen minucioso del intérprete.
Interpretación: lealtad creativa. El pianista entiende su labor como la de un mediador que es jalonado de ambos brazos. Apreciar la contradicción que lo posee es vital para su arte. Estar al servicio de un código sin renunciar a la voz propia. Fecundar la neutralidad de la cifra con un acento y un tono propio. Nudo en tensión. El intérprete, propone Brendel, es símbolo de la contradicción que es esencia de lo humano. Sólo quien reconozca esa tensión se abrirá al arte. “Toca para el compositor y al mismo tiempo para el público. Debe tener una visión panorámica de toda la pieza y, al mismo tiempo, hacerla surgir del instante. Sigue un plan y se deja sorprender a un tiempo. Se domina y se olvida de sí mismo. Toca para él y al mismo tiempo para el último rincón de la sala. Impresiona por su presencia y, cuando la suerte le es propicia, se disuelve al mismo tiempo en la música. Es un soberano y un sirviente. Es un convencido y un crítico, un creyente y un escéptico. Cuando sopla el viento adecuado se produce la síntesis en la interpretación.”
Durante años nos preparó el desayuno. Todos los días podíamos encontrar ahí ese plato que Germán Dehesa había cocinado con esmero y con deleite hablándonos de todo y también de nada. Nunca usó el horno de microondas para acelerar la preparación de un desayuno de bolsita; nunca nos aventó el plato a disgusto. A diario salía a buscar en el mercado, en la calle, en sus lecturas, en el futbol, en la política, en sus cariños y hasta en sus achaques la sustancia y el condimento de su regalo cotidiano. Disfrutaba el despuntar de cada párrafo. Sonreía en la combinación de los elementos, en su cuidado cocimiento, en la evocación de algún libro, en el agregado del humor. La cotidianeidad de su oficio era constancia, nunca rutina. El hábito no se volvió nunca desatención, reiteración tediosa de la misma tarea, mecánico repiqueteo de lugares comunes.
Supongo que habrá tecleado sus artículos con velocidad, pero para escribirlos tardaba metódicamente, 24 horas. Su escritura no estaba solamente en el golpeteo de las teclas de su computadora sino en sus pasos, en su plática, en su respiración. Cada instante era registrado en esa épica de lo cotidiano. La lectura del periódico, la maravilla de la literatura, algún paseo, sus gustos y sus malestares, las conversaciones y las causas. Los lectores de Reforma atestiguamos durante años la redacción de un dietario único que enlazaba vida y gramática. Escritura instantánea que borraba la distancia entre la vida y la letra. Hay quien describe su comezón como si reportara la composición química de las piedras venusinas: todo examen, nada experiencia. Germán Dehesa, por el contrario, sólo podía emprender la descripción de un evento, cuando el asunto le pellizcaba. Nada de lo que escribió le fue ajeno. Todo lo que registraba en sus crónicas, pasaba por sus sentidos antes de llegar a sus adverbios.
Pocos espacios como su Gaceta para apreciar el juego de las palabras. Dehesa fue, ante todo, un profesor de literatura. En sus artículos se percibe esa intención de comunicar el entusiasmo por la creación literaria, por trasmitir, con el ejemplo, la limpia ordenación de las palabras, por contagiar la adicción a las letras, por honrar la tradición que nos alberga. Fue un maestro de la cita precisa, la evocación exacta. No insertaba comillas para pavonear sus lecturas, sino para compartirlas generosamente. Generosidad es la palabra clave para recordarlo. En una de sus últimas colaboraciones soltaba una lección de vida: “Nadie conoce todos los secretos y recovecos que tiene el vivir. Yo menos que nadie, pero hasta yo adivino que la clave está en el nosotros que es una delicia. Comparen el hecho de comprar un helado para nuestro gusto, a comprar el mismo helado para compartirlo con alguien que será nuestro cómplice en ese súbito nosotros. Queda con esto demostrado que no es bueno que el hombre ande solo.” Durante años, desayunamos su helado.
Dehesa no se cansó de escribir ni nos cansó con su escritura precisamente porque sus crónicas no eran para él sitio para el sermón o la arenga sino, sobre todo, un lugar para el retozo. Es cierto: Dehesa fue defensor de causas modestas y entrañables, fue látigo de pillos y criticón venenoso. Pero nunca fue un sentencioso en busca de la frase inmortal, un disertante de ideas geniales. La tentación a la que se abandonó fue otra. Buscaba la línea que arqueara la boca de sus lectores en una sonrisa. En un vecindario donde la expresión es una colilla de cigarro pisoteada en la calle, Dehesa reanimaba la propiedad danzarina de las palabras. Siempre encontraba un giro para nombrar las cosas a su modo, para escapar del reflejo de las frases hechas. En sus adjetivos y en sus apodos aparecía la magia, la alegría de las palabras.
De un artículo de Savater:
¿Cuál es la diferencia entre un rostro bello y uno realmente atractivo? Pues que el bello omite los defectos y el atractivo los tiene, pero irresistibles. La perfección que respeta todas las normas clásicas merece el encomio gélido del museo, pero cuando la imperfección acierta nos la queremos llevar a casa y vivir con ella y para ella. Se hace admirar lo que cumple las pautas y se hace amar lo que las desafía. Y eso en todos los campos, eróticos o artísticos. Hasta en política…
Manuel Felguérez estuvo enamorado de la inteligencia de los círculos y los triángulos; de la belleza de los desechos, de la imaginación de las máquinas. Porque sabía que el arte muere cuando el artista se repite, buscó siempre. Se mantuvo en guardia para seguir creando y no convertirse en “artesano de sí mismo.” Pero en esa búsqueda se desplazó siempre en el vasto territorio de la abstracción. Desde que su escultura se liberó de las alusiones al cuerpo humano, siguió experimentando en el arte que cierra los ojos para mirar las formas sin modelo. Huyendo de la retórica nacionalista, encontró refugio en la abstracción. Una de sus últimas obras públicas, el enorme mural que México regaló a Naciones Unidas, resume tal vez su filosofía de la abstracción. El inmenso lienzo es el remate del pasillo de las banderas que conduce al salón plenario de la Asamblea General. Su título es una fecha: 2030. Se trata de una arena de oros, salpicaduras negras y atisbos de blanco. Frente al nacionalismo que apela a las parcialidades enemigas, frente al tatuaje de los agravios ancestrales, el mensaje de un arte sin fábulas. La superación de las identidades. El color y la forma, la densidad y la ligereza; la hondura y la levedad. El cálculo de la razón y la libertad de lo azaroso. Ahí se encuentra el mensaje sin palabras. Al no decir nada concreto, decía Juan García Ponce, la abstracción de Felguérez habla un lenguaje comprensible para cualquiera. No alimenta nuestro prejuicio, lo disuelve. Por eso, a través de sus tintas, formas y texturas, invita al silencio.
Fue un estudioso de escarabajos, de esqueletos y de caracoles. Un admirador, pues, del equilibrio. Esa es, tal vez, la batalla de toda su obra: la conquista del equilibrio. Digo batalla porque en esos términos describió su pasión creativa. El lienzo, la pieza escultórica, el mural son, de algún modo, campos de una batalla íntima que se resuelve en trazos, transparencias, goteos. Será eso lo que les otorga de inmediato la espesura del tiempo. Rastros de una obsesiva refutación. Corregir mil veces el tono, aligerar la oquedad con algún rizo, sujetar con hilos lo que se dispara al aire. En la abstracción de Felguérez hay poco gesto y mucho cálculo: la fricción del hallazgo y del remiendo.
La obra de Felguérez se mueve entre el envase y el desbordamiento. Colores encapsulados y formas escurridizas. La contención y el chapoteo. Apenas en diciembre pasado, para celebrar sus noventa años, el MUAC inauguró su exposición “Trayectorias.” Se muestran ahí tres exploraciones. La primera es industrial, la segunda geométrica y la tercera, orgánica. Estos fueron sus tres dominios. En el primer tiempo el artista auscultó el poder estético de lo mecánico. Los motores de las fábricas, las piezas de los coches, la pedacería de la industria encuentra en sus murales otro sentido: un arte de la máquina. El segundo tiempo es un examen del espacio. El pintor escucha la música de los números, la armonía de los cuerpos esenciales, el diálogo de los colores. Triángulos, círculos rectángulos suspendidos en el tiempo: el arte de la exactitud. El tercer momento de Felguérez es el hallazgo de la vida. Entre el caos de las hendiduras y discontinuidades, aparece una prodigalidad celular. Las frialdades cerebrales de las tuercas y el cuadrado perfecto, son ahora partes de un caos vivo, en sorprendente equilibrio. La máquina, el número y la vida.
Ups, pues Que decir? Muy creativo pero no sex si ex publicidad a favor o en contra… O que ya somos así de descarados? Publicitar el coqueteo con y por dinero? El inocente coqueteo que se torna en oficio más antiguo en su version V.I.P. ahora protagonizado por el mismísimo demonio de papel… Para ser honesto, incomoda verlo; el cuento de princesas convertido tan bruscamente en pornografía de papel moneda, uff.
A ver, una trivia… Quiénes son los personajes? Por lo que entiendo, uno es Abraham Linconl, o sea, representa dólares. El yen japonés esta representado por?… Y la fina dama?…
Muuy divertida esta alegoría de la promiscuidad de los negocios y el dinero. Incomoda y sorprende un poco la primera vez que se mira, (siempre piensa uno en los niños a la hora de ver retratada con esta ¿crudeza? el amor) pero el resultado formal es espléndido, a mi me encantó.
Mario:
Es broma lo del Yen japonés, verdad?
No, sorry but… para cuando me di cuenta de la confusión, que como bien se estableció en un certamen de belleza, fue inventada por Confucio, pues era demasiado tarde… Quise referirme al chino Mao. (esos orientales son tan parecidos) Pero a ver, nadie notó a la Tacher en la dólar? (!!!) of a caso era Sarah Palin?… No, la dama debe ser la representante del banco alemán, no? Es que es tan distractor que cuesta ver la cara
Una disculpa al distinguido público