James Fallows cree que un anuncio perdurará de esta campaña electoral. Se trata de un mensaje de Citizens Against Government Waste, un think tank en principio bipartidista, que en esta campaña tiene una inclinación política muy clara.
James Fallows cree que un anuncio perdurará de esta campaña electoral. Se trata de un mensaje de Citizens Against Government Waste, un think tank en principio bipartidista, que en esta campaña tiene una inclinación política muy clara.
Elliot Erwitt, Los Ángeles, 1960. Más fotografías aquí
Czeslaw Milosz
La razón humana es bella e invencible.
No hay reja, alambre de púas, pulpa de libros,
Sentencia de destierro que prevalezcan en su contra.
Establece en el lenguaje las ideas universales
Y nos lleva la mano al escribir Verdad y Justicia
Con mayúsculas, mentira y opresión con minúsculas.
Pone lo que debe ser por encima de las cosas como son,
Es enemiga de la desesperación y amiga de la esperanza.
No distingue al judío del griego o al esclavo del amo,
Nos deja en resguardo los bienes del mundo.
Salva a las frases austeras y transparentes
Del sucio desacuerdo de las palabras torturadas.
Dice que todo es nuevo bajo el sol.
Abre el gélido puño del pasado.
Bellas y muy jóvenes son Filosofía
Y Poesía, su aliada al servicio del bien.
Sólo ayer Naturaleza celebró su nacimiento.
La noticia llegó hasta las montañas
Por vía del unicornio y del eco.
Su amistad será gloriosa: sin límites, su tiempo.
Sus enemigos se han entregado a la destrucción
Traducción de Pura López Colomé
Nos han dicho que el libro es solamente el recipiente de la escritura. Tan libro la edición antigua e ilustrada del Quijote como la pantalla en la que fluyen cada una de sus letras. Leer en kindle es una experiencia idéntica a leer en papel, nos dicen los entusiastas de la novedad. Los signos comunican el mismo mensaje así estén inscritos en piedra, en papel o en tijera. Absurda nostalgia, la del lector que se aferra a su fetiche estorboso, pesado, grueso y polvoso. Las ventajas son innegables. Se puede cargar una biblioteca en la bolsa sin cansarse el brazo. (…)
Resulta que la experiencia no es la misma. Que el medio no es transporte inocuo de las letras. Quienes nos aferramos al papel no lo hacemos solamente por añoranza del peso y los olores, sin por advertir un tipo de vivencia, por honrar un vínculo con el texto, por practicar una gimnasia dactilar que termina por acercarnos de un modo peculiar a los símbolos. Cualquier lector sabe que su edición es un puente único a la lectura. Entiende bien que la tipografía y la disposición de los espacios, que el grueso del papel y la imagen de la portada marcan el cortejo de su lectura. El “dispositivo” en el que leemos marca la experiencia lectora. No es lo mismo leer en la pantalla que en el papel.
Maria Konnikova publicó hace un año un artículo en el New Yorker que vale rescatar. El cerebro reacciona de modo distinto a la palabra “casa” cuando está escrita en papel que a la misma palabra escrita en una pantalla. Podría decirse que, en pantalla, la palabra es la fachada y en papel es la fachada y la cocina, la alacena, la recámara y sus cuadros. La fisiología de la lectura importa. No puede pensarse que los elementos tecnológicos del libro sean irrelevantes. Un libro tradicional tiene una entidad física que llama a cierta postura, a ciertos ejercicios manuales. El texto avanza gracias a nuestros ojos y nuestras manos. No se escurre angustiosamente por una ventana, permanece con tranquilidad en su sitio. (…)
El argumento de Konnikova es que, a través de la pantalla, apenas rozamos la lectura. Nos quedamos en la superficie porque tendemos a brincotear. El papel, por el contrario, nos exige una concentración mayor. Nos invita a profundizar, a penetrar los significados que se encierran entre las tapas de un libro. Eso: el libro es un paréntesis del mundo. Estudios que la escritora cita lo demuestran. Un experimento dio a dos grupos del mismo nivel escolar y de calificaciones equivalentes el mismo libro en dos formatos. Un grupo leyó en papel y el otro en e-book. Quienes leyeron en papel comprendieron mejor lo que el libro decía, los lectores electrónicos se quedaron en la superficie del texto.
El mosquito que ronda la oreja de nuestra era es la distracción electrónica. La información de todo, accesible todo el tiempo, la comunicación perpetua, con todo mundo. El papel, silencioso y quieto, es un espacio de resistencia.
El artículo completo puede leerse aquí.
Robert Darnton
conoce todas las caras del libro. Ha vivido entre ellos y quizá para ellos. Ha escrito libros de libros; los ha exhumado del olvido; ha trabajado en empresas editoriales; ha cuidado libros como bibliotecario y ha explorado las nuevas tecnologías para su difusión. No es fácil encontrar una perspectiva tan rica como la suya para examinar la condición del libro. El lector atento conoce la larga historia de la página impresa; el académico entiende del negocio editorial; el custodio de la biblioteca aprecia las novedades de la técnica. Darnton sabe que en el libro hay mucho más que texto; que el cuidado de los libros no puede ser solamente un negocio; que no hay manera de detener el cambio y que debemos, ante todo, cuidar un patrimonio común.
El historiador acaba de publicar en Estados Unidos un nuevo libro sobre libros. Se trata de The Case for Books
. (Public Affairs, 2009) que podría traducirse como Una defensa del libro. El volumen recoge textos dispersos sobre los viejos y los nuevos libros. En un tiempo en donde la idealización tecnológica compite con la nostalgia, el alegato de Darnton destaca por su ecuanimidad: no es un fanático de la novedad ni enemigo del invento. Valora las maravillas tecnológicas y ha tratado de aprovecharlas en su trabajo académico y en su gestión como cabeza de la biblioteca de Harvard. Al mismo tiempo, disfruta, reconoce y cuida el vivo patrimonio del papel. La prisa por deshacerse de libros y periódicos antiguos le parece un crimen. El buzo de los archivos no puede más que escribir con cautela. No se deja arrastrar por la utopía digital ni se atranca en las obsesiones del anticuario. Darnton sabe mejor que nadie que el planeta del conocimiento que ofrece internet tiene precedentes: el siglo de las luces imaginó también una comunicación veloz e igualitaria en donde no intervendrían los censores. Si algo nos enseña el pasado es que los nuevos vehículos de la comunicación complementan a los anteriores, no los destruyen. Por eso anticipa la convivencia de las páginas y las pantallas.
El autor de Los bestsellers prohibidos en Francia antes de la Revolución ve con entusiasmo las posibilidades de la escritura electrónica, sobre todo en las publicaciones académicas. Los textos pueden ganar densidad. Una primera capa de escritura traza el argumento básico; debajo de esa corteza, capas de mayor profundidad en las que el lector puede adentrarse libremente; las notas pueden expandirse sin restricciones; las referencias pueden alimentar lecturas complementarias. Pero no todo es promisorio en el nuevo mundo de la lectura sin papel. Como siempre, el poder y el dinero siguen al acecho del conocimiento.
El capítulo central del libro es su polémica con google. La ambición de su biblioteca universal es descomunal: ¡todos los libros a disposición de todo mundo! La idea ya no es un sueño de Borges. Desde hace años la empresa digitaliza millones de libros de las principales bibliotecas del mundo. Darnton apoyó en un primer momento la empresa: lo veía como un salto en la democratización del saber. Sin embargo, como director de la Biblioteca de Harvard, fue desencantándose poco a poco hasta convertirse en crítico de la tarea. Las bibliotecas no pueden subordinar su servicio a la explotación mercantil. Google, argumenta Darnton, no es la plataforma para la democratización del conocimiento sino el gancho de su comercialización monopólica.
El libro de Thomas Piketty que ha causado conmoción en Estados Unidos no es solamente notable por su investigación y su argumento. Como escribía hace un par de días en páginas vecinas, su trabajo sobre la economía de la desigualdad que sorprendió al mundo editorial por la cantidad de ejemplares que vendió en unos cuantos días, es un texto que captura la atmósfera del momento y da en el blanco de la ideología imperante. Pero es necesario resaltar otro elemento que aparta el libro del intelectual francés: su oído literario. La literatura es en su libro casi tan importante como su recopilación estadística.
En un artículo publicado por el Los Angeles Review of Books, el escritor canadiense Stephen Marche apuntaba recientemente que El capital en el siglo XXI puede ser el único trabajo de Economía que podría llegar a ser tomado como una obra de crítica literaria. No es que a lo largo del grueso tomo se inserten dos o tres referencias literarias como aderezo al argumento: la literatura está en el corazón del libro. Piketty está convencido que autores como Balzac y Austen capturan los efectos de la desigualdad de una forma que ninguna fórmula matemática o hallazgo empírico pudiera proyectar. Es posible cazar en fórmula exacta la fuente de la disparidad económica; puede medirse con precisión la inequitativa distribución de la riqueza; es posible registrar su evolución a lo largo del tiempo. De esa manera, los datos dibujan gráficas elocuentes de magnitudes y variaciones. Pero esa contundencia numérica palidece frente a la evocación vital de la novela. Esa parece ser la convicción de Piketty como intelectual que aspira a trascender el auditorio universitario: no hay nada tan convincente como la ficción.
Si Piketty le hablara solamente a sus colegas, la fórmula r > g sería suficiente. Ése es, en efecto, el hallazgo técnico más importante del libro: cuando el rendimiento del capital sobrepasa la tasa de crecimiento, los empresarios se convierten en rentistas y la desigualdad aumenta. La notación matemática es concluyente, objetiva, mensurable. Pero Piketty sabe que la frialdad del alfabeto económico no es persuasiva, ni es capaz de registrar la marca íntima de los fenómenos sociales. Por eso se auxilia de otro lenguaje: el lenguaje de la literatura. Sin prescindir de su denso aparato técnico y su abundante colección de datos, el profesor de Economía nutre su exposición en la novela burguesa del siglo XIX. Quienes tratan de encontrar paralelos entre la obra de Piketty y de Karl Marx no se percatan que Balzac es más citado que el autor de El capital previo y que Jane Austen ocupa en este libro, muchas páginas más que Adam Smith. Nos lo sugiere el economista: quien quiera entender lo que es la desigualdad, aprenderá más de la novela que de cualquier tratado económico.
Lo que encontramos en esta obra que ha concentrado el debate público de los Estados Unidos en las últimas semanas es la reiteración del poder de la novela. Escribió Dani Rodrik (quien, por cierto, cree que sus referencias literarias son superficiales) que este libro no hubiera suscitado tanto revuelo de haber sido publicado hace diez años. Agregaria que El capital habría tenido un menor impacto si sólo hubiera sido escrito en el lenguaje técnico del economista. La seducción de la obra es haber logrado lo infrecuente: conciliar la severidad del argumento técnico, la solidez de una investigación minuciosa con el lenguaje seductor de la ficción. Si se quiere prosperar, no es necesario desvelarse en el estudio, no vale empeñarse en el trabajo, hay que esforzarse por nacer en buen sitio.
Un reacomodo en el librero que tengo a mis espaldas me sugiere el libro necesario. Es un poema escrito hace 37 años que describe la desolación de nuestro tiempo.
No llegué a tiempo
del último transporte
Me quedé en una ciudad
que ya no es ciudad
Zbigniew Herbert, el gran poeta polaco, habla en ese poema de las soberbias vacaciones extemporáneas que puede disfrutar y de la capacidad que descubre en él mismo para “redactar un tratado sobre la súbita mutación de la vida en arqueología.”
En esa ciudad arrinconada por el enemigo impera un silencio helado: “a la artillería de los suburbios se le atragantó su propio valor.” Informe desde la ciudad sitiada es el testimonio de Herbert del estado de sitio en Polonia. Lo publicó en París en 1983, poco después de que se decretara la ley marcial en su país. En copias mecanografiadas, el poema llegó muy pronto, de contrabando, a Polonia. A fines de la década, José Emilio Pacheco lo tradujo en su Inventario de Proceso. La versión que releo es la de Xaverio Ballester para Lumen.
El poeta toma la pluma del cronista y describe lo que veo en las pantallas y que intuyo en el futuro inminente. “Demasiado viejo para llevar las armas y luchar como los otros–fui designado como un favor para el papel menor de cronista.” Poesía escrita como un testimonio implacable. Sujetando la emoción, muestra el hueso de los hechos. El diario poético de Herbert es registro de un presente que ha durado siglos. Por eso el poeta ignora cuándo comenzó la invasión. Tal vez fue hace doscientos años. Podría haber sido ayer por la mañana porque “todos padecen aquí la pérdida de la noción del tiempo.” ¿Será miércoles hoy? ¿Terminó ya el fin de semana? Si todos los días recibimos las mismas noticias, el tiempo no transcurre. La monotonía, dice, no conmueve a nadie.
El poeta registra el teatro de un juicio público y retrata al fiscal que lleva puesta una máscara de ruindad y de pavor. Mientras tanto, los corresponsales bailan sus danzas de guerra.
Pero el verdadero proceso se desarrollaba en mis células
las cuales sin duda conocieron el veredicto con antelación
tras una efímera sublevación se rindieron y empezaron a morir
una tras otra
Y en medio de esa devastación, el desconocimiento de las magnitudes. Hemos pesado a los planetas, pero en asuntos humanos seguimos a tientas. “Sobrevuela un espectro: el espectro de la indeterminación.” ¿Cómo conocer los nombres de todos quienes han perecido peleando contra un poder inhumano? “Aproximadamente,” infame palabreja. Lo humano, dice Herbert, ha perdido medida.
Sabia desesperanza. A cuidar, no la ciudad sino sus ruinas, llama Herbert.
Professor:
No me gustan los Republicanos. Admiro a Reagan y solamente me cae bien Bush Padre.
El que se vea claramente tendencioso el anuncio no implica que no se tenga la razón en la aseveración.
En la mesa redonda de Charlie Rose anoche se habló de que el dinero de Healthcare hubiera sido mejor invertido en crear plazas de trabajo. Creo que fue Pearlstein el que dijo que se le debería arrebatar el presupuesto en este momento.
Creo que de imperios se sabe algo. Ya alguien dijo que Bush Jr. parecía Felipe II, pues ya nadie pide prestado para hacer la guerra. El comentario en el video, carece de algo que también se dijo anoche, adolece la falta de mención de que se despilfarra en guerras lejanas y poco necesarias.
Me llama la atención que la táctica final (hubo muchas) de Reagan fue hacer que el imperio rojo malgastara el resto su dinero en una carrera armamentista; que ahora lo malgaste USofA en cosas similares.
jajajaja
Será lo que sea, pero mediáticamente el anuncio está buenísimo