En 1994 el Instituto de Estudios para la Transición Democrática publicó el ensayo de Juan J. Linz sobre el tiempo y el cambio político. Alonso Lujambio, su discípulo, publicó, en coautoría con Helena Varela, el estudio introductorio. Escribe ahí:
La primera gran contribución que hace Linz (…) es una crítica al modelo dicotómico totalitarismo-democracia, al tiempo que propone una nueva clasificación de los regímenes políticos. Para Linz, la clasificación totalitarismo-democracia, dominante en los años cincuenta, no resultaba exhaustiva porque no lograba comprender las distintas maneras en que los diferentes regímenes políticos resolvían los problemas comunes a todos ellos: el mantenimiento del orden y las fuentes de legitimidad, la articulación e institucionalización de intereses, el reclutamiento de las élites políticas, los mecanismos de toma de decisiones y de elaboración de políticas, las relaciones entre distintas esferas institucionales tales como la burocracia, las fuerzas armadas, los grupos religiosos, los intelectuales, los factores de la producción. El problema con el que se encontró Linz es que, teniendo en cuenta todos estos factores, había muchos regímenes políticos que no podían enmarcarse ni en lo que se entendía por una democracia ni en lo que se entendía por un sistema totalitario. Ante esta limitación, a principios de los años sesenta, acudiendo a la metodología weberiana de los ‘tipos ideales’ y a partir de la experiencia de la España franquista Linz propone en «Una teoría del régimen autoritario» la caracterización de un régimen que no es ni totalitario ni democrático, que no es ni una democracia imperfecta ni un cuasi-totalitarismo, que tiene una dnaturaleza distinta, con características que le son propias.
No hay arte más político que la arquitectura. La arquitectura es el único arte que moldea directa, físicamente el entorno humano. No es una mancha en el papel ni un arreglo de sonidos fugaces, sino el levantamiento de un bloque permanente que nos envuelve. Por eso es, entre todas las artes, el emisario más perfecto del poder. El arquitecto ofrece al gobernante servicios que nadie más puede prestarle: demuestra los poderes de la voluntad, condensa una ideología en formas visibles, alimenta el orgullo colectivo; intimida; sacraliza y consagra al prócer. El arquitecto cincela identidad, enaltece al poderoso y convoca a la sumisión. Sus recursos pueden ser, efectivamente, la representación más elocuente de esa ambición de controlar la historia y demostrar que el Estado es capaz de rehacer el mundo.
Dictaduras y repúblicas han entendido el poder de la arquitectura. Todo régimen político necesita expresarse visualmente: requiere continentes y volúmenes; precisa símbolos y ritos. Y porque la continuidad de una nación aspira a alguna trascendencia, también requiere templos. Sitios revestidos de alguna solemnidad para la escenificación de las ceremonias de renovación y de cambio. José Miguel González Salazar y Axel Arañó han coordinado un libro extraordinario que ofrece una formidable lección sobre las conexiones entre el arte y el poder; un elocuente testimonio del diálogo entre el Estado y la creación arquitectónica. O, podría decirse, más directamente: un aviso del atasco político y la esterilidad plástica. Se titula Arquitectura parlamentaria en México. Dos siglos de recintos para el diálogo.
El libro es un trabajo monumental y una edición exquisita. Se conectan en sus páginas el apunte teóricos, reflexiones políticas y análisis comparativos. Deyan Sudjic, el autor de The Edifice Complex , colabora con una pieza inédita sobre el sitio de la arquitectura parlamentaria. José Miguel González Salazar recorre la historia de las asambleas desde la antigua Atenas hasta la imaginación de George Lucas. Fernando Zertuche reconstruye la historia de México a partir de los recintos parlamentarios. Finalmente, Axel Arañó examina puntualmente cada uno de los edificios parlamentarios de México: las dos sedes federales y las 32 asambleas locales. El contraste entre la calidad de la edición y el material expuesto en esta última parte es asombroso. Al retratar cada una de los congresos, el libro integra una elocuente colección de horrores arquitectónicos.
La arquitectura parlamentaria mexicana es francamente anodina, una arquitectura carente de personalidad. Se trata de una arquitectura que no vive con frescura su tradición ni con naturalidad el tiempo presente. Neocolonialismo helado y modernidad de centro comercial. El Congreso del estado de Chihuahua, siendo el más reciente, retrata la improvisación. El diseño original del congreso lo hizo Mario Pani paraun conjunto de oficinas privadas. Después, parte del edificio se empleó como hotel. Finalmente, se adaptó para recibir a los legisladores del estado de Chihuahua. El congreso de Campeche es una nave espacial, un sándwich, un par de platos encimados, una mala imitación de un mal remedo de Niemeyer. El congreso de Durango fue construido en un semestre para despedir, como se lo merecía, el gobernador en turno. Quizá la mayor atrocidad arquitectónica sea obra de un gobernador … arquitecto. El gobernador de Hidalgo, el arquitecto Guillermo Rossell de la Lama decidió la construcción de un edificio para el congreso del estado. El proyecto de la obra lo diseñaron dos integrantes del gabinete del señor gobernador. El congreso es una fortaleza de piedra enclavada en una explanada denominada “Plaza del Nacionalismo Revolucionario” donde los pedestales duplican en altura las estatuas que sostienen y donde un mural de la peor factura imaginable, presenta a los héroes de la independencia y de la revolución con ojos desorbitados. Se trata de una plaza que, como bien nos recuerda Axel Arañó, ¡no tiene acceso público! La fachada son dos inmensas grapas de piedra; la plaza, un espacio muerto. Después de recorrer el estudio pormenorizado de Axel Arañó, el subtítulo parece, una broma. Estos no son recintos del diálogo. Si algo enseña este libro es precisamente esa ausencia: el país carece de espacios para la deliberación.
La monstruosidad arquitectónica de San Lázaro es buen símbolo del régimen hegemónico que celebraba. Más que culminación de la arquitectura nacionalista, se trata de una muestra de arquitectura fascista. Lo es por las dimensiones del edificio, la solidez impenetrable de lo pétreo; la sacralización de lo nacional, la disposición reverencial del auditorio. El presidencialismo retratado en su ambición, en su poder y en su mal gusto.
El más lúcido politólogo de mi generación tuvo el acierto de calificar nuestra democracia como tonta. Después de recorrer el libro de nuestra arquitectura parlamentaria, quisiera agregar otro adjetivo: tenemos una democracia horrible.
Nos han dicho que el libro es solamente el recipiente de la escritura. Tan libro la edición antigua e ilustrada del Quijote como la pantalla en la que fluyen cada una de sus letras. Leer en kindle es una experiencia idéntica a leer en papel, nos dicen los entusiastas de la novedad. Los signos comunican el mismo mensaje así estén inscritos en piedra, en papel o en tijera. Absurda nostalgia, la del lector que se aferra a su fetiche estorboso, pesado, grueso y polvoso. Las ventajas son innegables. Se puede cargar una biblioteca en la bolsa sin cansarse el brazo. (…)
Resulta que la experiencia no es la misma. Que el medio no es transporte inocuo de las letras. Quienes nos aferramos al papel no lo hacemos solamente por añoranza del peso y los olores, sin por advertir un tipo de vivencia, por honrar un vínculo con el texto, por practicar una gimnasia dactilar que termina por acercarnos de un modo peculiar a los símbolos. Cualquier lector sabe que su edición es un puente único a la lectura. Entiende bien que la tipografía y la disposición de los espacios, que el grueso del papel y la imagen de la portada marcan el cortejo de su lectura. El “dispositivo” en el que leemos marca la experiencia lectora. No es lo mismo leer en la pantalla que en el papel.
Maria Konnikova publicó hace un año un artículo en el New Yorker que vale rescatar. El cerebro reacciona de modo distinto a la palabra “casa” cuando está escrita en papel que a la misma palabra escrita en una pantalla. Podría decirse que, en pantalla, la palabra es la fachada y en papel es la fachada y la cocina, la alacena, la recámara y sus cuadros. La fisiología de la lectura importa. No puede pensarse que los elementos tecnológicos del libro sean irrelevantes. Un libro tradicional tiene una entidad física que llama a cierta postura, a ciertos ejercicios manuales. El texto avanza gracias a nuestros ojos y nuestras manos. No se escurre angustiosamente por una ventana, permanece con tranquilidad en su sitio. (…)
El argumento de Konnikova es que, a través de la pantalla, apenas rozamos la lectura. Nos quedamos en la superficie porque tendemos a brincotear. El papel, por el contrario, nos exige una concentración mayor. Nos invita a profundizar, a penetrar los significados que se encierran entre las tapas de un libro. Eso: el libro es un paréntesis del mundo. Estudios que la escritora cita lo demuestran. Un experimento dio a dos grupos del mismo nivel escolar y de calificaciones equivalentes el mismo libro en dos formatos. Un grupo leyó en papel y el otro en e-book. Quienes leyeron en papel comprendieron mejor lo que el libro decía, los lectores electrónicos se quedaron en la superficie del texto.
El mosquito que ronda la oreja de nuestra era es la distracción electrónica. La información de todo, accesible todo el tiempo, la comunicación perpetua, con todo mundo. El papel, silencioso y quieto, es un espacio de resistencia.
El artículo completo puede leerse aquí.
El inventario que José Emilio Pacheco publicaba regularmente en Proceso fue una de las creaciones culturales más imponentes de nuestra tiempo. Su primer nombre fue Baúlmundo y eso fue también: el cofre que contenía todo un planeta. Reseñas que son obras de arte, reinvenciones de la historia, libretas de apuntes sueltos, bosquejo de poemas y traducciones, perfiles de autores premiados, piezas de imaginación que funden hecho y fantasía. El inventario de JEP, relación de pertenencias y catálogo de inventiva fue también un extraordinario cuaderno de aforismos. “Letras minúsculas” era el nombre con los que presentaba los dardos a sus lectores. Escojo de esa mina inagotable de inventarios algunas muestras de su filo:
En un ensayo de 1921, T. S. Eliot nombró la marca esencial en el arte de William Blake: honestidad. Una honestidad, agregaba de inmediato, que resultaba aterradora en un tiempo demasiado miedoso para ser honesto. Contra su franqueza conspiraba el mundo entero. La poesía de Blake es desagradable como lo es la gran poesía, decía Eliot: a través de un admirable proceso de simplificación exhibe la enfermedad esencial y también la vitalidad del alma humana. Acceder a sus revelaciones no es, sin embargo, cosa sencilla. Fiel a su llamado, concibió una mitología personalísima y compleja. Recientemente se ha publicado una guía valiosa para pasear en ese universo de símbolos. Se trata de El amanecer de la eternidad. El mundo imaginativo de William Blake, de Leo Damrosch editado este año por la Universidad de Yale. El título viene de un poema que Blake nunca publicó y que logra condensar su ambición artística y filosófica:
Ver el mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarcar el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.
Quien sujeta una alegría
Destruye la alada vida;
Quien besa al júbilo en su vuelo
Vive en el amanecer de la eternidad.
Damrosch siguió meticulosamente los pasos de Tocqueville por los Estados Unidos y ha retratado, en brillantes biografías, a Rousseau y a Swift. Este libro sobre Blake no es propiamente una biografía. Es un manual de lectura. El visionario que enlaza la poesía y la acuarela con la filosofía nos invita a abrir nuesta imaginación al “trueno del pensamiento y a las llamas del deseo feroz.” Pasearse en esa tormenta es una aventura peligrosa. Por eso es tan útil la orientación de Damrosch. Su intención es hacer, más que un libro sobre Blake, un libro con Blake. El ejercicio de colaboración supone una mirada tan atenta a sus imágenes como a sus letras. Trazo y frase de una sabiduría visual. El crítico sigue los sueños, las visiones, los delirios del genio. Mitos de inocencia y aprendizaje, de las pasiones y la razón, de Dios y la revolución, de la naturaleza y la ciudad.
Como bien dijo Bataille, Blake será, ante todo, el supremo cantor a la alegría de los sentidos. La sensualidad reina por encima de la razón; los deleites sobre las culpas. “Quien desea y no actúa procrea pestes.” Por eso nos llama a reconciliarnos con el infierno. Aterradora honestidad: acoger el impulso, la desmesura, la pasión. Blake ve a Dios en la altivez del pavorreal, en la lujuria del chivo, en la cólera del león, en la desnudez de la mujer. Es una fe contra cualquier sacerdocio. “Igual que la oruga elige las hojas más agraciadas para depositar sus huevos, así el sacerdote dejará caer su maldición en los goces más hermosos.” Restituir a las deidades que animaban todos los ojetos del mundo. Aquellos dioses con formas de montañas, de ríos, de árboles y nubes que los templos expulsaron para imponer su código de pecados. Tal vez lo que pide Blake es muy sencillo: beber cerveza en la iglesia.
Precuela
Del gringo de estados unidos prequel, precuela no está en el DRAE.
¿Alguien sabe dónde pongo mi queja?
Lo bueno es que está perfectamente aplicado y se entiende
Saludos y un gusto leerte
http://www.lavanguardia.es/opinion/articulos/20110321/54130556969/que-no-nos-dejen-sin-cacaolat.html
Si la RAE tiene marcas registradas en el diccionario,túrmix, el eskay y el nailon ¿Por qué no acepta otras más lógicas y comunes?
Saludos