La democracia, dice Pierre Rosanvallon, descansa en una paradoja: exalta al pueblo pero repudia la palabra que deriva de él: populismo. "Del fundamento positivo de la vida democrática se deriva un término negativo. Se execra el populismo en tanto que se exalta el principio de la soberanía del pueblo. ¿Qué encubre sospechosamente esta paradoja?" El discípulo de Furet y de Lefort examina esa paradoja en un artículo interesante que David Pantoja ha traducido para Este país. La democracia es un mirador extraordinario para comprender la democracia. El populismo es una respuesta a las preguntas que la democracia plantea. De ahí su vigencia: "¿acaso el siglo xxi no está en vías de convertirse en la era de los populismos, como el siglo xx fue la de los totalitarismos?"
Para Rosanvallon, el populismo depende de tres simplificaciones:
Frente a estas simplificaciones, hay que abrazar la complejidad.
«Siempre ha habido modas en la crítica literaria pero lo que está de moda ahora es estar de moda, la desesperada búsqueda de algo sexy.» William Deresiewics en The Nation.
John Gray comenta el libro de Sylvia Nasar sobre los grandes economistas de la historia para hablar de la econolatría. La economía parece ser la disciplina que con mayor orgullo se dispone a comprometerse con la irrealidad, dice. Al expulsar a la historia de su disciplina, muy pocos economistas han tenido algo valioso que decir para encarar los problemas que han creado.
Aquí pueden verse otras entradas sobre John Gray en el blog.
Fabian Oefner ha fotografiado explosiones diminutas. Después de poner unas gotas de alcohol en vaso largo, prende la chispa. Éstas son las imágenes y el video de la pequeña bomba:
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Hace un par de semanas se estrenó una nueva producción de Oleanna en el teatro El granero de la Ciudad de México. La traducción es de Daniel Pastor; la dirige Enrique Singer y actúan Juan Manuel Bernal e Irene Azuela. La obra de David Mamet se presentó por primera vez en Boston, hace casi veinte años. Aparecía justo en el momento en que estallaba el primer gran escándalo de acoso sexual en la política de los Estados Unidos. En las audiencias del Senado para confirmar a un ministro de la Suprema Corte se escuchaban a una antigua colaboradora del candidato relatando con detalle las insinuaciones ofensivas de Clarence Thomas. La obra de Mamet aborda el tema del acoso sexual. Algunos vieron en ella un alegato antifeminista: una burla a las válidas denuncias de la cultura machista. El tema del acoso está presente en la obra pero su núcleo es otro: el poder.
He visto la obra en su versión cinematográfica y ahora en esta producción. En ambas ocasiones he pensado que el gran libreto de Mamet no ha encontrado la escenificación que merece. La obra sigue el empedrado diálogo entre un maestro arrogante y una estudiante retraída. La escenografía de la puesta en la producción mexicana es igualmente sencilla: una mesa y dos sillas. Las piezas del mobiliario giran entre actos. Los vuelcos dramáticos de la obra son subrayados así con el gesto casi imperceptible de la rotación. El movimiento permite a todos los espectadores del teatro ver de frente a los actores sucesivamente. Pero más allá de eso, sugiere la vuelta de un tornillo: el opresivo tornillo del poder. Oleanna evoca la perversidad del mando, la perversión de su lenguaje y la ignominia de su traslación. Tan abusivo el poder en su ejercicio, como en su escarmiento. Contrastan en la obra dos formas de sometimiento. La primera se envuelve en formas paternales pero es fatua, petulante y autoglorificadora. Tras la verborrea de un discurso alternativo, bajo la fraseología de la rebelión académica, mediocres ambiciones. La segunda se enfunda en la reivindicación del grupo pero no es más que el reflejo del resentimiento. Los antagonistas que se enfrentan durante la obra disfrutan de su mezquino imperio. El catedrático esculpiendo el monumento a sí mismo; la estudiante saboreando la represalia. Cada uno juega con el muñeco que fabrica en su imaginación. El profesor se solaza en la ignorancia de su alumna; ella se enorgullece al aniquilar al despotismo en efigie.
Sellada por la subordinación, la comunicación entre ellos es imposible. Ni siquiera el inocente intercambio sobre el clima cruza el abismo del poder. Cuando las palabras quedan imantadas por la enemistad, ni el trivial saludo alcanza la otra orilla. El buenos días puede ser escuchado, en efecto, como un insulto. ¿Buenos días? La densidad verbal de la obra de Mamet está estupendamente bien servida por la traducción de Daniel Pastor. Todo conspira contra la comunicación: la vanidad alimenta la inseguridad; la soberbia bloquea la comprensión; el resentimiento cierra los oídos y endurece los prejuicios. En un espacio diminuto dos personas son incapaces de estar juntos y escucharse. Uno atiende el teléfono; la otra se ha detenido en su pasado.
La escena de Oleanna se sacude en un par de ocasiones: la aparente tersura del primer acto estalla en el desenlace. Los papeles se invierten pero el artefacto del abuso queda intacto. En el pequeño universo del teatro se representa así la órbita maldita de la política. El movimiento rotatorio del poder—eso que, en homenaje al sendero de los planetas, llamamos revoluciones—no limpia nada.
Uno de los primeros recuerdos que evoca Héctor Abad Faciolince en el admirable libro sobre su padre es la advertencia de una monja. Tu papá no irá al cielo. Se va a ir al infierno. ¿Y por qué terminará en el infierno?, preguntaba el niño. Es que no va misa, le respondían. El niño decidió entonces que no volvería a rezar. Sería la manera de acompañar a su padre. El olvido que seremos es una carta a ese padre que la barbarie mandó a la muerte queriéndolo encerrar en el infierno. Carta dulce y dolorosa a una sombra.
La cantata de Héctor Abad se escucha en dos tiempos. El primero tierno, apacible, feliz. Una infancia cobijada por el amor físico, risueño y vivaz de su padre, un médico negado a la utilidad, profesor universitario, un humanista empeñado en salir del consultorio y el aula para llevar salud a la gente de Medellín. Una infancia arropada por abrazos y cariños, conversaciones, viajes, música y libros. La niñez como un amoroso cultivo de confianza. El niño garabateaba un papel y el padre encontraba dibujos prodigiosos. Tecleaba letras sin sentido en la máquina de escribir y el padre abrazaba a un poeta en ciernes. En esos alientos nació el propósito de escribir. No en la seguridad de la expresión, sino en la confianza de que a su padre le gustarían sus párrafos. Ahí se anuncia la suave tristeza de esta escritura: redactar para un lector que no existe, pero al que se adora por sobre todas las cosas.
El segundo movimiento de esta carta es insoportablemente doloroso. La agonía y la muerte de la hermana Marta son descritas en páginas verdaderamente lancinantes. La vida de una familia se parte tras la desaparición de una hija, de una hermana que empieza la vida. La conversación sería para siempre incompleta, la risa tendría siempre una mancha, la felicidad no podría volver a ser plena. Tras la agonía y la muerte de Marta, el compromiso político del padre se vuelve más intenso, más decidido, más temerario. Con un nuevo brío para promover la salud pública, para defender los derechos humanos y denunciar los abusos del poder, aparecen también la intolerancia, la superstición, la mezquindad y la violencia. En la barbarie del fanatismo político, el doctor Abad Gómez resultaba enemigo para todos los extremistas: la ultraderecha lo veía como un comunista amenazante; la ultraizquierda lo abominaba por defender los rigores del estudio y rechazar el exterminio de los capitalistas. Lo matarían un par de sicarios de cabeza rapada el 25 de agosto de 1987. En el bolsillo del saco llevaba una hoja en la que había transcrito un poema atribuido a Borges. Se titula “Epitafio” y dice:
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán, y que es ahora,
todos los hombres, y que no veremos
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.Bajo el indiferente azul del Cielo
esta meditación es un consuelo.
Días después de la ejecución, Héctor Abad Faciolince, recogió las ropas de su padre en la morgue. Al abrir el paquete una bala cayó al piso. ¡Tal era el interés del Estado por esclarecer el crimen! Quemó de inmediato la vestimenta ensangrentada y maloliente, pero conservó la camisa del último día de su padre. Tenía agujeros y manchas rojas, pero, puesta al sol y al aire, perdió el olor. El hijo guardó esa camisa como recordatorio del libro que tenía que escribir. Tendrían que pasar veinte años para que el dolor y la rabia no se interpusieran en la escritura. Al terminar El olvido que seremos, pudo quemar la camisa. El libro que escribió no es una venganza, es un beso.
Era necesario ir al rescate de los ateos. Salvarlos de su infinita arrogancia, de su pobreza espiritual, de su torpe rutina sin ceremonias. Acantilado ha puesto en circulación el mejor llamado a la fe en forma de un elogio al vino. El autor de este ensayo exquisito es el húngaro Béla Hamvas (1897-l968). Filosofía del vino, es el título.
Quiero pensar que el ateo al que ataca no soy yo. Que usa la palabra para hablar de otros devotos y no de los escépticos. Para Hamvas, defensor de la abstracción frente a la prédica del realismo comunista, el ateísmo es la arrogancia de nuestra era. La mala religión: esclavitud de abstracciones, fervor por la explicación. El ateo no es el hombre sin Dios sino el hombre sin sentido de vida. Dos personajes lo encarnan: el técnico y el puritano. El técnico, al que llama cientificista, es quien, en lugar de trabajar, produce, quien consume y no se alimenta, quien no come carne ni pan con mantequilla porque ingiere calorías, vitaminas, hidratos de carbono y proteínas. Ese que se pesa todas mañanas, quien al menor dolor de cabeza, toma ocho medicinas. La vida del técnico es miserable pero inofensiva. El peligroso es el puritano. De ése sí que hay que cuidarse. El puritano es un ateo convencido de haber encontrado la única manera correcta de vivir. Es un ciego que solo ve sus principios, un soldado que solo quiere imponerlos al mundo. A la hoguera las mujeres guapas, a los cerdos todo alimento con grasa, a la cárcel quien ríe. “El puritano es el hombre abstracto.”
La vida encuentra sentido en su entrega, en su sacrificio. El técnico la sacrifica a una tontería carente de valor: la longevidad, las riquezas, el poder. Peor es el sacrificio del puritano, entregado siempre a las mayúsculas: la Humanidad, la Libertad, el Progreso, la Moral, el Futuro. Esos ateos habrán ganado el poder pero no son envidiables. En lugar de combatirlos, el filósofo quiere darles un obsequio, regalarles lo que les hace falta, lo que más temen: una copa de vino. En lugar de convertirlos por la fuerza, quiere enseñarles a rezar sin que se den cuenta. Ofrecerles una copa de vino.
El artículo completo puede leerse aquí.
La historia parece sacada del periódico del día de hoy. En un régimen cerrado, un grupo de disidentes lanza mensajes que se extienden como un virus por la ciudad. Las burlas a los poderosos brincan de una casa a otra, formando una red de discrepantes que crece a diario. De pronto, la policía da el golpe y pone fin a la infección. Los burlones, tras las rejas para que nadie tenga acceso a los mensajes sediciosos. En realidad, se trata de una historia de mediados del siglo XVIII, en París. Los hechos los narra ese extraordinario detective de la historia francesa que es Robert Darnton. El historiador no es solamente un erudito que lo sabe todo de los tiempos revolucionarios, sino un especialista en los trasmisores de las ideas, sean libros, panfletos o pantallas.
En esta historia, más que impresos, Darnton registra versos que pasaban de boca en boca en la capital francesa, en 1749. En un país con poco acceso a la red (de publicaciones) los mensajes viajan, sobre todo, oralmente. Si se acompañan de música, mejor. El investigador hurga en archivos hasta escuchar con la imaginación a los cantantes que en las esquinas y en los callejones parisinos difundían la denuncia y se mofaban del régimen y sus personajes. Si se conservan ciertos rastros de esas coplas es, desde luego, por su ofensa. Por ser consideradas como un peligro político ingresaron a los archivos de la policía parisina. La música es utilizada como la correa que trasmite la rebeldía. Convertidos en canción, los versos insumisos son una travesura que va conectando inconformes. El gozo de cantar la insolencia bajo la cubierta de un sonsonete inofensivo se contagia con facilidad. La técnica de entonces era la misma que hoy oímos en programas como el Weso: sobre tonadas populares, los cantantes callejeros sobreponen versos sediciosos. Un palimpsesto sonoro, lo llama Darnton.
Poetry and the Police: Communication Networks in Eighteenth-Century Paris (Belknap Press, 2010) recupera un número reducido de poemas cantados en la calle. Darnton encuentra vestigios de la letra, las órdenes para la captura de los cantantes, los interrogatorios, las confesiones y delaciones de los reos. Reconstruye así el episodio conocido como el “Affaire de los catorce,” por ser ése el número de los convictos. En las canciones, se observa la saña contra Madame Pompadou pero ni la corte ni el rey se salvan del embate musical. El monarca es pintado en uno de los poemas como monstruo de rabia negra y en otro es retratado como un impotente:
Pues bien, burguesía temeraria
Dices que has podido dar satisfacción
al rey
Y que él ha satisfecho tus esperanzas
Bien sabemos que esa noche
el rey quiso dar prueba de su ternura
pero no pudo.
Darnton se desplaza con destreza admirable por los archivos del siglo XVIII, ofreciéndonos un jugoso cuento policiaco en el que catorce hombres caen en manos de la policía, pero nunca puede darse con el autor de los versos peligrosos. La reconstrucción del episodio llega, incluso a su resurrección musical. En internet puede escucharse una recreación de las canciones, de acuerdo a las pistas que Darnton ha podido ir integrando. El cabaret electrónico puede escucharse aquí. Desde luego, no podemos escuchar las canciones como las habrán oído a escondidas, hace más de 250 años, pero al escucharlas se advierte la fuerza de esos hilos de comunicación. Ahí está el argumento central de Darnton: internet no inventó la comunicación humana; Facebook no es el origen de las redes sociales. Si a la monarquía le enfurecían las burlas cantadas es porque se percataba de algo que los poderosos todavía no sabían cómo tratar: la opinión pública.
Play the stairs… Stairs performance… Tocar la escalera…
¿Rediseño de la realidad?
No sé porque, pero aunque este video no tiene nada que ver con Cd. Juárez, no pude dejar de pensar en la situación de México. Creo que los hombres no violentos realmente tenemos pocas herramientas para enfrentar lo que sucede en JZ, aún así, la capacidad creativa del ser humano para modificar nuestro entorno es sorprendente. Hay que pensar (y reírnos mas…).