John Gray comenta la publicación de los cuadernos de Michael Oakeshott, que el propio filósofo describió como un «caos escrito». Gray describe la publicación como un tesoro de ideas recogidas a lo largo de una vida de vagabundeo intelectual.
Oakeshott rechazó los credos modernos del mejoramiento humano para abrazar lo que llamó una «política de mortalidad», una perspectiva que encontró expresada en los escritos de Montaigne y Pascal.
La prosa es la continuación de la poesía por otros medios. Lo decía Joseph Brodsky pensando en los ensayos de Marina Tsvietáieva pero no se quedaba en su ejemplo. La prosa es, históricamente, derivación del canto poético. En el principio fue la poesía. La maestra, la fuente de todas las literaturas. Habría que advertir que, en asuntos de arte, el disidente ruso no era un demócrata. Miraba los otros géneros por debajo del hombro. En el trono de las letras se sentaba, sin competencia alguna, el poeta. Debajo de él, los novelistas, los dramaturgos, los cuentistas. La poesía no es un entretenimiento, dijo alguna vez. No es siquiera un arte. “La poesía es nuestra finalidad como especie. Si lo que nos distingue del resto del reino animal es el habla, entonces la poesía como la forma superior del habla es nuestra diferencia genética”. No había forma de equiparar el genio de la poesía con los prosaicos oficios de la novela. Y, sin embargo, bien sabía Brodsky que cuando el poeta incursionaba en la prosa podía elevarla hasta sus alturas.
¿Qué le enseña la poesía al ensayo?, preguntaba Brodsky. El poeta tiene una báscula que nadie más tiene. Sólo él sabe que cada palabra tiene un peso único, que cada sílaba tiene una voz irrepetible. El poeta le ordena también al prosista omitir lo obvio y cuidarse de los peligros de la grandilocuencia. Lo invita siempre a rendir tributo a la música. El oído es el órgano de la escritura. Brodsky tenía claro que el trato no era recíproco. La prosa muy poco tiene que enseñarle a los poetas. Tal vez un buen novelista puede invitarnos a prestar atención al lenguaje común, a registrar las palabras de la calle. Pero en realidad la lección auténtica está en otro lado. Un poeta puede sacar más provecho escuchando un cuarteto de Haydn que leyendo Dostoievski.
El artículo completo en nexos de diciembre.
La jornada semanal dedica varios artículos a Luis Villoro, entre ellos, uno precioso de Juan Villoro:
El dinero de la familia provenía de haciendas que producían mezcal. La escena definitiva de mi padre ocurrió en una de ellas, Cerro Prieto, que hoy es una ruina fantasmagórica. Los peones de la hacienda se formaron en fila para darle la bienvenida y le besaron la mano. Mi padre vivió el momento más oprobioso de su vida. Ancianos con las manos lastimadas por trabajar la tierra le dijeron “patroncito”. ¿Qué demencial organización del mundo permitía que un hombre cargado de años se humillara de ese modo ante un señorito llegado de ultramar? Mi padre sintió una vergüenza casi física. Supo, amargamente, que pertenecía al rango de los explotadores.
Su vida pródiga se entiende como un valiente ejercicio de expiar la agraviante escena de la que todo se deriva. Su familia era monárquica y franquista, y él comenzó a poner en duda el sistema de valores en que había crecido. Buscó otra España y, como le ocurriría con frecuencia, la encontró en la forma de una mujer hermosa. Se enamoró de Gloria Miaja, hija del general republicano que había defendido Madrid.
El destino depende más de lo que se descarta que de lo que se realiza. Mi padre y sus sucesores dependemos de que no haya podido casarse con la hija de un militar rojo de pésimo carácter.
Para entender su país de adopción, dirigió la mirada a los españoles que en la Colonia pasaron por un trance similar al suyo. Clavijero, Las Casas y Tata Vasco fueron sus ejemplos. Su primer libro, Los grandes momentos del indigenismo en México, narra los afanes de los misioneros ilustrados que se pusieron de parte de la causa indígena.
El filósofo que empezó su trayectoria estudiando a los primeros antropólogos del mundo americano, la concluye como un nuevo Las Casas, conviviendo con las comunidades indígenas en Chiapas. Otro discípulo de los jesuitas, el subcomandante Marcos, que tiene más o menos mi edad (la cronología de los mitos es imprecisa), es su interlocutor privilegiado. Mi padre es ajeno a las categorías sentimentales y los lazos determinados por el parentesco, pero no al afecto, que entiende como una variante de la inteligencia. Si tuviera que someterse al improbable ejercicio de elegir a un hijo entre sus conocidos, se llamaría Marcos, nuestro invisible hermano.
Fabian Oefner ha fotografiado explosiones diminutas. Después de poner unas gotas de alcohol en vaso largo, prende la chispa. Éstas son las imágenes y el video de la pequeña bomba:
*
Dice José Bergamín que lo que importa del aforismo no es que sea cierto. Lo que importa es que sea certero. Ese tino puede verse en sus flechazos al toreo. A propósito de la decisión de los catalanes, vale regresar al Arte de birlibirloque de José Bergamín (Ediciones Turner, 1994). También pueden pescarse algunos aforismos en su Obra esencial, publicada en 2005 por la misma editorial. Aquí algunos aforismos:
El humor es la majestad sentada en una tachuela, decía Orwell. El novelista sostenía que un chiste era siempre una pequeña revolución, una ofensa al orden establecido que subvierte momentáneamente la pirámide del poder. Siempre ha habido chistes políticos, burlas al rey, ridiculizaciones del emperador, pero puede decirse que no ha habido régimen más fértil a ese género de literatura anónima que el comunismo. Un libro reciente (Hammer & Tickle, Weidenfeld & Nicolson, 2008) sugiere que el gran éxito del régimen fue precisamente su capacidad para producir chistes. Ben Lewis, el coleccionista de aquellos chistes sugiere que el comunismo fue una máquina humorística porque su fracaso económico y su obsesión por el control político producían situaciones irremediablemente ridículas. ¿Cuándo se celebró la primera elección soviética? Cuando Dios puso a Eva enfrente de Adán y le dijo: “Escoge a tu mujer.”
Los chistes son escritos sin autor y sin papel. Muchos de los que recoge el documentalista Lewis no nacieron en suelo proletario. Unas ovejas tratan de escapar del país. Los guardias los interceptan y preguntan por qué tratan de huir. –Es que la policía secreta tiene órdenes de atrapar a todos los elefantes. –Pero ustedes son ovejas, advierte con sorpresa el gendarme. –Trata de explicárselo a la policía secreta. El chiste no es de la Rumania de Ceausescu, ni de la Unión Soviética de Stalin. Puede encontrarse en un poema persa del siglo XII. Pero algo hubo en ese trampolín de la utopía que abonó especialmente el chiste. El absurdo que es el manantial de todo humor, tuvo bajo ese régimen categoría filosófica y oficial. El matrimonio solemne de la ciencia y el poder engendró una ironía exuberante. ¿Cuál es la diferencia entre el capitalismo y el comunismo? El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. El comunismo es exactamente lo contrario.
El chiste detrás de la muralla no era solamente una denuncia. Constituía una comunidad clandestina, un lenguaje común, un club secreto donde el único que no estaba invitado era el gobierno. ¿Por qué es Checoslovaquia el país más neutral del mundo? –Porque no interviene ni siquiera en sus asuntos internos. El poder, sin embargo, lograba colarse con frecuencia al club. El colado reaccionaba de manera voluble: podía tomarse las cosas muy en serio y apresar a los chistosos o apropiarse de las burlas para convertirlas en su instrumento. El historiador Roy Medvedev, después de revisar los archivos de Stalin, concluye que los chistes mandaron a la cárcel a cerca de 200,000 personas. Pero también hay registros de que el gran tirano se divertía con los chistes de su crueldad y los presumía como medalla. Lewis cuenta que el dictador contaba una anécdota sobre sí mismo. Stalin recibe una larga delegación georgiana en el Kremlin. Llegan a las oficinas del mandamás, escuchan sus instrucciones y salen del palacio. De pronto, Stalin busca su pipa. Alarma: no la encuentra. De inmediato le ordena a Beria, el jefe de su policía secreta para que resuelva quién se ha robado la pipa. Beria se aboca al caso. Cinco minutos después Stalin encuentra la pipa debajo de unos papeles. Llama a su espía y le cuenta que la ha encontrado. Demasiado tarde, le responde Beria: la mitad de la delegación confesó que se había llevado la pipa y la otra mitad murió durante el interrogatorio.
El chiste expropiado por el poder se convierte en otro dispositivo de la intimidación. También el sádico se ríe de sus víctimas y amenaza a carcajadas. El humor amenaza, oculta, trivializa. Santifica como graciosamente idiosincrático lo que es abominable. El chiste puede ser una pequeña revolución, como sugería Orwell. También puede ser una concisa tiranía.
Peter Gabriel no tiene mucha prisa: una década para incubar cada disco. Hace ocho años sacó Up y hasta ahora publica un trabajo completo. Se trata de un disco de covers: versiones de canciones ajenas. A decir verdad, el género es sospechoso. Que Peter Gabriel ofrezca su versión de éxitos prestados podría ser indicador de una creatividad en declive: treparse al éxito de otros porque uno no tiene nada nuevo que decir. Karaoke que apenas inserta voz a una cinta fija de sonidos. Las piezas que Peter Gabriel esculpe con el barro de canciones viejas y nuevas son todo lo contrario: la expresión de plena vitalidad artística, una de las obras más ambiciosas de su carrera. El disco se titula Scratch My Back
: ráscame la espalda. El trabajo no es la aplicación de otra voz a una canción conocida. Es una transcripción: el clásico arte de la traducción de lenguajes musicales. No es la garganta lo único que cambia en este disco, es la atmósfera que envuelve las melodías, el ritmo que las anima, los sonidos que las arropan. Desnudando canciones ajenas, Peter Gabriel las hace plenamente suyas, les saca la pulpa que el original escondía y restaura en muchas ocasiones el mensaje que hasta su autor ignoraba.
Peter Gabriel ha envuelto su música con capas de sonido y la ha animado con chicotes de ritmo. Buscando en todos los rincones del mundo, acercándose a las tecnologías más modernas, ha coleccionado un riquísimo mundo de tonalidades. Instrumentación tupida que combina arpas africanas y sintetizadores. Sus experimentos con Genesis, su extraordinario trabajo con Scorsese musicalizando la agonía de Cristo, su colaboración con músicos como Nusrat Fateh Ali Khan, los Blind Boys of Alabama o Youssou N’Dour, su trabajo curatorial al frente de Real World le han entregado un prodigioso acervo de sonidos, rumores, voces y ecos. De ahí la exuberante vegetación, la arenosa musicalidad que conocemos en Peter Gabriel. Pero desde Up, su disco anterior, se percibe una búsqueda: ya no la densa envoltura, sino la desnudez ósea del canto. Entre la densa musicalidad de aquel disco, despunta una canción enigmática: “La gota.” La pieza tiene apenas el acompañamiento de un piano que evoca la melancolía de Arvo Pärt. Ahí estaba la semilla de su nuevo proyecto: despojarse de los adornos, soltar lo inesencial y encontrar, como apenas canta aquella canción, la simpleza trágica de la caída.
Ahora, en Scratch My Back, Peter Gabriel sigue su búsqueda de lo primordial. Ha tomado como ingredientes canciones de David Bowie, de Radiohead, de los Talking Heads, de Paul Simon. No ha pasado revista a los clásicos: ha seleccionado piezas que le resultan entrañables. Las ha pulido con los arreglos de John Metcalfe. No se escuchan guitarras ni batería. Ningún sintetizador disparando sonidos improbables. Tan solo violines, cellos, piano y algún coro. Se sienten por ahí aires de Philip Glass, de Arvo Pärt, de Stravinsky. Arrancándole toda la grasa de la ornamentación quedan al descubierto letra y melodía. El resultado de la transcripción es sobrecogedor. Una movida canción de David Byrne que tapa con su estruendo una letra estrujante se convierte en un himno sobre las voces que escucha un terrorista. El júbilo sudafricano de Paul Simon, tan lleno de tambores, trompetas y acordeones transformado en un lamento lánguido. La letra de cada canción brilla con la dicción puntual y una parca entonación. El tono es sombrío: voz de niebla y óxido.
Tony Judt publica un artículo en el New York Times sobre el torneo de clichés que genera Israel (ahora se publica en El país). Imposible discutir el Medio Oriente sin recurrir a las acusaciones gastadas y las defensas rituales. Hace falta limpiar la casa, dice Judt. Salir, por ejemplo, de la trampa que sugiere que cualquier crítica al gobierno israelí es antisemita: seguir esa línea terminará desfundando la denuncia de prejucios reales.
Al hablar en la entrega del Premio Villaurrutia a Juan Villoro, Hugo Hiriart se preguntaba si los cuentos servían para algo. ¿Podrá la literatura proporcionarnos algún conocimiento? Sí, contestaba, de inmediato: sólo la narración puede capturar la variedad de la experiencia humana. Inventaba entonces un cuento para explicar el valor de los cuentos: supongamos que un subsecretario de Gobernación sube con prisa la escalera del palacio y se encuentra de pronto a una mujer trapeando. Seguramente no la ve. Va con prisa a una reunión y no registra su presencia. “La gente humilde tiene la peculiaridad de ser invisible.” Entonces el subsecretario, tan atareado con sus altísimas responsabilidades escucha una voz que le dice: “Esa mujer es, a los ojos de Dios, más importante que tú, puerco.” Desconcertado por esa voz, el subsecretario se pregunta. ¿quién es ella?, ¿cómo será su vida? “Para eso sirven los cuentos, concluye Hiriart, para ver por dentro existencias ajenas.”
Daniel Goldin recordaba esa escena del funcionario en la escalera y la voz que lo alerta de su ceguera, en una alguna conferencia. Le ayudaba a ilustrar el valor de la lectura. En una novela nadie es número. En los cuentos no somos datos: somos vida y toda vida es única, valiosa, sugestiva. Lo entendió muy pronto porque en su casa había dos bibliotecarios. Padre y madre eran guardianes de libros. Antes de que pudiera descifrar su sentido, los libros ocupaban todos los espacios de la casa. Ladrillos con los que uno tropezaba. Objetos raros y, en alguna medida, amenazantes: esos bloques de papel robaban la atención de su padre. Lo cuenta Goldin en un magnífico ensayo publicado hace años por Fractal donde hace la autobiografía de su pasión: “Me es difícil imaginar un placer más completo que la lectura.” Las estaciones de su vida aparecen como un rollo que se despliega. La primera lectura del gozo. El encuentro con una enciclopedia seductora. La ceremonia familiar de la lectura. Ese momento en que los hermanos guardan silencio para escuchar la voz de su padre, leyendo. Más que la trama, las novelas que leía de niño se le revelaban como estampas, como personajes o lugares, como una atmósfera. Descubrir el ensayo para encarar ese misterio que es la realidad. Y luego la poesía: tiempo que no fluye. Abrir el poemario, descubrir un poema… y cerrar el libro. La emoción de los libros que pronto se vuelve, ante todo, el gozo de compartirlos.
Tal vez, dice Daniel Goldin, los libros no sean más que ”una plaza donde negociamos sentido.” Los libros son el lugar en el que nos encontramos vivos y muertos, condes y granjeros, celosos y holgazanes. Son el sitio que nos permite pactar lo posible, ese paseo que nos hace ver lo que tenemos frente a la nariz. La ventana para conocer el mundo, para celebrarlo y para ayudar a transformarlo. Quien fuera hasta hace unos días director de la Biblioteca Vasconcelos ha dedicado su vida a contagiar la emoción de los libros, la pasión de las letras, el entusiasmo de la literatura. Armó la mejor colección de libros para niños que se ha hecho en nuestra lengua. Convirtió un edificio en una feria de conversación y celebraciones. Logró hacer de una biblioteca el corazón de un vecindario. Lo acaban de echar porque sí. Porque el poder más brutal se expresa como escarmiento del talento. Porque el poder más rudimentario hace trofeo de la vejación. No fue simplemente relevado de su puesto: fue defenestrado. Y no es que sorprenden los relevos de un nuevo gobierno. Lo que alarma es que esos cambios supongan la defenestración de los antiguos. Cuando el poder se deleita en la humillación, la barbarie acecha.
D | L | M | X | J | V | S |
---|---|---|---|---|---|---|
« Feb | ||||||
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | |
7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 |
14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 |
21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 |
28 | 29 | 30 | 31 |
Play the stairs… Stairs performance… Tocar la escalera…
¿Rediseño de la realidad?
No sé porque, pero aunque este video no tiene nada que ver con Cd. Juárez, no pude dejar de pensar en la situación de México. Creo que los hombres no violentos realmente tenemos pocas herramientas para enfrentar lo que sucede en JZ, aún así, la capacidad creativa del ser humano para modificar nuestro entorno es sorprendente. Hay que pensar (y reírnos mas…).