Puede encontrarse aquí el debate entre Cornelius Castoriadis, Octavio Paz, Jorge Semprún y Carlos Barral sobre el sitio del escritor en una democracia. El debate lo introduce Castoriadis de este modo:
Con la escritura “operación silenciosa donde las haya” Octavio Paz quiere combatir el ruido de las disputas y batallas de nuestro siglo. Este ruido no es metafórico y no es simplemente ruido. Es el sufrimiento, la destrucción y la muerte, pero no exclusivamente, los diez millones de muertos de la Primera Guerra Mundial, y los setenta de la Segunda, los del Gulag y los de Auschwitz. El escritor se opone de manera aparentemente irrisoria con su arte a las masacres y la locura colectiva, al ruido que acompaña y ejecuta la muerte.Pero también hay que combatir este ruido, que cobra una forma extrema en la guerra o una forma trivial y aparentemente anodina ruido de las ciudades embotelladas y contaminadas, de los campos de fútbol, de la televisión, porque destruye lo esencial: «el diálogo con el mundo, con el lector y conmigo mismo». El poeta no es sólo el que habla, también el que escucha. Es cautivo de la exigencia de diálogo: diálogo con el lector, frecuentemente anónimo y colectivo, pero a veces, como estos días, lector en carne y hueso. Esta exigencia del diálogo, de hablar y de dejar hablar, de escuchar y de hacer escuchar, es también lo que define, a otro nivel, pero sin deslizamiento de sentido, el medio vital de la democracia.
Quienes conocieron a G. A. (Jerry) Cohen destacaban siempre su sentido del humor. Sus conferencias estaban frecuentemente salpicadas de sketches, imitaciones y parodias. Cuando estudiaba en la universidad en McGill se ganaba la vida haciendo stand-up comedy. Gracias a Andrés Lajous encuentro una serie de videos en youtube en donde aparece el talento para la comedia filosófica del autor de Si eres igualitario, ¿cómo es que eres tan rico?. Aquí, por ejemplo, imagina las desconocidas influencias eróticas en la escritura de Marx;
Aquí puede verse una entrevista con Stalin, acá conversa con Marx, en este video narra el campeonato mundial de marxismo: Habermas contra Roemer, aquí imagina a Jefferson redactando la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Aquí se puede ver (el inicio de) una divertida conferencia sobre filosofía y humor.
Intrigado por la demencia del mercado del arte, el crítico australiano Robert Hughes encaró al coleccionista Alberto Mugrabi. ¿Cómo era posible que pudiera gastar tantos millones de dólares en piezas horribles, de nulo valor estético, cuyo único mérito que era costar millones de dólares? El padre de Mugrabi juntó una de las mayores colecciones de Warhol en el mundo. No puedo imaginarme algo tan abominable: despertar rodeado de las estampas de Marilyn Monroe, latas de sopa Campbells y cajas de detergente. La gran ventaja que encontraba en la onerosa afición era que los cuadros se clausuraban a los museos y al ojo público y se encerraban en algún palacete del mal gusto. El refunfuñante crítico afirmaba que el mercado del arte se ha convertido en un torneo para la autoglorificación de los ricos e ignorantes. Algo verdaderamente desagradable y vulgar marca el coleccionismo contemporáneo: un torneo de chequeras.
En ese medio raptado por el exhibicionismo monetario despuntan los coleccionistas más improbables: Herb y Dorothy Vogel. Él no terminó la secundaria, trabajó toda su vida en la oficina de correos de Nueva York; ella trabajó en una biblioteca. Viven un apartamentito y han dedicado su vida a coleccionar arte. Su arreglo financiero es sencillo: ella paga los gastos de la casa; el salario de él se destina íntegramente a la colección. Así, en un apartamento diminuto habitado por gatos, tortugas y peces, se fue almacenando una de las mejores colecciones de arte contemporáneo del mundo. Megumi Sasaki ha dirigido un documental fascinante sobre su historia titulado precisamente Herb & Dorothy . Buena parte de la cinta transcurre en una cocina donde apenas caben un par de sillas y una mesita. Todo el departamento está repleto de piezas de arte. Las paredes tapizadas de cuadros, esculturas y trazos; el baño vestido con un mural y una inscripción. Debajo de la cama se acumulan capas de cuadros, telas, dibujos. Los coleccionistas no acumulan: guarecen. Sábanas cubren algunas piezas para impedir que la luz los maltrate.
La magia de la película proviene de un par de personajes encantadores: bajitos y encorvados gnomos que recorren un bosque intrincado en busca de joyas. No son particularmente elocuentes. Herb, en particular, no es un hombre de muchas palabras. Pero en sus ojos está todo su entusiasmo. Apenas dice: “esto me gusta,” “¡qué bonito!” No fue a la universidad ni discurre sobre la noción de la muerte en el arte conceptual. Se acerca al arte reconociéndolo misterioso, inefable. En unas cuantas frases articulan su filosofía como coleccionistas: comprar lo que les gusta y lo que cabe en su casa. Las piezas tienen que caber en un taxi. No son sirvientes de la moda. Lo notable de su colección es que siguen el impulso de su olfato. Su colección se fue formando en el trato con artistas jóvenes y desconocidos que después serían afamados. Cuidándole el gato a Christo, se hizo de una pieza suya; del taller de Chuck Close pescaron una foto tirada en el piso. Durante horas examinan la producción de un artista para seleccionar una muestra. Coinciden los artistas que en su opción hay siempre un tino que detecta la pieza emblemática.
En 1992, los Vogel trasladaron su inmensa colección a la National Gallery de Washington. Formaron también paquetes de arte: cincuenta obras para cincuenta estados. De una cueva diminuta salieron camiones y camiones repletos de arte. El documental no solamente es el retrato de un amor de pareja y la historia de sus cariños. También es el reporte de una adicción.
Hay una escena hermosísima como tantas otras en The revenant, que de alguna manera captura el sentido de la película. No es la del oso, ni la del segundo parto. Tampoco la de la de los flechazos o alguna persecución trepidante. Hugh Glass, el sobreviviente, ha superado alguna prueba terrible y camina sobre un río congelado. La cámara sobrevuela al personaje y muestra la ondulación por debajo del hielo. Una alfombra de agua viva bajo un bloque de hielo transparente. Por momentos parece que el hombre camina sobre al agua. Sobre el líquido que fluye, una dura costra de hielo. La película es eso: un constante equilibrio de elementos, una rítmica sucesión de contrastes.
Un hombre carga su cadáver por el invierno más inclemente. Más que sobrevivir, renace. La película de Alejandro González Iñarritu podría ser una más de muchas películas olvidables. Es otra historia de entereza, una metáfora de la fundación de un país, épica de la venganza, una orgía de violencia, un himno al esplendor y la crueldad de la naturaleza, alegoría de una ruta espiritual, otro western de sangre y muerte, balas y flechas. Es todo eso pero lo es de forma extraordinaria. Lo es, seguramente, porque es el trabajo de un cineasta en pleno dominio de su lenguaje. En condiciones extraordinariamente adversas, el director ejerce el control absoluto de su mundo. No vemos actores actuando frente a una cortina verde. El director fue de un extremo a otro del planeta para cazar la luz del invierno. El bosque se rinde a su libreto o, quizá sea al revés. Una ambición desmedida y un talento que le alcanza el paso.
La ambición del artista radica también en la confianza para reinventarse. Hay, por supuesto, perceptibles líneas de continuidad en la filmografía de González Iñárritu pero difícilmente podría encontrarse mayor contraste que el que existe entre sus últimas dos cintas. Birdman es una ratonera en los sótanos de la urbe, el laberinto de la vanidad. The Revenant es la inmensidad de la naturaleza, el desamparo. Una se regodea en su retórica, la otra es elocuente en la mudez. Un suicida y un sobreviviente. Como en todas las escenas de su cine: extremos vitales.
The Revenant es una película sobre el drama de respirar: “mientras puedas jalar aire, pelea,” le dice el protagonista a su hijo. “Respira… sigue respirando.” La película misma es aire que entra y sale de la nariz. Se escucha desde la primera escena ese ahínco respiratorio. El espectador se instala dentro de los pulmones de los personajes. Con el ir y venir del aire se escribe la puntuación de la película. El mundo brutal de los hombres encuentra respiro en la impasible serenidad, la aterradora indiferencia de la naturaleza. La pantalla se llena de amenazas para descargarse después en escenas de quietud. El genio de Lubezki da vida a esta cinematografía respiratoria. Después de perder el aliento al sentir en carne propia el caos del acoso y la muerte que acecha, el remanso de la naturaleza. Los hombres huyen y se cazan: los árboles se columpian. Los hombres se traicionan, la nieve cae. Los hombres odian, las piedras, los ríos, los animales se prestan de cuna.
Fotografía de Lola Álvarez Bravo
Dos personajes insustituibles desaparecen con José Emilio Pacheco. El primero es el creador, el poeta del deterioro, el hombre que cantó a las piedras y a los insectos. El narrador de prosa destilada que capturó como nadie las heridas del tiempo. Creador también, el crítico meticuloso y el traductor impecable. Pero hay otro hombre de cultura que desaparece con Pacheco: el discretísimo artista de la conversación. Tan importante como sus libros de poesía, tan valioso como sus novelas entrañables, es su trabajo periodístico. En sus Inventarios no hay solamente una enciclopedia viva de la literatura, sino una lección de sus virtudes. La estancia de un lector de libros y de hechos. Su biblioteca, esa que vemos tan felizmente desordenada en las fotografías, no fue muro sino ventana: el cristal que le permitía descifrar el mundo. Dos personajes: José Emilio Pacheco y JEP.
En su columna prodigiosa se encuentra, con la tenacidad y la modestia de lo cotidiano, la prueba de que la literatura es siempre pertinente. Lo inmediato era iluminado por lo intemporal. Lo que creíamos único rebota en los ecos de lo universal. Lo flamante aparece como reflejo de lo más remoto. Las lecturas de Pacheco nos acompañaron durante décadas para darle algún sentido a la desgracia. Las tragedias naturales, los atropellos políticos, la tontería pública, los saqueos, el escándalo encontraba significado en la eterna comedia del hombre. Es cierto: leer a Lucrecio puede ser más esclarecedor que sumergirse en el reportaje de la mañana. Imaginar una conversación entre muertos puede dar más luces sobre la controversia del presente que escuchar el pleito de la mañana. Relatos históricos e imaginarios, parodias literarias, reseñas que escapan del culto a la novedad, diálogos teatralizados, traducciones, homenajes y celebraciones, aforismos. Todo cupo en una columna firmada apenas con tres letras. Su Inventario no fue solamente su carpeta de lecturas sino la propuesta de insertarla en la conversación mexicana. No son los apuntes de un profesor que instruye al ignorante, sino los hallazgos que se disfrutan al compartirse con los amigos en la mesa.
En un inventario, JEP escribió sobre la amistad entre Juan Ramón Jiménez y Alfonso Reyes. Ahí escribió:
“Ambos creyeron que el deber de la inteligencia es propagar los bienes culturales, no monopolizarlos. Los dos buscaron la perfección: Jiménez en el ideal de la belleza pura y la verdad; Reyes en la esperanza de un mundo menos atroz, unido por la comunicación espiritual entre los seres humanos. Uno y otro trataron de lograr sus fines mediante el trabajo bien hecho, la unión armoniosa de forma e idea.”
¿No está ahí, en el cruce de esos afanes literarios, el secreto de su oficio literario? Anhelo de perfección, fe en la palabra: la esperanza de un mundo menos cruel, unido por la comunicación.
El oficio del escritor se reflejaba en el esmero de la página, en el cuidado del párrafo, en el celo de la línea, no en el afán de una Obra. El peor destino de un poeta, escribió alguna vez, era volverse poblador de un sarcófago llamado Obras completas. Por eso se resistió a coser sus Inventarios y publicarlos en un tabique. Sus libros, todos sus libros tienen algo en común: su ligereza. Ligeros no por superficiales, evidentemente, sino por su delgadez, su amabilidad con el brazo. La generosidad del escritor empezó ahí, en la liviandad de sus libros. Si es necesaria la divulgación de esa maravillosa hazaña de cultura que fue su periodismo, hay que imaginarla con la complexión de sus hermanas. Una serie de compilaciones ligeras y frescas que reinserten, con la generosidad de JEP, la vida de un gran lector en la conversación de México.
Al hablar en la entrega del Premio Villaurrutia a Juan Villoro, Hugo Hiriart se preguntaba si los cuentos servían para algo. ¿Podrá la literatura proporcionarnos algún conocimiento? Sí, contestaba, de inmediato: sólo la narración puede capturar la variedad de la experiencia humana. Inventaba entonces un cuento para explicar el valor de los cuentos: supongamos que un subsecretario de Gobernación sube con prisa la escalera del palacio y se encuentra de pronto a una mujer trapeando. Seguramente no la ve. Va con prisa a una reunión y no registra su presencia. “La gente humilde tiene la peculiaridad de ser invisible.” Entonces el subsecretario, tan atareado con sus altísimas responsabilidades escucha una voz que le dice: “Esa mujer es, a los ojos de Dios, más importante que tú, puerco.” Desconcertado por esa voz, el subsecretario se pregunta. ¿quién es ella?, ¿cómo será su vida? “Para eso sirven los cuentos, concluye Hiriart, para ver por dentro existencias ajenas.”
Daniel Goldin recordaba esa escena del funcionario en la escalera y la voz que lo alerta de su ceguera, en una alguna conferencia. Le ayudaba a ilustrar el valor de la lectura. En una novela nadie es número. En los cuentos no somos datos: somos vida y toda vida es única, valiosa, sugestiva. Lo entendió muy pronto porque en su casa había dos bibliotecarios. Padre y madre eran guardianes de libros. Antes de que pudiera descifrar su sentido, los libros ocupaban todos los espacios de la casa. Ladrillos con los que uno tropezaba. Objetos raros y, en alguna medida, amenazantes: esos bloques de papel robaban la atención de su padre. Lo cuenta Goldin en un magnífico ensayo publicado hace años por Fractal donde hace la autobiografía de su pasión: “Me es difícil imaginar un placer más completo que la lectura.” Las estaciones de su vida aparecen como un rollo que se despliega. La primera lectura del gozo. El encuentro con una enciclopedia seductora. La ceremonia familiar de la lectura. Ese momento en que los hermanos guardan silencio para escuchar la voz de su padre, leyendo. Más que la trama, las novelas que leía de niño se le revelaban como estampas, como personajes o lugares, como una atmósfera. Descubrir el ensayo para encarar ese misterio que es la realidad. Y luego la poesía: tiempo que no fluye. Abrir el poemario, descubrir un poema… y cerrar el libro. La emoción de los libros que pronto se vuelve, ante todo, el gozo de compartirlos.
Tal vez, dice Daniel Goldin, los libros no sean más que ”una plaza donde negociamos sentido.” Los libros son el lugar en el que nos encontramos vivos y muertos, condes y granjeros, celosos y holgazanes. Son el sitio que nos permite pactar lo posible, ese paseo que nos hace ver lo que tenemos frente a la nariz. La ventana para conocer el mundo, para celebrarlo y para ayudar a transformarlo. Quien fuera hasta hace unos días director de la Biblioteca Vasconcelos ha dedicado su vida a contagiar la emoción de los libros, la pasión de las letras, el entusiasmo de la literatura. Armó la mejor colección de libros para niños que se ha hecho en nuestra lengua. Convirtió un edificio en una feria de conversación y celebraciones. Logró hacer de una biblioteca el corazón de un vecindario. Lo acaban de echar porque sí. Porque el poder más brutal se expresa como escarmiento del talento. Porque el poder más rudimentario hace trofeo de la vejación. No fue simplemente relevado de su puesto: fue defenestrado. Y no es que sorprenden los relevos de un nuevo gobierno. Lo que alarma es que esos cambios supongan la defenestración de los antiguos. Cuando el poder se deleita en la humillación, la barbarie acecha.
Somos lo que la educación hace de nosotros. Lo dijo Immanuel Kant en un ensayo sobre la pedagogía que publicó en 1803. “El hombre sólo puede ser hombre por la educación. No es nada más que lo que la educación hace de él.” La idea la rescata Emilio Lledó en su libro más reciente. Sobre la educación. La necesidad de la literatura y la vigencia de la filosofía (Taurus, 2018) es una especie de autobiografía en clave pedagógica. Más que como filósofo, el sevillano se ha descrito como un profesor de filosofía. Profesor no por trasmitir conocimiento sino por guiar en la curiosidad, por alentar la imaginación, por cultivar en otros las posibilidades que se extinguen si no se inquietan. “Un maestro no es aquel que explica, con mayor o menor claridad, conceptos estereotipados que siempre se podrán conocer mejor en un buen manual, sino aquel que trasmite en la disciplina que profesa algo de sí mismo, de su personalidad intelectual, de su concepción del mundo y de la ciencia, escribe Lledó en este libro. Ser maestro quiere decir abrir caminos, señalar rutas que el estudiante ha de caminar ya solo con su trabajo personal, animar proyectos, evitar pasos inútiles y, sobre todo, contagiar entusiasmo intelectual.”
Educar es provocar inteligencia. Por ello es necesariamente trasmisión de inconformismo. La rebelión empieza con las palabras: “Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos. Ambas actitudes son, sin embargo, formas de libertad. Y la libertad no admite conformismo alguno.” De ahí viene la necesidad de la literatura como incubadora de indocilidad. La vida es sucesión de hábitos, rutinas, sumisiones. Aceptamos las palabras heredadas, preservamos los ritos, seguimos al rebaño. En cada adhesión hay un sacrificio, un abandono de uno mismo: “conformarse es perder, en parte, la forma propia, para sumirse, liquidarse en la ajena.” La educación se convierte así, en una forma de resistencia contra las máquinas de alienación que pretenden aniquilar el vigor del pensamiento individual, la chispa misma de la libertad.
Lledó encuentra en los libros el “más asombroso principio de libertad y fraternidad.” Quien toma un libro escapa de inmediato de su tiempo y su sitio. Lee un párrafo y piensa otra cosa, vive otra vida, ve otro paisaje. Y en el diálogo con la letra impresa, el lector se descubre a sí mismo. Reconoce su emoción, da nombre a sus pasiones, aclara sus ideas. Sin lectura no podría verse. La perpetua distracción de nuestro tiempo, los juguetes que nos esclavizan, las ambiciones que nos han sido implantadas oscurecen nuestra conciencia. Todo conspira para alimentar el miedo, la rivalidad, el prejuicio, la obsesión. La lectura es luz que permite ver lo que somos, lo que podríamos ser.
Enemigo de lo que llama educación “asignaturesca”, esa que está obsesionada con la memorización de las lecciones y el examen, Lledó entiende que la educación es entrenar para la creatividad. ¿No decía Alfonso Reyes que educar era preparar improvisadores? Por eso Lledó defiende también ese saber inútil de la filosofía. Más que las respuestas, nos suministra interrogantes. Preguntas preferibles a la más enfática de las respuestas. Es precisamente lo insatisfactorio de las respuestas filosóficas lo que hace indispensable a la filosofía. Esas preguntas sin respuesta enriquecen nuestra imaginación, burlándose de la estúpida satisfacción de los dogmáticos. ¨
Estuvo aburrídisimo! Prefiero a Tina Fey para todo, VP Y comediante. Sarita no sirve ni para pensar ni para hacerla de bufón. Lástima que anoche perdió su chamba en Monty Python.
¿Ya lo ven? Hasta esta mensa tiene la capacidad y los arrestos de reírse de sí misma. Ya quisiera ver al infumable solemne y mesianico de López Obrador hacer algo remotamente parecido. Pero, no señor, para él todo es bueno o malo, patriotas o traidores. De verdad que estamos en el hoyo.
¿Ya lo ven? Hasta esta mensa tiene la capacidad y los arrestos de reírse de sí misma. Ya quisiera ver al infumable solemne y mesianico de López Obrador hacer algo remotamente parecido. Pero, no señor, para él todo es bueno o malo, patriotas o traidores. De verdad que estamos en el hoyo.
Y yo quisiera ver al farsante, fraudulento e irresponsable de Calderón reírse de sí mismo ante la balcanización gradual -pero cierta- en este país. O que lo entrevistase alguien con algún asomo de imparcilidad como Gutierrez Vivó o Aristegui, y no que fuera a apapacharse el ego y el ombligo con los programas baratos y de mala calidad periodística de Televisa o TV Azteca. Por cierto, alguien ya vió el burdo humor en Tele Hit, a golpe de majaderías y gracejadas de barrio bajo. Ni hablar, que bonita modernida’ eh. Ese sí en un hoyo. Ya veremos a modo de la película «W» de Stone, alguna peliculilla (que se titule «C» o «F&C» por Fox-Calderón) que le ponga los puntos sobre las íes a esta «democracia» tulelada panista. No cabe duda.
No tan chistoso, en realidad. George Bush padre fue más gracioso cuando apareció, en vivo, en SNL, quejándose de que Dana Carvey se burlaba de él, lo imitaba cruelmente y «that’s baaaaad, baaaad».
Con la credibilidad y calidad de los infomerciales trasnochados, las campañas (o mejor dicho, los spots) de televisión en los eeuu avanzan hacia el desenlace con el lodo como protagonista. O por lo menos con un excesivo afán de comparación mintiendo y descalificando al otro.
Destaca que el eje de la publidad de mccain es barako y al revés. No hay venta de valores, de totems ni mitos, no hay banderas, ni pioneros, y las familias que se muestran tienen la producción de un home video… no hay temperatura, no hay color, iluminación, no hay animación ni montaje… no hay, en pocas palabras, ni emoción ni lágrimas.
En ese renglón, son infinitamente superiores los spots del army y los de cualquier pinche aseguradora, las cuales a pesar de la crisis (material y de confianza) permanecen con pautas cargaditas.
Muy buen debate, buena comedia, extarordinario análisis y una completa cobertura se teje alrededor del día a día de las campañas. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de la publicidad…
aun así pregunte ¿dónde quedó la vp candidate de la convención republicana, dónde quedó la celebridad del tanks but not tanks… del avión en e bay, la gobernadora sin chef de familia modesta? A cambio hoy tenemos una sarah palin «igual de cuidada» y vestida como aquella victoria principal madurona que vendía cremas en las horas y deshoras de los primeros infomerciales. La modesta y «ahorradora» gobernadora se ve bien como candidata a la vicepresidencia con los modelos de saks, neiman marcus y un guardarropa de 150 mil dólares. A pesar de ello, le hace las cosquillas a la maestra elba. Ojalá que ésta sólo dure de aquí a noviembre 4.