«Siempre ha habido modas en la crítica literaria pero lo que está de moda ahora es estar de moda, la desesperada búsqueda de algo sexy.» William Deresiewics en The Nation.
«Siempre ha habido modas en la crítica literaria pero lo que está de moda ahora es estar de moda, la desesperada búsqueda de algo sexy.» William Deresiewics en The Nation.
Gracias al comentario de John Banville a las cartas de Isaiah Berlin, descubro su comentario sobre Benjamin Britten, al discutirse su nombramiento como director musical de Covent Garden.
La ópera es esencialmente un arte heterosexual y aquellos que no lo aceptan tienden a emplear voces endebles, productores afeminados, etc., lo cual explica en buena medida nuestras desgracias actuales. (…) Ahí está Britten, un compositor de inmenso talento–cuya música no disfruto mucho, aunque la admiro y estoy dispuesto a aceptar que es un compositor de auténtico genio–que ha creado en Aldeburgh un festivalito artesanal al que acuden todos los miembros de su «persuasión» y que tiene calidad sin duda pero sería odioso ver Convent Garden encaminarse en esa dirección–de hecho ya es así en buena medida. Espero no haber sonado como Maxwell Fyfe (un parlamentario conservador). Desde luego sería ofensivo oponerse a Britten, pero pienso que sería un verdadero desastre. (…) Estaríamos mejor sin un director musical que con el triunfo de esta facción; dixi salvavi etc. etc.
A propósito de la publicación de su elogio del anarquismo, el New York Times publica un perfil del politólogo James C. Scott. La nota de Jennifer Schuessler revisa su trayectoria académica y su vida en una granja de 1826. Saber cómo trasquilar una oveja me ha hecho un mejor profesor, dice. La nota destaca su distanciamiento de la ciencia política. Cuando me dicen que soy, más bien un antropólogo, lo considero un elogio. «Un antropólogo trata de despojarse de todos los prejuicios que pueda y estar lo más abierto posible a donde el mundo te conduzca; un politólogo se acerca al mundo con un cuestionario.»
Las librerías enfrentan el desafío de los libros electrónicos y de la venta por internet. Para encararla, hay que rediseñar el espacio para proveer una experiencia preferible a la simple compra. La revista More Intelligent Life, del Economist) pidió a un grupo de arquitectos y diseñadores para que repensaran el espacio tradicional de las librerías.
Publicado en Plural en agosto de 1972.
«Al predicar la duda absoluta frente a las ideas recibidas, Fourier nos enseña a confiar en el cuerpo y en sus impulsos; al exaltar la desviación también absoluta, de todas las morales, nos muestra que el camino más corte entre dos seres es el de la atracción apasionada. Los ‘sueños’ de Fourier no son fantasías: son la crítica de la sensibilidad y la espontaneidad contra las camisas de fuerza de los sistemas y las abstracciones.» Octavio Paz: «La mesa y el lecho: Charles Fourier», en el Tomo X de sus Obras completas.
Hace unos días murió
Ronald Dworkin, uno de los filósofos del derecho más importantes de nuestro
tiempo. Se negó a aceptar dos convenciones contemporáneas. La primera, que el
territorio de la ley estaba separado de la moral por una frontera clara e impermeable.
La segunda, que los valores de la vida reñían y que habría que optar por el
menos malo. A lo largo de su abundantisima producccián académica, Dworkin
argumentó por la reincorporación del derecho a la reflexión moral y por la
unidad de los valores. Por eso adoptó, como Isaiah Berlin, la expresión de
Arquíloco sobre el zorro y el erizo. El zorro sabe muchas cosas; el erizo sólo
una… pero grande. Pero, a diferencia de Berlin, Dworkin se vio como un
puercoespín prendido de una idea elemental.
Dworkin fue un
académico que examinó con rigor los conceptos fundamentales del derecho y la
política. Participó también en numerosos debates públicos. Su interlocutor
principal fue la Corte Suprema de los Estados Unidos. Nadie como él siguió la
vida del tribunal en los últimos cuarenta años. Dworkin denunció la
conformación derechista de la Corte, examinó y criticó severamente sus
decisiones en artículos que escapaban el circuito de los abogados. En las
decisiones del último tribunal—más que en las leyes del Congreso o las
decisiones presidenciales– se iba dibujando la silueta de otro país, un país
que Dworkin le gustaba cada día menos. Se concentró en los “casos difíciles”,
asuntos complejos para los cuales la ley no ofrecía una pista suficiente. Era
ahí donde se probaba su lectura “moral” de la constitución, una lectura que
dejaba de buscar las intenciones de sus redactores originales, para enlazarse
con los principios de un liberalismo igualitario. De ahí exploró las grandes
controversias morales de nuestro tiempo: el aborto y la eutanasia, los límites
a la libertad de expresión, las acciones afirmativas.
Pero el filósofo del
derecho no se detuvo ahí, en la indagación de la ley y sus permisos.
Alimentándose de la más antigua tradición filosófica, se preguntó también sobre
la naturaleza de la felicidad y no solamente por la configuración de la
justicia. En Justicia para erizos, el
libro que resumió sus preocupaciones y argumentos se aventura a dibujar una
estampa de lo que llama la “vida buena”, la vida bien vivida. Dworkin hacía una
peculiar separación entre la ética y la moral. La ética examinaba la manera en
que cada uno debía vivir; la moral bordaba la forma en que debíamos convivir. Mientras la moral era el
dominio que trazaba las reglas para tratar a los demás, la ética nos imponía el
deber de tratarnos bien, de respetarnos, de exigirnos. También tenemos derechos
frente a nuestro impulso autoabusivo.
En su proyecto de
justicia no se oculta—ni con un manto de ignorancia—la manera en que cada quien
se trata a sí mismo, lo que hace de su vida. Las más ambiciosas teorías de la
justicia se empeñan en mostrar los deberes del poder público, los contornos de
la libertad, las plataformas de la equidad o las básculas de imparcialidad,
pero suelen olvidar un punto: cómo nos tratamos. La decencia, esa virtud de la
que habla con tanta elocuencia Avishai Margalit, debe empezar en nosotros: nos
debemos tratar como personas, nunca como recipientes que almacenan cosas u
órganos que procesan sensaciones. La forma en que nos tratamos no es menos
importante que la forma en que tratamos a los demás. Un hombre generoso, un
ciudadano respetuoso de las leyes que paga puntualmente sus impuestos, puede torturarse
la existencia y desperdiciar su vida.
Separándose del
impulso primario de la sobrevivencia (Hobbes) o del placer (Hume) Dworkin
dibuja una estampa de la vida que merece ser vivida. Se refiere a una vida de
la que podamos enorgullecernos. La vida entonces deja de ser un derecho para
convertirse en una responsabilidad compleja, desafiante. Tenemos la
responsabilidad de crearnos una vida que no sea simplemente agradable, sino que
sea bien vivida. Una naranja de la que se exprima todo el jugo. Alguien que vive
una vida aburrida y convencional, quien no cultiva y disfruta amistades
cercanas, quien no enfrenta desafios, quien no obtiene logros y que sólo hace
tiempo para llegar a la tumba no supo vivir. Falló en su responsabilidad de
vivir.
El filósofo se acerca
así al romántico que pinta la vida como una obra de arte. Arte que no existe
por el cuadro, la sinfonìa o el soneto sino por el proceso de crearlo, el
camino para encontrar la expresión personalisima. Vivir una buena vida, dice a
fin de cuentas, es encontrarle un sentido a la casualidad biológica.
Fernando Pessoa fue un nómada de sí mismo. Miró con ojos ajenos, sintió con piel extraña, caminó con otros músculos, los de sus heterónimos. En su autobiografía sin hechos apuntó memorablemente que vivir era ser otro. Para existir había que deshacerse diariamente del muerto que arrastramos de la jornada previa. “Sentir no es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir—es recordar hoy lo que ayer se sintió, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue vida perdida.” Despertar para borrar el día precedente y sentir la emoción fresca de la primera madrugada. Sediento de vivir completo, Pessoa se zambulló en sus ecos y en sus abismos para escapar de su perímetro.
Pessoa rompe el encierro del yo en sus heterónimos: Álvaro de Campos el ingeniero moderno y desencantado, Ricardo Reis el latinista conservador y monárquico, Alberto Caeiro, el poeta filósofo. El poeta se desdobla, se multiplica. Afirma y niega, divaga y preconiza. Si dios no tiene unidad, ¿por qué la tendría yo?, pregunta. Acatar el cerco de la epidermis es sucumbir. Ni atarse ni pertenecer: “Credo, ideal, mujer o profesión—todo significa la celda y las esposas. Ser es estar libre.” Libre de los otros, pero sobre todo, libre de sí. Libre de recuerdos, de prejuicios, de opiniones. Quien tiene opiniones se ha vendido. Pero no es sólo la envoltura de su yo la que lo oprime y la que pretende disolver. Lo ofenden el símbolo, el juicio, la definición: todas las cercas de cosas o almas. La verdad es para él sensación sin conceptos. Las ideas traicionan siempre la naturaleza:
No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego para ver los árboles y las flores.
También es necesario no tener ninguna filosofía.
Con filosofía no hay árboles: sólo ideas.
Las cosas no significan: existen. Tratar de imponerles sentido es dejar de olerlas, tocarlas. Si el espejo no miente es porque no teoriza, ve y punto. Su exactitud es la precisión del analfabeta; la justicia del ojo mudo. Lo dice su maestro Caeiro: quien piensa está enfermo de los ojos. Mira con doctos tapaojos. Deserta así a un mundo que no está hecho para ser pensado sino para ser visto. Por eso sabe que la realidad no se palpa con las manos, no se descubre con neuronas y nunca se pesca con teorías. Para sentir hay que estar distraído, olvidarse de todos y dejarse cazar por la sensación. No es el cerebro confinado en el cráneo sino la espalda abierta y desnuda la que encuentra la verdad del mundo. Tenderse en la hierba, cerrar los ojos y sentir la realidad. El pensamiento será una traición de la mirada, una deserción del sueño.
¡Pasa, ave, pasa y enséñame a pasar!
En el festival de cine de Morelia pude ver una magnífica película rumana en la que tristemente podemos vernos. Bacalaureat es una película del director Cristian Mungiu que se traducirá por seguramente como La graduación. Es una cinta compleja que retrata la devastación moral de la corrupción. Un hombre que quiere lo mejor para su hija parece no tener más alternativa que emplear sus relaciones para ayudarla a escapar de la postración. El trasfondo de la historia es la decepción liberal. Una pareja de rumanos había regresado a su país con la ilusión de que las cosas cambiarán tras la ejecución del tirano. Sueñan con un país abierto y justo. Un país al que puedan ayudar, un país que pueda recompensar su esfuerzo. Un cuarto de siglo después, la pareja sobrevive entre la infidelidad y la depresión. El país no se transformó como ellos soñaban. Sigue siendo un país oscuro, asfixiante. Tras la cruel tiranía totalitaria, el imperio viscoso de la corrupción. Solo brilla en ellos una esperanza: la posibilidad de que la hija escape para estudiar en el extranjero. La desgracia es que la puerta de salida depende de otros.
Los personajes de la cinta están atrapados en el enjambre de los favores y las intimidaciones. Nada sigue el curso de las reglas porque siempre hay un atajo que alguien puede abrir, secretamente. Nadie ocupa un sitio confiable porque en cualquier momento alguien puede arrebatárselo. Nadie puede confiar en su propio esfuerzo porque éste terminará, tarde o temprano, en alguna subasta.
Todas las transacciones, desde las más triviales hasta las trascendentes son producto del favor y de la relaciones personales. Todo está a la venta. Todo, desde una beca hasta una investigación policia, desde un transplante de corazón hasta la cárcel, dependen de un conocido que puede arreglar los problemas o multiplicarlos. Una sociedad de estafadores es un sociedad dedicada al ocultamiento cotidiano, a la simulación. Una sociedad de lo perpetuamente inconfesable. La corrupción no es solo la trampa que otorga ventajas indebidas, es también la excusa que justifica los fracasos. Es, sobre todo, una red que lo envuelve todo y lo envenena todo. Si la corrupción es, en lo más elemental, pudrimiento, es un gusano que carcome no solo lo público sino también lo íntimo. Cuando la trampa se convierte en hábito y regla, no hay espacio para la confianza. La confianza en el otro, hay que decir, pero también la confianza en uno mismo. El sentido del mérito y del esfuerzo se envilecen. La corrupción pudre el valor del mundo. Al tráfico de los favores se subordinan los bosques, la seguridad de los niños, la vida de los viejos, la belleza de las ciudades.
La vida de los otros, la extraordinaria película alemana sobre el espionaje de la Stasi, corría en paralelo en mi cabeza al ver la cinta rumana. Ambas muestran brillantemente los efectos de las perversiones políticas en la vida cotidiana. La confianza, el talento, la creatividad, el amor triturados por las obsesiones y los vicios de la política. Sin embargo, la cinta rumana no tropieza con el optimismo ni la moraleja. La cinta que le mereció a Mungiu el premio de mejor director en Cannes, sugiere que la corrupción tiene una dimensión trágica: es una lucha sin victoria posible. Para escapar de la corrupción hay que volverse su cómplice. No hay salida, parece ser la lección final. Aún quienes buscan una alternativa a su degradación se ven forzados a rendirle tributo.
Bacalaureat o La graduación es una película necesaria en México. Ojalá salga del circuito de los festivales y se muestre en nuestras salas comerciales. No es que ofrezca soluciones a nuestra peste. Es que nos retrata en el distante espejo rumano.
“La tarea del ojo derecho es mirar al telescopio, mientras que el ojo izquierdo mira en el microscopio.” Leonora Carrington ubicaba en ese estrabismo el genio de su imaginación. Lo diminuto y lo remoto se transfiguran en esa hechicería donde la luna es el ombligo de nuestras rotaciones y el cielo el imán que seduce a todos los cuerpos. De ahí también su fantástica zoología. La extraordinaria exposición que celebraba los cien años de la artista que ahora puede verse en Monterrey, capturaba todas las expresiones de su creatividad. Los lienzos, las máscaras, los títeres, los murales, los bocetos, los relatos, las cartas. A Tere Arcq y Stefan van Raay debemos la curaduría de este acontecimiento. En uno de los muros de la exposición podía leerse una doble revelación de sus ensueños: “Si hay dioses, no los creo de forma humana, prefiero pensar los dioses en forma de cebras, gatos, pájaros. Un prejuicio mío. Pero si se mueve alguna divinidad adentro del animal humano, es el amor.”
*
De Ida Vitale:
No respiran los pájaros:
por su canto respira el mundo.
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Las ilustraciones de Paul Sahre para el artículo publicado por el semanario del New York Times eran perfectas. Una botella con una etiqueta que anunciaba su vacío: Este frasco no contiene nada. Aplíquese diariamente hasta que los síntomas desaparezcan. Otro retrataba una medicina imaginaria: Placeborol. Refrigérese (o no). Las estampas acompañaban un artículo de Gary Greenberg sobre los placebos. ¿Y si el efecto placebo no es una farsa? El texto invita a tomar los chochos con seriedad. Sí: una pastilla de azúcar puede curar. O, por lo menos, ayudar a curar. Los descubrimientos recientes son una cachetada a los prejuicios de la modernidad: si un paciente se toma un vaso de agua con tres gotas de agua por prescripción de un médico al que respeta, tenderá a mejorar. Importa poco la sustancia. Cuenta la autoridad y la atención. Y si a una medicina se le cuelga un nombre rimbombante, tendrá un impacto mayor que si recibe un nombre ordinario.
Tal vez, sugiere, Greenberg, las tabletas inocuas activan una respuesta biológica al cuidado del otro; el celebro se enciende con la preocupación y el esmero de quien prescribe una pócima, desatando con ello una estela de reacciones fisiológicas. Si la mente es persuadida, el cuerpo sigue su pista. La mismísima escuela de medicina de Harvard ha creado un programa de estudios sobre los placebos. Su director sostiene que la curación de las enfermedades humanas no puede seguir siendo entendida como el uso mecánico de ciertas herramientas o el ciego suministro de sustancias. La relación entre el paciente y el médico (o el curandero, o el brujo) es determinante. Lo entendió bien Paul Valéry, un poeta, hace tiempo: los médicos usarán la ciencia pero no son científicos.
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Lo mejor que vi en pantalla en el 18 (además de Roma, por supuesto, que se cuece aparte) fueron series documentales destinadas a la televisión más que a las grandeas salas. La primera, Wild, Wild Country, registra la aventura del gurú Bhagwan Shree Rajneesh (a quien se le conoció después como OSHO) en un diminuto pueblo de Oregon para fundar una comunidad utópica. La historia no solamente confronta a los seguidores del gurú con los pobladores originarios. También muestra las fricciones interiores, los delirios de los fieles, la ilusión sincera y los terribles permisos que toda secta se concede. Pocos personajes tan fascinantes, tan magnéticos como los que aparecen en esta serie de los hermanos Maclain y Chapman Way producida por Netflix. También ahí puede verse la serie monumental de Ken Burns sobre la guerra de Vietnam. Un lamento en diez episodios y dieciocho horas que recoge testimonios de los dos extremos del conflicto: delirios del poder y lágrimas. Locura, autoengaño, mentira y duelo.
*
A cincuenta años del año que cambiara la vida de Octavio Paz, aparece un sitio en internet que aspira a recoger todas las cosas pacianas. En zonaoctaviopaz.com pueden encontrarse cartas, fotos, poemas, ensayos, conversaciones, entrevistas. Lecturas del poeta: lo que él leyó y lo que en él se ha leído. Ahí podrá encontrarse una nota, por ejemplo, de Jorge Cuesta hablando de un joven de veinte años. Y su presagio: “Octavio Paz tiene un porvenir.”
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Joven Lic. Jesús Silva Herzog Márquez:
Le envio el análisis jurídico sobre la situación actual del secretario de Gobernación, pues, siendo entonces él diputado federal y asesor áulico del secretario de Energía, Mouriño se encontraba obligado a abstenerse de contratar con un organismo público como Pemex; obligación que hasta 2002 se la imponía el artículo 47 de la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos y desde ese año se la impuso otra vez el artículo 8 de la diversa Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los idem, así como el artículo 50 de la Ley de Adquisiciones, Arrendamientos y Sevicios del Sector Público.
Al promover o gestionar la tramitación de un negocio público y firmarlo como contrato en 2000 y reincidir en 2004, lleva a cabo una indebida conducta continuada e ininterrumpida, que prohija la ilicitud de tal contratación, actualizándose con esa gestión y firma la conducta penal tipificada que prevé el artículo 221 fración I del Código Penal Federal, cuyas sanciones consistirían en: multa, destitución e inhabilitación y prisión de 2 a 6 años y se trata de “tráfico de influencia”.
Considerando que entonces Iván gestionó y firmó esa ilícita contratación de un negocio público, la ganancia que obtuvo también se encuentra afectada de ilicitud; obtención que a su vez conlleva el ilegítimo aumento de su patrimonio, aumento que tipifica el delito previsto por el artículo 224 del Código Penal Federal, que es sancionado con prisión de dos a 14 años si el monto excede del equivalente a 5 mil veces el salario mínimo diario vigente en el DF, así como con multa, destitución e inhabilitación, además de que el dinero obtenido se decomisa en beneficio del Estado mexicano, pues se trata de “enriquecimiento ilícito”.
Si al desempeñarse como diputado federal y servidor público en la Sener, Juan Camilo realizó ese acto jurídico, que produjo benficios económicos a él y a sus ascendientes, así como a sus hermanos, también se actualiza otra conducta penal, específicamente que prevé el artículo 220 fracción I del Código Penal Federal y es un delito tipificado como “ejercicio abusivo de funciones”, que se sanciona con multa, destitución e inhabilitación y con prisión de dos a 12 años cuando la cuantía de la operación exceda de 500 veces el salario mínimo diario vigente en el DF.
Dado que en esos ilícitos contratos intervienen servidores públicos de Pemex y de la Secretaría de Energía, como lo era Juan Camilo (a) Iván en ésta y siendo diputado presidente de la Comisión de Energéticos, comete con sus homólogos el delito previsto por el artícuo 216 del Código Penal federal, que se denomina “coalición de servidores públicos”, que se sanciona con multa, destitución e inhabilitación y prisión de dos a siete años.
La estulticia, codicia e impericia de Iván al representar a su empresa Ivancar siendo servidor público, lo llevan ante 40 millones de televidentes, a estar confeso de su grave y dolosa conducta ilícita en forma reincidente, con la cual comete varios tipos penales según disponen los artículos 9, 11 y 18 del Código Penal Federal; por tanto el sujeto de marras no alcanzaría libertad bajo fianza de ordenarse su aprehensión, ya que incurre en la figura jurídica sui generis que se denomina concurso de delitos, por todo lo cual y cuanto antes se debe procurar por quien tiene el interés jurídico para representar a la Nación si no quiere ser encubridor, que se consigne ya tal delincuencia organizada ante un juez penal federal, para que a su vez se incoe el juicio político contra un sujeto que delinque con premeditación, alevosía, ventaja y traición a la Patria, porque siendo diputado del Congreso Mexicano ostenta un pasaporte de la Corona Española, con el cual acredita sumisión a un gobierno extranjero en plena guerra por el petróleo de Mexico, un país republicano que hace 198 años se independizó de la Monarquía de España.
Con un abrazo fraternal, le saluda
Lic. Raúl Domínguez y Domínguez
Ex-magistrado presidente del Tribunal
de lo Contencioso Administrativo de su natal Estado de Guerrero y actualmente secretario de acuerdos en sala superior
del Tribunal homólogo del DF
No tengo el gusto de conocer al Lic. Raúl Domínguez y Domínguez, si alguna vez me lo encontrara le felicitaría por su aportación a que se aplique la Ley (así en mayúsculas) en el caso Mouriño, pues nadie puede estar encima de la Ley.
Así mismo, le pediría me informe que otras defensas de nosotros los mexicanos ha hecho públicas para también felicitarle, pero me daría mucha tristeza de que en los últimos 30 años no haya defendido con fervor al pueblo de México en situaciones como:
a. La corrupción del sindicato de Pemex.
b. La corrupción en los sindicatos de CFE, IMSS, ISSSTE y todos los sindicatos de paraestatales y/o organismos de gobierno.
c. Los desmanes de nuestros expresidentes, empezando por los de Luis Echeverría y terminando con los de Fox. Pero haciendo énfasis en los de JLP, MMH, CSG
d. La corrupción indescriptible de decenas de ex-gobernadores y ex-secretarios de Estado: Montiel y Marin, por ser recientes. Y en el caso de exsecretarios: Bartlett, con ese para empezar, y siguiendo con los sucios negocios de los Hanks, desde el difunto ex-secretario.
e. El asunto de la corrupción en los segundos pisos y porque permitir que se hayan ocultado los expedientes de las obras en cuestión. Porque permitir que Bejarano haya salido libre. Porque no seguirle la huella a los dineros (y ligas) que Bejarano aportó para la campaña presidencial del PRD.
Un largo etcétera que requeriría miles y miles de hojas para detallar un vasto campo de acción para los ilustres Magistrados, que celebro hayan recuperado su voz en este nuevo siglo, pues del 2000 hacía atrás fueron en la mayoría de los casos, comparsa de los gobiernos corruptos.
Saludos
Estoy de acuerdo,
En el caso de Mouriño debería demostrarse si hubo corrupción en la adquisición y operación del contrato, pero les recuerdo que –yo como empresario- recibo mis ingresos a cambio del valor que aporto a mis clientes, a mí nadie me está regalando nada y espero que a la Familia Mouriño tampoco, entonces si se demuestra que los contratos de Ivancar realmente proveyeron el servicio para el que fue contratado y no hubo simulación entonces ¿dónde está el problema? o por ejemplo, siendo empresario al entrar a la política o tomar un puesto público me debo retirar de mis negocios? Creo que no. Si he sido empresario toda mi vida por qué voy a cambiar? Si se demuestra que no hay irregularidades en la asignación y operación del contrato entonces en donde está el problema? creo que el Lic. Domínguez está siguiendo la letra de la Ley pero el fondo es evitar que el puesto público te dé privilegios para la asignación ventajosa u operación simulada del contrato.
Y al igual que Uds. creo que los contratos de Ivancar palidecen ante los casos de corrupción reales anteriormente mencionados…
Saludos cordiales,
Armando
Reynosa, Tam