«No lograrás detenerlos, pero te puedes proteger. Quien te creó sabe lo que es mejor para ti.»
Pescado en AS.
«No lograrás detenerlos, pero te puedes proteger. Quien te creó sabe lo que es mejor para ti.»
Pescado en AS.
Eric Hobsbawm publicará dentro de unos días una nueva compilación de ensayos sobre Marx y el marxismo. Tristam Hunt (quien ya lo había entrevistado hace unos años), conversa con él para el Guardian. Hobsbawm se confiesa en casa en Latinoamérica porque acá se sigue hablando el lenguaje del siglo XIX.
La astrología es un juego, no una ciencia. Tiene sentido en la medida en que el mundo subsiste como juego y puede ser comprendido como tal. Por eso es mucho más antigua que las ciencias y las sobrevivirá, como el baile al paso acompasado, aunque ambas conduzcan a la misma meta. También dejará atrás a la Historia, o a lo que nosotros entendemos por Historia. O sea, que también a Copérnico.
Ahora, el sol también ha empezado a moverse e incluso las vías lácteas se han sumido en turbulencias. el universo crece con los telescopios. Ya no hay final, no hay cierre. Y todo parece deshabitado.
El astrólogo no lo acepta. Para él la tierra sigue siendo aún el centro, igual que en ella lo es el hombre con su destino, y por supuesto, el hombre solo. La astrología es más humana que toda abstracción. (…)
El tiempo astronómico es una medida, el astrológico es diferente: no sólo tiene duración, sino también calidad…, e incluso divina.
Anotación del 10 de enero de 1986, en Pasados los setenta, IV, Tusquets 2011
El equilibrista publica Libro de Arenas, una recopilación de textos dispersos del cubano Reinaldo Arenas que incluye un prólogo de Enrico Mario Santí. Ahí puede leerse este elogio a Fidel Castro publicado originalmente en marzo de 1990:
En estos momentos en que casi todos los países comunistas marchan hacia un proceso democrático, Fidel Castro se ha puesto en la picota de la opinión pública por negarse a aceptar ningún tipo de cambio, ni nada que huela a perestroika o a democracia. Yo, tal vez por mi espíritu de contradicción, en vez de criticar al «Máximo Líder», voy a hacer aquí un breve recuento de sus virtudes.
Político calculador y astuto, cuando tomó el poder en 1959 tenía tres alternativas: 1) la democracia, con la cual hubiese ganado las elecciones en esa fecha, pero hubiese disfrutado de un poder efímero y compartido con la oposición. 2) La tiranía de derecha o convencional, que nunca ofrece una seguridad absoluta ni un poder ilimitado. 3) La tiranía comunista, que en aquel momento, además de cubrirlo de gloria, parecía asegurarle un poder vitalicio. Hábil, Castro optó por esta alternativa.
Profundo filósofo, les ha hecho comprender de una u otra manera a sus súbditos que la vida material es cosa baladí, a tal punto que en Cuba no existen casi cosas materiales y el índice de suicidios, según serios informes de las Naciones Unidas, es el primero en América Latina.
Intelectual lúcido, comprendió que la mayoría de los artistas son víctimas de un ego hipertrofiado. Desde 1959 comenzó a invitar a destacados escritores, atendiéndolos personalmente y mostrándoles lo que él quería que vieran. Castro ha creado premios literarios internacionales y ha promovido a algunos intelectuales fieles hasta las cúspides del Premio Nobel, como es el caso de Gabriel García Márquez.
Economista inteligentísimo, ha implantado desde hace casi treinta años la libreta de racionamiento con la cual evita la inflación económica en su país, ya que el pueblo prácticamente no puede consumir nada. Además, se dedica, a través de sus más distinguidos generales y con la participación de Raúl Castro (como consta en documentos publicados), al tráfico internacional de drogas, lo cual se revierte en una entrada de dinero fuerte que le puede servir para costear su aparato propagandístico en el exterior y estimular la subversión armada en América Latina.
Sexólogo experto, ha preparado unos magníficos ejércitos juveniles que funcionan como guías de turismo y traductores y que complacen gentilmente tanto a las damas como a los caballeros invitados.
Ganadero y agricultor de nota, logró que una vaca (Ubre Blanca) diera todos los días más de cien litros de leche. El pobre animalito reventó y la leche sigue racionada en Cuba; pero el recuerdo de Ubre Blancapermanece en la prensa de la época y Castro mandó modelar numerosas copias de este extraordinario ejemplar vacuno. En 1970, Castro dijo que produciría diez millones de toneladas de azúcar y «ni una libra menos» y se equivocó sólo en dos millones menos de toneladas.
Alumno aplicado y fiel a su maestro, ha seguido con intachable ortodoxia las lecciones de Stalin: por una u otra vía se ha desembarazado de sus contrincantes políticos o de los personajes que podían ensombrecer su gloria, desde Huber Matos hasta Carlos Franqui, desde Camilo Cienfuegos hasta Ernesto Guevara. Creó desde 1961 los campos de confinamiento para disidentes de todo tipo y los oficializó en 1966 bajo el ingenuo título de UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Ha trasladado pueblos completos, situados donde había focos de guerrilleros anticastristas, hacia nuevas ciudades perfectamente vigiladas. Como hizo con muchos campesinos que vivían en la provincia de Las Villas, los cuales tuvieron que irse a vivir a una ciudad prefabricada en Pinar del Río, llamada Ciudad Sandino. También desde hace casi treinta años, Castro pone en práctica las purgas políticas y las retractaciones públicas. En esos actos, el acusado, luego de varias semanas o meses en las celdas de la Seguridad del Estado, confiesa haber cometido todo tipo de crimen, ser un miserable y un traidor contrarrevolucionario y, desde luego, un infiel a Castro. Ejemplos: el juicio público de Marcos Rodríguez (fusilado en 1964), el juicio del general Arnaldo Ochoa (fusilado en 1989) o la confesión de Heberto Padilla, donde delataba además a sus amigos más íntimos y a su propia esposa, en 1971. Fiel a su política de «bloque monolítico», Fidel Castro aprobó públicamente la invasión soviética a Checoslovaquia, la invasión a Afganistán y la masacre del ejército chino a los estudiantes en la plaza de Tiananmen.
Estadista sagaz, Castro sabe perfectamente que un dictador no debe nunca realizar un plebiscito, pues perdería el poder. De ahí sus furias, desde su punto de vista justificadas, contra todos los intelectuales (incluyendo seis premios Nobel) que le han enviado una carta abierta solicitándole civilizadamente que celebre elecciones libres. Castro hábilmente rechazó la consulta popular, que otros dictadores menos taimados, pensando que iban a ganar, celebraron. Véanse las dramáticas derrotas del general Augusto Pinochet y del comandante Daniel Ortega.
Nada nos puede sorprender en la actual actitud de Fidel Castro. A lo largo de más de treinta y un años en el poder absoluto ha sido siempre fiel a sí mismo, gobernando con tan maquiavélica habilidad que hoy por hoy es uno de los únicos herederos de Stalin que se mantiene en el trono.
A los pocos que aún siguen arrobados con la imagen «reivindicadora» y hasta «heroica» del Comandante en Jefe que no se hagan ilusiones. El mismo Castro a través de su ejército ha dicho que «no cederá ni un milímetro en su ideología» y ha declarado que «prefiere que la isla se hunda en el mar antes de renunciar a sus principios políticos»… Claro que le toca al pueblo cubano decidir si quiere esa zambullida apocalíptica o si prefiere vivir en paz y con libertad como afortunadamente lo hace ahora gran parte de la humanidad.
El famoso cartel de Shepard Fairey de Obama es una de las imagenes más pariodadas del último lustro. Ahora él mismo rehace su estampa para respaldar al movimiento de OWS con una especie de petición al presidente:
El póster no gustó mucho. Los 'ocupas' de Wall Street percibieron que el cartel era condescendiente. Fairey cedió encontró un lema más correcto:
Hace un poco más de diez años Alex Ross, crítico del New Yorker, publicó una historia sonora del siglo XX. El ruido eterno escuchaba las reverberaciones culturales y políticas de la música que por alguna razón seguimos llamando clásica. Ahora acaba de publicar otro trabajo monumental que aún no tiene traducción al español. Se trata de Wagnerismo. Arte y política a la sombra de la música.
Ross ha integrado una verdadera enciclopedia del universo de Richard Wagner. Más que un análisis de sus composiciones y de sus manifiestos, el libro sigue la pista de su influjo: un libro sobre la influencia de un músico en quienes no lo son. No la música, su eco. Ross advierte que el ascendiente musical de Wagner es importante, pero no extraordinario. No fue mayor al de Monteverdi, Bach o Beethoven. Pero el impacto que tuvo la obra y el personaje en las artes vecinas, el peso que tuvo en la cultura y en la política no tiene comparación. No hay tal cosa como bachismo. Ross sugiere que ningún artista en la historia ha tenido el embrujo de Wagner. Nadie ha hechizado como él la poesía, la arquitectura, la novela, la filosofía, la política.
El embrujo del que habla Ross es, ante todo, ambiguo. El monstruo, sugiere, susurra un secreto distinto al oído de cada oyente. Es cierto que Wagner no solamente escribió para el pentagrama y que quiso construir también una filosofía musical, para dejar en claro su utopía artística. Pero, como bien se detalla en este trabajo colosal, su pauta seduce las causas más contradictorias. La contradicción estaba, tal vez, dentro del mismo personaje. ¿Un genio despreciable? Así lo pensaba Auden. Creía que era el artista más grande que ha vivido jamás, y al mismo tiempo, una mierda absoluta.
Alex Ross recorre meticulosa y casi obsesivamente las huellas que dejó Wagner en la literatura y en el pensamiento; en edificios y en la historia misma. Wagner parece la presencia inescapable: de la poesía de los simbolistas a los helicópteros de Francis Ford Coppola en Apocalipsis. Del belicismo teutón a los monitos de Walt Disney. Ross no se queda con el impacto que su mitología tuvo en Adolfo Hitler, su admirador más siniestro, pinta el vastísimo universo de su seducción. Baudelaire le escribió alguna vez al compositor que su música lo reintegraba. “Me has devuelto a mí mismo,” le dijo en una carta. Tal vez esa inmersión la provocó en muchas audiencias, en muchas culturas: identificación personal y fantasía colectiva. Leyenda medieval para algunos, frontera del mundo para otros; origen y destino, patria y alma.
Nietzsche dijo que no había escapatoria. Uno tiene que ser wagneriano. Sugería que la fuerza del compositor nos llevaba irremediablemente a lo más profundo, lo más temible, lo más íntimo. Woody Allen advertía, quizá por eso mismo, que había que tener mucho cuidado. Cuando él oía Wagner más de lo prudente sentía la urgencia de invadir Polonia. Lo cierto es que la imaginación que enciende su música puede ser melodía de los ideales más contradictorios: la fraternidad y el genocidio; el racismo y el abrazo a los desamparados. Ross identifica así al Wagner comunista y al Wagner nazi, al Wagner feminista y al Wagner gay.
El libro de Alex Ross es, a fin de cuentas, una celebración de la manumisión del arte. La creación que adquiere vida propia. Una criatura que no obedece instrucciones. La música de Wagner no está atada a Wagner. La creación de un racista furioso puede alentar la causa de los derechos civiles y el orgullo negro. Existe, en efecto, lo que Ross identifica como “afrowagnerismo.” Por esa misma insumisión del arte, Theodor Herzl, el padre del sionismo moderno, pudo encontrar inspiración en el arte de un antisemita. El único descanso que tomaba el padre espiritual del estado de Israel, mientras escribía El estado judío, era para ir a la ópera a ver Tannhäuser. Al escucharla avivaba su fe. Sólo en las tardes en que no había función, cayó en la duda.
*
Dice David Byrne en su nuevo libro que todo
empezó con un ruido, con un sonido: la palabra. Al parecer la ciencia
contradice nuevamente a la fe: todo empezó en silencio. El Big Bang fue, en
realidad, un Brief Shhh. Ni un rechinido se habrá escuchado en el origen del
tiempo y el espacio porque no había sitio para que el ruido se propagara. En el
principio fue el silencio. Después, las reverberaciones del polvo los soles y
los planetas habrán sonado, pero el
primer instante fue mudo. La consecuencia de que el sonido naciera tras del
espacio, se acomodaría mejor a las ideas que Byrne desarrolla en su libro: la
música depende del contexto en el que se compone, se interpreta, se reproduce, se
escucha. La música depende de su empaque tecnológico y arquitectónico. La
iglesia en que compuso Bach sus oratorios fue también instrumento y partitura
del genio.
Cómo
funciona la música es el título del libro publicado
este año por la editora McSweeney’s, de San Francisco. Es, en buena medida, el
libro de memorias de un músico pero, lejos de ser una colección de infidencias,
es la muy legible aventura por el planeta de los sonidos. Combinando
experiencias, reflexiones y lecturas explora los orígenes de la música, la
mecánica de la creación, el impacto de la técnica, los efectos neuronales de la
armonía, el nuevo negocio de la música. Exuberante, condimentado con
ilustraciones y anécdotas, gratamente desordenado, el libro de Byrne se propone
bajar al compositor romántico del pedestal. Para él la composición no es la
expresión de un sentimiento incubado en el alma del genio para quedar inmortalizado
en una sinfonía.
El contexto es el mensaje, dice, parafraseando
a McLuhan. El cuento tradicional de la creatividad comienza con la mirada
extraviada del compositor a punto de parir la Obra. Los ángeles y los demonios
combaten en su interior para encontrar la melodía que calca los tormentos de su
espíritu. De pronto, la emoción se vierte en el papel. La creatividad funciona
exactamente al revés dice, Byrne. Si podemos expresar musicalmente nuestras
emociones es porque las insertamos en las formas que nos ofrece el contexto.
Como los pájaros, instintivamente adaptamos el canto para ser oídos en la selva,
en el bosque, en la ciudad. La creatividad no es producto de la generación
espontánea sino de la adaptación.
Se asume un vínculo directo entre la vida y la
canción, como si la canción fuera el recipiente de la experiencia emocional. La
gente piensa que, cuando compongo una canción, cuenta Byrne es porque siento
una urgencia por expresar algo que me pasa, algo que siento. Que si alguien
elige interpretar una canción es porque esa melodía se conecta con una
experiencia personal: ¡Absurdo!, dice. La composición no expresa la emoción, la
provoca. “Hacer música es como construir una máquina cuya función es sacar a la
luz emociones en el intérprete y en quien escucha.” Por eso el argumento
central del libro es que no hacemos música, la música nos hace.
No era muy distinto lo que decía Ortega y
Gasset en sus apuntes musicales: cuando oímos la música de Beethoven, gozamos
concentrados hacia adentro. “No nos interesa la música por sí misma, sino su
repercusión mecánica en nosotros, la irisada polvareda sentimental que el son
pasajero levanta en nuestro interior con su talón fugitivo. En cierto modo,
pues, gozamos, no de la música sino de nosotros mismos.” La música se vuelve
resorte que pone en movimiento nuestras emociones. “Oímos la romanza en fa,
pero escuchamos el íntimo canto nuestro.”
El 12 de mayo de 2008, a las 2:28 de la tarde, un terremoto golpeó la provincia china de Sichuan. Fue un terremoto de 8 grados que mató a más de 80,000 personas. El movimiento de la tierra sacudió también la carrera de Ai Weiwei. El artista que publicaba constantemente sus apuntes sobre la sociedad, la cultura y la política china en un blog, dejó de postear. Había perdido las palabras que pudieran describir la catástrofe. Ante la magnitud de la tragedia, el gobierno chino reaccionó con el reflejo de todos los regímenes autocráticos: censurar y mentir. Era imposible conocer la dimensión de la tragedia. El poder se empeñaba en ocultar y en silenciar. Un hecho, sin embargo, afloró muy pronto. Los niños y los estudiantes habían muerto en proporciones extraordinarias. Estudiaban en cientos de escuelas mal construidas. Centros de educación levantados sin el mínimo cuidado que se vinieron abajo con el sismo. Los estudiantes muertos no fueron víctimas de una naturaleza desalmada. Murieron por la corrupción gubernamental.
Fue entonces que Ai Weiwei reanudó su blog, transformándolo en un centro de investigación ciudadana. Convocó desde ahí a llenar los vacíos de la información. Lo importante era contrarrestar el silencio y las mentiras del poder. ¿Quiénes eran los estudiantes? ¿Cómo se llamaban? ¿cuándo era su cumpleaños? ¿Qué estudiaban? ¿Dónde vivían? ¿Quiénes formaban su familia? Se formó entonces un equipo que se desplazó a la zona del desastre para entrevistar a las familias de las víctimas y recoger, en sus libretas, los datos. Muchos ayudantes de Ai Weiwei fueron arrestados, muchos archivos destruidos. Sin embargo, esa intervención alumbró verdad, dio nombre y rostro a las víctimas. En una exposición en Munich que hizo poco después, colocó 90,000 mochilas sobre la fachada del museo. En chino podía leerse la frase de una madre que perdió a su hija: “Lo único que quiero es pedirle al mundo que recuerde que ella vivió feliz por siete años.”
No es extraño que la tragedia de México toque tan profundamente al artista chino. Aquí ha encontrado otra expresión de la barbarie de este siglo. La más cruel de las violencias, la más extendida corrupción. Miles de seres humanos que desaparecen. Cadáveres sin nombre. Tumbas clandestinas. Y el olvido como amenaza. El Museo Universitario Arte Contemporáneo aloja en estos días una exposición que nos habla a la cara. “Restablecer memorias” no es un depósito temporal de obras que circulan por el mundo, sino una pieza que toca la herida mexicana. Como lo hizo en su país, Ai Weiwei fue al encuentro de las víctimas para registrar el dolor y la impotencia. Si su intervención no logra alimentar una esperanza, cultiva, por lo menos, el empeño de la memoria. En su conversación con Ai Weiwei, Cuauhtémoc Medina recuerda lo que el artista advirtió a los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. “Necesitan mantenerse unidos y fuertes, porque estamos hechos de carne, nos cansamos, pero luchamos contra una máquina y las máquinas no se cansan.” El estado es una máquina infatigable. Su apuesta es la desmemoria de aquellos a quienes oprime.
La historia la contó el viernes Juan Villoro en páginas vecinas a ésta: han convertido a Luis Barragán en un diamante. Sus cenizas, más bien. La trasmutación ha sido ocurrencia de una artista que ha obtenido todos los permisos necesarios para abrir la tumba del arquitecto en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, empacarse las reliquias y entregarlas a una compañía dedicada a un macabro departamento de joyería. Uno le da un cadáver a la empresa y ésta se lo regresa convertido en una alhaja.
La metamorfosis se ha escudado, previsiblemente, en el arte—o en lo que hoy se toma por tal al consagrarse con exposiciones en museos. La etiqueta del arte conceptual obra prodigios: el discurso, como esas recicladoras de cadáveres, transforma cualquier cosa en tesoro de galería. Como relata Alice Gregory en un estupendo reportaje del New Yorker, Jill Magdid fue la autora de la idea. Su arte, nos advierte la reportera, confronta la institucionalización del poder y los usos de la ley. Su trabajo podría ser descrito, más bien, como activismo creativo: denunciar, por ejemplo, el ojo omnipresente de las cámaras que nos observan en las calles; aprovechar los huecos de la ley para burlarse de ella. Nada particularmente conmovedor. Exponía en la ciudad de México y descubrió la casa de Barragán. Al enterarse que su archivo está en Suiza supuestamente como regalo de compromiso de un rico empresario a una arquitecta, se le ocurrió un gesto. La novia finalmente podría recibir un anillo. No se lo entregaría el novio con la propuesta matrimonial sino la artista, con la petición de recuperar, para México, el archivo de su máximo arquitecto. Los restos de un hombre convertidos, literalmente, en moneda de cambio. ¿Qué mejor pago por el archivo de Barragán que Don Luis mismo, brillando eternamente?
“Autorretrato pendiente” es una pieza de Jill Magdid que puede verse en su página. Es un anillo preparado para recibir el diamante en el que se convertirán sus cenizas cuando muera. La artista ha dado instrucciones precisas a Lifegem, la empresa que compactará su polvo en gema. “Háganme un diamante cuando muera. Córtenme redonda y brillante, denme peso de un quilate, asegúrense que sea real.” Nadie cuestionaría el derecho que tiene la artista de dar esas instrucciones. También podría pedirle a otra compañía llamada Lifechew que convirtiera sus huesos en goma de mascar y alegar en algún discurso profundo que la vida es chicle y que los chicles, chicles son. Pienso que sería un poco distinto que otra persona hiciera el genial chiste con las cenizas de Magdid.
Un mundo que mercantiliza todo es un mundo que hace pose artística con todo. El mercado del arte es tan expansivamente arrogante como el otro. Todo es mercancía para el discurso del arte conceptual, tan escaso de arte, tan pobre en concepto y tan abundante en rollo. Mi reacción a la historia del arquitecto al que no se le permitió ser polvo está en una respuesta que le dio alguna vez a Elena Poniatowska: “No tienes idea cuánto odio las cosas pequeñas, las pequeñas cosas horribles.” Tengo la impresión de que el diamante en el que convirtieron sus cenizas sería para él algo así: una pequeña cosa horrible. Y estúpida.
Qué lindo: la imagen puede funcionar como campaña a favor del condón.
También es un ejemplo más de la absoluta incapacidad de los religiosos para usar buenas analogías.
pues me parece una publicidad muy bien hecha pero que poca la verdad las mujeres no son unos objetos son seres humanos, tienen derechos y merecen ser tratadas como tales a ver que les pareceria que cuando el marido se va a trabajar le pusieran un sinturon de castidad o algo asi para que no se fuera de facil, pero bueno como el mundo esta dominado por el machismo y la desigualdad social y el no pasa nada esta en mucha gente seguiremos sai, ademas en paises como mexico nisiquera usan burcas ya que las tienen encerradas en su casa y tienen el mismo lema de los retrogradas musulmanes: «la mujer solo puede salir dos veces en su vida cuando se casa y cuando se muere» es una verguenza esta publicidad. nadie merece ser tratado como un objeto
Decía mi abuela que de sus encantos, «para eso son, pero se piden». Qué bueno que al menos las cristianas no usan velos. Y que muchas no se consideren paletas sin mente. O con miedo. Parece que algunos religiosos tienen problemas con que la mujer sabe desde hace mucho, que en el pedir, está el dar.